CAP (10). Un millón de plumas

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Narrativa: Colin Russell


Tengo exactamente treinta años y, calamitosamente, no tengo ni la menor idea de lo que representa una mujer de verdad, pero tampoco puedo afirmar que me había esforzado en descubrirlo. Siempre me mantuve lejos de la gente que intentaba convencerme de sus estandartes o estereotipos. Temo morir infeliz y lleno de veneno por culpa de las ideas estúpidas de otras personas. También debo reconocer que no puedo identificar a los verdaderos hombres en una multitud de gente. La verdad es que hoy en día muchos hombres solo vienen vestidos de hombre.

Siempre pensé que antes de quejarte por la falta de autenticidad o sobre la verdad de una persona, debes intentar ponerte en su situación o, si eres valiente, en su piel.

Piensa que eres una persona maravillosa y que tienes, ni más, ni menos, diez minutos para demostrarlo en frente de cualquiera. Si con solo pensarlo te da escalofríos, procura entender que debes hacerlo mientras estás lleno de emociones, cansado y herido por todas las experiencias del pasado.
Inténtalo, mientras tanto me voy a orinar sobre la llama eterna del estereotipo.

En mi profesión como abogado me encontré con tantas situaciones que al final entendí que las personas que más parecen culpables son las más ingenuas, y que el inocente es una mierda de persona que solamente aprendió muy bien su papel. O mejor dicho, aprendieron el papel que yo mismo les di.

Me senté en la sala y chequé mis correos electrónicos, hacía mucho tiempo desde que ya no tenía una entrada al tribunal. Últimamente solo trabajaba como una sombra para mis abogados novatos. No podía correr el riesgo de perder algún caso, así que era mejor vigilar a todos los abogados de mi empresa en lugar de asfixiarme en un caso mío en particular; de todos modos, no había nada que me podría interesar en ese momento. Todos los casos eran de una banalidad impresionante.

«¿Qué mierda?»

Un correo en especial, uno que llegó del instituto de protección de niños, logró captarme la atención. Últimamente elegí a que todos mis abogados hagan casos de caridad porque odiaba ver cómo el dinero decidía la justicia o cómo las personas con dinero lograban tener un buen abogado y cómo los menos afortunados tenían que resignarse con un imbécil de abogado que definitivamente iba a meterlos más en ruinas.

El teléfono empezó a vibrar, lo miré por un momento y sentí cómo me acapararon los demonios. Linda. Rechacé su llamada y, cuando estuve listo para dejarlo en la mesa, me detuve. Sonreí y busqué el número de mi juguetona. Me quedé pensativo por unos segundos en que tal vez no era el momento indicado para llamarla, teniendo en cuenta que en ese preciso momento en mi casa se encontraba una otra mujer, o que no era la hora adecuada—«¡Un demonio! «Nunca era la hora indicada con ella.»— al final opté por un mensaje corto y conciso.

«¿Qué tan caliente es tu piel ahora?», envié el mensaje y me acomodé en la silla esperando su respuesta. En ese momento sólo quería ver el mundo arder.

—¡Imbécil!—escuché la voz de Rose, quien caminó hacia mí, mirando la pantalla de su teléfono. Su rostro era un poema dulce y amargo. Parecía molesta pero al mismo tiempo me pareció ver una sonrisa en la comisura de su boca.

—¿Problemas con el novio?—pregunté apoyándome con la espalda en el respaldo del asiento.

La miré de arriba para abajo, encantado. Mi camisa cubría una gran parte de su cuerpo, pero dejaba libre la piel de sus piernas y de su cuello, incluso observé su fina clavícula. Levantó su rostro angélico, haciendo que los mechones de su cabello ondulado dibujen un bonito trayecto sensual por la tentadora piel de su clavícula y cuello. Sus ojos color esmeralda me miraban a mí, sus pestañas largas intensificaron su mirada y su boca... «¡No!»

 Millionaire   ©®   Where stories live. Discover now