Capítulo 31

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Capítulo 31



La cubierta estaba en completo silencio cuando las puertas del elevador se abrieron. Aquel era un lugar silencioso que únicamente visitaban androides y el personal de mantenimiento para realizar reparaciones puntuales o utilizar alguna de las bodegas. En aquel entonces, sin embargo, no había nadie. Ana salió de la cabina con paso rápido, impulsada por la rabia que a lo largo de todo el descenso la había acompañado, y se adentró en los pasadizos. A su alrededor había decenas de salas y cubículos en cuyo interior, encerradas tras pesadas puertas, había todo tipo de mercancías.

Sin prestar atención alguna a ninguna de las salas, Ana avanzó a gran velocidad por el pasillo con su objetivo en mente. Desconocía la ubicación exacta donde se encontraba el prisionero, pero se hacía a la idea. Si el instinto no le fallaba, que no lo hacía, desde luego, se encontraría cerca de las celdas donde tenían encerradas a las dos bellum de Belladet, y aquel camino sí que lo conocía.

Apenas un par de minutos después, Ana alcanzó la zona preparada para el afinamiento de los prisioneros. Se trataba del ala oeste, un lugar delimitado por varias barreras en cuyo interior se hallaban catorce habitaciones de pequeñas dimensiones preparadas para largos periodos de encierro. En aquel entonces, con tan solo dos habitantes hasta la fecha, la seguridad se reducía a un par de androides de vigilancia armados a los que Ana había aprendido a evitar gracias a las enseñanzas de Marcos Torres. La joven empleó uno de los pasadizos laterales para evitarlos, aguardando entre las sombras hasta el momento oportuno, y una vez dentro, se apresuró a alejarse lo más rápido posible de los accesos.

Las celdas estaban separadas entre sí por estrechos pasadizos a los que los guardias no solían acceder. Era un lugar tranquilo y sombrío, sin apenas iluminación, en el que era complicado encontrar a nadie. Aquella noche, sin embargo, la zona había estado muy concurrida. Tras llevar al nuevo prisionero hasta una de las celdas, los maestros y David Havelock habían pasado varias horas interrogándolo. Ana imaginaba que habrían sido momentos muy intensos llenos de gritos y, seguramente, algún que otro golpe. A diferencia de Helstrom, Gorren no era de los que únicamente dialogaban. Por suerte, el interrogatorio ya había quedado atrás y, a aquellas horas, no quedaba nadie por la zona.

Guiándose por el piloto de luz rojo que marcaba la presencia de un prisionero en el cubículo, Ana se acercó sigilosamente a la puerta. En ésta tan solo había una rendija para poder ver al preso, pero para ella era más que suficiente. Con un vistazo le bastaba para saber si se trataba de él.

Se puso de puntillas y se asomó. Al otro lado de la puerta, atado de pies y manos contra la pared con cadenas de energía, una mujer de larga cabellera negra y ojos claros permanecía muy quieta, con la vista gacha. Sus ropas, demasiado anchas para aquel esbelto cuerpo, revelaban alguna que otra mancha de sangre oculta entre los pliegues. La mujer tenía el pelo muy despeinado, y los ojos y los labios hinchados, aunque Ana no sabía si era de llorar o de haber sido golpeada. En general, su aspecto no era demasiado bueno: parecía profundamente cansada y herida, como si llevase mucho tiempo allí encerrada.

Ana la observó durante unos segundos, pensativa, preguntándose de dónde habría sacado la idea para aquella apariencia. A continuación, tras asegurarse de que estaba firmemente sujeta, volvió la vista hacia el panel de control que había junto a la cerradura electrónica. Era la primera vez que veía uno como aquél, pero Elim y el maestro Helstrom le habían enseñado tantas veces cómo utilizar aquel tipo de sistemas que confiaba en que su visita no acabaría allí.

Cruzó los brazos sobre el pecho y empezó a revisar el dispositivo. Runas, letras, cifras, símbolos... Ana no entendía nada de lo que aparecía en la pequeña pantalla de la consola. Acercó la mano derecha a la botonera donde en vez de números había símbolos y paseó la yema del dedo índice por su superficie. En momentos como aquél, la joven no podía evitar preguntarse por qué no habría prestado más atención a las explicaciones del maestro...

Dama de otoño - 2nda parteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora