Capítulo 41

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Capítulo 41



Todo el edificio se sacudió con la explosión. Ana, tendida en el suelo y con el peso de Jean sobre ella, notó la vibración la primera. A continuación, como si de un terremoto se tratase, ésta fue trasladándose hasta las paredes y las escaleras con tal violencia que, de repente, todas las velas se apagaron.

Se hizo la oscuridad total.

Aún con las manos firmemente aferradas a su garganta, Ana notó cómo el Pasajero se alzaba, seguramente sorprendido ante la sacudida. Fue tan solo un segundo; un brevísimo instante en el que la joven aprovechó la duda del ser para girar sobre sí misma y derribarle a un lateral con la fuerza de las piernas. Jean perdió el equilibrio, a punto de caer, pero logró mantener la posición lo suficiente como para no dejarla escapar. Se abalanzó sobre ella de nuevo, aprovechándose de la ventaja que le daba la oscuridad total, y la inmovilizó contra el suelo, tomándola por las muñecas. Ana intentó zafarse, forcejeó y se sacudió, pero no logró que aflojase la presa.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó el Pasajero a sus compañeros con sorprendente tranquilidad. En detalles como aquel se notaba su falta de humanidad—. Creo que ha venido de fuera.

—Parece una explosión —respondió el Pasajero que tenía forma de mujer sin ningún tipo de inflexión en la voz—. Parece que los seguidores de la Serpiente han llegado.

—Sucias culebras... —murmuró el tercero, el que sujetaba el libro entre manos—. Los guardianes los detendrán.

—Al menos lo lograrán al principio —admitió Jean—. Hécate, asegúrate de que no entran. En cuanto acabemos el ritual, nos uniremos a ti.

Obediente, la mujer se alejó con pasos rápidos y sorprendentemente silenciosos. Alarmada por la afirmación del Pasajero, Ana intentó de nuevo zafarse sin éxito. Ahora que sus compañeros estaban tan cerca, la joven sabía que tan solo a su lado lograría escapar de la trampa del Capitán.

—¡¡Socorro!! —chilló ante la imposibilidad de liberarse. Pateaba enloquecida—. ¡¡Socorro!! ¡¡Estoy aquí dentro!! ¡¡Estoy aquí...!!

—Cállate —Le espetó Jean con brusquedad. Le aprisionó el brazo derecho con la rodilla y aprovechó la mano libre para cubrirle la boca. Ana trató de morderle la palma—. Merihim, no tenemos todo el día: acaba de una vez.

—No es tan fácil, Dushara —respondió el ser del libro. A diferencia de sus dos compañeros, se podía percibir cierta molestia en su voz—. ¡Han interrumpido el ritual! Hay que empezar desde cero...

—Pues hazlo. —Apretó aún con más fuerza la mano sobre el rostro de la joven, logrando incluso hacerla daño—. Vamos, empieza.

Una a una, el Pasajero llamado Merihim volvió a encender las velas, revelando así de nuevo la terrorífica sala del ritual repleta de sombras humanoides que los observaban desde todos los rincones. Trazado de nuevo el círculo, retomó su posición con el libro y se concentró en el texto. Los símbolos rojos de las pareces empezaron a llamear al escuchar su voz pronunciar las palabras.

Ana intentó gritar de nuevo, pero la presión en la boca tan solo le permitió balbucear unos cuantos ruidos sin sentido alguno. Se sacudió y pataleó, como si la vida le fuera en ello, pero el Pasajero ni tan siquiera se inmutó. Simplemente la miró con sus ojos vacíos y, sin más, se unió a los cánticos que pronto se apoderarían de nuevo de la sala.

El tiempo se le acababa.

Una inquietante sensación de irrealidad se apoderó de Armin cuando, de repente, la tormenta que cubría el cielo empezó a disiparse velozmente. El hombre le dedicó un instante, apenas unos segundos, pero rápidamente volvió a centrarse en el auténtico enemigo: las sombras. Alzó el arma, apuntó a la cabeza de uno de los guardianes y disparó.

Dama de otoño - 2nda parteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora