Crónicas de un reino: amor, g...

Af rifelaura

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"La mejor manera de sobrevivir en la corte, es pasar desapercibida." Esta fue la lección más importante que... Mere

SINOPSIS
PRIMERA PARTE: El reinado del rey Jorge III
CAPÍTULO 1: Jorge y Abigail
CAPÍTULO 2: Mi dulce Brida
CAPÍTULO 3: La batalla de Puerto Aldea
CAPÍTULO 4: El próximo golpe
CAPÍTULO 5: Un gran revuelo
CAPÍTULO 6: La batalla decisiva
CAPÍTULO 7: Mujeres guerreras
CAPÍTULO 8: Celebrando la victoria
CAPÍTULO 9: La aldea de Sudentag
CAPÍTULO 10: Desesperanza
CAPÍTULO 11: La proposición
CAPÍTULO 12: Sí, quiero
CAPÍTULO 13: La vieja Sussan
CAPÍTULO 14: Brianna
SEGUNDA PARTE: El reinado sombrío
CAPÍTULO 15: Día del nombre
CAPÍTULO 16: Mi amigo Paulo
CAPÍTULO 17: Doncella de Jimena
CAPÍTULO 19: Que gane la mejor
CAPÍTULO 20: Copera de la reina
CAPÍTULO 21: Taller de costura
CAPÍTULO 22: Un día en Sudentag
CAPÍTULO 23: Yo quiero acero, como los hombres
CAPÍTULO 24: Los secretos del enemigo
CAPÍTULO 25: Demasiado cerca
CAPÍTULO 26: Jaque Mate
CAPÍTULO 27: Sí, quiero
CAPÍTULO 28: Tres
CAPÍTULO 29: Festejo real
CAPÍTULO 30: Amistad
CAPÍTULO 31: El baile
CAPÍTULO 32: Coraza y compuertas
CAPÍTULO 33: Confesiones nocturnas
CAPÍTULO 34: Hermanos
CAPÍTULO 35: Conveniente
CAPÍTULO 36: Coronación

CAPÍTULO 18: Bienvenida a la corte

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Af rifelaura

Juler ordenó la incorporación inmediata de Brida, pues las doncellas de la reina Jimena estaban desbordadas. La esposa del monarca era una mujer muy caprichosa, y precisaba de un gran séquito de doncellas que se encargaran de satisfacer sus deseos.

A Brida apenas se le concedió una jornada para preparar su equipaje y despedirse de su familia. Era primera hora de la mañana cuando un carruaje fue a recogerla. Su madre, su padre y sus hermanos se habían despertado temprano para verla partir.

Los cinco se encontraban en la calle, observando cómo el cochero cargaba las maletas de la joven. Saeneta lloraba, y Baduir la estrechaba entre sus brazos ofreciéndole consuelo. Madre e hijos vestían todavía con las ropas de cama, y no se habían molestado siquiera en asearse. Solo Brida y Raymon iban ataviados con sus ropas de calle habituales.

—No debes llorar, Saeneta —habló Brida tras agacharse para quedar a la altura de su hermana menor—. La reina me concede una jornada libre de vez en cuando, y yo aprovecharé para venir a casa a visitaros. Estamos cerca, así que nos vamos a ver muy a menudo.

—¿Lo prometes? —interrogó la pequeña, sorbiéndose los mocos y enjugándose las lágrimas con el dorso de su mano. En su voz se intuía un leve atisbo de esperanza.

—Lo prometo —sentenció la mayor. Era tal la convicción de sus palabras que Seneta no dudó de su veracidad, y sintiéndose mucho más tranquila corrió a abrazar a su hermana. Baduir enseguida se les unió —Cuidad de papá y mamá mientras yo no esté. Sé que a vuestros ojos parecen muy fuertes, pero poco a poco se van haciendo mayores y llegará el momento en el que necesiten vuestra ayuda.

Los mellizos asintieron y la joven aprovechó que la habían soltado para incorporarse y acercarse a su madre. Dolma la estrechó con fuerza entre sus brazos, en un gesto protector. Y Brida se dejó embriagar por el aroma que desprendía la mujer: ese olor que no le transmitía más que paz y tranquilidad. Cuando se separaron, dos lágrimas rebeldes surcaban su rostro.

—Ve con cuidado, hija. Mantén la cabeza fría, haz uso de tu inteligencia y no te busques problemas.

—Me has enseñado bien, madre. No debes preocuparte.

Un último beso acompañó aquellas palabras.

—Ya están todas las maletas cargadas, señorita —intervino el cochero, dirigiéndose a Brida, en cuanto acabó de cargar el último de los bultos—. Sería conveniente irse cuanto antes, pues la reina Jimena está deseosa de recibirla.

Brida asintió y se montó en el carruaje. Raymon siguió sus pasos, pues él iba a acompañar a su hija hasta el castillo. A pesar de que el trayecto no era muy largo, al hombre no le gustaba la idea de dejarla sola en aquella travesía.

—Estás muy callado padre —se atrevió a comentar Dolma. Hacía ya varios minutos que habían dejado atrás la aldea que hasta entonces había sido su hogar, y se habían adentrado ya en la profundidad del bosque que rodeaba el castillo.

El hombre sonrió al oír la voz de su hija.

—Todavía me cuesta creer que te hayas hecho tan mayor, Brianna —respondió Raymon en tono nostálgico—. Hace apenas un par de días no eras más que un bebé al que llevaba entre mis brazos, y ahora eres toda una mujer que va a entrar al servicio de su majestad. Soy tu padre y no puedo evitar estar preocupado, pero si de verdad piensas que esto es lo que necesitas para hallar tu felicidad, puedes contar con todo mi apoyo.

Brida, quien hasta entonces había permanecido sentada en el asiento frente a su padre, se levantó y se sentó a su lado. Él rápidamente la rodeó con uno de sus brazos, permitiéndole a la muchacha apoyar la cabeza en su hombro.

No fueron necesarias más palabras. Se sumieron en un agradable silencio, roto únicamente por el traqueteo del carro y el relinchar de los caballos.

—Hay una cosa más que debo comentarte, hija. Serás la primera en saberlo, pues todavía no lo he podido hablar con tu madre —interrumpió Raymon cuando el bosque comenzaba ya a clarear a causa de la proximidad con el castillo—. Sé que siempre me he mostrado reticente a establecer relaciones de negocios con la corte, en parte por mantenerte a ti escondida a ojos del rey, pero después de que Juler recibiera la misiva en la que aceptabas formar parte del séquito de su esposa, uno de sus hombres de más confianza contactó conmigo. No voy a entrar en detalles, pues pienso que poco importan estos ahora, pero quiero que sepas que la corte va a contratar los servicios de nuestra flota. No será mucho, pues no me fio demasiado de la estabilidad de los ingresos que nos puedan reportar, pero sí lo suficiente como para que me den permiso para visitar el palacio de vez en cuando y así poder estar más cerca de ti.

—Mamá siempre dijo que los negocios con la corte eran turbios, y que poco a poco carcomían a las empresas que iniciaban una relación con ellos —susurró Brida, asustada—. ¿Has decidido poner en juego tu negocio por el que tanto has luchado solo para que nos podamos ver más a menudo?

Raymon negó.

—He aceptado porque este vínculo con la corte me otorgará cierta posición de poder que me permitirá mantenerte a salvo. Mientras les resulte útil, no se atreverán a tocarte. Y para mí, la seguridad de mis hijos es lo más importante.

No tuvieron la ocasión de seguir con aquella conversación, pues el carruaje se detuvo indicándoles que ya habían llegado a su destino. La reina Jimena, acompañada de dos de sus más veteranas doncellas, aguardaban para recibir a la nueva incorporación.

Raymon no desmontó dado que no se le había dado permiso para saludar a su majestad. Únicamente contaba con el beneplácito del rey para acompañar a su hija hasta palacio, pero nada más. Por ello, padre e hija se despidieron en el interior del carruaje, y tras tomar una última bocanada de aire para recomponerse, Brida descendió.

Tres sirvientes estaban descargando sus maletas y llevándolas a los que serían sus aposentos a partir de entonces.

—Majestad —saludó Brida acompañando aquella palabras de una reverencia y manteniendo la cabeza gacha, tal y como su madre le había enseñado. No debía mirar directamente a los soberanos si no contaba con su estricto permiso para ello—, será un verdadero placer estar a su servicio.

—Bienvenida a tu nuevo hogar, Brianna —respondió la monarca, acercándose a la joven y tomando suavemente su mentón instándola a mirarla a los ojos. Y señalando a una de las mujeres que la acompañaban, añadió: —Dharlyn será tu institutriz. Ella te guiará por palacio y te enseñará cuáles serán tus quehaceres a partir de ahora. Confío en que la escuches con atención y seas capaz de seguir todas sus instrucciones, pues de ello dependerá el que puedas seguir en este castillo.

Jimena no se molestó en aguardar la respuesta de la que sería su nueva doncella. Ya había cumplido con su obligación al recibirla, y había demasiadas cosas que prefería hacer antes que perder el tiempo formando a una muchacha que había ido hasta allí solo para servirla.

Se retiró acompañada de su otra doncella, dejando a Brida a solas con la que iba a ser su institutriz.

—Y esta será tu alcoba —concluyó Dharlyn cuando llegaron a una pequeña estancia amueblada con un par de camas, un armario y una amplia mesa que servía a su vez de tocador. Entraba algo de luz por una estrecha ventana, y las maletas de Brida descansaban ya a los pies de una de las camas—. Deberás compartirla con la nueva doncella en cuanto su majestad el rey encuentre a alguna que esté a la altura para desempeñar tal función. Ahora puedes descansar y ordenar tus cosas, empezaremos con las lecciones mañana con las primeras luces del día. Puedes ir a la biblioteca o salir a los jardines si así lo deseas. Solo procura no entrar en el ala en la que se encuentran los aposentos de sus majestades, ni en aquella que alberga el salón del trono.

Brida asintió, y Dharlyn se retiró.

La mujer, de poco más de treinta años de edad, le había mostrado a la muchacha las estancias más importantes del castillo y le había enseñado cómo moverse por el enorme edificio. Era fácil perderse por los quilométricos pasillos y las miles de pequeñas y grandes salas, pero Dharlyn, quien llevaba sirviendo a la familia real desde los tiempos en los que Francis era rey, se conocía la construcción de memoria. Incluyendo aquellos pequeños rincones que apenas eran visitados.

En cuanto se quedó sola, Brida aprovechó para tumbarse en su cama. Y con la mirada perdida en aquel techo blanco que ya comenzaba a amarillear, permitió que su mente abandonara su cuerpo y comenzó a divagar.

Intentó imaginarse cómo habría sido su vida si jamás se hubiera visto obligada a escapar de aquellos muros que antaño fueron su hogar. ¿Sería Dharlyn su doncella? ¿Estarían sus padres durmiendo en la alcoba en la que ahora intimaban Juler y su esposa? ¿Qué formación hubiera recibido? ¿Cuáles serían sus obligaciones?

Las lágrimas surcaron su rostro. No recordaba ni a sus padres ni a sus hermanos. No albergaba recuerdo alguno de ellos, y aun así les echaba de menos. Desde pequeña había sentido en su interior un gran vacío, y cuando a los seis años Dolma le explicó cuál era su identidad, todo encajó.

Desde entonces llenó aquel vacío con sus planes de venganza. Y aunque sabía que esos no lo devolverían a su familia, al menos la reconfortaban. Era gracias a ellos que su vida tenía un sentido.

Recuperando el control de su cuerpo, Brida se incorporó y se contempló en el pequeño espejo. Tenía los ojos ligeramente enrojecidos, y las mejillas todavía estaban húmedas.

Quería salir a recorrer los pasillos para comenzar a habituarse a aquel lugar, pero al final optó por deshacer primero su equipaje. Aquello le daría tiempo a su rostro para recobrar su aspecto habitual.

Unos persistentes golpes en la puerta de su alcoba la interrumpieron mientras acababa de colgar el último de sus vestidos.

No sabía quién podía tener interés en ir a visitarla, pero fuera quien fuera, le dio permiso para entrar.

Le sorprendió encontrarse con dos muchachas que, a juzgar por su apariencia, deberían tener más o menos su misma edad.

—Tú debes ser la nueva doncella de la reina, ¿verdad? —preguntó una de ellas. Una sonrisa decoraba su rostro repleto de pecas, y su largo pelo cobrizo caía desordenado por su espalda.

Brida asintió sin saber muy bien qué decir.

—Yo soy Clotilde —se presentó tras tomarse la libertad de acabar de entrar en aquella alcoba y sentarse en la cama que quedaba libre—¸y ella es Azahar.

—A mí podéis llamarme Brianna —La alegría de Clotilde era contagiosa, y a pesar de que al principio Brida se había mostrado algo reticente a entablar amistades con las demás doncellas, aquella muchacha enseguida la conquistó.

—¿Qué institutriz te ha sido asignada? —interrogó Azahar, atreviéndose al fin a cruzar el umbral de la puerta y ocupar la silla que descansaba frente al tocador. Ella tenía un porte mucho más regio, y presentaba un aspecto mucho más elegante, con su negro pelo recogido en un moño y engalanada con ostentosas joyas.

Azahar y Clotilde eran como la noche y el día, y aunque al principio aquella unión pudiera resultar chocante, era evidente a ojos de cualquiera que entre ambas se había forjado una gran amistad.

—Será Dharlyn quien se encargue de mi formación.

La cara de sorpresa de ambas muchachas puso en alerta a Brida.

—Tu familia debe tener una gran influencia si la reina ha renunciado a los servicios de Dharlyn para que pueda formarte a ti. Hasta ahora, tenía una sola doncella a su cargo para que le quedara tiempo libre para estar pendiente de la reina.

—Mi padre no es más que un comerciante —comentó Brida, quien no acababa de entender qué interés podría tener Jimena en destinar la mejor de sus doncellas a su formación.

—¡Tú eres la doncella a la que reclutó Juler! —exclamó Clotilde haciendo gala de su sinceridad y espontaneidad —Entonces seguro que ha sido él quien ha ordenado que Dharlyn sea tu institutriz.

Brida se mantuvo en silencio. ¿A caso no era el rey quien escogía a todas las doncellas de su esposa? Se sentía confundida, y sus facciones debieron delatarla pues Clotilde enseguida se levantó y posó una de sus manos en su hombro en un tímido gesto que buscaba ofrecerle algo de apoyo.

—Deberías andarte con cuidado, Brianna —intervino Azahar sin moverse de su silla—. Hay varias doncellas a quienes no les ha gustado demasiado la idea de que te haya escogido el propio rey. Están celosas, y se sienten amenazadas. La mayoría de ellas son hijas de familias pudientes que están aquí batallando cada día por recibir la atención de los monarcas y que así estos se tomen la molestia de organizarles un buen matrimonio que mejore la posición de su familia. Estoy segura de que no tendrán reparo alguno en pisotearte si creen que con ello se ganarán el favor de la reina.

Clotilde negó, y por primera vez en todo el rato que había transcurrido desde que ambas llegaran a su habitación, la sonrisa que la caracterizaba desapareció.

—Las doncellas serán el menor de tus problemas —comentó la muchacha—. Si el rey Juler se ha tomado la molestia de escogerte él en persona, es que quiere algo de ti o de tu familia. Es mucho más astuto de lo que aparenta, y todas las decisiones que toma las medita y analiza hasta el más nimio detalle. Es con él con quien debes tener cuidado.

¡Sorpresa!

Os traigo una actualización antes de hora pues quería aprovechar para pediros un pequeňo favor.

Tengo escrito ya hasta el capítulo 31 de Crónicas de un reino, y como estoy deseando compartirlos cuanto antes con vosotros, he estado valorando dos opciones. El problema es que estoy indecisa y no sé por cuál decantarme.

¿Me ayudaríais a escoger votando por una u otra opción?

◇ OPCIONES ◇

A. Maratón de 5 capítulos, y después 1 capítulo por semana.

B. Incrementar la frecuencia de las actualizaciones y subir 2 capítulos por semana.

Fortsæt med at læse

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