El arte en una mirada; Camren

By softidsavre

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Era profesora de arte, y en efecto me parecía que sus pestañas enmarcaban el mejor cuadro de todos. La histo... More

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L
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LVII
LVIII
Epílogo
¡Nueva historia!

XLVI

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By softidsavre

Esto es para Melody_MRL por su cumpleaños adelantado que es en febrero sjsjsjs lol no es cierto. para ti, idiota.♥

***

Como si de imanes se tratasen nuestros cuerpos me deslizo sobre el suyo y me quedo acostada con la cabeza apoyada en su vientre porque no quiero que sus piernas desnudas dejen de abrazarme. Me gusta estar así. Puedo notar los latidos de su corazón y su pecho moviéndose de arriba abajo hasta que va recuperando la normalidad en su respiración. Me doy cuenta de que me relajo a la vez que ella y me abrazo a su torso mientras ella descansa los dedos entre mis cabellos.

No decimos nada. Disfrutamos del silencio y del aroma que nos sobrevuela, hasta que la presión de sus piernas alrededor de mi cintura se afloja y escalo el resto de su cuerpo hasta quedar a la altura de su rostro. Sus ojos me miran con atención, brillantes, más brillantes que nunca, y sus dedos siguen enterrados en mi pelo cuando la sonrisa que parece indeleble en sus labios se ensancha aún más. Comprendo que encierra más cosas de las que diría. Le sonrío de vuelta.

Permanecemos mirándonos largo rato y no sé si a ella le pasará lo mismo pero a mí me parecen apenas dos segundos en los que nuestros pechos respiran pegados y nuestros ojos analizan los rasgos de nuestras caras como si fuera la primera vez que las vemos. Tal vez lo sea de alguna forma.

Me pierdo en mis pensamientos hasta que su rostro adopta una expresión diferente.

– ¿He hecho algo mal?

Su espontánea pregunta me hace reír.

– Claro que no, Lauren. Creo que eso debería preguntarlo yo.

Sus facciones se destensan y recobra su sonrisa.

– No. Tú no. De hecho has hecho todo muy bien –afirma después de intentar buscar las palabras adecuadas. Su voz es terriblemente sensual cuando lo dice, después adopta un tono sincero–. Gracias.

– Es la primera vez que me dan las gracias por un orgasmo.

– Idiota –me empuja suavemente–. Me has entendido perfectamente.

– En realidad no–digo apoyando la cabeza sobre mi mano, mi pierna sigue por encima de la suya y mi brazo rodea aún su cintura.

Advierto en sus ojos que teme que le pregunte la razón de que me dé las gracias, así que no lo hago.

– Si te soy sincera, ni siquiera recordaba ya cómo se sentía esto –confiesa sin darle tregua a mis pupilas–, y pensé que siempre seguiría siendo así.

– Pues no. Ya no.

– Sí... Ya no –repite ella como tratando de creerlo; permanece unos segundos en silencio, con la mirada en otra parte, lejos de esa habitación, y me parece sentir que sus brazos me estrechan con más fuerza–. Quiero un cigarrillo.

Tardo en entender sus palabras.

– ¿Quieres que lo traiga? –pregunto.

– No.

Ahora noto claramente como me aprieta entre sus brazos, y me pregunto qué está pensando. No tardo en comprender que ambas queremos un cigarrillo, pero que ninguna de las dos tiene intención de hacer nada para conseguirlo. Ninguna de las dos piensa soltar a la otra, o soltarse de la otra.

– No digamos nada más –dice casi en un susurro–. No hablemos más. Sólo abrázame.

Sigo sus órdenes como si me hubiera leído el pensamiento y más bien parece que soy yo quien ha decidido hacerlo y ella la que simplemente lo enuncia. A pesar del calor del exterior permanecemos así largo rato; nuestros cuerpos entrelazados, desnudos, queriendo ser uno solo, no perciben calor alguno más que la calidez dentro de nuestros pechos. Me asalta la necesidad de asegurarme a mí misma que podría pasar así toda mi vida.

Estoy tan cómoda que el sueño que llevo arrastrando las noches anteriores me asalta de repente, filtrándose entre mis huesos y haciéndolos más pesados.

– Camila –escucho, lejana, la voz de Lauren–. ¿Mataste tú a Brad?

El cuerpo entero se me enfría y me incorporo como si me hubieran pinchado desde abajo.

La pregunta me ha pillado totalmente desprevenida y sus ojos graves me dan escalofríos.

– Quiero que me lo digas –exige con una voz seria–. Has sido tú.

Intento responder pero me siento totalmente fuera de combate. Un hilo de sangre cae de los labios entreabiertos de Brad y va a parar al asfalto. Lauren me mira hecha una furia.

– Eres una asesina –me dice escupiendo las palabras–. ¿Cómo pudiste hacerlo? –Luego parece hablar para sí misma–. ¿Cómo pude yo creer que podía confiar en ti? ¿Cómo me dejé engañar?

Los ojos se me llenan de lágrimas y algo parecido a una roca me cae en el estómago. Intento decir algo, pero no puedo. Es como si dos manos invisibles me taparan la boca y la voz no me saliera de la garganta.

– ¿Cómo pudiste, Camila? ¿Cómo pudiste hacerlo? ¡Contéstame! ¡Mírale!

Señala violentamente con un brazo los pies de la cama y cuando dirijo la vista en esa dirección veo el cadáver de Brad ahí tendido, con los ojos abiertos desprovistos de vida y la sangre reseca alrededor de su boca. Las sábanas están tornándose rojas. Rompo a llorar como nunca antes lo he hecho.

– Tus manos están manchadas de sangre... –murmura, y yo las miro, y tiene razón–. Vete de aquí, Camila. Eres un monstruo. No quiero volver a verte.

La miro a los ojos con el rostro bañado en lágrimas, sin poder dejar de llorar, pero al fin consigo reunir la voz.

– Fue sin querer. Lo siento. Te iba a matar. Fue sin querer. Fue sin quer...

– ¡Largo!

Su grito adopta un tono antinatural hasta sonar tan estridente que tengo que taparme los oídos, pero no sirve de nada, así que yo también grito, grito con todas mis fuerzas, mientras las paredes de la habitación se desvanecen a mi alrededor como si de humo se tratasen, llevándose consigo a Lauren, cuyos ojos arden de odio, y dejándome sola con Brad en un escenario mucho más oscuro, mucho más vacío. Todo mi cuerpo está ahora manchado de su sangre. Sus ojos inertes se mueven y me miran.
Despierto envuelta en sudor y con el corazón acelerado.

– Eh –me susurra Lauren con voz tranquilizadora mientras me sostiene por los hombros.
Por un momento temo seguir en el mismo sitio y siento que me falta el aire, pero descubro que es la habitación de Lauren, solo que la luz está ahora apagada. Probablemente la apagó ella en algún momento. Una sensación extraña me impulsa a tocarme la cara y compruebo que está empapada en lágrimas.

– Ya está –dice apartándome el pelo de la frente–, era una pesadilla.

Su tacto y su voz me tranquilizan y consigo romper a llorar otra vez, liberando la tensión.

– Ya está... –susurra llevando mi cabeza a su cuello y meciéndome como a los niños.
No puedo borrar de mi mente la imagen de Brad muerto a los pies de la cama, mis manos pegajosas y rojas. Las miro otra vez. Están limpias. Pero la presión en el pecho no desaparece.

– Tienes que intentar respirar, Camila, estás teniendo una crisis de ansiedad. Túmbate –me pide con dulzura.

Yo me resisto a soltarla pero finalmente sigo sus indicaciones. Ella se sienta a mi lado y coloca una mano sobre mi vientre.

– Respira conmigo. Mi mano tiene que subir con cada una de tus respiraciones.

Acto seguido coge aire por la nariz y veo, débilmente iluminado por la única luz de la noche que entra a través de las cortinas, su pecho desnudo hinchándose despacio. Intento imitarla. Expulsa el aire lentamente sin dejar de mirarme, y yo lo hago también sin dejar de mirarla. Siento como si una persona adulta estuviera sentada sobre mi pecho y me centro en su mano sobre mi vientre. Ella sigue respirando, manteniendo un ritmo tan lento que me veo incapaz de seguirlo y controlar el temblor de mi cuerpo a la vez.

– Tranquila. Despacio –dice entre cada toma de aire.

Otra lágrima me resbala por la mejilla y ella la recoge con el pulgar. Me siento la persona más miserable del mundo.

– ¿Quieres contarme lo que has soñado? A veces ayuda a sentirse mejor. –Ante mi silencio cambia de opinión–. O a veces no. No pasa nada.

– ¿Por qué no me das un cigarrillo? –le pregunto con la voz llorosa, extrañada de que esa no haya sido su primera opción.

– No –responde firmemente–. Puedes hacerlo tú sola sin ayuda de ningún cigarrillo. Y debes hacerlo así. Vamos, sigue respirando. Despacio. Mi mano tiene que subir.

Toma esta vez mi mano y la conduce hasta su vientre para que note su movimiento al respirar y me sea más fácil seguirlo. Al cabo de un tiempo, la persona sentada sobre mi pecho ha pasado a ser un niño, después un bebé, hasta que dejo de sentir la presión y, sin darme cuenta, también dejo de llorar.

– ¿Mejor?

Asiento con la cabeza y ella se tiende a mi lado, aunque sin retirar la mano de mi ombligo. Entierro la cabeza en su pecho, ella me rodea con un brazo y me besa en la frente. Un rato después, agotada, me quedo dormida.

***
Despertamos por culpa de unos golpes en la puerta. La luz del sol baña las sábanas arrugadas y nuestros cuerpos entrelazados. Tardo un tiempo en reaccionar, aún noto los ojos hinchados. Lauren termina de despertarse antes que yo y se levanta escopetada. La veo moverse por la habitación como si flotara y con una pizca de rubor pienso que no me importaría nada que esa imagen fuera la que viera cada mañana. Cuando encuentra su ropa interior, se la pone tan rápidamente que le queda torcida, y encima de ella se viste el pijama. Mi cerebro adormilado tarda en asimilar lo que está pasando, hasta que Lauren abre la puerta lo justo para que sólo se la vea a ella.

Escucho la voz de Ally al otro lado y una exclamación de Lauren. Eso me hace comprender y aguzo el oído. Y Camila tampoco se ha despertado, creo, dice Ally, pero he tocado su puerta y no ha contestado nadie.

De pronto siento la misma alarma que ha llevado a Lauren a levantarse de un salto, pero permanezco quieta, cuidadosa de no hacer ruido. No te preocupes, dice Lauren, yo me encargo de despertarla. Ally le dice que nos esperará en el desayuno porque se muere de hambre y se marcha. En cuanto Lauren cierra la puerta, la expresión de serenidad que ha fingido mientras hablaba con Ally se esfuma de su rostro y corre a la cama.

– Estoy despierta –le digo.

Ella me mira y por un momento parece olvidarse de lo que venía a hacer. Luego aparta la mirada de mi cuerpo.

– Voy a ducharme. Ahora entras tú –dice mientras coge ropa limpia a toda prisa.

– ¿Ahora? –recalco con media sonrisa frotándome los ojos perezosamente.

Lauren recoge mi ropa del suelo y me la tira a la cara.

– En cuanto salga –aclara, pero puedo apreciar una sonrisa en sus labios antes de meterse al cuarto de baño.

Me desperezo recordando la noche que hemos pasado y llego a la conclusión de que nunca he tenido una noche tan confusa. Desde la ducha me llega la voz de Lauren diciéndome que puedo coger algo suyo para vestirme. No se me había ocurrido hasta ese momento que no tengo ropa limpia y que no puedo ir a buscarla. Me levanto y abro su maleta con cierto pudor; algo absurdo teniendo en cuenta que la he visto desnuda.

Antes de que pueda elegir nada Lauren sale del cuarto de baño con una toalla alrededor del cuerpo y el pelo chorreándole por los hombros y el escote. Se acerca a mí dejando un camino de huellas húmedas y se agacha a mi lado, uniéndose a mi búsqueda.

– Tienes suerte de que haya traído ropa de más por si acaso y no tengas que ir desnuda –comenta mientras revuelve la ropa con las manos mojadas–. Lo cual, por otro lado, no estaría mal. Desde luego le alegrarías la vista a cualquiera. Claro que quizá no es lo más apropiado en una situación como esta. Además es ilegal o algo así –desvaría hasta que da con una camisa negra y ropa interior del mismo color–. Es lo único que tengo. No tengo sujetador.

– Está bien, puedo ponerme mis vaqueros y... Bueno, supongo que nadie notará que no llevo sujetador.

No dejo que responda, le quito la ropa de las manos y entro al baño. Temerosa de que puedan descubrirnos, me ducho más rápido que nunca y dos o tres minutos después compruebo que he superado mi marca. Compruebo también que Lauren ha entrado en algún momento a dejar las toallas y salgo del cuarto de baño ya vestida con su ropa.

– Te queda mejor que a mí –dice al verme.
Sonrío mientras me pongo los zapatos, ella está secándose el pelo.

– Nunca te la he visto puesta.

Ella se encoge de hombros y se cepilla una vez más el pelo. Después, se dedica a recoger todo lo que hay por medio mientras yo termino de prepararme.

– No te he preguntado. ¿Cómo estás? –dice acercándose a mí y colocando las manos sobre mis brazos.

– Mejor.

Me frota cariñosamente los brazos con una sonrisa y se dirige a la puerta.

– Voy a bajar. Espera siete minutos antes de salir; le diré a Ally que estás duchándote y que bajarás enseguida.

Asiento con la cabeza procesando la información y ella se dispone a abrir la puerta pero se vuelve hacia mí de nuevo.

– Por cierto, asegúrate de que nadie te ve salir de esta habitación. Hemos estado a punto de meternos en un buen lío.

Dicho esto, se marcha. ¿Por qué siete minutos? ¿Por qué no cinco ni diez? Sacudo la cabeza riendo interiormente y termino de arreglarme el pelo.

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