TREINTA

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Becky se había levantado temprano, aunque tampoco es que hubiera dormido demasiado. Estuvo dando vueltas en la cama durante horas después de enviar el último mensaje, y mentiría si dijera que no abrió el ojo a cada rato esperando que Freen también estuviera presa del insomnio y contestara a las cinco de la mañana. Pero no, no ocurrió. De hecho Freen no contestó a su último mensaje. Y Becky realmente no la podía culpar.

Así que asumiendo que no iba a poder volver a dormirse, se levantó y se preparó para ir a la floristería. Aún tenía mucho trabajo por delante en el local, y realmente no tenía ningún otro plan, así que pasarse el día moviendo muebles, limpiando y pintando no sonaba del todo mal. Al fin y al cabo, el tiempo tampoco acompañaba demasiado. Unas nubes oscuras se habían estado acercando mientras Becky se tomaba un café apoyada en la encimera de la cocina, una vez más con la vista puesta sobre el teléfono. Si no se daba prisa probablemente acabaría por mojarse de camino, así que cogió su mochila y se apresuró en salir por la puerta rezando para llegar antes de que empezara a llover.

Lo consiguió de milagro. La casa de Patty estaba relativamente cerca de la floristería y aún así, Becky tuvo que trotar los últimos veinte metros porque unas gotas enormes empezaron a golpearlo todo de pronto. Entró hasta la trastienda con un escalofrío, se quitó la camisa de cuadros roja que solía llevar siempre para ir a trabajar y la colgó en la percha, y se secó las gotas que se le habían quedado en el pelo y la cara mientras salía a la tienda. La verdad es que entre unas cosas y otras no había dedicado demasiado tiempo al proyecto de renovar el local. Había estado más pendiente de otras cosas. Y con otras cosas Becky sabía que se refería claramente a Freen. De pronto un relámpago iluminó la estancia aún siendo de día, seguido por un trueno que daba a entender que la tormenta estaba exactamente encima la ciudad, y escuchó como la lluvia arremetía contra las cristaleras del escaparate que seguía tapado con papel marrón para que no se viera el interior desde la calle. Parecía como si un huracán estuviera pasando ahora mismo por la puerta y Becky se alegró de haber madrugado, o de lo contrario ahora mismo estaría intentado llegar a la floristería nadando.

-Por Dios, parece como si fuera a acabarse el mundo -dijo para sí.

Miró a su alrededor con las manos apoyadas en la cintura. No sabía por dónde empezar. Había demasiado que hacer y ella solamente podía prestar atención al exagerado número de truenos encadenados que estaba escuchando. Parecía como si el cielo se fuera a partir en dos de un momento a otro. Estaba apartando unas cajas del lateral del mostrador cuando fue otro sonido colándose entre los truenos el que llamó su atención: La campana de la puerta. Se giró automáticamente preguntándose quién en su sano juicio iba a venir a la floristería con la que estaba cayendo, y entonces pensó que no había demasiada gente que supiera que el local no estaba cerrado.

Le dio tiempo a pensar todo eso mientras se giraba, como si todo ocurriera a cámara lenta y cuando terminó de voltear su cuerpo hacia la puerta ahí estaba, ciertamente, la única persona que lo sabía.

Freen estaba allí, respirando como si hubiera venido corriendo desde otra ciudad. O más bien nadando, porque decir que estaba empapada era decir poco. Su pelo oscuro estaba completamente mojado y goteaba por su espalda y sus hombros. Llevaba puesta una sudadera amarilla con un sol en el pecho que estaba totalmente pegada a su cuerpo. -Freen pero qué...- empezó a decir Becky mientras se acercaba a la chica- ¿Se puede saber qué haces aquí con la que está cayendo?- Freen no le hablaba. Simplemente la miraba mientras Becky se acercaba cada vez más a ella, preocupada por si acababa con una pulmonía, o por si su cerebro estaba funcionando correctamente.

LEJOS  DE  ERIS  • FreenBecky •Where stories live. Discover now