Capítulo 36

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Capítulo 36



El sonido de los pasos al avanzar entre la maleza sigilosamente marcaron el inicio de una cuenta atrás en la mente de Ana. Consciente de que los segundos se acababan, la joven desprendió muy lentamente los nudos con los que las cuerdas la sujetaban al tronco, con movimientos prácticamente imperceptibles, y dejó los cabos sobre sus piernas. A continuación, sintiendo el nerviosismo crecer en su pecho, deslizó la mano hasta el costado, donde reposaba su pistola.

Ana no quería pensar qué habría pasado con los guardias que vigilaban el perímetro; sabía que necesitaba tener la mente lo más clara posible, pero le resultaba complicado. Demasiado complicado.

Desvió la mirada hacia abajo y contó a más de una docena de mujeres. Se estaban apostando a su alrededor, entre los troncos, trazando así un círculo perfecto del que no podrían escapar. En cuanto lo cerrasen, estarían perdidos.

Desde luego eran inteligentes.

Era una lástima que las hubiese visto.

Ana cogió aire, cerró los ojos y se encomendó a la Serpiente, tal y como hacían los miembros de Mandrágora. A continuación, alzando ya el arma y dirigiendo el cañón hacia una de las figuras, lanzó un ruidoso y agudo silbido.

Y disparó.

Los gritos y las detonaciones se multiplicaron a gran velocidad a su alrededor. Preparados para un posible ataque, todos sus compañeros se habían acomodado en las ramas con las armas a mano, dispuestas para ser utilizadas, por lo que, tan pronto la señal de alerta les despertó, las empuñaron y empezaron a disparar.

Varios balazos pulverizaron en apenas unos segundos la rama donde se encontraba Ana, obligándola a saltar. Durante la caída la joven sintió la fuerza de varios proyectiles impactar sobre ella, en el costado, pero también la dureza del suelo al estamparse contra éste. Ana se incorporó, giró sobre sí misma y, escabulléndose entre las sombras, buscó cobertura tras unos árboles no muy lejanos. Una vez allí, se ocultó detrás de uno de los troncos y empezó a disparar. Ante ella, iluminándose continuamente con cada detonación, había una grotesca escena de disparos, sangre y muerte en la que miembros de ambos bandos caían al suelo continuamente, abatidos.

Mientras disparaba, Ana pudo ver a varias figuras caer desde lo alto de los árboles. En la mayoría de los casos los chalecos acolchados del uniforme impedían que las balas alcanzaran la carne, pero no detenían los golpes. Los disparos les propulsaban varios metros con su fuerza, y a no ser que tuviesen una superficie plana sobre la que mantener el equilibrio, acababan siendo abatidos.

Varios disparos pasaron muy cerca de su cabeza al ser vista por una de las guardias. Hasta entonces, la joven había logrado derribar a cuatro sin ser vista. Ana se ocultó tras el árbol, sintiendo la vibración de la madera al ser alcanzada por las balas, y se lanzó al suelo de boca para empezar a reptar entre la maleza. No muy lejos de allí encontró otro tronco tras el cual cubrirse. Se arrastró hasta allí, se incorporó con gracilidad y derribó a la guardia, la cual, oculta entre unos zarzales, aún disparaba hacia el primer árbol. A continuación intentó buscar otro objetivo al que abatir, pero antes de que pudiese localizarlo una bala le impactó de pleno, lanzándola al suelo de espaldas. Ana cayó de espaldas, sintiendo como el pecho le empezaba a arder, y por un instante se quedó sin oxígeno.

El golpe había sido tan fuerte que había expulsado todo el aire de los pulmones.

Soltó el arma en el suelo, se llevó las manos a la garganta y empezó a jadear. Parecía estar respirando fuego.

Dama de otoño - 2nda parteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora