Capitulo 17

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¡Ya está hecho! La señorita Everdeen es ahora Katniss, vizcondesa de Mellark.
Esta Autora expresa sus mejores deseos a la feliz pareja. La gente sensata y honorable escasea, por lo cual resulta gratificante ver unidos en matrimonio a dos ejemplares.

REVISTA DE SOCIEDAD DE LADY WHISTLEDOWN,
16 de mayo de 1814

Peeta abrazó a Katniss con firmeza y apretó su mejilla contra la suave curva de su vientre. Incluso con su traje de novia olía a lirios y jabón, aquella fragancia que le enloquecía y le obsesionaba desde hacía semanas.
-Te necesito. Te necesito ahora.
Se puso en pie y la llevo en sus brazos hasta la cama.

Nunca antes había llevado a una mujer hasta ahí, siempre había preferido llevar sus relaciones a otro sitio, y de pronto aquello le regocijó de un modo absurdo.
Katniss era diferente, especial, su esposa. No quería que otros recuerdos interfirieran en esta noche ni en ninguna otra.

La dejó en el colchón, sus ojos no abandonaron en ningún momento su encantadora forma despeinada mientras se quitaba la ropa.
Encontró la mirada de Katniss, ojos oscuros y grandes llenos de admiración, y sonrió, lentamente, con satisfacción.

- ¿Nunca antes has visto a un hombre desnudo, verdad? -preguntó en voz baja.
Ella negó con la cabeza.
-Bien. -Se quitó un zapato-. Pues nunca volverás a ver a otro.

Se ocupó de los botones de la camisa, y su deseo se multiplicó por diez al advertir que Katniss sacaba la lengua para humedecerse los labios.

Ella le deseaba. Y para cuando acabara la noche, ella ya no podría vivir sin él.
La posibilidad de que él no pudiera vivir sin ella era algo que se negaba a considerar. De todos modos, que no quisiera amar a su esposa no significaba que no pudieran disfrutar uno del otro en la cama.
Deslizó las manos hasta el botón superior de sus pantalones y lo desabrochó, pero entonces se detuvo.

Ella aún estaba completamente vestida, y aún era completamente inocente. Todavía no estaba lista para contemplar la prueba de su deseo.
Se subió a la cama y, avanzó poco a poco, se aproximó centímetro a centímetro hasta que los codos sobre los que Katniss se sostenía flaquearon y ella se quedó tumbada de espaldas, mirándole desde abajo. Su respiración acelerada y superficial salía por sus labios entreabiertos.

No había nada más impresionante que el rostro de Katniss ruborizado por el deseo. Su cabello oscuro, sedoso y espeso, había empezado a soltarse de las horquillas que mantenían en su sitio el elaborado tocado nupcial. Sus labios, demasiado carnosos según los cánones de belleza convencionales, habían adquirido un color rosado oscuro bajo la luz del atardecer. Y su piel... parecia tan perfecta, tan luminiscente. Un pálido rubor teñía sus mejillas y Peeta lo encontraba encantador.

Con una mano reverente, le acarició la mejilla con el dorso de los dedos, luego los deslizó por su cuello hasta la piel que se asomaba por encima del corpiño.

Llevaba el vestido abrochado a la espalda por una fila enloquecedora de botones, pero ya casi había soltado una tercera parte, y ahora estaba lo bastante flojo como para deslizar el tejido sedoso sobre sus pechos.
Sus pezones rosados coronaban unos pechos que sabía que se ajustaban a sus manos a la perfección.

- ¿Sin camisola? -murmuró en señal de apreciación mientras le pasaba un dedo por la línea de su clavícula.
-El corte del vestido no lo permitía.- dijo Katniss con voz encontrada.

Un lado de la boca de Peeta se elevó formando una sonrisa muy varonil.
-Recuérdame que envíe una gratificación a tu modista.

La mano bajó aún más, cogió uno de los pechos y lo apretujó con suavidad.
Sintió que un gemido de deseo ascendía dentro de él mientras escuchaba un gimoteo similar que escapaba de los labios de Katniss.
-Qué preciosidad -murmuró. Retiró la mano y se dedicó a acariciarla con la mirada. Nunca se le había ocurrido pensar que pudiera producir tanto placer el simple acto de contemplar a una mujer. Hacer el amor siempre había tenido que ver con tocar y saborear, y ahora, por vez primera, la vista resultaba igual de seductora.
Era tan perfecta, era tan absolutamente hermosa para él... Notó que le producía una sensación de satisfacción bastante extraña y primitiva el hecho de que la mayoría de hombres estuvieran ciegos a su belleza. Era como si cierto lado de ella sólo fuera visible para él. Le encantaba que sus encantos quedaran ocultos al resto del mundo.
La hacía parecer más suya.

El Vizconde LibertinoWhere stories live. Discover now