CAP (18). ¿Quién es ella?

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Narrativa: Colin Russell

Un leve sentimiento de frío atravesó mi cuerpo, haciéndome mover la cabeza lentamente, haciéndome despertar. El cansancio, junto a todo el estrés que viví últimamente, hizo que el simple hecho de abrir los ojos sea la cosa más difícil por hacer. Mientras pensaba en esto y me armaba de valor, comencé a tomar conciencia de la situación y por fin sentí un peso sobre mi hombro y un perfume que encantaba a mis narices.

En cuanto conseguí abrir los ojos, me encontré con el cuerpo desnudo de Rose a mi lado. Tenía su cabeza sobre mi hombro y una pequeña parte de mi pecho, mientras que su pierna estaba sobre la mía, mostrándome las hermosas formas de su cuerpo. Mi brazo rodeaba su cuerpo y mi mano descansaba sobre su cintura, mientras que sus pechos estaban aplastados a un lado de mi cuerpo.

Le agarré la nuca con mi otra mano y le sostuve la cabeza hasta que la alejé de mi brazo agarrando una almohada y depositándola bajo su cabeza.

En el momento en que quise levantarme por completo, sentí cómo mi camisa quedó atrapada, me giré y la vi bajo su cintura. Tiré de ella con lentitud hasta que la saqué por completo.

Me dediqué a mirarla de pies a cabeza, tenía unas piernas hermosas. Subí la vista más y me encontré con el lugar de mis placeres y sentí cómo mi miembro empezaba a despertarse nuevamente. Su abdomen era plano pero lo que me sorprendió fue ver una herida cicatrizada en su cintura. No era muy grande pero tampoco tan pequeña como para no notarla. Llevaba un seno expuesto, mientras que el otro estaba tapado por su brazo y unos mechones de cabello.

En esa noche mis ganas de besarla estaban a punto de explotar, aún no sé cómo logré contenerme.

—Rose—susurré su nombre acariciándole la pierna y moviéndola lentamente, intentando despertarla de esta forma, pero ella no reaccionó ni con el menor gesto.

Me acerqué nuevamente hacia ella, quedando de rodillas, sosteniéndome con los brazos y teniéndola bajo mi cuerpo.

Sus pestañas largas creaban una sombra en sus mejillas, llevaba sus labios unidos y su cara parecía relajada. Era la primera vez que la miraba de esta forma.

Alejé el mechón de cabello que cubría su frente y le acaricié el rostro con ternura, como acto reflejo recibí un suspiro profundo de su parte.

Acerqué más y más mi rostro hacia el suyo hasta que pude sentir la delicadeza de sus labios uniéndose con los míos. Un acto simple que logró provocarme una descarga eléctrica en todo el cuerpo. Presioné más mis labios contra los suyos, abriendo lentamente la boca y lamiéndole los labios despacio. Casi me reclamé a mí mismo el momento en que los separé, quería despertarla, agarrarla de la cabeza y fundirnos en un peso tremendamente apasionado.

—¿Qué me estás haciendo?—pregunté en un hilo de voz, mirándola.

Aún sentía el sabor de sus labios, el finés de su piel y el deseo de volver a besarla y hacerla mía una vez más. Ahí y en ese lugar. Fue una tortura separarme de ella, era como una droga y yo un adicto sin remedio.

Me alejé y me acaricié el rostro, quedándome de pies mirándola. Sentía por ella algo nuevo, una atracción que nunca había experimentado.

Me saqué la camisa y cubrí su cuerpo con ella...

Cerré la cremallera de mi pantalón mientras caminaba hacia el armario, de donde saqué una nueva camisa y me dirigí a la cabina. Faltaban menos de tres horas hasta cuando íbamos a llegar a Roma.

—¿Todo bien?—preguntó Gregorio en cuanto me escuchó entrar.

—Me quedé dormido—contesté mientras caminaba hacia el borde, sentándome a su lado.

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