Capitulo 7

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También presentes en la velada musical de lady Mellark se encontraba la señora Everdeen y la señorita Katniss Everdeen.
Esta Autora supone que la invitación también incluía a la señorita Primrose, pero no se encontraba presente. Lord Mellark parecía de buen humor pese a la ausencia de la joven, y su madre no podía disimular su decepción.
La tendencia de lady Everdeen a hacer parejas es ya legendaria y sin duda no puede estar inactiva ahora que su hija ya está casada con el duque de Hastings.

REVISTA DE SOCIEDAD DE LADY WHISTLEDOWN,
27 de abril de 1814

Peeta sabía que tenía que estar loco.
No podía haber otra explicación. Su intención era asustarla, hacerle entender que no podía inmiscuirse sus asuntos y salir indemne, y no obstante... La besó.

Su intención había sido intimidarla, y por eso se había acercado a ella hasta que no tuviera otro remedio que sentirse acobardada ante su presencia, y supiera que había cometido un espantoso error al invadir su santuario privado.

Pero cuando les separaban menos de tres centímetros, la atracción se hizo más fuerte. El aroma de Katniss era demasiado cautivador y el sonido de su respiración demasiado excitante. La comezón del deseo que él había pretendido desatar en ella de pronto se encendió en su interior. Y el dedo que acababa de pasar por su mejilla —sólo para torturarla, se dijo— de pronto se convirtió en una mano que la sujetó por la nuca mientras sus labios la tomaban en una explosión de rabia y deseo.

Ella jadeó contra su boca, y él aprovecho para deslizar la lengua entre ellos, mientras una de sus manos se deslizara por detrás y sujetaba la curva de su trasero.
—Esto es una locura —susurró él contra su oído. Pero no hizo ningún movimiento para soltarla.

La respuesta de Katniss fue un gemido incoherente y confuso. 

Él sabía que debía detenerse, sabía que desde luego no tenía que haber empezado, pero su sangre se aceleraba a causa de la necesidad, y ella sabía tan... tan... Tan bien.
Peeta soltó un gemido, apartó los labios de su boca para saborear un instante la piel del cuello. Había algo en ella que se adaptaba a él, como ninguna mujer había conseguido antes. Parecía que el cuerpo de Peeta hubiera descubierto algo que su mente se negaba por completo a considerar.
Algo en ella resultaba tan... perfecto.
Olía bien. Sabía bien. Daba gusto tocarla. Y sabía que si le quitara toda la ropa y la tumbara allí sobre la alfombra, se adaptaría alrededor de él... a la perfección.
Peeta pensó que cuando no discutía con él, Katniss Everdeen bien podría ser la mejor mujer de Inglaterra.
Los brazos de Katniss, que habían quedado atrapados entre los suyos, se dirigieron poco a poco hacia arriba, hasta que sus manos descansaron lentamente en su espalda. Y luego sus labios se movieron. Era algo mínimo, pero era indiscutible que ella le estaba devolviendo el beso.
—Oh, Kat—se quejó Peeta, empujándola con suavidad hasta que ella se quedó apoyada contra el borde del escritorio—. Dios, qué bien sabes.
— ¿Mellark? —Su voz sonó trémula, aquella palabra era más una pregunta que cualquier otra cosa.
—No diga nada —susurró él—. Por favor.
—Pero...
—Ni una palabra —interrumpió él, y le puso un dedo sobre los labios. Lo último que quería era que ella arruinara este momento tan perfecto abriendo su boca e iniciando una discusión.
—Pero yo... —Apoyó las manos en el pecho de Peeta y se zafó de un estirón, dejándole a él tambaleante y sin aliento.
Peeta soltó una maldición.
Katniss se escabulló rápidamente lo bastante lejos como para no estar al alcance de sus brazos. 
El vizconde no dio muestras de estar de buen humor.
— ¿Por qué ha hecho eso? —preguntó ella en voz tan baja que casi era un susurro.
Él se encogió de hombros, de pronto pareció un poco menos furioso y un poco más indiferente.
—Porque quería.
Katniss le miró boquiabierta, incapaz de creer que pudiera tener una respuesta tan simle.
—Pero no es posible que hayas querido.
Él sonrio.
—Pues sí.
— ¡Pero yo no le gusto!
—Cierto —admitió él.
—Y usted no me gusta a mí.
—Eso me ha estado diciendo —contestó con voz suave—. Tendré que creen en su palabra, aunque ya no estoy muy seguro.

El Vizconde LibertinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora