El arte en una mirada; Camren

By softidsavre

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Era profesora de arte, y en efecto me parecía que sus pestañas enmarcaban el mejor cuadro de todos. La histo... More

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LVII
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Epílogo
¡Nueva historia!

XXIV

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By softidsavre

Lauren está agarrada a la barandilla del ascensor y puedo ver sus nudillos tornarse blancos de la fuerza cuando las puertas se abren. A pesar de no haber nadie, tarda unos segundos en moverse y una vez en casa, todo parece normal. La convenzo para ayudarla con la cena y, mientras ella cocina una sopa, yo me dedico a preparar una ensalada. Le he dicho a mi madre que me iba con mi mejor amiga unos días a las fiestas de su pueblo y le ha sorprendido tanto que se ha mostrado mucho más ilusionada que yo. Ventajas de no ser especialmente sociable.

Lauren está bastante más tranquila y eso me hace sentir cómoda. Sé lo poco que le gusta no sentirse independiente así que estoy haciendo todo lo posible por evitar transmitir esa sensación. Para mi suerte, funciona, pues incluso la oigo tararear una canción mientras regula la temperatura de los fuegos.

– ¿Te gusta el jazz? –me pregunta interrumpiendo la melodía que sale de sus labios.

Yo la miro y, aunque ella sigue concentrada en la olla, le sonrío.

– Claro –contesto animadamente para regresar a mi tarea.

– Genial –dice ella y, tras darle un par de vueltas a la sopa, la deja hirviendo y se dirige a un mueble del salón.

La escucho trastear por detrás de mí y sonrío con el ceño fruncido sin tener ni idea de lo que está haciendo. Termino con todos los ingredientes y sacudo las manos en el aire antes de limpiarlas con un paño y depositarlo de nuevo en la mesa. Me giro para encontrarla de espaldas a mí y me acerco intrigada. Lauren sostiene varios vinilos entre las manos.

– Guau –admiro, ya que me encantan.

Ella me descubre a su lado y me sonríe, después me ofrece los vinilos y yo los cojo, confusa.

– Elige uno –me dice y se dirige a un tocadiscos en el que yo no había reparado hasta ese momento.

La sigo y lo observo por encima de su hombro.

– Pero ¿de qué siglo es esto? –pregunto sorprendida al verlo tan desgastado.

– Pues del mío –contesta fingiéndose ofendida.

– Venga ya –digo riendo ante su reacción–. Dicen que Jesucristo era un tío majo, ¿es verdad?

Ella me golpea el brazo sin poder reprimir la risa.

– Sí. De hecho me advirtió sobre cierta petarda.

Su comentario me hace gracia y me da ternura a partes iguales, provocándome un cosquilleo en el estómago y una sonrisa imborrable en los labios.

– Venga, dame uno –pide extendiendo la palma de su mano y me decanto por Nina Simone, ganándome a cambio uno de sus guiños–. Buena elección.

Coloca la aguja sobre el disco y yo sigo todo el proceso atentamente hasta que las primeras notas comienzan a sonar y las cejas se me alzan solas.

– ¿Qué? ¿Creías que no funcionaría? –pregunta triunfalmente.

– La verdad, no sé. Parece viejísimo.

– Era de mi padre –confiesa, y el ruido del agua hirviendo nos devuelve a la realidad.

Regresamos a la cocina y ella retira la olla del fuego con premura. Mientras remueve la sopa echa un vistazo rápido a la ensalada.

– ¿No te gusta la cebolla? –pregunta extrañada.

– ¿Qué? –pregunto pero, antes de que le dé tiempo a responder, me doy cuenta de que efectivamente he olvidado la cebolla–. ¡Ah! ¿Dónde están?

Lauren se aleja hasta el otro extremo de la encimera y, desde allí, se vuelve para apoyarse de espaldas sobre ella con una cebolla en la mano. Con un gesto comprendo que me la va a lanzar y la atrapo al vuelo.

Mientras estoy cortándola advierto por el rabillo del ojo que sigue apoyada en el mismo sitio y a mis oídos llega su dulce voz acompañando la de Nina. Es apenas perceptible pero aguzo el oído y consigo escucharla. Nunca la había oído cantar y, una vez más, me pregunto si hay algo que no sepa hacer.

... Ain't got no god, ain't got no love, then what have I got, why am I alive anyway?

Me quedaría toda la vida escuchándola canturrear así.

Noto el picor de la cebolla ascender hasta mis ojos y me froto con el dorso de la mano.

– Siempre supe que eras más sensible de lo que aparentabas –dice de repente y en un instante paso de no entender nada a comprender que me está tomando el pelo.

– No lloro por la canción, sino por la cebolla –replico burlona.

– Pues no todo el mundo es capaz de sentir tanta emoción por una cebolla –contesta con una falsa mueca conmovedora.

– Cállate –digo entre risas dejando de frotarme los ojos y retomando mi trabajo.

Unos segundos después advierto que no ha vuelto a cantar en voz baja y siento la necesidad de mirarla para saber qué está haciendo entonces. No puedo evitar lanzarle una rápida mirada curiosa y la descubro simplemente ahí parada, mirándome, con lo que queda de una sonrisa que aún no se ha desvanecido. Algo me da un salto dentro del pecho al encontrarme con sus ojos centrados en mí por completo y esa expresión que no sé interpretar. Sin saber cómo reaccionar esbozo una sonrisa y, cuando quiero darme cuenta, un agudo ardor se me clava en la yema del dedo, haciéndome soltar el cuchillo y de paso un improperio.

– ¿Te has cortado? –pregunta rápidamente acercándose.

La sangre empieza a brotar enseguida y me llevo el dedo a la boca.

– Un poco.

– Ven, lávatelo –me dice indicándome con un gesto que la acompañe al baño.

Una vez allí lo lavo con agua y jabón mientras ella busca en el propio cuarto de baño una tirita. Sin embargo saca también betadine.

– No es necesario, es sólo un cortecillo –digo aún con la mano bajo el grifo.

– Dame el dedo –exige ella haciendo caso omiso de mi comentario.

Se lo ofrezco con cierto reparo y mientras está impregnando de betadine el algodón siento el impulso de retirarlo pero ella lo toma con seguridad. El tacto de sus manos me tranquiliza y cuando aplica el algodón sobre mi herida no puedo evitar evidenciar el dolor.

– No seas quejica –comenta, aunque le pone más cuidado.

Me quedo embelesada con su perfil mientras ella mantiene la vista fija en mi mano; la forma de su nariz, el relieve de sus labios, la curva de sus cejas que reflejan su concentración y, al mismo tiempo, la frente distendida.

Tomo conciencia de lo irónico de la situación.

– ¿En qué momento hemos intercambiado papeles? –pregunto sintiéndome ridícula por haberme cortado.

– En el momento en el que has decidido que era buena idea cortar una cebolla sin mirar la cebolla –contesta ella tranquilamente deshaciéndose del algodón y noto cómo la vergüenza asciende a mis mejillas–. A ver... –murmura colocando la tirita alrededor de mi dedo con una certeza impecable–. Pues ya está.

– Gracias.

– Venga, vamos a cenar.

Después de convencerla de que se siente mientras yo pongo la mesa y llevar a cabo una casi cómica escena en la que yo debo encontrar platos y cubiertos según sus indicaciones, finalmente ambas nos hallamos sentadas. Conversamos sobre música aprovechando que ésta recorre plácidamente cada rincón de la casa mientras cenamos y descubro que, como en todo lo demás, Lauren es una persona abierta a todo tipo de géneros. Sus amplísimos conocimientos acerca de todo me hacen sentir insegura a veces; me anonada que sepa tanto sobre casi cualquier cosa porque, si ya hay pocas posibilidades de que algo en mí le resulte interesante, mi escasa cultura me deja a un nivel por debajo del subsuelo. Al fin y al cabo, ella va a seguir sorprendiéndome siempre, pero yo no tengo siquiera la capacidad de impresionarla a ella.

De todas formas me basta con su compañía, así que disfruto de ella mientras comemos, y mientras recogemos, y disfruto de ella también cuando se deja llevar por la música al caminar y balancea las caderas casi sin darse cuenta, y cuando se le escapan frases de las canciones que van sonando, y cuando saca un par de cervezas y las tomamos a ratos charlando, a ratos en silencio, escuchando la música mientras nos miramos. Y cuando lo hago pienso en que no creo que haya una persona más feliz que yo en ese momento. Y cuando ella lo hace no tengo ni idea de lo que piensa, aunque puedo imaginarme que nada más allá de la propia música.

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