Romeo, Marco y Julieta

Autorstwa Ash-Quintana

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Marco oculta dos grandes secretos: Está enamorado del novio de su mejor amiga y se ha casado con una descono... Więcej

Antes de comenzar a leer
Uno: No te cases
Dos: Sé elocuente
Tres: No entres en pánico
Cuatro: Busca contención familiar
Cinco: No duermas con su novia
Seis: Sé Magnífico
Siete: Lleva paraguas
Ocho: No beses a otra
Nueve: Sé menos obvio
Diez: Hazlo reír
Once: Bésalo
Doce: Sé discreto
Trece: Aprende a negociar
Catorce: habla con él
Quince: Conoce a sus padres
Dieciseis: No la cagues
Diecisiete: Niega todo
Dieciocho: Sé más prudente
Diecinueve: No llores
Veintiuno: Arregla tu desastre
Veintidós: Hazte cargo de lo que debes
Veintitrés: No enfades a Farrah
Veinticuatro: Me he quedado sin pasos
Veinticinco: Sigue los consejos de Leo
Veintiseis: No sigas a Jordan
Veintisiete: No la dejes ir
Veintiocho: No reveles tus secretos
Veintinueve: Termina con esto 1#
Treinta: Termina con esto #2
Treinta y uno: Sigue andando
Epílogo
Dos años después

Veinte: busca un amigo

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Autorstwa Ash-Quintana


JORDAN

No se quedaron mucho más tiempo luego de eso.

Farrah dejó de llorar luego de un rato y permanecieron en silencio, con la cabeza de ella descansando en su regazo hasta que se durmió, y Jordan creyó que lo mejor sería que se marcharan.

La pelirroja no dijo nada durante todo el viaje. Se limitó a recargarse contra la puerta del auto con la cabeza apoyada en la ventana para observar los postes de luz cada vez que pasaban junto a alguno.

Su chaqueta era lo suficiente abrigada como para que no tuviera frío en los brazos, pero desafortunadamente no alcanzaba a cubrirle las piernas y ella había llevado una falda, Así que no le sorprendió cuando a mitad de camino la vio estirar el abrigo y flexionar las piernas para meterlas por debajo.

Cuando se detuvo frente a su casa, Farrah quitó el seguro con la intención de bajarse, pero él habló antes de que lo hiciera.

—¿Quieres quedarte a dormir en mi casa? —preguntó, algo inseguro.

Ella pareció pensárselo y él esperó que dijera que sí, por lo menos en aquella ocasión, porque recordar lo que le había dicho sobre darle miedo quedarse dormida en su casa lo hacía sentirse terrible. Él jamás se había sentido de esa forma y le parecía completamente injusto que otra persona lo hiciera. No se lo merecía.

—Estás siendo condescendiente —fue su respuesta, como un reproche. No se veía enfadada, sino como si estuviera marcándole una falla.

Jordan arrugó la frente.

—No estoy siendo condescendiente —Pestañeó—. No sé qué significa.

Ella dejó de mirar hacia el frente para buscar los ojos de él, impasible.

—Es cuando tratas de hacer cosas amables por alguien porque lo consideras inferior y te da pena. —Subió los pies y los apoyó en el salpicadero, como si no pretendiera bajar del auto en lo pronto. Jordan no supo qué pensar al respecto ¿Quería irse o quería quedarse?—. Si yo comenzara a explicarte ahora lo que significa considerar a alguien inferior, estaría siendo condescendiente contigo. Porque asumo que no lo sabes.

El castaño aguardó un momento para intentar comprender a pesar de que ella ya le había dado un ejemplo y se preguntó de dónde habría aprendido ella eso. Y luego se cuestionó si el hecho de preguntárselo también era ser condescendiente.

Suspiró, abatido, se recargó en el respaldo y apoyó la mejilla en el cojín de su asiento para verla. Ella lo imitó.

Su cuerpo estaba curvado, con parte de la espalda y la cabeza apoyada en el respaldo del sofá, las piernas flexionadas y las suelas de sus plataformas apoyadas en la puerta de la guantera. La falda escocesa que llevaba puesta se la había subido lo suficiente como para que se viera el pantalón corto que llevaba debajo.

Nunca se había puesto a pensarlo, pero con todo el cabello que tenía y la ropa que usaba, Farrah parecía haber salido de una película de los ochenta. Probablemente habría interpretado a la mala de turno.

—¿Qué me ves?

—Tu cara pecosa, zanahoria.

Ella soltó una risa.

—Me echarás un colchón en el suelo —le ordenó, y Jordan asintió.

***

Jordan se despertó unas horas más tarde.

Echó una ojeada a su alrededor y tomó su teléfono: eran las cuatro de la mañana. Se frotó los ojos con las manos y miró hacia el suelo, a Farrah echada en el colchón que le había dado. Se encontraba cubierta con frazadas, pero no dormía, sino que miraba algo en la pantalla de su teléfono.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó, medio somnoliento.

Ella se quitó el auricular que llevaba puesto y lo miró. Era gracioso ver todo el cabello que llevaba esparcido por la almohada.

—Estoy viendo Dragon Ball Z —le dijo—. ¿Sabes cuál viene luego de la saga de los androides?

Parpadeó con confusión.

—¿La qué?

Ella suspiró.

—Deja, yo busco.

Jordan se acomodó de lado para poder mirarla.

—Creí que tenías sueño.

—Ya he dormido —le respondió a secas, antes de comenzar a buscar algo en su teléfono—. Ya no tengo más sueño.

Trató de hacer una cuenta mental de la cantidad de horas que Farrah había descansado. Cinco, tal vez. No más.

—Son las cuatro de la mañana, desquiciada. 

Farrah se giró en el colchón para darle la espalda. Aún llevaba su chaqueta puesta y pensó en que se la iría a estropear, pero esperaba que estuviera cómoda con ella.

—Si tanto te iba a molestar no me hubieras invitado, tarado. —Le dio "reanudar" al episodio—. Deja de fijarte en cuánto duermo.

Jordan resopló y rodó fuera de la cama. La pelirroja se volvió a verlo por el ruido que hizo, pero no le dijo nada. Él caminó hasta su escritorio, tomó su computadora y se sentó sobre su cama con la espalda apoyada en la pared. Encendió la portátil y bajó la vista a la pelirroja, quien parecía mirarlo con recelo.

—¿Qué saga le sigue a la de los androides? —quiso saber mientras entraba al buscador.

La muchacha apagó la pantalla de su teléfono y se quitó las colchas de encima para escalar hasta la cama de él. Cuando los pies de ella tocaron por accidente las piernas de él, un escalofrío lo recorrió. Estaban congelados.

—Hazme lugar ¿Quieres? —le exigió ella con aparente fastidio.

El castaño se corrió hasta que ella cupo a su lado y le entregó la computadora mientras acercaba su manta.

Farrah se durmió media hora después.

MARCO

Desperté alrededor de las once de la mañana el domingo.

La noche anterior había salido de la casa en la que se hizo la fiesta y busqué a Farrah en la calle, pero ella no estaba. La encontré en el jardín trasero, unos minutos después, con Jordan abrazándola. Mi chaqueta estaba tirada en el suelo y ella se encontraba con la de él encima, así que imaginé que nadie me querría allí.

Tomé mis cosas y me largué luego de robarle otro vaso de cerveza a alguien que pasaba por ahí.

Kit y Giorgia se marcharon al mercado un rato después de que yo me levantara, así que aproveché la ausencia de papá para salir al almacén y comprar vino, porque él se había deshecho de todas las bebidas de mamá. Su principal uso sería beberlo, evidentemente, pero también usaría un poco para cocinar, así no se daba cuenta de que su hijo era un alcohólico. Aunque tendría que inventarme algo cuando se preguntara con qué identificación lo compré.

Exactamente diez minutos más tarde me encontraba con los brazos cruzados sobre el pecho para cubrirme un poco del frío mientras tironeaba de las mangas de mi sudadera gris y observaba las estanterías con vinos. Los ojos aún me pesaban, no tenía ni las ganas suficientes como para pararme derecho y el frío se colaba por mis pies porque había ido en pantuflas.

Debí de verme muy mal como para que la cajera me preguntara si me encontraba bien. Quizá el hecho de que estuviera comprando café y vino la preocupó un poco.

Suspiré.

Tenía que poner mi mierda en orden.

Cuando abrí la puerta de entrada casi me dio un infarto. Había un tipo sentado de cuclillas en el suelo de mi cocina acariciando a un perro que nunca antes había visto en mi vida. Más extraño aún, el animal estaba comiendo algo de un pequeño recipiente.

—¿Qué mierda?

Me detuve a medio camino hacia la cocina, con la bolsa de papel entre mis brazos. Lo primero que se me pasó por la cabeza era que nos estaban robando, aunque eso no explicaba al caniche. Pero el sujeto se incorporó con calma y metió las manos en los bolsillos de su chaqueta, como si le avergonzara que lo encontraran alimentando al can.

El tipo titubeó.

—Dejaste la puerta abierta y tu perro estaba llorando —se excusó, algo inseguro—.Le di un poco de carne de la heladera. Está... ¿Está bien?

Me acerqué y dejé la bolsa sobre la mesa.

—Yo no tengo un perro —contesté a punto de entrar en pánico.

Seguro era una excusa para que bajara la guardia. Apenas le diera la espalda él me reventaría la cabeza con un palo y huiría con lo que fuese que me robó.

—Oh...—Sacó las manos de sus bolsillos y se las tocó antes de mirar medio segundo al suelo y luego a mí, como si no supiera qué hacer—.¿Quieres que lo saque?

—Me gustaría que me dijeras quién eres.

Él abrió la boca y la volvió a cerrar sin emitir palabra. Hubo un momento de silencio bastante incómodo hasta que se atrevió a contestarme.

—¿Porqué me visitaste la semana pasada, Marco?

Oh.

Oh, Dios.

La sangre se me subió al rostro. Ni siquiera había sido capaz de reconocerlo.

Retrocedí un paso y miré a mi alrededor

Tenía a Martino delante de mí.

No quería.

Me pasé la mano por el cuello como si pretendiera hablar, pero no me salió nada. Sentía su mirada y no me gustaba, sentía su presencia y me incomodaba.

Estábamos hablando de un tipo al que no veía desde los seis o siete años. Ni siquiera recordaba su rostro, ni el sonido de su voz. Se sentía demasiado extraño estar frente a él.

Quise pedirle que se marchara, pero no encontré mi voz. Tenía miedo.

—Giorgia me dijo que lo hiciera —dije finalmente.

Aparté la mirada.

Vete.

Vete. Vete. Vete. Vete. Vete. Vete.

—¿Podemos hablar?

Negué apenas, sin mirarlo.

Necesitaba que Giorgia y papá llegaran en ese momento.

—¿Por qué te has cambiado el nombre?

No alcé la cabeza, pero sentí que se acercaba un poco. Tal vez un paso o dos, pero aún seguía lejos de mí. Quizá dos metros, no estaba seguro.

No me había cambiado el nombre. Sólo usaba el segundo porque me gustaba más. Un montón de gente lo hacía y no significaba nada. Marco era mucho más fácil de pronunciar que Gianfranco.

—¿Puedes sacar al perro, por favor? —le pedí, con esperanza de que cediera y se apartara de mí—. Mamá es alérgica.

—Giorgia me dijo que tu madre...

—¿Cuántos años tiene Leonardo?

Alcé la cabeza y lo miré, aferrado al borde de la mesa, con la frente arrugada y las cejas alzadas en miedo. No sabía por qué me asustaba tanto la idea de que se acercara a mí, pero lo hacía.

Cuando comencé a pensarlo, me di cuenta de que sí nos parecíamos un poco, físicamente. Tenía los ojos raros, como los míos. Saltones. Si hacía memoria podía recordar cosas de él, como su ascendencia.

—Leonardo tiene veinte años —contestó.

Me cubrí el rostro con las manos y respiré. No sabía si me chocaba más el tener un hermano, que fuera mayor que yo, o el hecho de que en aquel momento me encontraba deseando no cruzármelo nunca.

Corrí un poco las manos de mi cara para poder verlo, pero aún me encontraba sosteniéndome la cabeza, porque sentía que me iba a explotar.

—¿Tenías otra familia? —pregunté en un hilillo de voz.

Él volvió a quedarse sin palabras y lo único que quería era preguntarle cómo se atrevía a venir a mi casa y no saber qué responderme. ¿Qué diablos esperaba? ¿Pretendía que lo abrazara, que lo llamara papá, que me alegrara de verlo? Porque nunca en mi vida me sentí tanto como una mierda como en aquel momento.

—¿Tenías otra familia? —repetí.

Él me miró con angustia.

Quería pegarle.

—Marco, ustedes eran la otra familia.

Solté un quejido y le di la espalda, con un nudo en la garganta.

—¿Marco? —La puerta de entrada se abrió y mamá apareció. Llevaba una bolsa grande de comida rápida en una mano y su maleta en la otra—.Si nadie viene a reclamar su hamburguesa voy a... —Cerró la puerta y nos miró. Ella pareció reconocer a Martino, porque apenas lo vio, se acercó a mí sin dejar de mirarlo—¿Tú lo has dejado entrar?

Volví a apoyar las manos en el borde de la mesa y comencé a negar con los ojos cerrados. Cuando los abrí, ella se encontraba dejando su bolsa de papel sobre la mesa.

—¡Vete!

Se acercó a él y comenzó a empujarlo.

—No, no, espera —Martino intentó zafarse de Marnie, pero ella no lo soltó mientras lo llevaba a empujones hacia la puerta—. Dame un segundo.

—¡Qué te vayas!

Comenzó a darle empujones más fuertes. Martino intentó agarrar sus brazos. Cada vez se acercaban más a la puerta.

—¡Marnie!

—¡Marco, llama a la policía!

Me agaché junto a la mesa sin dejar de verlos. El perro comenzó a ladrar.

—¡¿Marco?!

—¡No le hables!

Quería vomitar.

—¡Me estás lastimando!

—¡Qué suerte!

—¡Marnie!

Martino la tomó por los hombros con fuerza, mamá gritó y le estampó la parte baja de la palma en la nariz. Él la soltó, ella azotó la puerta y colocó todas las trabas antes de echar la llave. No fue hasta entonces que se volvió para verme.

Se pasó la manga de su sudadera por el rostro. Parecía querer llorar de los nervios.

—¿Estás bien? —me preguntó al notar que estaba en el suelo. Se dejó caer a mi lado, tomó mi cabeza y me dejó algunos besos en el rostro con desespero. Se le quebró la voz—. Lo siento, lo siento. 

Cerré los ojos.

—¿Dónde estabas?

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