Capitulo 22

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Después de comer con aquella gran familia, entre risas y anécdotas de cuando eran pequeños, los niños empezaron a suplicar que los dejaran salir a jugar con la nieve. Tras darles permiso sus padres, abrigaron muy bien a los pequeños y a los no tan pequeños también y salieron prácticamente todos a jugar a la nieve, unos empezaron a hacer una pelea de bolas de nieve y otros a dibujar ángeles tumbados en el suelo mientras reían.

Llevaban más de dos horas jugando a la pelea de nieve cuando empezó a anochecer, los niños no querían volver dentro, pero cuando sus madres salieron y los obligaron a entrar, lo primeros que entraron fueron los dos maridos con una gran sonrisa. Carlos, sin que su mujer se diera cuenta, cogió un poco de nieve y se acercó a ella para darle un beso en los labios, cuando ella se lo devolvió, notó algo frío bajarle por la espalda, dando un gritito sorprendida, empezó a retorcerse para que saliera de debajo de su suéter el pequeño pedazo de nieve que su marido le había colado por la camiseta sin que  ella lo notara hasta que tuvo contacto con su piel. Antes de que se le escapara, se agachó, cogió un poco de nieve, hizo una bola y se la lanzó a la cara, dando de lleno en ella, dejando ver a su marido con cara sorprendida mirándola mientras ella se reía a carcajadas de él. Ahí empezó otra guerra de nieve que duró hasta que estuvo oscuro y apenas se veía algo con la pequeña luz que alumbraba el porche.

Entraron todos dentro de la casa con las manos y la nariz rojas, tanto por el frío como por la nieve que aun caía de sus gorros y de sus chaquetas, pero con una gran sonrisa en la cara.

-          ¡Mamá, no me quiero ir! Quiero quedarme con los primos. – dijo Ana mientras su madre le ponía el abrigo, señalando a Ruth y a Álvaro, que estaban sentados juntos en un sillón de una sola plaza, ella sentada sobre él con las piernas colgando por uno de los reposabrazos.

-          Cariño, tenemos que irnos a casa, ya es muy tarde. – contestó su madre.

-          Pero yo me quiero quedar. – replicó la niña dando con el pie en el suelo.

Claudia miró a los chicos con preocupación, ya que cuando la niña se ponía así no había quien la convenciera de lo contrario y preveía que no se podrían ir pronto. Buscó a su marido por la habitación y lo encontró con el mismo problema que ella solo que con los gemelos. Suspiró y cogió su chaqueta para ponérsela.

Ana al ver que su madre no la tenía sujeta, corrió hacia Ruth y se subió encima de ella, abrazándose a su cuello.

-          No me quiero ir. – dijo triste.

-          Cariño, tu mamá está cansada y mañana tiene que ir a trabajar. – contestó ella acariciándole el pelo con ternura.

-          Pero yo me quiero quedar. – se quejó de nuevo.

-          ¿Qué te parece si hacemos una cosa? – preguntó mirándola con una sonrisa - ¿Qué te parece si un día vamos el primo y yo a haceros una visita y pasamos la tarde juntos como hoy? ¿Te gustaría eso?

-          ¡Sí! – dijo sonriendo -. Pero, ¿me prometes que vendrás con él? – preguntó mirándola seria, con ojos brillantes y señalando a su primo con la mano.

-          Claro que sí, además, sino me lleva él, no voy a saber llegar. – contestó riendo.

La niña también se rió y la abrazó de nuevo, abrazando también a su primo, que estaba debajo de ella.

-          Vamos, Ana, papá ya está en el coche con tus hermanos. – se acercó Claudia a ellos.

-          Me lo has prometido, ¿eh? – se despidió la niña dándoles un beso en la mejilla a cada uno.

Cartas... [Sin editar por completo]  ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora