Renacer. Luz de Medianoche (l...

By NomiSaez

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Portada diseñada por @AleanellF Dessire Lucart es una joven que despierta en un mundo dominado por el mal y a... More

Luz de medianoche
Prólogo
Capítulo 1: Luz de Medianoche
Capítulo 2: Primer Día
Capítulo 3: Una loba enfurecida
Capítulo 4: Extraña muerte de un lobo
Capítulo 5: Iniciada
Capítulo 6: Centinela
Capítulo 7: Amenaza de una vampira
Capítulo 8: Un desconocido familiar
Capítulo 9: Enterrada
Capítulo 10: Otra vez en la enfermeria
Capítulo 11: Santiago
Capítulo 12: Serpiente
Capítulo 14: Cielo dorado
Capítulo 15: Colmillos de lobo
Capítulo 16: Ataque
Capítulo 17: Ojos amarillos
Capítulo 18: Demonio
Capítulo 19: Regreso de la vampira
Capítulo 20: Malditos recuerdos
Capítulo 21: Marcas en la piel
Capítulo 22: Cambiante
Capítulo 23: Secuestrada
Capítulo 24: Vampira enamorada
Capítulo 25: Vástagos del infierno
Capítulo 26: Confesiones
Capítulo 27: Rescate
Capítulo 28: Más cerca de la verdad
Capítulo 29: Extraña petición
Capítulo 30: Transición
Capítulo 31: Huida
Capítulo 32: Traidor
Capítulo 33: Renacer
Capítulo 34: Mis memorias
Capítulo 35: Mi tumba
Capítulo 36: De cara con la verdad
Capítulo 37: Mi ángel vampiro
Capítulo 38: Verdades
Capítulo 39: Inicio de la oscuridad
Capítulo 40: Tercer celestial
Capítulo 41: Elegida del príncipe celestial
Capítulo 42: Luz después de la oscuridad
Capítulo 43: Nuevos lazos
Epilogo

Capítulo 13: Vampiro

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By NomiSaez

Capítulo 13:
Vampiro

Me seco el cabello con el paño sin poder dejar de recordar esos ojos ardientes y rasgados. Creo que tendré pesadillas con esa serpiente si no consigo sacarla de mis pensamientos. Arrastro mis pies por el pasillo hasta la habitación. Me detengo con una mano sobre el picaporte. En la pequeña sala algunas voces discuten.

—¿Por qué tenías que llevarla? —el reclamo viene de Ronald.

No estoy segura de hacia quién, Santiago y Gabriel me pusieron al alcance de ese animal desconociendo las intenciones de la serpiente.

—Santiago la llevó primero —se defiende Gabriel con altivez—, además, ¿por qué cuidarla tanto? Si la entregamos a los rebeldes, dejaran de atacar nuestras protecciones.

—Dessire no irá a ningún lado —la voz de Santiago es suave y amenazante a la vez, me impresiona que salga en mi defensa—. Es obvio que es importante, los rebeldes la buscan por algo.

—Ella nos pone en riesgo. Nunca han intentado acercarse a la academia, siempre han huido de las protecciones celestiales de este lugar y ahora parece que les importa un comino lo que puedan sacrificar para tenerla —dice Gabriel enfurecido.

Ronald me mintió, este lugar nunca ha recibido algún ataque, y con mi llegada... La tolla se desliza por mi cabello y cae al piso, camino hasta la sala. Santiago ha saltado sobre la mesa hacia el otro extremo para quedar a escasos centímetros de Gabriel.

—Tu presencia en esta academia también nos pone a todos en peligro —gruñe.

—Se calman los dos. —Ronald se mete en medio empujando a cada uno lejos del otro, ambos permiten la separación. Ya se dieron cuenta de mi presencia. Santiago retrocede, me observa por un segundo con el oro de su mirada. Últimamente ese tono ha predominado sobre el marrón. Regresa al sofá y no pierde de vista a Gabriel, quien por su parte destila hostilidad.

Ronald me hace devolverme sobre mis pasos y recoge la toalla que he dejado caer, me alivia que no haya sido la que cubre mi cuerpo. Estaría desnuda y muriendo de la vergüenza.

—Me mentiste —murmuro con la esperanza de que Santiago decida hacerse a oídos sordos.

—Lo lamento. No quería que te asustaras más de lo que ya estabas. —Sus manos reposan sobre mis hombros, puedo percibir el peso del arrepentimiento en sus ojos miel. No existe forma de enojarse con Ronald, él es especial—. No le hagas caso a lo que dice Gabriel, está equivocado.

—No puedes estar seguro de eso.

—Ya verás que el tiempo nos dará la razón. Tú eres alguien muy valioso y te vamos a proteger.

—Pero Karla cree que maté a uno de sus lobos y Gabriel me odia —replico frustrada por no poder recordar, si mi memoria regresara todo se aclararía. Ellos no tendrían que cuidarme sin saber quién soy.

—Gabriel odia a todo el mundo. No es un sentimiento exclusivo para ti. En cuanto a Karla, si tuviera certeza de que eso fuera así ya te hubiera sacado del camino. No tienes de qué preocuparte, solo de recordar. ¿Vale?

—Gracias, eres el mejor amigo que recuerdo.

Ambos soltamos la risa. Suena tan tonto y tan real.

—Es más que eso, somos familia. Algunos tenemos la dicha de elegir a la familia. —Nos envolvemos en un abrazo. Se siente tan bien tener a alguien que confíe en lo que soy, sin memoria—. Se supone que ya nos hemos adoptado mutuamente.

—Te hace falta el azul, así no es oficial.

—No me vas a convencer con eso. Entre Anastasia y Romina no han podido, tú tampoco lo conseguirás.

—No voy a implorarte. Sé que algún día lo harás.

—Entonces, ¿estoy perdonado?

—Estás perdonado.

Me quedo sola, disfrutando de la certeza de haber elegido a la mejor familia.

En algún momento me quedé dormida. Tuve pesadillas con esa extraña serpiente, en mi sueño me hablaba. Me decía que no podía escapar. Desperté agitada y asustada, para darme cuenta que Anastasia no había regresado, su cama está vacía y la luz del día se ha ausentado.

Santiago duerme plácidamente en el mueble de la sala, me detengo un segundo para admirar el suave ritmo de su pecho al respirar. Tiene un brazo sobre los ojos mientras que el otro descansa sobre el pecho, sujetando ese artefacto que me prestó temprano. Ni siquiera pude observar nada de lo que decían las diferentes entradas que tenían mi nombre, ni ver si había alguna fotografía y corroborar que se trataban de mí. Camino de puntillas hacia la pequeña nevera con la esperanza de encontrar algo comestible, con todo lo ocurrido me salté el almuerzo. Estoy hambrienta.

Lo único que encuentro son dos duraznos, y una jarra con agua. No estoy segura de la hora, pero tendré que ir al comedor. Agarro los dos duraznos y cierro la nevera. Le doy una mordida a uno, y me preparo para salir a hurtadillas. Verlo sentado, observándome detenidamente, hace que el trozo de la fruta me ahogue. Toso un par de veces, y sin percatarme en qué momento se mueve, da golpecitos en mi espalda.

—Cuidarte de ti es el trabajo más frustrante que he tenido en mi vida —dice divertido—. Ten un poco de agua.

Ingerir el agua es un alivio. No sé a dónde fueron a parar los duraznos.

—¿Mejor?

Sus ojos tienen ese bonito matiz marrón, y sus labios reprimen una sonrisa. Asiento. Él retira el vaso de mis manos y lo devuelve a la nevera. Ahora que está de pie frente a mí me doy cuenta de que se ha cambiado de ropa.

—¿No estabas dormido?

—No eres precisamente silenciosa. —En un parpadear está con la puerta abierta—. Vamos, tienes que comer.

Si bien hice mi mejor esfuerzo para no despertarlo, a veces olvido que se trata de un vampiro. Me ruge el estómago. Salgo al pasillo, todo es un completo silencio. Ya a es un poco tarde, todos deben estar preparándose para ir a dormir, espero que pueda encontrar algo en el comedor.

—¿Por qué sigues aquí?

Él iguala el ritmo de sus pasos a los míos.

—Me aseguro de que no atenten contra tu integridad física mientras tus amigos regresan.

—¿Dónde están ellos?

—Tuvieron que salir de la academia —dice zanjando el tema.

Él es tan comunicativo.

—No confías en mí, así como Gabriel tampoco lo hace —digo un poco molesta, más de lo que debería en realidad. Más para mí misma que para que él lo escuche, lo que es inevitable con su perfecta audición. Agilizo mis pasos con la intención de dejarlo atrás, lo que es innecesario—. No entiendo por qué no te pones de su parte.

Las luces del comedor todavía están encendidas.

—No quiero problemas con Romina, ella te ha adoptado —dice superándome, sube los escalones y entra al comedor sin esperarme. Parece que se ha enojado, y no veo por qué.

Aspiro un poco de aire y entro. Un selecto grupo de cuatro vampiros son los únicos estudiantes a la vista, entre ellos esa chica pelirroja a la que no le caigo muy bien. No me quita la mirada en ningún momento, le doy la espalda para acercarme al mesón de la comida donde ya han recogido todo. He llegado tarde. No veo por ningún lado a Santiago. Quizás decidió que es mejor enfrentarse a Romina que cuidarme.

Repaso el lugar sin moverme ni un centímetro, y decido irme antes de que la pelirroja salte sobre mí. Aun cuando está sentada y parece relajada, tiene esa posición felina que me hace sentir acechada.

Doy vuelta para regresar.

—¿A dónde vas? —Se me engrifa la piel, su tono ha sido tosco. No es que él sea la amabilidad encarnada, pero algo le molestó en lo que dije y me gustaría saber qué. Santiago siempre tiene que asustarme.

—Pensé que te habías esfumado.

Lleva una bandeja con comida.

—Tenías hambre, ¿cierto? —sigue teniendo ese tono de malhumorado. Asiento como una niña buena, no deseo quedarme sin cenar.

—Ya tienes la comida, entonces, ¿nos podemos ir? —Él alza una ceja interrogativa. ¿Cómo tratar esta situación sin meterme en más problemas? La pelirroja tiene toda la intención de matarme.

—Tendrás problemas con Romina si ella salta sobre mí —hablo entre dientes, aun así, estoy segura de que ella también escuchó; bueno, todos lo hicieron.

Santiago se encuentra con su mirada naranja por unos segundos, y ella baja la guardia. Luego, con la mano libre me saca fuera del comedor y nos dirigimos lejos de las residencias, hacia la fuente. Dejo que me guíe en silencio. Hace un poco de frío. Nos detenemos en la primera banca mucho antes de llegar a la fuente. Me siento en un extremo y él en el otro con la bandeja de por medio. Lo que ha conseguido para cenar han sido unos pedazos de pizza. Comemos en silencio.

¿Qué pudo haberle molestado? No dije gran cosa, solo que él no confiaba en mí. No lo negó. Pero es la única frase de lo que dije que siento que pudo haberle incomodado. Es él quien rompe el silencio.

—¿Cuál es el problema con Diana?

Diana, es ese su nombre. Una pregunta interesante. La intensidad de su mirada me pone nerviosa, es impresionante como él puede desatar tantas sensaciones. En ocasiones me causa miedo, sustos... otros, mis nervios danzan al filo de una navaja. También, me irrita con sus actitudes tan toscas y, en medio de todo eso, sé que se preocupa por mi bienestar, aunque hace un muy buen trabajo para no demostrarlo. Tiene sus momentos de amabilidad, y hasta me hace reír. Lo más importante de todo, me siento segura cuando está alrededor.

—Podrías preguntarle y de esa manera me aclaras la misma duda.

Subo mis piernas sobre la banca y las cruzo, lo que nos deja uno frente del otro. Su actitud ahora, digamos que es neutral.

—Quizás es por tu naturaleza —lo dice con tanta certeza que no parece una sugerencia—. No tenemos una buena comunicación con lo argeles, creo que ya te has percatado de eso.

—Entiendo que no es sencillo vivir con el rechazo de los argeles, pero eso no significa que las cosas siempre sean así. Va a llegar un momento en que las cosas cambien, y ellos acepten que todos somos iguales.

Una sonrisa genuina emerge de sus labios. Cruza las piernas sobre la banca, al igual que yo lo hice. Lo que sea que le moleste a Diana sobre mí, está lejos de ir por ese camino. Ella menciono a un "él" y no tengo idea de quién se trata.

—De verdad piensas que eso puede ser posible —dice como si fuera un muy mal chiste.

—Sí, ayer estuve revisando la historia de los ángeles caídos, los vigilantes que le dieron a la humanidad el conocimiento de muchas cosas, entre ellas la magia. Por lo que entendí los cambiantes, hombres lobo y vampiros son el resultado de la magia en manos de mortales. Por lo que de alguna manera todos venimos de la misma fuente, solo que algunos se torcieron en el camino.

Mi teoría lo divierte. Suelta un par de carcajadas. Me cruzo de brazos y espero a que termine de burlarse de mí. No me molesta en lo absoluto, me gusta verlo sonreír. Es como si su aspecto de frialdad y dureza solo fuera una coraza. Además, no es algo que haga muy a menudo.

—Solo tienes tres días en la academia y ya has hecho una teoría de nuestros orígenes. Eso es impresionante.

Me toma por sorpresa su comentario.

—Bueno, cuando solo se tienen pesadillas sin sentido en la cabeza, comienzas a buscar cualquier cosa para evitarlas. Sobre todo, cuando ya has intentado entrelazarlas con un éxito fallido. —Se tensa un poco ante la sinceridad de mis palabras—. Retomando el tema de Diana, estoy segura de que no tiene nada que ver con quién pueda o no ser.

La intriga crece en su mirada, espera pacientemente a que continúe.

—Ella me pidió, o creo que fue más bien una exigencia, que me alejara de "él". —No estoy segura de cómo leer su expresión, su rostro se ha quedado en blanco—. ¿Alguna idea de quien pueda ser? Porque los únicos "él" con los que he compartido es Ronald y, bueno... tú.

—No incluiste a Gabriel. —El contorno de sus labios se tensa en una media sonrisa con picardía.

—Gabriel quiere deshacerse de mí, eso es un poco evidente. Además, podría jurar que ya toda la academia debe estar enterada de nuestra disputa. No hablaba de él. —La lista se reduce al vampiro, no permito que ese pensamiento alcance la libertad de mis labios.

—Le diré a Diana que deje de molestarte. —Desvía la mirada hacia la bandeja vacía entre nosotros. Tiene un don para zanjar los temas que evita seguir desarrollando. Pero esta vez no lo dejaré ir con tanta facilidad—. Debemos regresar.

Emprendemos el camino de regreso a la residencia femenina.

—¿Te molestó algo que dije?

Emite una especie de gruñido que apenas percibo.

—¿A qué viene esa pregunta?

Él ha olvidado que no puedo mantenerle el ritmo, así que me exijo casi al trote no tener más de dos pasos de distancia entre ambos.

—No te hagas el desentendido, sabes a lo que me refiero —replico. No emite ni una sola palabra, solo continúa caminando—. ¿Por qué me cuidas? ¿Porque Romina te lo ha pedido? ¿o lo haces porque tú quieres?

—¿Acaso importa?

—A mí me importa.

Su giro me toma desprevenida y como ya se me ha hecho costumbre me impacto contra su pecho antes de que pueda detenerme. El oro líquido que ha adoptado sus ojos me emitir un suspiro involuntario.

—¿Por qué? —su voz es una mezcla de diversión y seducción. Me recuerdo respirar.

—¿Qué?

Su sonrisa expone las dos puntas de sus colmillos. Si quiere ser amenazante no lo está consiguiendo, por el contrario, me siento extasiada con el salvajismo impreso en su tez.

—Respira, Dess —el susurro me eriza la piel. El gorgoreo de una naciente risa atrapada en su garganta me hace salir de su hipnótica mirada—. La razón de que te importe.

Me aseguro de estar respirando antes de decir cualquier cosa. Tengo que encontrar la forma de dejar de parecer una idiota cada vez que está demasiado cerca.

—Te estás yendo por las ramas.

—No, tú evitas responder. Lo que nos deja a mano.


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