Unperfect Match | Kim Yugyeom

De AmmyPariascaR

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"Bunny96 y Brownie95 son compatibles. Love Match recomienda conocerse en persona." Basada en el mundo de Lov... Mais

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De AmmyPariascaR

Marzo 2012

Los gritos histéricos fuera de la tienda de conveniencia en la que trabajaba habían parado varios minutos antes de que el joven alto y de cabello negro como el azabache hiciera sonar la campanilla de entrada. La dueña de la voz chillona como un pollo de goma se había subido a un auto negro de lunas polarizadas, dejando atrás al joven pelinegro y llevándose consigo todo rastro de felicidad del chico.

Él entró a la tienda, luego de quedarse viendo la calle por unos 20 minutos, esperando que la jovencita regresara. No parecía la clase de chica que hacía esas cosas y, cuando él lo entendió, le vi arrastrar los pies con la cabeza agachada y los hombros encogidos, rumbo a los refrigeradores de la parte posterior.

Aunque habían varios estantes entre nosotros, su altura dejaba en evidencia la parte superior de su cabellera lacia, permitiéndome saber el punto exacto de la tienda en la que se encontraba. Sin embargo, por si las dudas, le di un vistazo a la pantalla junto a mí, donde podían apreciarse las imágenes en vivo de lo que ocurría dentro y fuera de la tienda.

No parecía un ladrón en absoluto. Vestía el uniforme de Yongsan, una escuela a la que solo entraba la gente más privilegiada de la ciudad. Tan excepcional que todos soñaban con pisar el terreno en el que se encontraba. Y es que no era eso lo que me preocupaba. Me preocupaban sus ojos sin vida, sin brillo, los mismos que mi padre tenía últimamente.


- Llevaré algunas de estas. - dijo al dejar sobre el mostrador seis latas de cerveza.


Miré las latas frente a mí y luego, le dirigí la mirada al joven. Él sacó su billetera de cuero café y me tendió unos cuantos billetes, esperando que yo los tomara y le dejara salirse con la suya. Pero eso no iba a pasar.


- ¿Identificación? - pregunté, aunque su uniforme hacía obvio que no era mayor de edad.


El chico rodó los ojos. Él solo quería irse con sus latas de cerveza, embriagarse y llorar por la escenita que le había armado la jovencita de minutos atrás.

A mí eso se me hacía una estupidez. Había aprendido que era inútil llorar por alguien que no volvería.


- No la traigo conmigo. - replicó, simple y conciso, sin poder sostenerme la mirada.

- No puedo venderle alcohol a un menor de edad. - dije, dirigiendo mis ojos al escudo en su pecho por unos segundos, casi saboreando lo que sería llevarlo en mí. - Y tú, evidentemente, lo eres.


El estudiante soltó un suspiro pesado.


- Escucha. ¿Puedes solo pasarlo por alto esta vez? - preguntó, casi suplicó. - Estoy teniendo un mal día.

- ¿Y por eso crees que tienes derecho a tomar hasta perder la conciencia?


Le vi fruncir el ceño tan rápido que pensé que le daría un calambre.

Yo no era bajita, pero aquel chico era el más alto que había visto en toda mi vida y eso le servía para lucir intimidante.


- ¿Sueles meterte en la vida de tus clientes?

- ¿Sueles dejar que te griten en la calle?


El chico tragó saliva. Había puesto el dedo sobre su fresca herida.


- ¿No puedes solo tomar el dinero? - insistió una vez más, dejando de lado su ceño fruncido para cambiarlo por una expresión de perrito perdido. - A tu jefe le gustará saber que vendiste mucho hoy.


Oh, él definitivamente no conocía al señor Moon.

Mi jefe era el hombre más correcto sobre el planeta Tierra. Una vez, había perseguido a un señor por varias calles para entregarle un par de monedas de 100 won que había cobrado de más. Y en otra ocasión, le había reprochado a una niña por gritarle a su madre en plena tienda.


- ¿Ves esto? - le pregunté, tocando la pantalla junto a mí con mis uñas. - Mi jefe las revisa todos los días y si ve que le he vendido alcohol a un adolescente, va a despedirme. Así que no, no te voy a dejar salir de aquí con esas cervezas. Busca otra forma de ahogar tus penas.


El joven se llevó las manos a la cabeza y, dándose la vuelta, comenzó a balbucear palabras sin sentido para intentar soltar la carga pesada que llevaba consigo.

A simple vista, parecía enfadado. Pero yo sabía que la emoción detrás de eso era otra, era tristeza, era el dolor de un corazón roto.

Un par de minutos le tomó recomponerse para poder voltear a verme una vez más. Parpadeé un par de veces con ambos codos apoyados sobre el mostrador y una mejilla recargada sobre mi mano, hasta que él se apoyó del otro lado del mueble con ambas palmas sobre el frío material azul y me dirigió la mirada con los ojos entrecerrados.


- Bien, si no vas a dejar que compre cerveza, dime de qué otra forma puedo olvidarme de los minutos más horribles de mi vida.


Aquello me tomó por sorpresa. Pensé que solo se marcharía con su nubecilla gris en la cabeza y lloraría en su casa. Pero no. Por el contrario, se quedó allí, en aquella tienda de conveniencia, con la mirada fija en mí mientras esperaba su respuesta.


- No puedes. - respondí, incorporándome para recargarme en el respaldar de mi silla. - Los recuerdos están ligados a nuestras emociones. De hecho, los malos recuerdos son los que solemos recordar con mayor precisión.

- ¿Entonces nunca lo voy a olvidar?

- Tal vez en unos años, dejes de recordar detalles. Pero si vuelves a ver a esa persona o vuelves al lugar en el que sucedieron las cosas, existe la posibilidad de que lo recuerdes.


Por segunda vez, él suspiró. Pero no me pareció que lo hizo con el mismo sentimiento ni con la misma desolación en sus ojos.


- Voy a ser infeliz por el resto de mi vida.

- No. - repliqué, alargando la vocal, como si el sonido pudiese alejar de mí su pesimismo. - Solo tienes que buscar la lección que la vida te está dando con todo esto y cuando lo logres, podrás cambiar la forma en la que ves este recuerdo.

- Eso tiene... - balbuceó unos segundos. - Tiene bastante sentido.

- Supongo que sí. - añadí, justo antes de que la campanilla de entrada sonara.


Una mujer de unos 40 años entró rápidamente, tomó un par de galletas de chispas de chocolate y llegó al mostrador en menos de dos minutos.


- 3000 won, ¿verdad? - preguntó la mujer, buscando en su bolso su billetera.

- Así es, señora Im. - repliqué con un asentimiento de cabeza, antes de recibir los billetes que me entregó la mujer. - Deséele suerte a Youngmin de mi parte. Estoy segura que entrará a una buena universidad.

- Se lo haré saber cuando regrese a casa. - me dijo con una sonrisa y en cuanto le entregué sus compras, se despidió y salió de la tienda.


Seguí con la mirada a la mujer, hasta que ya no me fue posible. Ella y su hijo Youngmin, eran clientes regulares de la tienda. Él era un par de años mayor, por lo que tenía que rendir el CSAT, el examen de ingreso a la universidad. Así que había estado encerrado en su habitación, estudiando día y noche para poder obtener la mejor calificación posible.

Las galletas que la señora Im le llevaba eran sus favoritas. Seguro Youngmin no la estaba pasando bien y ella quería animarle un poco.


- Entonces, sí eres amable. - habló el estudiante.


Había olvidado que seguía en la tienda.


- Con quienes lo merecen. - repliqué, pasando las páginas del libro que nos habían asignado en la escuela.


Él rió. Rió sinceramente y no por compromiso. Rió porque quiso hacerlo.


- ¿Yo no lo merezco? - preguntó, fingiendo ofensa. - Acabo de ser rechazado por tercera vez en este mes, en plena calle y frente a la tienda de conveniencia en la que trabaja la chica más gruñona y directa que he conocido en toda mi vida.


Así que eso era lo que había pasado, pensé, intentando que no se notara por fuera mi curiosidad.


- No voy a dejar que te lleves las cervezas. - le recordé, acomodándome nuevamente en el asiento con los brazos cruzados.

- Ya lo entendí. - me dijo, adoptando la misma postura que yo. - Pero ya sé qué haré para comenzar a dejar atrás este mal rato.

- ¿Ah sí?


Él asintió.


- ¿No me vas a preguntar qué es?

- No. - repliqué mientras me encogía de hombros, provocando su risa una vez más.

- Te lo diré de todas formas. - dijo, apoyándose nuevamente en el mostrador. - Voy a seguir viniendo a esta tienda de conveniencia por las tardes, luego de la escuela.

- ¿Por qué harías eso? - pregunté, arqueando una ceja. - Esta calle te traerá malos recuerdos.

- Tal vez. - contestó, encogiéndose de hombros. - Pero si comienzo a cambiar los sentimientos relacionados a este lugar, existe la posibilidad de que pueda dejar atrás esa vergonzosa escena que viste.


Por la forma en la que su mirada se agudizó y soltó un pequeño destello, cualquiera pensaría que era una decisión ya tomada y que no cambiaría. Pero aquel era uno de esos chicos que jugaban con diamantes en lugar de carros de juguete, la clase de persona que se relacionaba exclusivamente con gente con tanto o más dinero que ellos.


- Haz lo que te traiga paz. - le dije, antes de levantarme de la silla y tomar todas las latas de cerveza para llevarlas de regreso a su sitio.


Pensé que el chico se iría, entendiendo que no quería seguir aquella conversación. Pero no fue así. Él me siguió hasta el fondo de la tienda y me observó mientras colocaba las latas en el congelador.

Podía sentir su mirada en mi nuca, haciendo un hueco invisible en mi piel.


- ¿Necesitas algo más? - pregunté, un tanto fastidiada.


Él se lo pensó unos segundos.


- Si voy a venir aquí por las tardes, ¿no deberías decirme tu nombre?


Fruncí el ceño de inmediato. ¿Estaba intentando ser amigable?


- No creo que necesites saberlo. - repliqué y le rodeé para regresar a mi sitio detrás del mostrador.


El estudiante me siguió cual cachorro a su madre. Era extraño como había decidido reprimir el dolor de minutos atrás para cambiarlo por una chispa de alegría.


- Te diré el mío si me dices el tuyo. - ofreció, apoyando los codos para recargar allí su barbilla.

- No creo que yo necesite saberlo. - le dije, volteando hacia la pantalla con las imágenes de las cámaras de seguridad.

- Anda, no seas aburrida.

- No soy psicóloga. - solté exasperada, devolviéndole la mirada. - ¿No tienes un mejor amigo con quien hablar de estas cosas?


Aquello pareció golpear algo en su interior, un área sensible, porque su rostro se desencajó en cámara lenta y retrocedió un par de pasos.


- Ya veo. - murmuré, procesando toda la información que aquel chico me estaba dando sin decir una sola palabra.


La vida me había vuelto una persona dura y con muros altos que casi nadie lograba traspasar. Pero si había algo que no era, era una persona que hería a otros a voluntad.


- Me llamo Eun Sang, Choi Eun Sang. - añadí, llamando su atención nuevamente.


En los ojos del chico pude ver agradecimiento mezclado con alivio. Un nombre podía causar eso en él. Mi nombre.

Su mano se extendió hacia mí tan rápido que casi no lo noté y fue de esa misma forma que apareció nuevamente una sonrisa en su rostro.


- Choi Eun Sang, es un placer. - dijo, cuando estreché su mano.


Su mano era cálida y suave, muy diferente a la mía, fría por haber cargado las latas de cerveza y haber movido las cosas dentro del congelador.


- Soy Kim Yugyeom. - añadió al instante. - Y desde hoy, te has convertido en mi mejor amiga.














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¡He vuelto! Y esta vez de la man de un nuevo viajecito que nos hará recordar el mundo de Love Match, uno de los fics que más amor ha recibido.

Sé que muchas de ustedes se quedaron con ganas de saber más de los personajes, así que este es su momento. Indigaremos un poco en la vida de los personajes que ya conocen, mientras conocemos a unos nuevos que yo ya estoy amando construir.

Desde ya, muchas gracias por empezar esto conmigo y acompañarme en esta nueva aventura llamada Unperfect Match.








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