Dama de otoño - 2nda parte

Por EstherVzquez

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Después de la invasión de su planeta natal y de caer en manos de Mandrágora, Ana Larkin regresa diez meses de... Más

Nota de Autor
Dama de otoño
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 44
Epílogo
Dama de Verano
Dama de las Serpientes

Capítulo 43

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Por EstherVzquez

Capítulo 43



A lo largo de toda su carrera al servicio de Mandrágora, Philip Gorren había vivido situaciones muy complicadas. La vida de un agente no era sencilla, y mucho menos para uno que, muy a menudo, solía elegir incorrectamente el camino a elegir. Desde joven, Gorren se había dejado llevar por las emociones. Las enseñanzas de sus maestros al respecto habían sido muy claras: un agente debía actuar siempre con cabeza por y para la organización. Así lo marcaban las normas, y así lo dictaba la Serpiente. Sin embargo, Philip tenía otra forma de ver la realidad. Él creía poder ver más allá; creía poder ser más útil de otras formas, y así se lo había hecho saber a todos a través de sus actos.

Unos actos que, en varias ocasiones, habían estado a punto de costar su puesto en la organización.

Con el tiempo y el indiscutible apoyo de Alexius, que le había ayudado a encauzar su vida hacia el buen camino, Philip logrado cambiar de padecer. El agente había pasado de ser un hombre pasional y visceral a ser alguien excepcionalmente racional y calculador, y gracias a ello se había ganado el respeto de los suyos. No obstante, en lo más profundo de su ser siempre quedaría parte de la esencia del hombre que, tiempo atrás, había sido.

Y en aquel entonces, con el cuerpo de Helstrom apagándose entre sus brazos mientras la lluvia les golpeaba con furia, Gorren volvió a ser el mismo que, años atrás, había estado a punto de morir por intentar salvar a uno de los suyos.

—¡Philip, cuidado! ¡Phi...!

El maestro escuchó el grito de Tiamat. A pesar de que su mente estaba totalmente concentrada en el hombre que yacía a sus pies, Gorren sabía que el enemigo estaba a punto de caer sobre él. El Pasajero, o fuese cual fuese el nombre real de aquellos terribles seres que a lo largo de tantos años había perseguido, no moría con simples disparos o golpes. Philip llevaba años estudiándoles, y aunque al final había sido la propia Larkin quien había dado con la clave, él siempre había sospechado que tan solo destruyendo un punto en concreto de su anatomía se podía dar al traste con ellos.

Un punto que, por supuesto, tan solo ellos conocían.

Aquello complicaba notablemente las cosas. Gorren no sabía dónde debía apuntar para acabar con ella, pero sí sabía que, una vez desapareciese su cuerpo, se liberaría de su presencia, así que solo quedaba una opción: eliminarla por completo.

Apretó la mano de su compañero con fuerza y asintió con complicidad. Helstrom no lograba articular palabra alguna; de su boca solo surgía sangre, pero no era necesario. Con la mirada bastaba. Además, la sombra del Pasajero ya empezaba a dibujarse sobre ellos, con el puñal firmemente sujeto en la mano y el cabello hondeando alrededor de su cabeza, así que no debían seguir perdiendo el tiempo. Gorren volvió la vista atrás y encontró los ojos de la mujer fijos en él. A lo largo de su vida había estado muchas veces cerca de la muerte; la había bordeado peligrosamente e, incluso, en alguna ocasión había estado a punto de caer en sus garras. Aquel día, sin embargo, prácticamente podía estrecharle la mano. Philip sabía que estaba muy cerca, seguramente más de lo que jamás había estado, pero no tenía miedo alguno.

La era de terror del Capitán debía llegar a su fin.

—¡Philip...! —gritó Tiamat una vez más.

Gorren se abalanzó sobre las piernas del ser y le derribó con su propio peso. A continuación, ignorando que éste aún tenía el cuchillo en su poder, estrelló la mano contra su rostro, encajando un pequeño objeto circular en su boca, y lo presionó hasta hundírselo en lo más profundo de la garganta. Aún bajo su peso, el ser enarboló su arma y la bajó con rapidez, hundiéndola en la espalda del maestro. Aquel golpe logró arrancar un grito a Gorren, pero no minar su determinación. El hombre golpeó con el puño la mandíbula del ser, logrando partirle varios dientes al chocar éstos contra el dispositivo que había en su interior, y se apartó. Inmediatamente después, se abalanzó sobre Heltrom, cubriéndole con su propio cuerpo, y gritó unas de las últimas palabras que su fiel camarada escucharía antes de morir.

—¡¡Tiamat, a la cabeza!!

Un segundo después, varias balas impactaron en el rostro del Pasajero. Dos de ellas se hundieron en los ojos, acabando así de deformar por completo su semblante, y otra le atravesó el cuello y se perdió entre las espigas. La última, sin embargo, atravesó la boca del ser y se estrelló violentamente contra el dispositivo que el maestro había hundido en ella. Acto seguido, estalló violentamente, destruyendo por completo la cabeza y el torso del ser.

Gorren sintió la potencia de la explosión. La onda expansiva le abrasó la espalda, allí donde aún tenía clavado el cuchillo, provocando que cayese sobre su compañero. Helstrom, por el contrario, apenas notó nada. Simplemente vio una luz, fuego y, después, todas las formas y colores empezaron a diluirse.

Hubo unos segundos de tenso silencio en los que, desde la distancia, Tiamat no pudo evitar sentir algo terriblemente parecido a lo que los humanos describían como "tristeza". Gorren se incorporó con lentitud sobre Helstrom, con el rostro lívido, y cogió su mano. La quemadura de la espalda, la puñalada, los golpes, los cortes, la posible pérdida del ojo... todo el dolor que aquellas heridas generaban en él no era comparable al que en aquel entonces le causaba el ver como su compañero le abandonaba.

Apretó con fuerza su mano, como si no desease soltarla jamás.

—Ve tranquilo, hermano... yo cuidaré de tus chicos, te lo juro.

Alexius sonrió, agradecido, y cerró los ojos. Semanas atrás, antes de llegar a K-12, únicamente le había pedido una cosa. En aquel entonces Gorren se había negado, asegurando que acabarían juntos el viaje. Incluso habían llegado a discutir por ello, pero incluso así Philip había jurado hacerlo, y sabía que no le iba a fallar.

Ahora al fin podía irse en paz.

—Gracias.

Un agente de Mandrágora no debía llorar: afrontaba la muerte de los suyos con gozo y daba gracias a la Serpiente por haber permitido a su camarada morir con honor. Philip, sin embargo, no pudo evitar que el único ojo visible se le llenase de lágrimas.



Tras la intensa visita a la planta baja de la pirámide, el trío conformado por Ana, Armin y Leigh decidió detenerse en el primer nivel para comprobar su interior. Leigh parecía buscar algo en concreto; algo que no había encontrado en el piso inferior, pero que confiaba localizar en alguno de los laboratorios móviles que había allí establecidos.

Ana se sentía confusa. Mientras observaba los tanques de suspensión vital en cuyo interior yacían hombres y mujeres desde hacía años, la joven no podía evitar que su mente tratase de encajar las piezas de los últimos acontecimientos. Poco a poco estaba recobrando la memoria; recordaba la batalla en el bosque, a la Praetor y su salto al vacío... pero después todo se volvía demasiado complejo. Ana creía recordar alguna especie de encuentro con Elspeth, pero no estaba del todo segura sobre ello.

Todo era demasiado confuso.

—¿Qué buscamos?

Armin y Leigh se encontraban a cierta distancia, perdidos en las profundidades de los laboratorios. Hasta entonces el primero había ido siguiendo los pasos del segundo, abriendo cajones y puertas de armario en busca de algo, pero no sabía el qué. Nada de lo que habían ido encontrando, libros, material quirúrgico e informes médicos, le parecía interesar.

—Información —respondió Leigh.

El joven intentó abrir la puerta de un armario acristalado, pero al ver que éste estaba cerrado con llave optó por romper el vidrio con el mango de su pistola. Metió la mano por el agujero y empezó a palpar todo el material que había dentro: frascos, tubos de ensayo, jeringuillas...

Lo tiró todo al suelo.

—Basura.

Se adentraron aún más. Apartaron un biombo de papel blanco que separaba un laboratorio móvil de lo que parecía ser un despacho y se centraron en los armarios y la mesa del escritorio. En sus estanterías y soportes había muchísimos registros médicos, informes y carpetas, pero también enseres de carácter más personal: plumas, tinteros, marcos de fotos vacíos, figuritas decorativas e, incluso, un jarrón con flores artificiales.

Armin tiró al suelo el jarrón de una patada y se agachó para comprobar lo que había tras éste: una pequeña apertura oculta en la pared. El hombre sacó su cuchillo, lo hundió en la juntura de lo que parecía ser una portezuela disimulada, e hizo palanca. Mientras tanto, concentrado en los estantes que había colgados tras el escritorio, Leigh comprobaba con desagrado la gran cantidad de expedientes humanos que había almacenados.

—Me pregunto a cuántas personas habrán tenido aquí...

La cerradura de la portezuela cedió y ésta se abrió ante los ojos de Armin. El guardaespaldas de Gorren se acuclilló, acercó su foco hacia el interior de la cavidad y descubrió en su interior un cajón metálico de seguridad.

Lo sacó y depositó sobre el escritorio, derribando con aquel simple gesto varios de los objetos decorativos que había sobre éste. Comprobó la cerradura: tal y como sospechaba, se trataba de un cierre de seguridad electrónico que únicamente respondía a un código privado.

Chasqueó la lengua. Aunque con el material adecuado podría llegar a abrirlo, ni disponía de las herramientas ni del tiempo necesario para intentarlo.

—Si lo esconden es porque es importante —sentenció Leigh, acudiendo a su lado para revisar el cajón—. Nos lo llevaremos.

—¿Crees que tu información puede estar aquí dentro?

—Es posible.

—¿Y cuál es esa información?

Leigh respondió a la pregunta con una sonrisa forzada, carente de humor, e intentó coger el cajón. No era la primera vez que Armin le formulaba aquella pregunta durante el rato que llevaban de búsqueda, y tal y como había hecho hasta entonces, no iba a responderla. Tenía sus razones. El joven extendió las manos hacia el objetivo, deseoso de poder verlo más de cerca, y, a punto de rozarlo con la punta de los dedos, se detuvo: Armin acababa de apoyar el cuchillo sobre su superficie a modo de advertencia. Tauber parpadeó un par de veces, incrédulo, pero rápidamente se apartó al ver su propio rostro reflejado en el metal.

Su compañero no estaba bromeando.

—Empiezo a cansarme de tu juego, Leigh —advirtió Armin —. Dime qué estamos buscando.

—Dewinter...

El guardaespaldas endureció la expresión.

—Responde.



Ana estaba contemplando su propio reflejo en la superficie de cristal de uno de los tanques cuando el débil crepitar de un cristal al ser pisado captó su atención. La joven volvió la vista atrás, alerta, y comprobó que seguía sola en el laboratorio. Ante ella, vacía aunque llena de manchas de sangre seca, había una camilla de operaciones en la que, años atrás, se debían haber realizado todo tipo de cirugías.

Se acercó con paso cansado y apoyó la mano sobre su superficie. El agotamiento empezaba a aflorar en ella. Ana se sentía muy desorientada, como si no perteneciese a aquel mundo. Además, notaba los miembros tan pesados que incluso le costaba moverse. Después de aquella experiencia, confiaba en poder descansar durante unos cuantos días.

Acercó los dedos hasta una de las manchas de sangre seca y palpó su superficie. Resultaba desagradable al tacto, al igual que absolutamente todo cuanto la rodeaba. Los documentos médicos, el instrumental, los frascos y los tuyos de ensayo... ¿era realmente consciente Elspeth de todo lo que se había generado a su alrededor? Su hermano decía que había encontrado al Capitán en aquel sitio, que después de aterrizar en K-12, había sido atraído hasta las pirámides... ¿significaba entonces que había estado allí dentro? Y en caso de ser así, después de ver lo que ella veía en aquel momento, ¿había aceptado?

El mero hecho de imaginarse a su hermano paseando en compañía del Capitán por el interior de aquel temible lugar lograba revolverle el estómago. Cerró el puño y golpeó suavemente la superficie de la camilla.

La historia del Capitán tenía que acabar...

De nuevo el sonido de unos vidrios al quebrarse captó su atención. Ana alzó la vista, confundida, y volvió la mirada hacia el pasadizo de entrada. Procedente de las profundidades de éste se escuchaba el crepitar del fuego en el piso inferior. Las llamas debían estar devastándolo todo.

Ana desenfundó la pistola que Armin le había prestado y se acercó con paso lento. Imaginaba que debía ser el fuego el que estaba generando aquel sonido, pero quería asegurarse. Recorrió paso a paso la distancia que la separaba de las escaleras y, ya fuera de los laboratorios, descendió unos cuantos peldaños. Ante ella, las llamas devoraban vorazmente la sala del ritual, destruyendo todo cuanto encontraban a su paso. Las velas, la mesa, todo el material que habían dejado sobre ésta, las pintadas de las paredes...

Volvió a escuchar ruido. Ana descendió un par de peldaños más, quedando así a escasos metros de las primeras llamas, y se agachó. El fuego le imposibilitaba la visión, pero incluso así creía poder ver algo. Algo que se movía...

Algo que avanzaba.

Hipnotizada por la visión, Ana permaneció totalmente quieta mientras la figura se abría paso entre las llamas. En un inicio había sido poco más que una sombra, pero ahora que ya la tenía más cerca, podía distinguir a la perfección su silueta: brazos, piernas, torso... pero no cabeza.

Sintió un escalofrío recorrerle toda la espalda. Abrió la boca, aterrorizada, pero no logró llegar a emitir sonido alguno. La imagen era demasiado tenebrosa como para que incluso pudiese hacerlo. Ana retrocedió unos pasos, incapaz de apartar la vista del fuego. Su tobillo tropezó con uno de los peldaños y la joven cayó de espaldas sobre las escaleras.

La figura, un ser decapitado ahora envuelto en llamas, empezó a correr hacia ella.



—Sospecho que hay un infiltrado; alguien que está logrando transmitir toda la información sobre nuestro movimientos al Capitán —empezó a decir Leigh, con los brazos cruzados sobre el pecho a modo defensivo, pero la mirada llena de determinación.

—Pero ya descubrimos al alienígena —le recordó Armin, aún con el cuchillo apoyado sobre el cajón. Parecía preocupado—. ¿Acaso lo has olvidado?

—Ladón era un infiltrado, sí, desde luego, pero yo hablo de otro. El alienígena se unió a nosotros en el "Dragón Gris", sin embargo, el enemigo recibe información desde mucho antes... hace tiempo que nos sigue. De hecho, de no ser así, ¿cómo habría sabido el alienígena hacia dónde nos dirigíamos? Y no solo eso, ¿cómo podía saber que, precisamente esa nave, la "Pandemónium" iba tras Ana? —El joven negó con la cabeza—. La existencia de infiltrados del Reino entre nuestras filas es un hecho: ambos lo sabemos. Y si ellos lo han logrado, ¿por qué no el Capitán?

Armin le mantuvo la mirada durante unos segundos, pensativo. Aunque aquel joven no llegaba a convencerle del todo, sobre todo cuando empezaba a hablar sin cesar durante horas sobre temas que no importaban a nadie, era innegable que era inteligente; mucho más que la mayoría de agentes de Mandrágora. Además, no era la primera vez que reflexionaba al respecto. Aunque nunca le hubiese dedicado demasiado tiempo, pues desde el inicio del viaje no había tenido ni un minuto de descanso, Armin también había pensado en aquella posibilidad en varias ocasiones. El enemigo les tenía demasiado controlados como para no pensarlo; el Capitán siempre iba un paso por delante, y eso era algo sospechoso... pero de ahí a plantearse la posibilidad de que hubiese un infiltrado entre sus filas había un mundo.

Frunció el ceño. Aunque no acostumbraba a confiar plenamente en nadie, tampoco era una persona que desconfiase de sus compañeros con facilidad. Hasta entonces Armin solo se había rodeado de sus hermanos, así que no estaba acostumbrado a aquel juego de intrigas. No obstante, Tauber tenía razón: había demasiados indicios.

—¿Tienes alguna teoría?

—Algunas, pero nada en firme: necesito más información, y creo que, por pura lógica, aquí puedo encontrarla. No puedo asegurarlo, pero estoy casi convencido de que, sea quien sea nuestro espía, ha estado contactando con los Pasajeros y el personal médico de aquí.

—¿Personal? —Armin volvió la vista a su alrededor—. ¿Qué personal? Aquí no hay nadie.

—Ahora mismo no hay nadie, sí, pero estoy convencido de que antes lo hubo. Los Pasajeros no han podido hacer todo esto... les han tenido que informar, estoy seguro.

—¿Y crees que aquí dentro puede haber información?

Leigh asintió. Era una posibilidad muy a tener en cuenta.

Convencido, Armin decidió retirar el cuchillo del cajón para que su compañero pudiese examinarlo de cerca. Por el momento ninguno de los dos podía abrirlo, pero le bastaba con poder verlo más de cerca.

—¿Has hablado con tu maestro sobre tus sospechas?

—¿Helstrom? Sí.

—¿Y qué opina?

Leigh cerró los ojos por un instante, como si necesitase ordenar sus pensamientos. Aunque ya había pasado bastante tiempo desde aquel entonces, el joven recordaba perfectamente la conversación con el maestro; su expresión, su mirada... el tono de su voz.

—Él tiene una idea bastante clara sobre quién podría estar detrás. No obstante, no quiere anticiparse: es una acusación muy seria, y el sospechoso está vinculado muy estrechamente a la organización... y a ti, Dewinter.

—¿A mí? ¿De qué demonios...?

Un grito de terror interrumpió la pregunta. Armin volvió la vista atrás, repentinamente alerta, y buscó con la vista a Ana. La habían dejado atrás, a varias salas de distancia, pero hasta entonces había podido verla; controlarla. En aquel entonces, sin embargo, ya no había rastro alguno de ella. Sencillamente había desaparecido.

Y gritaba.

—¿Es esa Ana? —murmuró Leigh a media voz.

Ambos empezaron a correr.



La figura se cernía sobre ella como un titán envuelto en llamas. El ser no tenía cabeza, pero incluso así Ana creía poder sentir su mirada fija en ella, sedienta de venganza. Ahora que toda su sala de ritual había sido destruida, el Pasajero ya no la necesitaba con vida. La joven podía morir, y él se encargaría de que lo hiciese lo más dolorosamente posible. Primero ella, y después sus compañeros: todos los que habían colaborado para destruir el santuario del Capitán.

Ascendió un peldaño más. Ana había logrado zafarse de él subiendo peldaño tras peldaño sin cesar de dispararle, pero se le estaba acabando la munición. Tarde o temprano dejaría de repelerle y, al fin, él podría acabar de una vez por todas con ella.

Siguió avanzando.

Aterrorizada, Ana no dejaba de presionar una y otra vez el gatillo. Segundos atrás, la joven se había planteado la posibilidad de incorporarse y tratar de escapar; de darle la espalda al enemigo y subir los peldaños hasta alcanzar la salida, pero sabía que no lo lograría. El Pasajero, incluso sin cabeza, era mucho más ágil que ella, por lo que el mero hecho de intentarlo la sentenciaría. Así pues, no valía la pena ni intentarlo. La única opción que le quedaba era que una de las balas alcanzase el punto dónde se había establecido la unión entre su alma y el cuerpo, y lograr así eliminarlo.

Sin embargo, por mucho que lo intentaba, no lograba acertar...

La pistola disparó por última vez una bala que se hundió en el muslo derecho del ser. El Pasajero trastabilló por un instante, se sacudió y, por un instante, estuvo a punto de perder el equilibrio, pero finalmente logró mantenerse en pie. Ascendió un nuevo peldaño con decisión, majestuoso, y otro más. Ana intentó detenerle disparando de nuevo, pero en esta ocasión no hubo detonación alguna. La mujer presionó el gatillo tres veces más, sintiendo como el pánico empezaba a crecer en su pecho, pero no obtuvo éxito alguno.

El arma se había quedado sin balas.

Consciente de que se le acababa el tiempo, Larkin le lanzó la pistola con todas sus fuerzas, logrando por un instante detener su avance, y se levantó. La entrada a los laboratorios quedaba demasiado abajo, así que giró sobre sí misma y empezó a correr hacia arriba, dirección a la salida. Subió un peldaño, dos, tres, pero a punto de alcanzar el cuarto algo la cogió por el tobillo y Ana cayó de bruces contra la escalera.

Empezó a patalear con nerviosismo al sentir como la piel empezaba a arderle ante el mero contacto con el ser. Ana giró la cabeza y, sobre ella, vio el torso del ser.

Creyó escuchar una potente carcajada en lo más profundo de su mente...

Algo sucedió entonces.

Hubo varias detonaciones en las escaleras. Varios disparos alcanzaron al Pasajero por la espalda, provocando que perdiera de nuevo el equilibrio. El ser trastabilló, pero no soltó a Ana. Giró sobre sí mismo, arrancando a la mujer del suelo como si de una muñeca se tratase, y la alzó en vilo, aún sujeta por el tobillo. Ante ellos, recién salidos del laboratorio, Armin y Leigh disparaban al ser.

Leigh disparó una vez más, pero al ver que su arma se quedaba sin munición la dejó caer al suelo. Le dedicó una brevísima mirada a Ana y, sin mayor dilación, se abalanzó sobre el ser, cargando con su propio cuerpo. Leigh se abalanzó sobre él, tomándole por la cintura, y lo derribó sobre las escaleras, logrando así que liberase a la prisionera. Ana cayó al suelo de bruces y rodó por las escaleras varios metros, hasta alcanzar el estrecho rellano donde se encontraba el acceso al laboratorio. Allí intentó incorporarse, pero antes de que lo lograse algo chocó violentamente contra ella. La joven rodó unos cuantos metros más, descontrolada, hasta acabar varios peldaños por encima de las llamas, frenada por una fuerza invisible.

Creyó escuchar un siseo susurrarle al oído.

Un siseo que recordaría el resto de su vida.

Al fin dueña de su propio cuerpo, Ana alzó la vista y descubrió con horror que, varios metros por encima, el cuerpo de Leigh yacía en el suelo en una posición extraña. La pierna derecha tenía un ángulo imposible y sus ojos estaban totalmente en blanco. Además, tenía el pecho, los brazos y las manos en carne viva de haber tocado el cuerpo en llamas del Pasajero.

—¿Leigh...?

Unos peldaños por encima, cara a cara con el enemigo, Armin disparaba las últimas balas que le quedaban en el cargador. El joven sabía que tras él, tendidos en las escaleras, sus amigos yacían moribundos, o muertos, así que no podía permitir que el ser siguiese bajando. Sus vidas dependían de él.

Sus vidas...

El peso de la responsabilidad le hizo perder la noción de la realidad. Dewinter siguió disparando, logrando detener el avance del ser a base de balas, hasta que al fin una figura surgió en lo alto de las escaleras. Armin alzó entonces la vista y comprendió que, por fin, había una oportunidad.

Una única oportunidad.

Gorren y él intercambiaron una fugaz mirada y, de inmediato, el joven volvió la mirada hacia atrás. Se abalanzó sobre el cuerpo de Leigh, el cual seguía tendido en mitad de las escaleras, inerte, y lo arrastró hasta uno de los laterales. Lo cubrió con su propio cuerpo. A continuación, escuchando ya las últimas detonaciones resonar con fuerza unos metros por arriba, volvió la mirada hacia Ana y gritó.

—¡¡Apártate!! ¡¡Apártate...!!

Ana tardó unos segundos en entender a qué se refería. La joven volvió la vista hacia el Pasajero, el cual acababa de ser derribado desde lo alto por una lluvia de disparos y rodaba escaleras abajo, hacia ella, y comprendió que, si no se apartaba, sería arrollada y arrastrada hacia el fuego.

Sería su final...

—¡¡Ana...!!

Ya con el cuerpo del Pasajero a punto de alcanzarla, la joven se abalanzó contra la pared y esquivó por apenas unos centímetros el cuerpo en llamas del ser. Ana le siguió con la mirada mientras se hundía escaleras abajo, entre las llamas cada vez más voraces, y comprendió que, esta vez, no lograría escapar.

—¡Larkin! ¡Larkin, vamos! ¡Sube! ¡Vámonos de aquí!

Sin apenas ser consciente de lo que sucedía a su alrededor, pues su mente seguía en el piso inferior, donde las llamas devoraban la sala del ritual y a los dos Pasajeros, Gorren surgió a su lado y empezó a tirar de su brazo hacia arriba, apremiándola a escapar. La joven no mostró resistencia alguna, al igual que tampoco lo hizo Tauber, el cual, totalmente inconsciente, o muerto, Armin aún no lo sabía, acabó cargado a las espaldas de Dewinter.

Juntos ascendieron los últimos peldaños que les quedaban hasta alcanzar el exterior de la pirámide. Fuera, la luz del sol volvía a iluminar el campo de espigas azul.

Ya no había rastro alguno de la tormenta, ni de las sombras guardianas que tanto daño les había hecho, ni tampoco del brillo cegador de Tiamat. Ahora, aquel parecía otro lugar totalmente distinto.

El alienígena acudió de inmediato al encuentro del maestro y de su guardaespaldas y tomó a Tauber en brazos. Lo depositó cuidadosamente en el suelo, tratando de evitar que pudiese hacerse más daño aún, y acercó los dedos a su garganta.

Dewinter se arrodilló a su lado.

—¿Está muerto? —preguntó con el rostro ennegrecido por el polvo y el humo. Ahora, bajo la luz del sol, sus quemaduras y golpes eran más evidentes que nunca—. ¡Vamos, responde! ¿¡Está muerto!?

Ana no pudo evitar que se le llenasen los ojos de lágrimas. No necesitaba escuchar la respuesta del alienígena para sacar sus propias conclusiones. Los ojos en blanco, la expresión y la posición del cuerpo de Leigh evidenciaban su estado.

Armin palideció.

—¡Pero responde de una maldita vez...!

—Dewinter, Larkin —llamó Gorren, alzando el tono de voz y cortando así de raíz la conversación—. Venid conmigo: esto aún no ha acabado. Vigilaremos la entrada hasta que lleguen los refuerzos. Tiamat, lleva a Leigh con Alexius... y trata de contactar con Havelock y Tilmaz. Los necesitamos.

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