SUEÑOS PERFECTOS © | SL #2...

By nightredrose

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SEGUNDO LIBRO DE LA SERIE "SIN LÍMITES" Luego de varios tropiezos, hay heridas que nunca sanan. Las tristezas... More

SP © | DESCRIPCIÓN
SP © | DEDICATORIA
SP © | EPÍGRAFE
« PROTEGE TÚ CORAZÓN »
SP © | PRÓLOGO
SP © | CAPÍTULO 1
SP © | CAPÍTULO 2
SP © | CAPÍTULO 3
SP © | CAPÍTULO 4
SP © | CAPÍTULO 5
SP © | CAPÍTULO 6
SP © | CAPÍTULO 7
SP © | CAPÍTULO 8
SP © | CAPÍTULO 9
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SP © | CAPÍTULO 12
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SP © | CAPÍTULO 25

SP © | CAPÍTULO 19

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By nightredrose

"Empezó con un sillón"
Por: Logan Clarke

Sequé mi cabello, frotando la toalla sobre mi cabeza mientras tomaba asiento en la amplia cama y observaba con atención el celular que sostenía entre mis manos. Tyler se había mantenido en comunicación, tal vez por estar al tanto del cotilleo y no por que realmente estuviera preocupado, no en esta ocasión. Aguardé una respuesta, leyendo y contestando los últimos mensajes que tenia en la bandeja, arrojé el aparato dentro de la mochila y presté atención a los sutiles golpes que hicieron eco sobre la puerta antes de que esta se abriera por completo.

—¿Interrumpo? —

—No, ya casi terminaba para bajar. —

Caterina Russo recostó su cuerpo currvilineo del borde de la madera tallada. Dejó que sus ojos verdosos vagaran desde la punta de mis pies hasta la tranquilidad de mi rostro, y subiendo las cejas de manera automática al esperar una respuesta... yo solo sonreí.

—Espero que estés hambriento. Ya hice la cena y honestamente... huele bien. —

—¿Qué hiciste? —fruncí el ceño, buscando a tientas, dentro de la mochila, la camiseta de la pijama para luego cubrir mi torso. —Pensé que nos comeríamos las palomitas y los dulces que pude comprar por el camino. —

—No sería una buena anfitriona si te dejo comer solo dulces y cosas saladas. Así que hice unos ricos macarrones en salsa roja.—

Dejando la toalla a un lado, caminé hacia ella mientras acomodaba las piezas de ropa que cubrían mi cuerpo. Me detuve, justo frente a su posición dejando una prudente distancia, y observándola por algunos segundos, achiqué las mirada.

—¿Son recalentados? Por qué si es así, no me molestaría saber que no tienes idea de cómo cocinar y tú madre los dejo hechos en la cocina. —

—Sabes, me da mucha lastima que no puedas ver mi potencial... por que soy buena en muchas cosas... no vas a poder evitar chuparte los dedos. Solo confía en la experta. —

Viendo su rostro sereno, y sintiendo unas ligeras palmadas sobre mi pecho, solté una carcajada y ella solo respondió con una enorme sonrisa llena de seguridad. La observé girar sobre sus talones, guiando el camino, y fue de esa manera en la que decidí seguirle el paso, apagando la luz de la habitación y haciendo un enorme esfuerzo por no fijarme en su trasero bien formado.

—¿Veremos la película? —pregunte, alcanzándola al bajar por las escaleras.

—¡Claro! Yo sirvo la comida mientras tú conectas el DVD. ¿De acuerdo? —

—Hecho. —

Asintiendo una sola vez, me detuve junto al sofá mientras permitía que se alejara hasta la cocina, y notando como el equipo de video se encontraba en la mesa de cristal del centro, me puse manos a la obra. Admitía que un día como hoy odiaba el silencio, y es que a pesar de que lo analice en el baño mientras me duchaba, quería intentar mantener una conversación trivial con ella. A estas alturas, sus ojos estaban menos hinchados que cuando llegue y eso sin duda alguna era una buena señal. Comenzar con la lista de preguntas que había elaborado mentalmente tal vez no fuera muy sano o inteligente de mi parte.

—He decidido... que hoy abriremos una botella de vino para los dos. —comentó con una ligera emoción, logrando que frunciera el ceño.

—¿Crees que sea buena idea? —no pude evitar el tono burlón con el que elabore la pregunta, viéndola llegar animadamente con ambos platos de comida hasta colocarlos en un espacio disponible en la mesa.

—Todo depende. —

—¿Depende de qué? —

—De lo bien entrenado que estes. La única regla es mantener las manos en su sitio. —

Coloque los cables en su lugar, y volviendo a fijarme en ella luego de aquellas palabras, pude ver la fina línea en la que había unido a sus labios. La arruga que se formó en el centro de su frente como si la sola mención de aquella realidad le hiciera pasar trabajo y el aire salió de manera irregular desde mis pulmones. El ligero cosquilleo que sentí en la zona más abajo de mi cintura me hizo reír para aliviar la tensión que rápidamente se había aglomerado a nuestro alrededor.

—Bien, entonces agarra bien el cubierto. ¡Te ayudaré a abrir la botella! —

Moviéndome con velocidad, alcancé a ver la botella de vino sobre la barra de la cocina. Caterina sostuvo las copas, y escuchando el eco de la botella al ser descorchada, volví a encontrarme con sus ojos. Algo dentro de mi pecho intentó decirme algo coherente pero no le presté atención. Sostuve la pesada botella, y llenando las copas en silencio, la escuché hacer un ruido pensativo.

—¿Sabes algo acerca de vinos? —preguntó, ofreciéndome la copa para luego sostener la botella de camino a la sala.

—¿Honestamente? —murmuré, a lo que ella asintió con una sonrisa llena de burla. —No se absolutamente nada sobre vinos. —reí, haciendo una seña al aire en fracaso. —Prefiero el Whisky o la cerveza. —

—Cuando estuve en tu casa... bueno, la de tu madre, vi que tenían una botella de Coñac. A los ingleses les gusta ese tipo de alcohol fuerte. —observó, dejando la copa junto a la botella sobre la mesa, optando sostener el plato para comenzar a comer. Movimiento que imité prácticamente al instante.

—Digamos que si... no soy exigente, puedo tomarme una dosis de coñac, aunque el único que lo consume en casa es mi padre. —señalé. —Pero si hablamos de Inglaterra... diría que no es el Coñac, si no la cerveza, creo. —

—También el vino... razón por la cual no entiendo como es posible que no sepas nada acerca de vinos. —escucharla reír me hizo achicar la vista. —Admito que estoy un poco decepcionada de ti en ese aspecto. ¡Prueba la pasta! ¡Te va a gustar! —me animó, viendo cómo aún no daba el primer bocado.

—¿Y si me enveneno? —pregunté, todo dramático, picando con el cubierto la pasta.

—Serás dramático. ¡Prueba! —insistió, abriendo sus ojazos con gran exageración mientras se aseguraba de colocar su plato sobre sus piernas. —Si no sabe buena, juro que tomaré esas clases de cocina con mi madre y Marcella. —

—¿Lo prometes? —sonreí.

—Por supuesto. —aseguró, asintiendo una sola vez.

Observando la pasta con curiosidad, pude apreciar el rico olor a especias de la salsa. Y siendo sincero, tenía un gran aspecto. Tomé un poco de aire, fingiendo estar poniendo todo mi esfuerzo, y dando un rápido bocado, relamí mis labios y saboreé el rico sabor en mi paladar.

Las cejas femeninas se elevaron, expectantes, y con ojos brillosos por la espera o tal vez la emoción de recibir una buena crítica y yo solo me tome mi tiempo. La delicada mano de Caterina me ofreció mi copa de vino, a la cual di un sorbo de manera obediente, y notando como al pasar los segundos comenzaba a impacientarse, comencé a reír.

—Está muy buena, pensé que sería peor. —

—¡Muy gracioso! —notando cómo fruncía su nariz y luego negaba en una sonrisa, volvió a recostar el costado de su cuerpo sobre el sofá, sin dejar de mirarme.

—El vino sabe mucho mejor con la pasta. —

—Es por la salsa... —murmuró, llamando mi atención, por lo cual subí las cejas y guardé silencio. —Es Chianti, un vino muy popular que se produce en Toscana. Y... normalmente con la pasta de salsa roja el Chianti es muy buena elección. —

—Siento que contigo las clases de vino me saldrán gratis. —murmuré con sinceridad.

—Te las puedo cobrar si te hace sentir mejor. —su melodiosa carcajada, me hizo hacer una rara mueca al seguirle el juego y entonces, continué comiendo.

—Tengo curiosidad con respecto a algo. —

Colocando la copa sobre la mesa, y sin dejar de comer, observé cómo Caterina me imitaba a la perfección. Su serenidad me calmaba y de cierta manera me causaba intriga. ¿Como era posible que pudiera mantenerse tan... fuerte? Había llegado en un momento en el cual asumí que no era el adecuado, más sin embargo había dejado de llorar con la misma rapidez en el que lo había descubierto. Me turbaba la manera en la que guardaba sus emociones. ¿O era que estaba acostumbrado a la facilidad con la que Marcella podía romper en llanto frente a mi? Seguramente ver llorar a Rachel por mi culpa tampoco ayudaba al caso.

—¿Por qué estabas llorando cuando llegué? —murmuré, intentando ser lo más cuidadoso posible.

—Porque no sabía la respuesta a mis problemas. —admitió, sin pensarlo mucho.

—¿Se supone que ya sabes la respuesta entonces? —

—No. —

Sus ojos, de repente comenzaron a reflejar el vacío que hace un rato había visto al llegar. El brillo que hace un momento los hacía ver llenos de felicidad, había desaparecido y todo lo que quedó fueron grandes dudas y colores opacos. La tensión que se vio reflejado en sus hombros y la manera en la que poco a poco comenzó a perder el apetito.

—Creo que... hoy ha sido uno de esos días. —la tristeza en su tono de voz logró que en el interior de mi pecho comenzara a vibrar ese sentimiento de protección que desde hace unos meses ya no estaba presente. Algo que sin duda alguna no había extrañado pero que en esta ocasión podía jurar que se sentía con mucha mas fuerza que la primera vez.

—¿De esos días? —

—Si, uno de esos días donde automáticamente lo pones entre los peores que pudieron haber sucedido en tu vida. —

—Al principio no todo es tan malo como parece... —

Había pasado por la experiencia, y continuaba teniendo inseguridades con respecto a todo en mi vida. No podía decirle que las cosas se resolverían con rapidez, por que incluso para mi mismo aquello hubiera sido una mentira demasiado atrevida. Así que el silencio nos envolvió por algunos instantes, y mientras dejaba que se perdiera en algún pensamiento demasiado profundo, la miré. Sostenía el peso de su cabeza al recostar el brazo del sofá, permitiendo que una cortina de cabello negro y rizado cayera detrás de sus hombros. Sus pestañas eran gruesas, tal vez mucho más de lo que yo hubiera admitido, y el color de su piel era radiante. Caterina Russo era una mujer preciosa, tal vez al contacto visual jamás un hombre se atrevería a pasarla por alto. Y entonces me permití vagar en mis recuerdos, el sonido de su voz ronca, el roce de sus labios con los míos y la torturante fricción de sus caderas contra las mías.

—Si, tal vez tengas razón. No todo debe ser tan malo... —sacudió levemente la cabeza, y sus labios sonrieron vagamente. —Pero no viniste hasta aquí para escuchar mis penas. ¿Quieres un poco más de vino? Pondré la película. —

Sostuve su muñeca, evitando que se alejara, y cuando su rostro sorprendido se fijo en mí mientras buscaba una respuesta, sostuve su nuca y acerqué mis labios a los suyos. Aquel primer contacto estuvo lleno de inseguridad, de un deseo inexplicable y cuando abrí mis párpados con pesadez, ahí estaba ella, con sus ojos cerrados y los labios entreabiertos. Su pecho se llenó en busca de aire, y sin poder evitar fijarme en sus senos, mande todo al diablo. Ni siquiera yo mismo sabia en qué demonios me estaba metiendo.

Dejando las cosas sobre la mesa, volví a acercar ambas manos al arco de su cuello, buscando aquel tibio contacto de un beso, que junto al sabor intenso del vino tinto me hizo soltar lentamente el aire. Sentí, como su cuerpo se amoldaba al mío, la recibí a horcadas sobre mis piernas, y subiendo la liviana tela de su camisa acaricié aquel poco de piel sobre sus costados. Suave, caliente, todo lo contrario a mis manos ásperas y frías.

—Pensé que yo era la que actuaba sin pensar... —suspiró, recostando su frente de la mía, evitando despegar un centímetro de su boca.

—¿Tal vez debería detenerme?  —sugerí.

—Como lo hagas otra vez, te amarraré a la cabecera de mi cama. —

Mordisqueé sus labios, exigiendo la atención que tanto estaba buscando, y quitándole la camisa, la miré a sus ojos y poco a poco, me regodee en sus curvas. Sus labios regordetes, sus hombros, y aquellos pechos que se levantaban orgullosos mientras eran cubiertos por una fina tela de encaje. Sentí como mis sentidos se vieron trastocados, todo el flujo sanguíneo en mi cuerpo se concentro en la erección que chocaba con la tela de mis pantalones de chandal y entonces me hice hacia el frente, sujetándola de las caderas al tiempo en el que mis manos acariciaron su espalda hasta alcanzar el broche de su sujetador.

—Hazlo. —suspiró con seguridad, y fue entonces cuando el peso de la gravedad los dejó caer levemente ante mis ojos. Luego de aquello, ya nada tuvo sentido.

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