Capítulo 39

2.8K 220 39
                                    

Capítulo 39



Ana no supo qué responder. Simplemente mantuvo la mirada fija en la de su hermano, en aquellos ojos tan parecidos a los suyos, y se quedó en silencio mientras él hablaba...

Por un instante, pensó que estaba intentado argumentar su decisión; que su hermano trataba de excusarse asegurando que alguna fuerza invisible le había obligado a hacerlo. Que en el fondo no había sido su mano la que había empuñado el arma que había acabado con su padre... lamentablemente, aquello no sucedió. Elspeth no solo no se estaba disculpando sino que, en realidad, ni se arrepentía de haberlo hecho, ni lo haría. La fatídica decisión que tanto había cambiado la vida de Ana había sido producto del ingenio y la malicia de su hermano, de nadie más. El Capitán le había ayudado a ejecutarlo, sí, pero el plan había sido suyo.

Y estaba orgulloso de ello.

Muy orgulloso...

Los dedos de Ana se cerraron instintivamente alrededor de la empuñadura de su cuchillo. Elspeth seguía hablando, pero ella ya no le escuchaba. Podía ver sus labios moverse y su mirada observarla con interés, tratando de descifrar sus silencios a través de las expresiones, pero no sabía qué decían sus palabras. Imaginaba que era algo sobre sus planes de futuro, sus éxitos o sus fracasos, pero no le importaba. Ya no. Después de escuchar lo que siempre había temido, Ana creía innecesario alargar más aquella conversación.

Aquel hombre ya no era su hermano. El camino de Elspeth y el suyo se había separado, y aunque en otro tiempo le había amado con todas sus fuerzas, la joven sabía que no podía permitir que siguiese adelante. No después de lo que le había hecho a su familia.

No después de lo que le había hecho a ella.

Ana empuñó el cuchillo con rapidez y, sin permitir que los sentimientos pudiesen llegar a nublar su determinación, se abalanzó contra Elspeth, dispuesta a hundir el cuchillo en su pecho. Éste retrocedió al ver aparecer el arma de su hermana, pero no se apartó. Alzó las manos y, bloqueando el ataque al inmovilizarla por las muñecas, la detuvo con sorprendente facilidad. Se mantuvieron la mirada por un instante. Elspeth parecía decepcionado, aunque no sorprendido. Ella, por el contrario, ni tan siquiera sabía qué pensar. Ana forcejeó, tratando de liberarse, pero su hermano no la soltó. Presionó su mano con fuerza, obligándola a soltar el cuchillo, y lo cogió al aire. Acto seguido, antes de que tuviese tiempo a reaccionar, empujó el arma contra ella y lo hundió en su abdomen.

—¿Realmente has venido para esto? —preguntó Elspeth en apenas un susurro, con los ojos encendidos—. Oh, vamos, esperaba bastante más de ti...



Cumplidas dos horas desde la salida del sol, la pantalla del radar emitió un débil parpadeo. Leigh, que en aquel entonces se había quedado medio adormilado junto a Helstrom, tardó unos segundos en darse cuenta de ello. El joven abrió los ojos con lentitud, más por casualidad que por otra cosa, y contempló con cierta sorpresa la pantalla. Después de casi tres horas de viaje, el mapa al fin marcaba la situación geográfica exacta de las pirámides.

Se estaban acercando.

—¡Tiamat! —exclamó.

El joven se incorporó en la plataforma de transporte y avanzó hasta alcanzar el asiento de piloto desde donde el alienígena gobernaba el aerodeslizador. El vehículo en sí no era demasiado cómodo, al menos en la parte trasera, pues estaba pensada para el transporte de carga, no de personas, pero les estaba siendo de gran ayuda. Las horas de viaje se habían visto reducidas notablemente gracias a ellas.

Dama de otoño - 2nda parteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora