Romeo, Marco y Julieta

By Ash-Quintana

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Marco oculta dos grandes secretos: Está enamorado del novio de su mejor amiga y se ha casado con una descono... More

Antes de comenzar a leer
Uno: No te cases
Dos: Sé elocuente
Tres: No entres en pánico
Cuatro: Busca contención familiar
Cinco: No duermas con su novia
Seis: Sé Magnífico
Siete: Lleva paraguas
Ocho: No beses a otra
Nueve: Sé menos obvio
Diez: Hazlo reír
Once: Bésalo
Doce: Sé discreto
Trece: Aprende a negociar
Catorce: habla con él
Quince: Conoce a sus padres
Dieciseis: No la cagues
Diecisiete: Niega todo
Dieciocho: Sé más prudente
Diecinueve: No llores
Veinte: busca un amigo
Veintiuno: Arregla tu desastre
Veintidós: Hazte cargo de lo que debes
Veintitrés: No enfades a Farrah
Veinticuatro: Me he quedado sin pasos
Veinticinco: Sigue los consejos de Leo
Veintisiete: No la dejes ir
Veintiocho: No reveles tus secretos
Veintinueve: Termina con esto 1#
Treinta: Termina con esto #2
Treinta y uno: Sigue andando
Epílogo
Dos años después

Veintiseis: No sigas a Jordan

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By Ash-Quintana


Era sábado por la noche en el parque de diversiones. Las luces se acababan de encender y en la rueda de la fortuna cambiaban de colores con el paso de los segundos.

—¡Marco!

La voz de Farrah se oyó a mi espalda. Me volví a verla y la encontré haciendo fuerza con el brazo de un muñeco para ver si conseguía hacer que se le diera vuelta.

Estaba seguro de que aquel no era su primer intento, porque hace diez minutos la había visto poner las fichas. Ahora se dedicaba a jalar con las dos manos, pero apenas sí era capaz de mantener el brazo inmóvil.

Me acerqué corriendo y coloqué mis manos sobre las de ella para ayudarla a tirar. El brazo comenzó a ceder cada vez más, pero ella ya estaba cansada y yo no paraba de reír porque de verdad nos estaba ganando.

A nadie pareció importarle vernos forzando la máquina y luego de un rato conseguimos hacer que el brazo cediera por completo. Salieron siete miserables boletos que Farrah arrancó con entusiasmo a la par que gritaba de júbilo.

—¡Iré a cambiarlos!

—¡Sólo te darán un caramelo! —traté de advertirle.

Ella me enseñó el dedo del medio y salió corriendo hacia el puesto de los premios. Chocó por accidente con Jordan y volcó el contenido del burbujero que él llevaba, pero no se detuvo a disculparse. Estaba demasiado emocionada para eso.

El castaño soltó una palabrota y provocó que el tumulto de gente a nuestro alrededor se volviera a verlo con horror. Lo vi sonrojarse y bajar la mirada con pena a su baratija para pretender estar concentrado en observar el líquido que aún le quedaba dentro.

Me acerqué a él y se lo arrebaté.

—¿Dónde está Lola? —pregunté con calma mientras inclinaba el recipiente para que la mezcla cubriera el aro.

Lo saqué, soplé, y un ejército de burbujas salió al encuentro de los niños que jugaban a nuestro alrededor, que comenzaron a empujarse y estirar los brazos para reventarlas. Verlos tan emocionados me hizo reír. Me encantaban los niños. De grande quería convertirme en uno.

Al no obtener respuesta de Jordan me volví a mirarlo y lo encontré con la cabeza echada hacia atrás para soplar una burbuja y evitar que se cayera al suelo o le explotara en la cara.

Acerqué mi rostro al suyo y soplé para que se alejara. Él, en respuesta, me puso la mano en la cara con suavidad para apartarme y se apresuró a recuperar su burbuja entre risas que me contagió. Le dejé un beso inconsciente en la palma que hizo que volviera el rostro para verme con curiosidad. La burbuja se reventó en su frente y cerró los ojos para que el detergente no le fuera a los ojos.

Corrió la mano a mi mejilla con el fin de dejar mi cara al descubierto, pero no cambió de expresión.

—¿Qué sucede? —pregunté en voz baja, luego de percatarme de lo que hice.

—Que eres lindo —soltó, pero más que un halago pareció una observación.

Siguió mirándome y no supe cómo responder a eso. No estaba seguro de que agradecerle fuera la mejor respuesta. De habernos encontrado en otra situación lo habría besado. Pero no sabía cómo nos encontrábamos los dos y Jordan parecía estar pretendiendo nunca haber escuchado la revelación de Farrah sobre que ella y yo nos acostábamos.

Lo que era mentira, pero no me pareció que tuviera por qué tener que estar explicándole eso cuando él y yo no éramos nada. Supuestamente.

Inspiré hondo.

—¿Estamos bien?

Lo miré con recelo. Todo con Jordan era incierto siempre. Con Farrah yo sabía que podría discutir con ella o no estar de acuerdo con algo, pero al día siguiente probablemente ninguno seguiría molesto, porque ella nunca cerraba el pico si algo le molestaba.

Y, ojalá nunca se entere de esto, me parecía una persona bastante madura, dentro de lo que cabía. Me dijo las cosas como eran desde el primer momento.

Jordan siempre parecía esperar que yo adivinara lo que estaba sintiendo. O tal vez tuviera mucho miedo de dejarlo ver.

Él asintió.

—Sí, estamos bien —dijo, y me hizo una caricia en la mejilla con su pulgar.

Dejé escapar el aire con alivio y cerré los ojos. Una de mis manos fue a parar sobre la que él tenía en mi rostro mientras la otra aún sostenía el burbujero, ahora cerrado.

—Te amo. —Abrí los ojos y me volví a encontrar con él. Sus palabras me sorprendieron, pero traté de no dejárselo ver—. Y tengo miedo de que juegues conmigo.

Negué apenas.

—Jordan, yo te amo desde que tengo como doce años —confesé con pena, consciente de lo tonto que me debía oír—. ¿Qué te hace pensar que jugaría contigo?

Lo miré con expectación, aunque estaba seguro de a qué se refería.

—Tú amas a Farrah.

—La quiero —confesé, porque no tenía sentido esconderlo cuando era evidente, y porque no quería mentirle—. Y quiero que sea feliz de la forma en la que no lo es conmigo.

Lo vi juntar las cejas, como si estuviera algo preocupado.

—¿La has dejado?

Asentí. No habíamos terminado, en realidad, porque nunca habíamos comenzado. Ella me dijo desde un principio que el estar casados no significaba que me debiera nada.

En el momento en el que me disculpé con ella por la forma en la que la había tratado estos últimos meses, en ese preciso momento, los dos terminamos lo que nunca empezamos. Porque fue ahí cuando me percaté de que los dos nos merecíamos algo de verdad.

—Lo siento —se disculpó.

Me alcé de hombros.

—Así estamos mejor. —Quité su mano de mi rostro y la tomé para acariciar sus nudillos con mi pulgar. Los dos miramos aquel gesto en silencio por unos segundos hasta que volví a alzar la cabeza para ver su rostro—. Sabes que el que la quiera a ella no implica que te haya dejado de amar ¿Verdad? —Él no respondió—. Porque no has dejado de parecerme maravilloso.

Él sonrió como si acabara de decirle una broma.

—¿Qué tengo de maravilloso?

No supe qué decir al respecto por un momento, porque no pude creer que él no fuera capaz de notar todo lo bueno que tenía, o lo enamorado que yo estaba de él.

Aparté la mirada y alcé un hombro con algo de pena, como si aquello no fuera la gran cosa.

—Me pones feliz sin siquiera intentarlo —resumí.

Creí que eso sería más fácil de decir que hacer una lista completa de todas las cosas que me gustaban de él, porque eran demasiadas, pero creía que ni aún así podría explicarme bien.

—Marco.

Volví a mirarlo.

—¿Qué?

Me besó.

Por un momento olvidé cómo respirar y él pareció darse cuenta, porque soltó una risa baja sin desprenderse de mí del todo. Sentí su mano libre en mí nuca y cuando quise darme cuenta Jordan se encontraba dejándome pequeños besos por todo el rostro. Cerré los ojos con fuerza y traté de quejarme sin reír, pero acabé aferrándome de la tela de su camiseta para mantenerlo cerca y poder besarlo cuando sus labios se encontraron cerca de los míos.

Aquello pareció agradarle más, porque se tomó su tiempo esta vez. Mordió con suavidad mi labio y deshizo nuestro agarre de manos para poder pasar su brazo por mi espalda en un abrazo. Jordan sabía a azúcar y melocotones.

—No los puedo dejar ni dos minutos, homosexuales —se quejó Farrah a unos metros de nosotros.

Me desprendí apenas del castaño para mirarla. Mis brazos seguían alrededor de él y los suyos alrededor de mí, como si ambos estuviéramos reacios a dejar de besarnos aún.

La pelirroja parecía estar masticando algo en su boca, posiblemente el caramelo que se había ganado, y Lola se encontraba subida a su espalda. Los moretones de su rostro ya se habían tornado en un amarillo verdoso, así que lucía como si aún no se recuperara del todo de un virus muy contagioso. Pero fuera de eso, parecía haber recuperado la energía de siempre.

—Esa es una gran idea, Farrah —repuse—. Estoy seguro de que por aquí debe haber un sitio tranquilo en el que nos podamos manosear como se debe sin que nos molesten las lesbianas.

—Nah. —Lola se bajó de la espalda de su amiga—. Farrah está muy segura de su heterosexualidad.

Aquello me sonó a queja.

—He venido con ganas de contarles un chisme, pero si ya se van, no se olviden de comprarme un regalo de cumpleaños. —Farrah hizo un gesto con la cabeza para señalar la tienda de regalos con las manos metidas en los bolsillos de su chaqueta—. Tienen una consola de tetris y quiero jugar los noventa y nueve juegos.

Anoté aquello mentalmente. Técnicamente el cumpleaños de Farrah había sido hace casi dos semanas, pero todos pretendíamos que era aquel día porque ninguno se había enterado de eso hasta ayer. Y todos nos sentíamos culpables por eso.

Tenía la ligera sospecha de que quizá ella lo habría ocultado para evitar que la presionara con que nos divorciáramos ahora que era mayor de edad, pero no planeaba hacer eso. Me había pedido que aguantara hasta el final de las clases y eso planeaba hacer. Sentía que lo peor ya había sucedido y que nada malo podría pasar desde aquel momento hasta la graduación.

Lola empujó el brazo de la pelirroja con suavidad, sin poder contener una sonrisa.

—Cuéntales.

—¿Qué cosa? —cuestionó Jordan mientras se separaba de mí.

Solté un resoplido a modo de queja y él volvió a abrazarme, pero esta vez por la espalda. Con eso me bastaba.

—He visto al profesor de teatro.

—¿Qué? —La miré con confusión y luego observé a mi alrededor, horrorizado— ¿Aquí?

Ella rodó los ojos.

—No, estaba de camino al puesto de premios cuando pasé frente a la casa de los espejos y lo vi besando a una chica.

—¿Era menor de edad? —pregunté con curiosidad.

Un coro de voces comenzó a reprocharme.

—¿Qué te sucede?

—¡Marco!

—Podría ser tu padre.

Enseñé las palmas de mi mano para dejar en claro mi inocencia.

—Ya va, ya va —traté de excusarme—. Sólo quería saber si debía llamar a la policía o no.

—Más te vale —me amenazó Farrah con enfado.

O quizá no estuviera enfadada, sino seria. Era muy difícil adivinar con la cantidad de pecas que cargaba, además de sus cejas tupidas. Cuando no se encontraba riendo lucía como si estuviera muriéndose de ganas por golpear a alguien. No había alcanzado a conocer un nivel intermedio, en realidad.

Jordan se volvió a apartar de mí y tironeó de mi brazo.

—Vamos a ver —me exigió—. La sala de los espejos está cerca.

—¿Qué haces? —Comencé a negar con la cabeza para indicarle mi desacuerdo, pero dejé que me arrastrara lejos de las chicas— ¿Y si nos ve?

Siguió andando mientras esquivaba a algunos niños que se atravesaban corriendo, pero volvió la cabeza para verme con diversión.

—¿De verdad no quieres saber con quién anda?

Negué, como si fuera más que evidente. Hubo una temporada en la que solía quedarme en el instituto hasta que papá saliera y tenía la mala suerte de cruzarme con la profesora de arte en el estacionamiento mientras andaba dándose besos con su pareja.

Me incomodaba ver a profesores siendo felices fuera del instituto sin notar mi presencia.

—Eres un puerco —solté.

Traté regañarlo, pero una sonrisa se asomó por mi rostro y él me la devolvió. Para cuando quise darme cuenta ya nos estábamos besando de vuelta. Lo empujé con suavidad para mirar por sobre su espalda, a la casa de los espejos, y suspiré aliviado al notar que no había nadie allí. Jordan comenzó a reír al notar mi gesto y comenzó a empujarme hacia el laberinto que estaba al lado.

Era un espacio cerrado y oscuro, las paredes tenían dibujos de espirales blancas y negras que mareaban un poco si uno se quedaba mirándolas fijamente y lo único que permitía que se pudiera distinguir algo entre tanta oscuridad eran las luces púrpuras del techo.

Las paredes eran demasiado delgadas y se alcanzaban a oír las risas de las personas que deambulaban en busca de una salida. Parecían más risas nerviosas, como si el hecho de no haber encontrado la puerta aún los inquietara pero no quisieran dejarlo ver.

—Ven. —Jordan tomó mi mano y se adentró en la oscuridad con demasiada seguridad, como si ya conociera el camino de memoria—. Vamos a buscar un sitio en el que te pueda meter mano tranquilo.

Lo dijo con tanta determinación en su voz que hice la señal de la cruz con mi mano sin darme cuenta.

—¿A cuántas personas te has agarrado aquí, cerdo, marrano?

Lo oí reír, pero no respondió.

Lo seguí con interés y algo de entusiasmo. Nos cruzamos con alguna que otra persona que trataba de salir de allí entre carcajadas y un empleado cuya aparente función parecía ser la de asegurarse de que nadie hubiera vomitado adentro.

Todos los pasillos me parecieron iguales, apenas podía ver a Jordan delante de mí y no quería desviar mi atención hacia las paredes porque estaba seguro de que comenzaría a convulsionar.

Apoyé mi espalda en la pared, junto a una salida de emergencia y él se detuvo al notar que mi agarre lo retenía. Cerré los ojos y suspiré.

—Este sitio es de locos —Guié su mano a mi pecho para que notara la velocidad de los latidos de mi corazón—. Si vomito sobre mi camisa de diseñador te mataré.

—¿No tienes dinero para comprarte una motocicleta pero sí para una camisa de diseñador?

Sonreí con galantería y enganché los dedos pulgares en el cinturón de su pantalón para atraerlo.

—Tengo mis prioridades bien organizadas.

—No pueden besarse aquí.

La voz del empleado nos hizo separarnos de forma abrupta y buscarlo con la mirada, pero no lo encontramos en nuestro pasillo. Estaba en el de al lado, regañando a otra pareja, al parecer. Permanecimos tal vez uno o dos segundos observándonos en silencio, hasta que ambos llegamos a la misma conclusión.

—¿Tú crees que el profesor...?

Jordan asintió con verdadero entusiasmo y no bastó más. Nos comenzamos a empujar hasta la salida del pasillo para asomarnos al otro con tanto atropello que dimos traspiés. Hicimos tanto ruido que cuando nos asomamos no sólo el empleado se volvió a vernos, sino también el profesor de teatro.

Y mi mamá.

§°§°§

NO ME MATEN.

HOLIS <3

LOS AMO.

Inserte aquí sus insultos hacia mi persona >>>

Ora si.

Bai <3

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