CAP (5) . Solo una llamada

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Narrativa: Rose Paige


La vida podía golpearme sin parar pero yo iba a sonreírle pero que no se meta con lo que más amo en el mundo. Que su venganza sea conmigo, porque si en algún momento intenta lastimar a mis seres cercanos, soy capaz de borrar el alibí que poseo y convertirme en toda una culpable.

Nunca un camino me pareció tan largo como el de ese día. Apresurada y con ganas de ver a mi hijo, me saqué los tacones pensando que de esa manera iba a caminar más rápido. De seguro lo hice, aun si me parecía que iba de regreso y no hacia adelante, avanzando.

El cielo se nubló de repente y unas luces y sonidos bajaron sobre la ciudad. Todos levantaron sus cabezas hacia arriba y luego empezaron a caminar más de prisa. Saqué mi teléfono y marqué el número de Natalia, quien contestó en cuestión de segundos; seguramente entendía mi desesperación.

—Sí, Rose—dijo tranquila y en un cierto punto su voz me tranquilizó. De todos modos ya me encontraba en una calle de su departamento.

—¿Puedes bajar con Diego, por favor? En cinco minutos estoy allá, solamente entro a comprar unas cosas para cocinar—hablé con rapidez echándole un vistazo al cielo. La tormenta estaba a punto de empezar.

—¿No quieres venir a comer?—preguntó, su tono sonó como el de una abuela que se preocupa por tu bienestar.

—No, Natalia, necesito mi baño y mi cama. ¿Qué dices si te vienes tú y te quedas con nosotros?

—¡Voy!—exclamó feliz—. Nos vemos en unos cinco minutos, entonces —añadió mientras me detenía en frente del supermercado para ponerme los zapatos.

—Perfecto— proseguí antes de entrar en el supermercado, cortando la llamada.

Con una cierta repulsión saqué el sobre que contenía el dinero de anoche. Creo que nunca más podré mirar un sobre con buenos ojos porque siempre me recordará el pasado.

En menos de tres minutos había comprado todo, unas verduras, frutas, un té, carne y al final un chocolate. Lo necesitaba igual o más que Diego.

Una vez fuera del supermercado pude ver las calles mucho más vacías, toda la gente se apuró en llegar a sus casas para evitar la tormenta que tanto nos amenazó en ese tardecer. Mientras caminaba hacia el edificio de Natalia, miré el cielo, siempre rezando que no empiece la peligrosa tormenta.

—¡Mi amor!—exclamé feliz cuando por fin miré el rostro de Diego, arrodillándome y soltando las bolsas para poder abrazarlo. —¿Cómo te sientes?—toqué preocupada su frente para asegurarme de su bienestar.

—Me siento mucho mejor, mamá— intentó sonreírme pero su rostro enfermizo y sus ojos apagados me crearon ya una imagen sobre la realidad de su malestar.

—Le bajó un poco la fiebre—me tranquilizó Natalia—. Ahora mejor nos apuramos.—dijo levantando la mochila de Diego y una bolsa que trajo con ella.

Debo admitir que Natalia tenía mucha energía o de otra manera no me explicó cómo logró caminar tan rápido y dejarme atrás.

—¡Apúrate, niña!—bufó divertida mientras unas gotas de agua empezaron a caer del cielo.

Bajé la cabeza e intenté caminar lo más rápido que el estado me permitía, pero el cansancio me lo impedía con empeño.

Renuncié y decidí caminar lentamente.

La lluvia golpeaba mi rostro y cuerpo cansados pero en el mismo tiempo logró relajarme. Hace mucho que no había paseado por la calle en plena lluvia. Aparte de romántico, también era muy tranquilizante.

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