Capítulo 20

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Capítulo 20



 El suave ronroneo de los motores a través de las paredes del camarote despertó a Ana. La joven no recordaba cuando se había quedado dormida, pero lo cierto era que el descanso le había sentado francamente bien. Ana se sentía descansada y llena de energía, y eso le gustaba.

Descubrió con sorpresa que se encontraba en el interior de un elegante camarote de exquisita decoración que, en cierto modo, le recordó al de Rosseau. El suyo no era tan grande, pero gozaba de un mobiliario y unos lujos de los que había carecido su celda de la "Estrella de Plata". Se incorporó en la cama, una amplia y cómoda cama de dosel cuyo colchón se había adaptado a la perfección a su cuerpo, y depositó los pies descalzos sobre una suave y tupida alfombra de pelo. Al ponerse en pie, la luz de la estancia se encendió por sí sola. Alzó la vista hacia el fondo de la sala y, entre cuadros y pinturas, se descubrió a sí misma en el reflejo de un espejo mirándose con el rostro algo apagado. Atravesó la sala a grandes zancadas y descubrió bajo el espejo un amplio y cómodo diván rojo en cuyos pies se hallaban unos preciosos zapatos de tacón. Ana los tomó, sorprendida al ver que eran de su talla, y los volvió a dejar en el suelo. No muy lejos de allí, con las puertas abiertas, un amplio y lujoso armario le aguardaba con varios trajes y vestidos preparados.

—Vaya, vaya... —exclamó tras deslizar las manos sobre el suave tejido. A pesar del paso del tiempo, Ana era capaz de diferenciar el tejido bueno del mediocre con aquel simple gesto—. Interesante.

El sonido de unos nudillos al golpear sobre la puerta captó su atención. Ana recorrió la distancia que la separaba de la entrada y apoyó la mano sobre el pomo. En la parte superior de la puerta, a la altura de los ojos, había una pequeña pantalla a través de la cual se podía ver quién aguardaba al otro lado del umbral.

Dibujó una sonrisa al ver a Leigh.

—Cualquiera diría que me estabas espiando —exclamó Ana al abrir la puerta—. Dime que no llevas horas esperando ahí fuera.

—Te lo diría... —respondió él, con su nuevo amiguito de pie sobre su hombro derecho—, pero no quiero engañarte. ¿Qué? ¿Resaca? Te traigo algo que te va a ir francamente bien...

Leigh vestía un elegante traje oscuro que resaltaba el color verde de sus ojos. Se había peinado el cabello hacia atrás, lo que le daba un aire de sofisticación que le sentaba bastante bien. Parecía otro. De hecho, vestido con ropas elegantes y los zapatos casi tan relucientes como el anillo que llevaba en el dedo anular, Tauber estaba más apuesto que nunca.

—¿Resaca? —A diferencia de él, Ana llevaba la ropa muy arrugada y el pelo totalmente despeinado—. Para nada, me siento bien. Muy bien. ¿Por qué iba a...?

Un estallido de imágenes despertó en su memoria, dando respuesta a todas las preguntas. Ana recordó el paseo por el "Dragón Gris", los mercados y el ajetreo; la música, los viajeros, los piratas... Recordó también el espectáculo de las espadas, el humo y los ojos de Bastian Rosseau fijos en ella; el sonido de sus botas al golpear con rapidez en el suelo mientras corría tras él, las escaleras y la oscuridad de la cubierta inferior. La tienda, el pasillo, las huellas en el polvo, la anciana, la brújula...

La brújula.

Una dolorosa sensación de pérdida le azotó el pecho. Ana alzó la mano instintivamente a la cabeza y se apretó los dedos contra la frente. Recordaba perfectamente el dispositivo: su forma, sus colores, su peso, el ritmo de su latido...

Su buen humor se esfumó al instante. Sentía la falta del objeto arderle como fuego en la piel. La necesitaba. Bajó la mano hasta los bolsillos del pantalón y empezó a palparlos con la desesperación grabada en la mirada. Más que nunca, sus movimientos eran espasmódicos, como si el pánico se hubiese apoderado de ella.

Dama de otoño - 2nda parteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora