CAPITULO 4

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TABATHA

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Cuando me levanto, amanezco sola, con una simple nota en la cama que declara lo sucedido de ayer:

Dije que no ibas a dormir en otra cama que no fuera la mía, tengo trabajo, sigue con los planes de la boda.

Por más que quiera, el disgusto de ayer no se me pasa y sobre todo porque no me ha dejado ni un móvil para que me comunique con mi familia. En el desayuno a pesar de que quiero persuadir a Mindy, dice que no quiere causar problemas y que por el momento no puedo hacer llamadas, me pide que sea paciente y es lo que menos soy en estos momentos donde más las necesito.

Hemos siempre sido nosotros cinco, apoyándonos, acumulando anécdotas hasta que papá comenzó a faltar más porque siempre tenía trabajo que hacer. Mamá empezó a decaer, ya no era algo que se mantenía en control, encima se enfermaba bastante seguido y los viernes cuando salíamos de fiesta entre todas, se acabaron.

No hablo de lo que tenemos que callar porque eso solo es un secreto entre nosotros como familia.

—Cariño, iré a llenar la despensa, estos hombres comen mucho y tengo que asegurarme que tenga todo lo esencial para las demás comidas.

—Está bien, me quedaré aquí para ver los catálogos que dejaron de la boda.

—Excelente, no tardo, ¿se te antoja algo?

—No, gracias, Mindy.

Mueve la cabeza asintiendo, toma su cartera y se va luego de acomodar su delantal en la isleta de la cocina. Los minutos se comienzan a consumir, me aburro en cuestión de diez minutos de ver los vestidos, todas las fotos de flores que algunas no las desconozco porque hay algunas que se pueden ocupar de decoración.

No puedo continuar viendo esos catálogos, sobre todo porque me siento retenida, no me dio la cara, no me habló o me pidió una disculpa. Misma que estoy muy segura que me merezco porque yo no me he atrevido a hablar de esa manera de sus hermanos o me he referido a ellos por él o ese.

Sé sus nombres, los he respetado, he convivido con ellos y parece que me toleran más que el propio Vance que me hablaba de mi aspecto como si fuera una belleza andante para luego salir con ese tipo de cosas que en definitiva me molestan y me lastiman.

Son mi vida como sus hermanos deben de ser la suya.

Tomo un cojín para empujarlo en mi cara y gritar, todo el ruido se pierde por la tela que sofoca mis gritos. Lo aviento hacia el suelo y me levanto, tengo que hacer algo al respecto, tengo que hacer que me permita hablar con mi familia.

¿Y si lo cabreo demasiado? Eso podría hacer que me devuelva, tengo que luchar con todas mis ganas para que me deje ir, para que el matrimonio no se dé, para que cierre los tratos con mi padre y al final diga que no me pudo controlar.

¿Y si retira todo el apoyo?

¿A caso es lo que quiero cuando he dejado una prisión y he pasado a una más bonita?

Es que siempre tengo que estar pensando en el daño que mis acciones le pueden hacer los demás, por eso siempre me resguardo en mis pasteles porque si soy agresiva al amasar o al decorar, son los únicos que no se quejan o que no me echan en cara que estoy actuando mal.

Sin darme cuenta, en nada ya estoy delante de la cocina sacando todo lo que necesito para hacer nata montada y frostings de los más ruidosos. Con esto me refiero que la cobertura puede ser escandalosa cuando entra en contacto con las telas, como adquieren un tinte natural por la fruta o mis colorantes, manchan la tela y es imposible retirar esas manchas.

Inocencia malvadaWhere stories live. Discover now