Nosotros ante todo

sofiagarrido01

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Zoey Parker es una adolescente viviendo en 1992 pero todo cambia cuando Atlas Reed aparece. Descubrirá que el... Еще

Nota de la autora
Cap.1 "Soy Atlas".
Cap.2 "No rompo mis promesas".
Cap.3 "Déjame besarte".
Cap.4 "Desaparecer".
Cap.6 "Cuanto te quiero".
Cap.7 "Estar donde tu estás".
Cap.8 "Tú si puedes evitarlo".
Cap.9 "Cosas del futuro".
Cap.10 "No existe final".
Cap.11 "Déjalo ser".
Cap.12 "En tanto estemos juntos".
Cap.13 "Bailemos así por siempre".
Cap 14. "Vuelve atrás".
Cap.15 "Teo, el cachorro".
Cap.16 "Tendré que imaginarte".
Cap.17 "Disfruta el presente o extrañarás el pasado".
Cap.18 "Es hora de pagarme".
Cap.19 "Yo te lo perdonaré".
Cap.20 "Atrapado en la realidad".
Cap.21 "Siempre te amaré".
Cap.22 "Serás mi recuerdo favorito".
Cap.23 "¿Qué? ¿Nadie me va a abrazar?".
Cap.24 "¿Quieres que desaparezca?".
Cap.25 "¿Besándose con un chico?".
Cap.26 "Serás mia".
Cap.27 "Esto no va a terminar bien".
Cap.28 "Ni en el infierno te querrían".
Cap.29 "Prometo bailar con ella".
Cap.30 "¿Y quién es el novio?".
Cap.31 "El tiempo que tuvimos".
Cap.32 "¿Es muy tarde para elegir verdad?".
Cap.33 "Entonces acabemos de una vez".
Cap.34 "Tu siempre estarás aquí".
Cap.35 "En otra vida".
Cap.36 "Puedes quedarte aquí".
Cap.37 "Eres toda mía".
Cap.38 "No lo dejes ir".
Cap.39 "Con todo mi corazón".
Cap.40 "Creo en nosotros".

Cap.5 "Mi playa favorita".

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sofiagarrido01

Entré en la escuela a paso apresurado. La mochila que colgaba de mi hombro se movía por la fuerza de mis pasos. Respiraba como búfalo mientras doblaba pasillos y esquivaba personas, siguiendo a mi presa.

Atlas no me había dado ninguna explicación luego de lo sucedido ayer. Cuando "reaparecimos" en la tienda, él simplemente dijo que tomáramos otro camino hacia mi casa pero cuando hicimos una cuadra, el pánico lo invadió y tomamos un taxi que me dejó en la puerta de mi casa.

—¿Vas a decirme qué rayos sucedió? ¿Cómo es que volvimos a la tienda si estábamos en la cal...?

—Te lo explicaré cuando encuentre las palabras, pero no ahora.

Y eso fue todo, entré en mi casa y lo vi irse. Quité el dinero de la mochila y lo dejé sobre el escritorio de papá sin poder creer que ese loco estuvo a punto de robármelo pero Atlas lo impidió. Lo golpeó y nos hizo desaparecer. Reaparecimos en la tienda. Jaxon aún estaba allí.

Negué con la cabeza, intentando no desconcentrarme cuando caminé por el último pasillo hacia su casillero. Él lo abrió, dejó unos libros para tomar otros y habló.

—¿Acaso estás siguiéndome? —preguntó para cerrar el casillero, estropeando mi sorpresa—. Llevas tres minutos caminando detrás de mi. —Se apoyó contra el metal y se cruzó de brazos, completamente serio.

—Por supuesto que te estoy siguiendo, genio. Quiero explicaciones, anoche no pude dormir pensando miles de teorías y todas suenan más ilógicas que las otras.

—Zoey, dije que te daría explicaciones cuando pudiese dártelas y aún no puedo —susurró acercándose a mi.

—¿No puedes o no quieres? —pregunté cruzándome de brazos y viéndolo suspirar frustrado—. Atlas, desaparecí y reaparecí en la tienda de música. Donde estaba veinte minutos atrás. Jaxon aún estaba allí. ¿Cómo es que...?

—¿Mañana estás libre? —me interrumpió rascándose la nuca.

—Es sábado —le recordé, dándole a entender que no tenía que ir a la tienda pero tal vez él creía que tenía otros planes—. Si, estoy libre —agregué.

—Pasaré por ti a las diez —dijo pasando por mi lado, dejándome atrás.

—¿Y ahora a dónde vas? —casi grité. Él se volteó para responderme.

—A buscar la forma de explicártelo.

Lo dejé irse y me apoyé bruscamente contra el casillero. Creía que de alguna forma hubo una tele transportación a la tienda. Leí algunos libros de magia negra que decían que pueden provocarse por una descarga de adrenalina. Tal vez eso había sucedido con el robo noche. De cualquier forma, no sabría la verdad hasta mañana.

El día se hizo eterno y las horas parecían durar más de lo normal. Ya sentía que era hora de cenar e irme a dormir pero a penas eran las cuatro y media.

Le conté a mi padre lo que sucedió con el robo en el almuerzo y casi no me deja ir a la tienda. Solo accedió porque le dije que me tomaría un descanso la próxima semana e iría menos horas.

Así que aquí estaba, disfrutando de mi último día de trabajo. Aunque tal vez un respiro no me vendría nada mal. No solo porque extrañaba ir a la casa de Destiny algunas tardes o acompañar a Becky al centro comercial, sino porque temblaba al caminar sola. Cada cuadra que hacía volteaba, sintiendo que tal vez alguien me seguía. Sabía que estaba paranoica, pero había sido un shock muy fuerte. Y lo que sucedió luego... Ni hablar.

Papá llegó a la tienda cuando se hicieron las siete menos diez y dijo que podíamos cerrar unos minutos antes, porque ese ratito hacia diferencia en la luz del día en la ciudad. Caminamos juntos mientras él me preguntaba una vez más como fue posible que ese tipo no nos haya asesinado.

Claro que no le dije la verdad. Inventé que cuando Atlas lo golpeó, salimos corriendo y zigzagueamos durante dos cuadras para perdernos de su vista. Aunque eso tenía fallas, porque el tipo podría habernos disparado hasta que dobláramos la esquina pero papá no tenía idea de la situación, solo sabía lo que yo le contaba.

Después de la cena, mamá puso sobre la mesa una tarta de frutos rojos que solía hacer cuando Becky y yo nos sentíamos mal. Agradecí con una sonrisa y aunque no tenía apetito, me serví una porción para no despreciarla.

Una vez que me duché y me puse ropa para dormir, me acosté en la cama. Unos golpecitos sonaron en mi puerta cuando me metí dentro de las sabanas.

—Pasa.

Becky entró por la puerta y caminó dentro hasta sentarse en el borde de mi cama.

—¿Cómo estás? —preguntó poniendo su mano sobre mi pierna.

—Estoy bien, me pegué un buen susto pero gracias a Atlas reaccioné. —Ella sonrió y asintió con la cabeza.

—Están saliendo, ¿verdad?

Hice una mueca porque no sabía eso con exactitud. Si salíamos, pero éramos amigos. Aunque nos besábamos.

—Algo así —respondí dudosa—. Aún no lo sé.

—Espero que si, me agrada. Se ven lindos juntos. —Le sonreí en forma de agradecimiento y se levantó para irse. —Y avísame si conoces a algún hermano o primo que este igual de bueno.

Tomé un almohadón y se lo arrojé pero ella salió corriendo hacia su cuarto riéndose. Negué con la cabeza calmando mi risa y me acomodé para dormir.

Sabía que mi cerebro seguiría pensando más posibilidades, también sentí una pequeña necesidad de tomar ese libro de magia negra que había retirado de la biblioteca de la escuela, pero Atlas vendría temprano y yo debía estar lista.

**

Desperté cuando el reloj despertador sonó. Lo silencié gruñendo y me levanté pesadamente de la cama. Hacía más frío de lo normal y estaba totalmente nublado, así que me abrigaría. Tomé unos jeans azules y un buzo gris deportivo. Me coloqué las Vans negras que mamá me había regalado para mi último cumpleaños y caminé hacia el baño.

Cinco minutos después, salí de allí con el cabello más o menos peinado. Bajé las escaleras sintiendo olor a café y vi a papá preparando un poco. No esperaba que alguien estuviese despierto. Todos nos levantábamos temprano todos los días y los sábados y domingo nos gustaba dormir hasta las once al menos.

—¿Qué haces levantado? —pregunté acercándome a él.

—No tengo idea —respondió con voz ronca—, supongo que fue el frío. Tomaré esto y volveré a la cama.

Tomó un sorbo y por su expresión, vi que se había quemado. Me observó de arriba abajo y levantó una ceja.

—¿Vas a alguna parte? —preguntó confundido. Abrí la boca para decir algo pero tardé unos segundos en responder.

—Yo... Am... Atlas pasará por mi —respondí con algo de pánico.

—Ajá. —Lo vi revolver un poco su café mientras yo me sentaba en una silla, algo incomoda. —¿Y ya son novios o qué?

—¿Qué? —pregunté sorprendida—. No papá, solo... Salimos hace dos semanas. —Carraspeé mi garganta un poco nerviosa.

—Solo digo. Espero que te cuide —agregó en modo de papá protector y revoleé un poco los ojos.

—Si, tranquilo. Lo hace.

—Bien —finalizó la conversación dando otro sorbos y el timbre sonó—. Diviértete.

Besó mi frente y volvió a subir las escaleras con mucha flojera. A diferencia de mi, que di dos zancadas hasta la puerta para encontrarme a Atlas detrás de ella.

—Buen día —saludé más emocionada de lo que pretendía.

—Buen día —respondió algo serio y automáticamente se borró mi entusiasmo—. ¿Caminamos?

No tenía idea a dónde íbamos ni tampoco iba a reprocharlo, el que debía hablar sería él, así que podía hacerlo donde quisiera. Hicimos dos cuadras en completo silencio, lo cual se sentía un poco extraño pero sabía que se resolvería cuando me diera explicaciones. Luego se animó a preguntarme cómo había estado el día ayer en la tienda y por fin, tomó mi mano. Cuando llegamos a la casa de Rose ya éramos los mismos de siempre, pero aún sentía que Atlas estaba incómodo.

Entramos por la puerta y sentí mis manos sudar un poco, pero lo disimule pasándolas por mis pantalones. Atlas tomó mi mano y me hizo subir las escaleras detrás de él.

—¿Rose no está? —pregunté para romper el silencio incómodo.

—Todos los sábados va a tomar un café a un antiguo restaurante, es como una especie de rutina para ella. —Asentí con la cabeza.

Entramos en su cuarto y me animé a sentarme en la cama. Él cerró la puerta con nerviosismo, soltó un suspiro y se sentó a mi lado tomando mis manos.

—Zoey, esto... Es mucho que explicar y necesito que entiendas que mucho no va a tener la respuesta que esperas.

—No me digas que tienes novia —solté con nervios, intentando calmarlo. Él se rio nervioso y negó con la cabeza.

—Solo no te asustes, ¿si?

Se levantó de la cama, tomó una mochila y se la puso sobre un hombro. Lo miré sin entender que hacía o que esperaba que yo hiciera.

—Ven aquí. —Obedecí y caminé hacia el. —Toma mis manos y cierra los ojos.

Lo miré confundida pero puse mis manos sobre las suyas extendidas y cerré los ojos. Lo oí suspirar una vez y todo comenzó otra vez.

La sensación de mi cuerpo contrayéndose, las agujas clavándose en mi. Mi cabeza dando vueltas y sintiendo que caía por un abismo. Mis oídos se taparon y no pude oír nada. Una fuerza superior me atrajo hacia el suelo y caí de rodillas al suelo, pero no dolió.

Atlas soltó mis manos y las puso sobre mis hombros. Quise abrir los ojos pero me pesaban los párpados. Mis oídos se fueron acostumbrando al sonido y pude oír agua.

—Zoey, ¿estás bien? ¿Puedes oírme?

Si, puedo, quise responderle. Pero sentía la garganta seca. Estaba muerta de sed. Sentía que había corrido una maratón sin cansarme pero logrando esa sequedad en la boca.

—Tengo sed —apenas pude decir.

Seguía oyendo agua y eso me provocó aún más sed. El pico de una botella se apoyó en mis labios y me bebí toda la botella. Veía luz a través de mis párpados cerrados.

—Zoey, abre los ojos —pidió él, sacándome la botella vacía de las manos.

Lentamente, obedecí. El rostro de Atlas fue lo primero que vi y detrás de él, un cielo totalmente celeste. Muy diferente al que recordaba que había hoy. Tomó mis brazos y me ayudó a levantarme del suelo, cuando noté que la caída no había dolido porque había aterrizado en arena.

—¿Pero qué...? —Me di vuelta para observar y dar un giro de trescientos sesenta grados en mi lugar.

La playa estaba vacía. El sol brillaba y se reflejaba en el agua cristalina. La arena era casi blanca y se había pegado un poco en mis rodillas. Incluso sentía calor con el buzo puesto. Parpadeé esperando que no fuese mi imaginación.

—¿Dónde estamos? —pregunté balbuceando.

—Esto es Kárpatos, mi playa favorita de Grecia.

—¿Di-dijiste Grecia? –tartamudeé.

—Si —respondió mirando el agua frente a nosotros.

—Esto no es real —dije sonriendo nerviosa a la hermosa vista que tenía frente a mi.

No podía creer que esto no fuese una fotografía, en realidad yo estaba aquí. Sentía el calor y oía el agua formar pequeñas olas.

—Te juego una carrera.

Volteé para ver a Atlas, tirando su chaqueta al suelo junto a sus zapatillas y medias para correr hacia el agua.

—¿Es un chiste? —Me reí nerviosa.

Me quité el buzo, lo dejé junto a mis Vans y mis medias para correr detrás de él. Su cuerpo se mojó por completo cuando se tiró a nadar. No pude evitar reírme cuando el agua fría chocó contra mi cuerpo caliente por el abrigo. Lo seguí durante unos cuantos metros y me quedé flotando, observado el horizonte. Me mordí el labio, totalmente asombrada. Solo en mis sueños más locos estaría aquí.

—Ven, tengo una sorpresa para ti. —Atlas llegó hacia mí y tomó mi mano.

—¿Más sorpresas? —pregunté atónita.

—Esta es normal, lo prometo —respondió riéndose.

Caminamos cinco minutos por la playa cuando guardamos las zapatillas y los abrigos en su mochila, hasta llegar a un pequeño bar de madera en la orilla del agua. Seguí a Atlas subiendo unos tres escalones y entramos en el pequeño lugar. Parecía una cabaña en forma circular, tenía la mitad del techo descubierto donde daba el sol y la otra mitad cubierta por una paja.

Atlas levantó el dedo, como si quisiera que escuchara algo. Por los pequeños parlantes se oía música. Sabía que pensábamos lo mismo cuando sonreímos.

—Cyndi Lauper... —mencionó.

—...Time After Time —nombré la canción.

Desde que él había pasado dos días en la tienda solo haciéndome compañía, se nos había dado la costumbre de preguntarnos los cantantes y las canciones cuando las reconocíamos sonando en algún lado.

Kaliméra —dijo Atlas, acercándose a la pequeña barra donde un muchacho le sonrió con un asentimiento de cabeza, repitiendo lo que le dijo—. Dyo kafédes.

¿Dos cafés? ¿Eso era griego? Porque yo apenas podía con el inglés y un poco de español.

—¿Quieres comer algo? —preguntó mirándome y me hizo dar un respingo.

Observé unas cuantas bandejas frente a mí y agradecí que el lenguaje de señas fuese universal. Señalé lo que parecía ser una porción de pie de limón y le mostré mi dedo índice al muchacho, indicándole que quería uno. Él sonrió y asintió con la cabeza.

Efcharistó.

Atlas me condujo hacia una mesa de dos y me senté frente a él.

—¿Qué acaba de pasar? —pregunté sobresaltada.

—Nada, solo saludé, le pedí dos cafés y agradecí —bromeó, sabiendo que no había entendido que dijo pero no me refería eso.

—Eso no. —Quise patearlo por debajo de la mesa pero solo logré golpearme contra la pata. Él lo notó y se rio. —Me refiero a que estamos en Grecia.

Él se me quedo observando y movió sus dedos sobre la mesa, algo incómodo.

—¿No vas a dejarme en paz hasta que te lo diga, verdad? —preguntó.

—Por supuesto que no. Es decir, esto me encanta y quiero disfrutarlo pero no puedo sacarme estas dudas de la cabeza.

Él se mordió el labio, observó el agua que se movía a un costado nuestro y se revolvió el cabello. Firmo en cualquier lugar que Atlas nunca se vio tan sexy como en ese momento.

—Está bien. —Me preparé para una larga y extensa explicación cuando se inclinó hacia adelante. —Puedo desaparecer y reaparecer donde quiera. —Chasqueó la lengua y volvió a tirarse hacia atrás.

—¿Qué? ¿Eso es todo lo que vas a decir? —pregunté atolondradamente.

—No hay más que decir —dijo riéndose.

Me crucé de brazos, enfadándome un poco. No es que quisiera la explicación física, porque no la entendería pero al menos un poco de qué trataba todo esto. Solté un suspiro y miré hacia otro lado.

—Lo siento. Nunca le he contado esto a nadie fuera de mi familia y no sé muy bien cómo hacerlo. —Volví a sus ojos para darme cuenta que decía la verdad.

El empleado dejó dos tazas de café con leche humeantes frente a nosotros y la porción de pie con dos tenedores.

Efcharistó —repitió Atlas al chico, mirando el suelo.

No me animaba a repetirlo a pesar de que supiera que significaba "gracias", así que solo le sonreí.

—Te escucho —le dije cuando el muchacho se fue.

—Puedo desaparecer de un lugar y aparecer en cualquier otro. El que sea. En cualquier parte del mundo.

—¿Cómo lo haces? —pregunté intrigada. Eso no era físicamente posible.

—No lo sé y te estoy diciendo la verdad. Solo imagino un lugar, incluso si no lo conozco y aparezco en algún lado del mundo. La primera vez que vine aquí estaba enfadado con mi padre, me había regañado porque me escapé de la casa para una fiesta a la que no me dio permiso.

Me reí un poco y el sonrió.

—Tenía quince, ¿sí? Entré en mi cuarto, completamente enfadado y solo imaginé que quería estar en un lugar vacío. En silencio. Donde nadie me encontrara. Cerré mis ojos y aparecí aquí.

—¿Así de fácil? —Levanté una ceja.

—No creas que así de fácil. Las primeras veces que lo hacía me desmayaba y despertaba luego de dos horas. Luego solo me generaba dolores en el estomago. Y entonces mi cuerpo se acostumbró.

—¿Por eso sentía sed cuando llegamos? —Él bebió de su café y asintió con la cabeza.

—Últimamente, me dan bajones de azúcar así que llevo sobres conmigo. A mi hermana le sangra la nariz y bueno, tú te deshidratas.

—¿Esto... Es normal? —susurré acercándome a él.

—Por supuesto que no —respondió riéndose nervioso—. Esto no es nada normal Zoey. No conozco a nadie que pueda hacer esto y no estoy seguro de por qué yo sí, pero quiero que siga siendo un secreto.

—Espera, ¿entonces has... Reaparecido con Brooke? —pregunté emocionada, pero él no pareció tener la misma reacción.

—Si, pero eso es distinto. No es...

—Esto es genial. Puedes traerla para que la conozca. —De pronto, me di cuenta de la magnitud de esto. —¿Pero qué estoy diciendo? Puedes llevarme a mí para que la conozca allá.

—Zoey...

—Puedes llevarme a cualquier parte del mundo —dije alegre. Atlas afiló los ojos en mi y decidió pinchar el pastel, ya que no lo dejaba hablar. —Esto es increíble. No puede ser que me esté enterando ahora.

Por fin me callé para verlo masticando con indiferencia.

—¿Ya terminaste? —preguntó levantando las cejas y tragando.

—Si, lo siento —me disculpé y copie su gesto, comiendo un poco.

—Llevar a Brooke a Brown City no es tan sencillo como que nosotros vengamos aquí —explicó con detenimiento.

—¿Por qué no? —pregunté frunciendo el ceño.

—Porque... Eso es parte de otro secreto que no creo que estés lista para oír.

—Si, lo estoy —reproché.

—Zoey, por favor. Te traje aquí, te saqué de la fría Michigan para nadar en Grecia. ¿Será posible que me dejes disfrutar esto —preguntó tomando mi mano— y terminar con mis secretos luego?

Lo pensé, realmente lo pensé. Pero tal vez Atlas tenía razón. Si bien mi intriga era más grande que otra cosa, no iba a dejar de disfrutar este momento. Pronto, tal vez luego del café, volveríamos y todo sería aburrido y normal como siempre. Lo mejor era grabar esto en mi memoria.

—De acuerdo —acepté dando otro bocado al pie y recibiendo una sonrisa a boca cerrada de su parte.

Media hora más tarde, le pedí a Atlas que me dejara pagar. Él aceptó, lo que me sorprendió. Entonces se rio cuando dejé dólares sobre la mesa, recordándome que estábamos en Grecia y aquí usaban euros. Pagó mientras yo refunfuñaba por lo bajo y salimos del bar. Nos escondimos debajo de la escalera, donde el agua llegaba a nuestras rodillas y tomó mis manos.

El ajetreo del viaje fue doloroso, pero al menos ya me había preparado mentalmente para eso. Abrí los ojos para encontrarme en su cuarto en la casa de Rose otra vez. Abrió un sobre de azúcar y vertió un poco dentro de su boca mientras me extendía otra botella de agua que había dentro de su mochila.

—¿Cómo sabías que me deshidrataría? —pregunté algo agitada, recuperando aire.

—No lo sabía —respondió igual que yo—. Preparé en la mochila todas las cosas que en algún momento necesité cuando viajé. Agua por la sed, azúcar y sal, chicles para la presión atmosférica en los oídos e incluso algodón por si te sangraba la nariz.

—¿Todo eso te ha ocurrido viajando? —Él hizo una mueca y movió la cabeza de un lado al otro.

—No todas las mismo tiempo. Cada vez es menos doloroso, lo prometo.

Tomé una bocanada de aire, creyendo que podía despertar de este sueño en cualquier momento pero mi cabello aún se sentía reseco por la sal del agua y mis jeans tenían arena blancuzca. Sonreí sin poder evitarlo.

—¿Qué sucede? —Lo vi tomar un poco de agua mientras me volvía a poner mi abrigo, por qué aquí hacia frío.

—No sólo salí de Michigan y de Estados Unidos. Salí de América —dije sin poder creerlo, queriendo convencerme de que esto era real.

—Lamento si debí explicártelo antes de llevarte, lo hice sin tu consentimiento.

Lo noté algo preocupado y no pude evitar fruncir el ceño.

—¿Necesitas mi permiso para llevarme a esa playa paradisíaca? —pregunté riéndome y él sonrió un poco.

—Creo que no —respondió rascándose la nuca—, es que no encontré otra forma de explicártelo.

—Atlas, estoy bien. Esa fue la mejor experiencia de mi vida. Kárpatos es realmente un lugar de en sueño y todas las deshidrataciones que pueda tener lo valen. —Sonreí feliz.

Él corrió un mechón de cabello de mi rostro y lo tomó en sus manos para besarme. Sabía a limón del pastel que habíamos comido pero también podía sentir la sal del agua. Sonreí en medio del beso, totalmente anonadada.

—Sé que hay más —susurré sobre sus labios—, pero esperaré el tiempo que necesites para contármelo.

Intenté darle confianza, que supiera que no había prisa, que no iba a enojarme por no saber todo sobre esta locura. Pero su rostro solo se volvió triste, olvidando lo que acabábamos de vivir. Como si todo este excelente don, tuviese su lado malo.

—Es que no tengo mucho tiempo —respondió cabizbajo.

—¿Es por qué te tienes que ir en unas semanas? —pregunté tomando sus manos.

—No. Bueno, si... Es complicado. No lo vas a entender hasta que sepas el resto de la historia.

Se lo veía triste y era lo ultimo que quería. No hoy, no luego de haber vivido las dos horas más felices de mi vida. Quise decir algo que lo animara, pero no supe qué, porque no tenía idea de que era lo que lo afligía.

—Tranquilo.

Rodeé mis brazos por su nuca, atrayéndolo hacia mi. Él me abrazó por la cintura y me pegó a su cuerpo con fuerza. Su ropa aún conservaba un poco de su perfume a pesar de haberse mojado y me encantó la idea de que se impregnara en la mía.

—Yo estaré aquí. Cuando lo necesites, puedes contarme lo que quieras. No voy a juzgarte ni molestarme —le hice saber acariciando su mejilla. Tomó mi mano y besó mi palma tiernamente para volver a abrazarme con fuerza.

Atlas me acompañó hasta mi casa cuando se hicieron las doce. Obvio que seguí preguntando cosas como desde cuando podía hacer eso o cómo se lo había contado a su familia. Me contó que desde que cumplió quince que comenzó a viajar de esta forma, al principio a lugares cercanos a su ubicación y luego un poco más lejos, hasta que un día apareció entre unas calles estrechas de Arabia Saudita.

También me explicó que no fue su intención que Brooke se enterara de que él podía hacer esto. Un día, él estaba listo para desaparecer cuando su hermana entró en su cuarto y lo vio desvanecerse en el aire. Claro que tuvo que volver a su cuarto para explicarle a Brooke que estaba bien, que nada malo sucedía. La llevó a un concierto de Deff Leppard y ella prometió no decir nada. Desde entonces, suelen viajar juntos a distintas partes del mundo.

—¿Puedes llevar a más de una persona? —pregunté cuando ya estaba en mi cuadra.

Él se rio, porque segundos atrás había prometido no preguntar más nada, pero era imposible que las dudas no se generaran en mi cabeza.

—No lo sé, nunca lo he intentado. Al principio lo hacía solo. Una vez me llevé al gato que Brooke tenía hace años y todo salió bien. No me animé a llevarme a mi hermana hasta que cumplí dieciséis y entonces lo hice.

—¿Con qué frecuencia puedes hacerlo? —Hice la ultima pregunta cuando nos detuvimos frente a la puerta de mi casa.

—Creo que deberás guardar esa pregunta para el resto de la historia —respondió tomando mi mano e hice un mohín.

—Gracias por compartirlo conmigo. No le diré a nadie —dije para que confíe en mí.

—En tanto te siga llevando. Igual de despiadada que Brooke. —Se rio negando con la cabeza y me acerqué para besar sus labios.

—Te veré el lunes —me despedí retrocediendo.

—Adiós Zoey.

Lo vi voltearse y caminar por dónde venimos. No pude reaccionar hasta que oí la voz de mi hermana riéndose dentro de la casa y sonreí feliz. Este era el mejor día de mi vida.

**
Nota de la autora: Buenas! Día de actualización! ¿Les gustó el capítulo? ¿Ya se enamoraron de Atlas?😍

Gracias por leer, votar y comentar💕

Besos distanciados,

Sofi Garrido

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