15. Mano a mano

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Los supermercados se habían convertido en un territorio para hablar poco, juzgar mucho y dejar aflorar la tensión de semanas de encierro:

ー Hombre, ya lo sé que tendría que haber comprado al principio de la cuarentena. Pero es que no todos tenemos la suerte de ser tan subnormales como tú, Seoane, que te compraste diez botes de café y ahora no te preocupa que no repongan.

ー Mira, si no fuiste previsor, tu culpa es. Café hubo.

ー Ya, y a la reunión que hubo para saquear el súper no me invitaron, eh. La reunión de los sinvergüenzas, ¿oíste?

ー ¡Me parto! ¡Es que tú eres...!

Escenas así se multiplicaron por los mercados y tiendas de alimentación en general de toda España poniendo a prueba a la población como si la tensión fuera un apéndice inseparable de la enfermedad y la cuarentena. El miedo a la escasez y el hartazgo de la gente con los miedosos y los pícaros parecían parte de la prueba. Esta escena, no obstante, pertenecía al CeltiPlus de Breogán, un supermercado no muy grande encargado de abastecer a una localidad tampoco muy grande. Breogán estaba demasiado cerca de la ciudad de A Coruña como para considerarse un pueblo, pero demasiado cerca de los mil habitantes como para considerarse otra cosa. En esa periferia dispersa, gran parte de la vida de los breoganeses gira de pronto a su mercado, por ser el único punto de encuentro:

ー Tú estás imbécil, y nos vas a buscar la ruina al pueblo, eh. Que tienes que comprarte hoy cinco botes de cacao en polvo. Cinco tienen que ser ¿Qué es, para el estraperlo, eh?

Por suerte nadie llega a las manos, no vaya a ser que tengan el coronavirus y se lo contagien. Los cajeros llaman a la calma desde una distancia prudente. En días como estos han visto de todo, por lo que tampoco se alteran viendo a los vecinos insultarse. El trabajo se les hace el doble de agotador que de costumbre, entre las mascarillas y recordarle a la gente que se calce los guantes dispensables nada más entrar. Al terminar comentan lo que han visto mientras limpian:

ー Hoy, la señora del pelo azul, la de las ojeras, se ha llevado quince paquetes de salchichas

ー ¿Quince? Es que están flipando. Pues la que se pinta los ojos de azul, espérate, porque hoy me dijo que me contuviera la respiración mientras le atendía. No me lo podía creer.

ー Eso que decís para mí todavía entra dentro de lo normal. Cuando dije "no puede ser" fue unos que compraron doscientos quince euros de alcohol. Es que no me lo podía creer que eso estuviera pasando. Al principio me reí, luego pensé que algo le pasará a esa gente. Algo compraron, al menos, para facer suelo.

ー Hubo dos, como a las cinco o así, que en una pelea por el último zumo de naranja lo explotaron. Fue muy dramático, una de las que lo quería se me puso a llorar y todo, queriendo darme el euro por haberlo roto y yo "que no, señora, que no podemos coger las monedas, no se qué...".

En el pasillo de las verduras, junto a las cajas, estaba Lúa Brey, vecina de Breogán y cajera a jornada completa. Estaba reposando entre espárragos y espinacas, su pasillo apenas había notado el saqueo. Ella sí conocía a la señora del pelo azul, Adela Piñeiro, y sabía que alimentaba al perro a base de salchichas. Conocía también a María Quintana, loca de la limpieza antes de la pandemia, y también a Xoan y Jacinto Gutiérrez, padre e hijo, que tenían una relación problemática con la bebida y ahora se habían encerrado con ella. Conocía a todo Breogán como si hubiera vivido encerrada con ellos los veintidós años que tenía de vida. Y, del mismo modo, empezaba a preocuparse por ellos, y más ahora que se imaginaba cómo les estaban creciendo los problemas en casa a cada uno.

Al día siguiente, abriendo la cortina metálica, ya esperaba en la puerta Santi Quintana, estresado como siempre por lo que habría y lo que no habría, pese a que era el primer cliente y lo tendría todo a su disposición. Después de hacer su acopio, llegó a la caja lamentándose, se había puesto a llover:

Cuentos del virusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora