Qué duda cabe, querido lector, que tú y yo sabemos de que virus hablo. Pero ocurrirá que nuestros hijos van a nacer sin saberlo, que nosotros difuminaremos todas las cosas que ocurrieron durante aquel año sin primavera de 2020. Ya es evidente que quedarán solo el repelús al ver una mascarilla, o querer cambiar de tema cuando alguien nos diga "incidencia" o "contagio", pronto, ya casi es así. Por eso te enseño mis cuentos, los que escribí confinado entre ese marzo y ese abril. Acuérdate con ellos de las calles vacías, del miedo del mundo, de la música que iba de un balcón a los demás; acerca a otros a tus recuerdos. Pero haz ese viaje sin temor ya, sin inquietud, ya han pasado esos días, solo queda la extrañeza con la que ahora podemos mirar lo que pareció normal, lo que era coherente. Vivimos un virus totalitario. Entró en todas las conversaciones, en los anuncios del televisor, en lo que eran los buenos modales, en la formas educadas de amar y tener sexo también y todo lo que era la vida tenía algo de él. Y perdóname, porque esto escribí sin saber nada sobre el final real de la historia. Nada podía saber de las formas que la realidad tuvo de achicar y hacer grises todas esos cuentos que íbamos a construir por culpa de la cuarentena. Esos cuentos son lo único que queda.
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