Sin saber lo que somos (Homoe...

By zeusdehera

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Los protagonistas de la novela, Shion y Sikamaru, viven en un mundo en el que demonios y ángeles se odian a m... More

Él
Primera parte: Conociéndote
Primera parte: Algo nuevo
Primera parte: Volverte a ver
Primera parte: Un comienzo y una despedida
Primera parte: Lo mejor que podría pasarme
Primera parte: Idiota
Primera parte: El dolor y los recuerdos siempre son pareja
Primera parte: Salvajes
Primera parte: Cuando tus temores aparecen...
Primera parte: Por los amigos
Primera parte: Padre e Hija
Primera parte: De leyendas y nombres
Primera parte: De nieve y amor
Primera parte: Ya no estás tú
Segunda parte: Juntos
Segunda parte: Un San Valentín especial
Segunda parte: Un viaje inesperado
Segunda parte: Un libro y una rosa
Segunda parte: Ciegos
Tercera parte: Contigo
Tercera parte: Destrozados
Tercera parte: Sincericidio
Tercera parte: Contigo
Epílogo: Principio
Extra 1. Sam
Extra 3. Rukia

Extra 2. Rojo y Naranja

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By zeusdehera

Para Paloma ( VincaGnone )

por enseñarme a compartir

mi mundo privado.

No es fácil ser un dios.

No es fácil querer vivir tu propia vida cuando ya han elegido tu camino, cuando sabes qué es lo que tienes que hacer, cuando tiene algo a lo que atenerte. Pero no siempre es así; en mi caso nunca lo fue. Mis queridos hermanos siempre tan rectos, tan ególatras, tan ciegos no vieron en lo que nuestra creación se convertía. No vieron las guerras, el hambre, las epidemias.

Ángel en su querido trono de cristal sólo se preocupa por hacer que pague una muerte que no causé y se afana en ello. Todos los días pierdo a algún demonio y todos tienen el mismo común denominador: los ángeles, seres alados que han olvidado para qué fueron creados y ahora hacen la guerra sin más afán que exterminar a los míos. Oh, y nosotros respondemos, claro que lo hacemos. Y esto es un nunca acabar. Si ellos matan nosotros también; es así de simple...pero cada muerte se clava en mi corazón, ese que aquel día replegué a un lugar oscuro para no tener que usarlo jamás.

Gaia, mi querida hermana, diosa de la creación, ¿dónde estás? ¿No ves que tus hermanos te necesitan? ¿No ves la destrucción que causamos entre nosotros? ¿Qué es lo que ocupa tu tiempo? ¿Qué es más importante que salvar a tus hermanos de su propia destrucción?

Nunca tendré respuestas a estas preguntas, igual que nunca te volveré a tener entre mis brazos; fuiste el último de una larga lista de amantes y acabaste como ellos, asesinado a manos de mi hermano. Nunca le perdonaré el haber visto tu cuerpo quemarse en las llamas, ni que tú me sonrieras y dijeras que me querías delante de todo aquel pueblo de fieles que nos sacaron de nuestra cama a mitad de la noche con horcas y antorchas.

Los maté. A todos. Con esa furia que nunca te dejé ver porque quería protegerte.

A pesar de estar convencido de que todos estaban muertos, envié un grupo de demonios a investigar las casas por si todavía quedaba alguno. Me dijeron que no quedaba nadie y que habían prendido fuego al pueblo.

Tu venganza no había hecho nada más que empezar. Durante años ahogué mis penas en sangre, alcohol y sexo hasta que hace quince años apareció una humana que me abrió los ojos y que me dejó sin mi mejor general. Mi hermano intentó secuestrarla pero no lo consiguió. Ahora está sentando en su trono de cristal disfrutando de su venganza momentánea.

Pero yo no he venido a hablarte de mi hermano, sino de un joven que me salvó. Alguien al quien he entregado mi corazón y mi vida. Es el que me ha sacado del negro pozo de mi alma, el que arrancó tu doloroso recuerdo de mi piel. Me ha curado todas y cada una de las heridas que tu ausencia dejó. Cada poro de mi piel le reclama, le necesita.

Tiemblo siempre que le tengo cerca, que sus suaves y finos dedos rozan mi piel o uno de sus rizos cae sobre mi mejilla. Mas no voy a ser yo quién te lo cuente.

No.

Porque no puedo hacerlo.

Porque le he perdido igual que te perdí a ti.

Porque el simple hecho de estar sin él produce un vacío en mi corazón que solo soy capaz de rellenar con sangre y alcohol. Recuerdo que nunca te gustó que yo solucionase mis enfados matando prisioneros pero bien sabías que era lo único que me calmaba para luego poder estar a tu lado.

He traído a Jesse a tu tumba. Le he enterrado junto a ti porque sois a los que más he querido, a ti por ser darme el amor que merecía y a él por ayudarme a dejar de amarte aunque ya hacía mucho tiempo que no lo hacía. Su madre, que también fue la tuya, me ha dicho que volverá pero yo no la creo. Los demonios no pueden volver porque su alma se extingue para siempre.

Espero que estéis donde estéis Jesse y tú os llevéis bien. Espero que os contéis cosas sobre mí, sobre nuestras historias porque yo no voy a ser capaz de hacerlo en mucho tiempo.

***

—¡Mama!—exclama el joven pelinaranja—Me voy.

—¿Vienes a comer?—una mujer regordeta se asoma al pasillo con un trapo en la mano.

—No lo sé—contesta—, el maestro me ha dicho que por fin voy a poder trabajar en la administración central y que tienen mucho trabajo acumulado.

—Claro que lo tienen—comenta molesta Nadia—. Si nuestro señor se dedicase al papeleo y menos a meter a jovencitos incautos en su cama, otro gallo cantaría.

—No creo que sea tan guapo—la mujer arquea una ceja y le advierte de que no quiere verle involucrado con Satanás.

—Tú ocúpate de los papeles y no de colarte en las sábanas de ese.

—Creo que eres a la única persona a la que se le permite ese lenguaje—el joven sonríe y abraza a su progenitora.

—Claro—dice orgullosa—. Soy de las personas más viejas de este sitio.

—¿Cuántos años tienes?—pregunta inocentemente el chaval, ella le fulmina con la mirada y lo echa de casa para que vaya al trabajo. No era plan de que empezara el primer día llegando tarde.

El pelinaranja recorre las calles de la ciudad en la que se ha criado saludando a los transeúntes y a los tenderos que le devuelven el gesto. Veinte minutos después se planta en frente de un edificio de estilo renacentista con una doble puerta de madera y dos guardias apostados a cada lado; cerca de uno de ellos se encuentra su maestro, ataviado con ropajes romanos y un pergamino en la mano. Tras saludarse, su profesor le mete prisa para que entre al edificio pues no quiere llegar tarde a la asignación de oficios.

El lugar cuenta con una infinidad de puertas y pasillos casi nunca vacíos ya que un montón de personas trabajan en ese lugar; todos ellos ataviados según la época de la que proceden. El joven se asombra de todo lo que sus ojos ven, de vez en cuando se queda parado en mitad del pasillo observando y su maestro debe arrastrarle para que siga andando.

Pasan por una planta en la que todas las personas están reunidas en corrillos comentando algo relacionado con el rey del Infierno. El maestro se acerca a preguntar y no tarda en obtener la respuesta.

—¿Qué pasa?—pregunta el joven curioso a la vuelta de su compañero.

—Satanás despidió anoche a otro secretario personal—el maestro suspira y sigue subiendo por la escalera. El evento está a punto de empezar y van a llegar tarde si siguen entreteniéndose—, lo hace siempre que se cansa de ellos y decide echarlos de su cama.

—¿Quién cogerá el puesto?—inquiere el joven siguiendo a su maestro.

El hombre se encoge de hombros y le pide que no se entretenga. La planta anterior a llegar a su destino sorprende de gran manera al pelinaranja porque unas puertas con vidrieras cierran el paso. El zagal, movido por la curiosidad, las abre para entrar a un maravilloso pasillo decorado con grandes cuadros del mundo humano; el joven los reconoce todos e incluso se atreve a decir en voz alta el año y el autor del mismo. Sigue avanzando hasta que nota una mano agarrando la suya. Es la de su maestro que niega con la cabeza e intenta sacar al chico de allí mas él se resiste, no desea abandonar la belleza de ese pasillo.

—Maestro—le llama parándose en seco—Tal vez yo podría ocupar el puesto de secretario personal—comenta el chico con aire esperanzado.

—Nadie lo quiere—afirma agarrando el brazo de su acompañante, los dos acaban teniendo una discusión que se salda con una pregunta—¿Quieres ocupar ese puesto?

—Sí, no deseo ir a esa estúpida sala y que me asignen un trabajo que no me va a gustar y pasar el resto de mis días lamentando mi triste existencia—explica el joven pesaroso—. La otra opción es permanecer a tu lado pero entonces seré "el aprendiz de" para siempre y no quiero eso. Sé que la adivina le dijo a mi madre que nunca seré bueno con la espada pero sí lo soy con las letras y creo que puedo enfrentarme a ese trabajo.

—Te doy tres días—dice el maestro dando la vuelta y llevando al joven hacia el final del pasillo—. En tres días estarás ante mi puerta reclamando que te pida un puesto en algún lugar aburrido.

El joven sonríe dispuesto a no decepcionar a su maestro y le sigue hasta un salón enorme. En el centro hay varias figuras, dos de ellas visten trajes hechos a medida, otras dos se atavían con armaduras y la última sigue en pijama. Un leve carraspeo por parte del maestro hace que todos se giren; el joven abre la boca de par en par al verse observado. Satanás alza una ceja y despide a sus colaboradores con una mano. Todos ellos salen por un lateral de la sala dejándoles solos. El señor del Infierno estudia con atención al joven y dictamina que es un buen espécimen. Luego mira a su acompañante y sonríe haciendo que el joven se quede atontado.

—Séneca, hacía mucho tiempo que no te veía—exclama Satanás dándole un abrazo—¿Quién te acompaña?

—Este es Jesse—le señala—. Nos dirigíamos a la entrega de oficios pero nos enteramos por el camino que habíais despedido a vuestro secretario personal.

—Tuve que hacerlo, era un incompetente—dice sonriendo—Ni siquiera sabía preparar un buen café...—una sonrisa de autosuficiencia se implanta en su cara—¿Y bien? ¿Qué deseáis?

—Jesse desea ser vuestro secretario personal. Es un buen candidato y es capaz de recordar hasta la más mínima cosa.

—¿De verdad? —Jesse asiente nervioso—¿Te importa si le pongo a prueba?—el maestro niega con la cabeza, Satanás Comienza a andar por el pasillo de los cuadros—¿Podrías decirme de qué época son las pinturas?

—No todas pertenecen a la misma época—dice Jesse un poco nervioso—Le gusta mucho la época del renacimiento, el edificio y que dos de tres cuadros sean de la época lo confirman. También le encanta la época del romanticismo y el rococó, me he fijado en la mesa en la que trabaja, está muy recargada y las paredes del salón también. Pero sin duda, adora el impresionismo ya que en cada tramo de escalera hay un cuadro de la época, además no se ha podido resistir a decorar cada planta según el periodo a la que pertenecen los trabajadores de la misma. Y otra cosa, el mosaico de la cabra que hay en la entrada de este piso no es muy agradable de ver.

Sus dos acompañantes se quedan asombrados ante tanto conocimiento. Seneca se siente orgullo de Jesse y Satanás no puede apartar la mirada de aquel joven tan hermoso al que le han brillado los ojos mientras respondía a su pregunta.

—El puesto es tuyo—afirma Satanás—Despídete de tu maestro y ven. Tengo que enseñarte tu puesto de trabajo.

Jesse se despide con un abrazo y sigue a su señor que le lleva por un lateral del gran salón hasta una pequeña salita llena de papeles. Un escritorio y un ordenador de mesa completan el lugar.

—Tu deber es informatizar todos estos archivos y estar atento al telefonillo por si te pido algo y tienes que traérmelo.

—Estoy a su disposición para lo que desee, señor.

Satanás sonríe con burla y Jesse se da cuenta de que sus palabras no han sido las más acertadas. A pesar de que se intenta disculpar, su jefe le resta importancia con una mano y sale de la habitación encontrándose de bruces con uno de sus guardias personales. Björ alza una ceja y le pregunta quién es el incauto que ha decidido meter en el cuarto.

—Se llama Jesse y era pupilo de Seneca. No creo que aguante mucho.

—¿Tus insinuaciones o la carga de trabajo que tiene?

Satanás no contesta, prefiere averiguar la respuesta por sí mismo.

***

—El café está frío, zanahorio—dice Satanás mientras revisa unos papeles.

—Si no me hubiera mandado a la otra punta de la ciudad a por él, estaría caliente—comenta en un susurro Jesse mientras suspira por el mote.

—¿Has dicho algo?

—Ahora mismo se lo caliento, señor.

El pelinaranja desaparece para ir a la cocina y calentar el café en el microondas. Lleva seis meses trabajando para su señor y aún no entiende por qué le manda hacer cosas tan extrañas como ir a buscarle café al otro lado de la ciudad o buscar una flor que no existe o comprarle galletas con forma de tridente justo antes de marcharse a casa porque se le han antojado.

Aún recuerda la bronca que le echó su madre cuando le dijo que estaba trabajando para Satanás. Todos los días a lo largo de un mes intentó convencerle para que lo dejara y aunque había tenido momentos en los que deseó hacerlo, se dijo que si superaba esto, sería capaz de hacer cualquier cosa. Respira hondo cuando el aparato pita indicando que el café está preparado. Lo deja en la mesa de su señor el cuál no está y vuelve a su cuartucho a seguir informatizando informes de misiones pasadas.

Al principio su trabajo no le agradaba, demasiadas muertes innecesarias y un montón de heridos pero con el paso de los días aprendió a mirar más allá de los informes catastróficos y descubrió que todo habían sido buenas acciones para frenar las de otros. Devuelve su cabeza al presente y se centra en lo que tiene que hacer. Su jefe no le molesta en toda la jornada laboral y aunque le extraña, lo deja pasar.

Cuando suena la alarma de que su turno a finalizado, sale de la habitación para encontrarse a Satanás comiéndose a besos a un chico un poco mayor que él. Sale por la puerta en completo silencio notando que algo le molesta pero decide ignorarlo.

Los meses pasan y la relación que mantiene con su jefe comienza a hacerse más personal; los dos comienzan a compartir la hora del café. Tras lo cual uno de los muchos amantes de Satanás aparece por la puerta y su charla se acaba, dejando a Jesse con un sentimiento con el que no sabe lidiar. No entiende por qué cada vez que se cierra la puerta de esa habitación le entran ganas de ponerse a llorar.

***

Jesse mira por la ventana totalmente abstraído de lo que su jefe le dice. No le apetece prestarle atención, está enfadado con él aunque desconoce el motivo y eso le enfurece aún más. Una mano se posa en su hombro, al girarse ve la rojiza mirada de Satanás clavada en sus ojos y despierta de su ensimismamiento.

—Perdón—se disculpa bajando la mirada—¿Qué me decía?

—¿Qué mirabas con tanto ahínco?

—Cuando venía hacia aquí esta mañana he notado una actividad frenética en las calles de la ciudad y me preguntaba a qué era debido.

—Es el mercado quinquenal—responde el pelirrojo—Cada cinco años comerciantes de los diferentes niveles llegan a la capital para vender sus productos. El mercado dura varios días—Jesse sigue mirando por la ventana—Podemos ir...

El joven se gira para mirar a su jefe con los ojos abiertos por la sorpresa. Respira hondo y le pregunta si aquella mañana no tiene compromisos que atender. Satanás pilla al vuelo la referencia, se encoge de hombros para responderle que puede cancelarlos o posponerlos para otro día. También le cuenta que él tampoco está muy centrado para dedicarse a trabajar y que prefiere salir a dar una vuelta. Jesse acepta el plan y se deja guiar.

Bajan por una escalera secreta que solo conoce el señor del Infierno y salen por un lateral del edificio. El pelinaranja anda detrás de su amo que abre la marcha, cuando llegan a las calles en las que se instaura el mercado, la actividad es frenética. Miles de moradores se mueven de un lado a otro. El joven, en un acto impulsivo, agarra la muñeca de su señor y lo lleva de puesto en puesto sin soltarle un solo segundo.

La sonrisa que pone Jesse cada vez que ve algo que le gusta, hace sonreír también al pelirrojo que siente que algo se está removiendo en su interior pero no desea saber qué es a pesar de que tiene sus sospechas. Siguen de un lado para otro y Satanás siente que cada vez necesita estar más cerca de Jesse. No le basta con que le tenga agarrado de la muñeca, quiere sentir sus dedos entrelazados con los suyos y sumergirlos en esa melena. Se insta a tener la cabeza fría y disfrutar del día que va a pasar. Algunos le reconocen pero él le quita importancia con un gesto de la mano y sigue con su cita, aunque él odia llamar así a una salida de amigos.

Un montón de voces corean a la vez que sus productos son los mejores, los más baratos, que no hay otra cosa igual, que es irrepetible y un millar de tretas para vender. Jesse está asombrado tanto por la calidad de las piezas como por la cantidad. Nunca se habría imaginado aquello.

Cada calle está destinada a un tipo de producto, la que actualmente transitan presenta una gran variedad de joyería y bisutería a precios realmente bajos. Muchos moradores se pasean por los puestos y adquieren la mercancía. En uno de ellos hallan a una mujer de cabellos marrones a la que Jesse saluda.

—No esperaba encontrarte aquí—la mujer sonríe al ver a su hijo mas ésta se le congela cuando ve de quién viene acompañado. Satanás retira su muñeca del agarre del joven al reconocerla.

—Ni yo—es su escueta respuesta—Creí que estarías trabajando.

Jesse y su madre comienzan una charla a la que él no presta atención. Satanás coge aire y se muerde el labio. Aquella mujer le despierta recuerdos que prefiere mantener en el olvido. Suspira y está a punto de decirle a Jesse que él debería volver al trabajo pero que le da el día para que disfrute del mercado. No llega a comentárselo porque le ve despedirse de su madre agarrándole de nuevo, pero esta vez entrelaza sus dedos.

Siguen caminando por el lugar, hasta que llega la hora de comer. Los dos deciden comprar algo en algún puesto dedicado a la comida rápida y se sientan en uno de los bancos del parque que hay en el centro de la ciudad. Jesse prefiere el suelo mientras que Satanás el trozo de madera.

—¿La persona a la que has saludado...?

—Es mi madre—contesta Jesse dándole un mordisco a su bocadillo—¿La conoces?

—Se podría decir que sí—dice melancólico—Era mi...

Satanás se corta, no quiere contarle eso a Jesse. No puede hacerle cargar con una culpa que no es suya. Respira hondo y cierra los ojos para mantener a raya todos los recuerdos que no deberían aflorar en ese momento. Nota una mano en su frente y cuando abre los ojos, le recibe la preocupación en los del joven. Sonríe y le dice que no es nada, pero tenerle tan cerca le desconcierta. Sabe perfectamente que se ha enamorado del zanahorio pero le da miedo pronunciar unas palabras que le han sido vedadas.

El pelinaranja se aparta poco a poco de él, dejando un vacío. Igual que cuando se soltó de su agarre. El pelirrojo quiere retenerle agarrando la mano que hasta ese momento ha estado en su frente, atraerle y besarle. Después le llevaría a su cuarto y se dedicaría a contemplar la hermosura de su cuerpo sin interrupciones, sin trabajo de por medio. Solo ellos dos amándose. Mas sabe que es imposible. No puede permitirse el lujo de amar a alguien.

Éste vuelve a estar sentado en el suelo y Satanás decide que quiere saber más de él; se dedican a preguntarse cosas de pequeña importancia como la película favorita o el grupo de música. Jesse se sorprende cada vez más y la imagen preconcebida que tenía de su señor se va rompiendo en pequeños trocitos que no desea recomponer.

—¿Quieres que vayamos a por un café?—pregunta Satanás.

—Prefiero té de melocotón—responde con una sonrisa.

—Se puede intentar.

Satanás agarra la mano del joven y le guía a través de calles laberínticas hasta su establecimiento preferido que en ese momento se encuentra vacío. Los camareros se alegran de tener clientela y les atienden con educación y gusto. Pasan el resto de la tarde en el café. Cuando llega la hora de volver al hogar los dos sienten que no desean que ese día se acabe y que les falta algo en la despedida. Satanás le sonríe y él se la devuelve.

—Gracias por este día—esas son las últimas palabras de Jesse antes de darle un beso en la mejilla y marcharse a su casa.

El señor del Infierno se queda plantado en mitad de la calle desierta con una sonrisa enorme implantada en su cara. Coge aire y lo expulsa. Luego, comienza a andar hacia su casa. Antes de entrar por la puerta lateral mantiene una pequeña charla con su guardaespaldas.

—¿Cuánto rato llevas siguiéndome?

—Desde que saliste del edificio—responde Björ con una sonrisa.

—Es increíble que con lo alto y rubio que eres nadie se dé cuenta de que estás ahí.

—Me contrató para eso—su jefe se encoge de hombros dándole la razón—Se ha enamorado del chiquillo, ¿verdad?

Satanás cierra los ojos y asiente con la cabeza.

—Ven—dice abriendo la puerta—Necesito charlar con un amigo.

En cambio a Jesse no le espera una bienvenida tan cariñosa. Su madre le echa la bronca y le repite que no ha de juntarse con el pelirrojo mas no le da razones y él, harto de que le suelte el mismo sermón una y otra vez le pregunta el por qué. Ella le mira enfadada y no responde. Se limita a mirarle con frialdad. Ante el silencio el pelinaranja sale disparado de casa. Anda solo por las desiertas calles hasta que encuentra la casa de su amiga Rina que le abre la puerta sin rechistar. Lo acoge entre sus brazos y le pregunta qué le ocurre.

—Me he enamorado de mi jefe—responde con sinceridad.

***

Esta noche el salón está engalanado con sillones de cuero repartidos por toda la estancia formando círculos, dos mesas de catering están colocadas en las paredes. Los camareros se mueven de un lado a otro pues los invitados no tardaran en llegar, revisan las copas de champán, los adornos y demás trastos del salón.

Jesse entra por la puerta vestido con su primer esmoquin negro. Tuvo que comprárselo aquella mañana pues no tenía intención de acudir a la fiesta mas Satanás se lo pidió y desde que se dio cuenta de que está perdidamente enamorado de él, es incapaz de decirle que no. Coge aire antes de entrar a la estancia de su señor, está de pie delante de un espejo de cuerpo entero, viste un esmoquin azul marino con una camiseta blanca sin corbata y su pelo cae por su espalda. Por unos segundos, la respiración de Jesse se corta. La visión que tiene ante sí le estremece. Se recompone enseguida y le saluda a través del espejo.

Satanás se la devuelve y se gira para mirarle. Jesse le pide que le explique de nuevo qué pinta él ahí.

—Quiero que conozcas a los presidentes de los demás niveles—comenta con una sonrisa sin explicarle el verdadero motivo.

Jesse asiente y recuerda que de pequeño le enseñaron que el Infierno se divide en once niveles. El del medio es controlado por Satanás ya que es la capital, los otros diez están controlados por cinco mujeres y cinco hombres que se encargan de que todo marche bien. Y esta noche, todos se reúnen en la capital. Durante las primeras horas, cada uno presenta el informe anual de su nivel y comenta si necesita más recursos. Cuando el último da su informe comienza la fiesta sin ningún tipo de restricción.

Los dos salen de la habitación justo a tiempo de recibir a los invitados que ya están entrando por la puerta. Satanás hace las presentaciones oportunas y Jesse se da cuenta de que los trata a todos como iguales. La velada comienza como estaba previsto y sigue sin ninguna interrupción.

La noche avanza y Jesse comienza a sentirse desplazado. Satanás charla con unos y otros y le lanza miradas de reojo mas el pelinaranja no sé da cuenta de ellas. Quiere irse de allí pero no puede hacerle ese feo a su jefe. La presidenta del nivel VI se acerca a él y le invita a unirse a su mesa. El joven acepta el ofrecimiento y pasa un buen rato con los presidentes de los niveles inferiores. Cada uno es de una manera distintas lo que hace que disfrute del champan y la compañía.

Hablan de muchas cosas, todas relacionadas con el Infierno y cuando el tema acaba por quemarse comienzan a hablar de temas más personales que generan una subida de colores en Jesse. Al llegar su turno, deja clara sus preferencias sexuales que no causan ningún rechazo en los demás. Pasa un rato más hablando con ellos hasta que se disculpa porque necesita ir al baño.

Antes de darse cuenta unas fuertes manos le atrapan y le arrastran hasta una de las paredes del baño. Jesse se queda sin respiración y con la mente en blanco. No sabe qué está pasando ni cómo debe actuar. Tiene las manos sujetas a la espalda por una cuerda. No sabe en qué momento han podido ponérsela.

Siente unos labios rasposos en su cuello y se estremece. Una voz profunda le dice que se esté quieto y calladito si no quiere sufrir las consecuencias, unas manos llenas de cayos comienzan a recorrerle el torso y cierra los ojos con fuerza. Quiere gritar pero no le sale la voz. Cuando esas manos bajan hasta los botones de su pantalón intenta removerse pero solo consigue que su agresor le apriete más contra la pared.

—Me gusta que los jóvenes como tú os resistáis—dice mientras pasa la lengua por su nuca.

Jesse ha comenzado a llorar. Desea que todo esto se acabe cuanto antes. Pero el terrible momento no llega, en cambio el joven oye un golpe sordo y deja de sentir la presión del hombre sobre él.

—Jesse—le llama con urgencia y preocupación Satanás. Él sigue atontado y no nota que le han cortado las cuerdas. Su jefe le mira y recorre su cuerpo con las manos en busca de moratones—¿Estás bien? Dime que no te ha hecho nada.

El joven posa sus ojos en los de Satanás antes de caer desmayado entre sus brazos. El pelirrojo lo recoge y sale del baño donde el cadáver del presidente del nivel VII descansa sobre el suelo; le ha reventado la cabeza de un solo golpe. Posa a Jesse en su cama y se sienta a su lado. Su guardaespaldas no tarda en aparecer.

—Deshazte del cuerpo—pide—Mañana lidiaré con todos los problemas que me va a causar.

—¿Despejo la sala?

—Déjales—dice—Di que me he indispuesto pero que pueden seguir con la fiesta.

El rubio asiente y sale de la habitación en silencio. Satanás se tumba al lado de Jesse y con una suave caricia repasa el contorno de su rostro y recuerda la angustia que sufrió al no verle en la fiesta. Preguntando a unos y otros descubrió que había ido al baño, cuando entró a buscarle pues creyó que podía sentirse mal no se esperó para nada aquella escena. Un ataque de rabia que no pudo dominar le controló y estampó al presidente contra la pared.

Se insta a sí mismo a controlarse. Poco a poco, va quitándole piezas de ropa a Jesse hasta dejarlo en calzoncillos, repite el proceso consigo mismo y los tapa a los dos con la manta. Suspira hondo y cierra los ojos. Antes de que se dé cuenta se queda dormido.

***

Jesse abre los ojos muy despacio y sonríe. Satanás está durmiendo a su lado, alarga sus dedos y toca su rojizo cabello. Los pasea por el contorno del rostro hasta llegar a sus labios, mantiene los dedos unos segundos quietos hasta que los baja por el cuello de Satanás llegando al pecho. Los deja apoyados y levanta la vista encontrándose con los ojos de su jefe clavados en él; retira los dedos con celeridad mas la mano del dios los agarra y se los lleva a los labios para darles un pequeño beso.

—Buenos días—Jesse coge aire y todos los colores se le suben a las mejillas.

—Bu-buenos días—tartamudea levantándose por la sorpresa—¿Qué hago aquí?

—¿No recuerdas lo que pasó anoche?—pregunta Satanás preocupado.

Jesse mira instintivamente hacía abajo y descubre que está en calzoncillos, la rojez de su rostro se acentúa y comienza a buscar una salida a la situación en la que está. Su jefe le mira divertido y comienza a reírse; el joven se queda pasmado viéndole pues en todo el tiempo que lleva trabajando para él nunca ha escuchado semejante sonido.

El pelinaranja, anonadado por ello, alarga las manos hacia el pelirrojo y las posa en sus mejillas atrayendo irremediablemente el cuerpo del otro junto a él. Sus bocas se unen en un tímido beso que acaba devorándolos con una necesidad acuciante. Jesse enreda sus piernas en las caderas de su jefe y sus manos se entretienen en el cabello. Las de Satanás se encuentran apoyadas en la baja espalda.

Dos toques en la puerta interrumpen su beso. Jesse mira hacia ella, tiene intención de levantarse y salir de la habitación mas el dios le retiene agarrándole de la muñeca. Pone un dedo en sus labios y pregunta quién es.

—Soy Ana—dice la presidenta del nivel VI—Veníamos a avisarte de que nos vamos ya pero que no encontramos a Rodolfo.

Con desgana, Satanás se levanta y poniéndose un batín sale a la sala de estar. Todos los presidentes, algunos con menos secuelas de la fiesta que otros, le miran sonrientes. Él los despide a todos y les promete encargarse de encontrar al presidente del nivel VII. Suspira con pesadez y se encuentra al zanahorio totalmente vestido.

—Yo...será mejor que vuelva a casa. Nadia me estará esperando—responde con inseguridad.

—Quédate—le pide Satanás.

—¿Por qué?—pregunta Jesse en un susurro que el pelirrojo escucha perfectamente.

—Porque te...

Se calla abruptamente. ¿Qué es lo que había estado a punto de decir? ¿Qué le quería? No, no, no. No se arriesgaría a ponerle en peligro por un capricho que se le pasará con el tiempo. Observa el expectante rostro de su secretario que cambia radicalmente ante su silencio. Jesse sale del salón sin que nadie lo detenga, hasta que no se encuentra fuera del edificio y en un callejón oscuro no llora amargamente.

El dios cierra los ojos y se lleva las manos al puente de la nariz. Björ aparece delante de él y le dice que ha cumplido su mandato, él le pide que se tome el día libre pues no va a salir de su habitación. Tiene muchas cosas en las que pensar y todas tienen que ver con el joven que le ha robado el corazón.

***

Tras aquel beso, Jesse no puede dejar de tocarse los labios inconscientemente: los repasa con la lengua o con los dedos sintiendo el mismo fuego en su interior que aquella mañana. Suspira y sigue con su trabajo. Dentro de poco se cumple un año y medio desde su llegada y se podría decir que le queda poco para acabar de pasar los informes a máquina.

Mira la hora y ve que es la hora del café mas no desea salir de su cuarto y enfrentarse a su señor. Sabe que en algún momento deberán hablar del beso, pero hoy no va a ser ese día. Continúa pasando informes hasta que uno de ellos llama su atención pero al ir a abrir el documento una pequeña hoja se cae.

En ella aparece su nombre con una palabra subrayada varias veces. El joven se queda quieto por la sorpresa. Tarda unos segundos en reaccionar. Cuando lo hace, corriendo de la habitación en dirección a su casa. Entra y localiza a su madre en el salón leyendo un libro.

—¿Esto es cierto?—pregunta enseñándole el papel. Nadia cierra el libro con lentitud y echa un vistazo. Se queda paralizada.

—¿De dónde lo has sacado?—inquiere sorprendida.

—Es mi trabajo—responde cortante—¿Es verdad? ¿Soy...?

—Lo eres—afirma su madre cerrando los ojos un momento—Pero ante todo eres mi hijo—las manos de su progenitora se posan en sus mejillas—Te quiero. No lo olvides nunca.

—¿Por esto te pusiste furiosa conmigo?—inquiere al borde de las lágrimas, su madre asiente con la cabeza—Lo entiendo. Ahora debo volver. Tengo que decirle que le quiero.

—Espera—le pide su madre—Déjame que te lo cuente.

El joven se sienta en el sofá y escucha a su progenitora narrar su historia. Tras el final se levanta más decidido que nunca a luchar por aquel al que ama pero antes quema el papel y no se despide de su madre ya que esta le ha vuelto a pedir que no se junte con el dios.

***

Cuando Jesse entra por las escaleras secretas no ve a Satanás por ninguna parte, le busca en su habitación pero no está. Decide hacerse un chocolate caliente y esperarle en el salón. Nunca ha tenido la oportunidad de admirar los tapices que tiene colgados en éste. Escucha un ruido en la habitación de Satanás y va hacia allí. La estampa que se encuentra le paraliza: su jefe está lleno de sangre.

El vaso cae al suelo rompiéndose en un montón de trozos, antes de que el pelirrojo reaccione, tiene a Jesse agarrándole de los brazos y preguntándole si está bien. El dios tarda unos segundos en recolocarse y asiente.

—No es mía.

Esa es toda la explicación que da y al pelinaranja le basta, sabe de dónde viene y lo que ha estado haciendo. No lo entiende pero lo respeta porque sabe que es importante para su señor.

—Debería quitarme todo esto.

Una sonrisa ilumina su rostro y algo en el interior de Jesse arde. Aparta la vista con rapidez y sale disparado a recoger los trozos del vaso. Satanás se quita la ropa en el baño y se mete a la ducha pensando en lo adorable que es su secretario y en lo mucho que le quiere. Suspira y apoya la cabeza contra los azulejos. Tengo que solucionarlo, se dice a sí mismo, debo alejarle de mí. No podré soportar perderlo.

El dios sale de la ducha con una toalla alrededor de la cintura dejando ver su esbelto cuerpo. El joven le espera sentado en la cama leyendo uno de los libros de su colección privada, está tan concentrado que no desea molestarle por lo que se sitúa a su lado y apoya la cabeza en su hombro para comprobar qué ha elegido.

Se queda mirándole embelesado y su promesa a los azulejos del baño queda en papel mojado. Examina cada pequeño gesto que hace al leer y cado uno de ellos le parece maravilloso desde la forma que tiene de pasar las páginas hasta la de arrugar el ceño cuando ve algo que le disgusta. Al cabo de un rato, Satanás gira la cabeza y deposita un pequeño beso en el cuello de Jesse que cierra el libro dejándolo a un lado de la cama.

Una de las manos del pelirrojo juega con un mechón de pelo de su acompañante que se rinde a las sensaciones que eso le ofrece. El dios deja un reguero de besos hasta llegar a los labios del joven que, en esa ocasión, saben a chocolate. Los dos se entregan sin dudar, poco a poco Satanás consigue tumbar a Jesse y atraparle entre el colchón y su cuerpo.

El joven no puede apartar la vista de la sonrisa triunfante de su jefe. Quiere grabarla a fuego en su memoria para recordarla siempre, necesita tenerla para sus momentos oscuros porque es capaz de hacer temblar de deseo a cualquiera pero esta vez sólo es para él y no puede sino preguntarse a cuántas personas en la misma situación que él les habrá puesto esa sonrisa. A cuantas les habrá hecho tocar el cielo con sus labios o a cuantas personas ha tenido en esa cama. Todo ello forma un remolino en su cabeza que genera en él la reacción de apartarse y salir por la puerta.

Satanás no sale de su asombro, no entiende por qué Jesse le rechaza una y otra vez. Suspira y sale detrás de su secretario, cuando llega a su lugar de trabajo no puede creerse lo que ven sus ojos. Jesse pasea de un lado a otro reprendiéndose a sí mismo por haber sido tan estúpido como para enamorarse de su jefe.

—Vaya—dice causando que el pelinaranja se pare y le mire con asombro—, esta habitación está más limpia de lo que jamás creí verla.

—Es mi trabajo—responde fríamente.

Satanás suspira y entra en la habitación. Jesse retrocede hasta la pared, el pelirrojo se queda a unos metros, no pretende agobiarle, quiere decirle lo que siente por él. Los corazones de los dos laten muy deprisa y temen que el otro los oiga. Ambos cogen aire a la vez mas es el señor del Infierno quien habla primero.

—Sobre lo de antes....Jesse—su nombre suena maravilloso pronunciado por esa voz profunda. Jesse cierra los ojos, no quiere saber lo que viene ahora, no quiere escucharle decirle que ha estado jugando con él—Te quiero—esas dos palabras hacen que abra de par en par los ojos, su jefe se ha acercado un poco más—. Llevo un tiempo negándomelo a mí mismo, diciéndome que los amantes de mi cama tan parecidos a ti no eran para suplir la ausencia de que no estés junto a mí. Te quise desde el momento en el que entraste al salón, desde la primera sonrisa sincera. Te puse el mote porque necesitaba una manera de llamarte que fuera diferente, que sólo nos perteneciera a nosotros—confiesa a pocos centímetros de su boca—. Jesse, tengo ganas de volver a besarte.

—Hazlo—pide el pelinaranja con necesidad—, así tendré la certeza de que lo de antes no ha sido un sueño.

—No lo ha sido.

Los labios de Satanás vuelven a tocar los suyos, Jesse se entrega sin resistencia a ellos, deja que sus lenguas jueguen juntas y que las manos de Satanás se posen en sus caderas. El beso les deja jadeantes y con ganas de mas pero el joven necesita hacerle una pregunta muy importante.

—¿Me dejarás cuando te canses de mí?—el dios le mira con asombro y posa sus manos en las mejillas, clava sus ojos rojos en los naranjas de él y niega con la cabeza.

—Nunca me cansaré de ti pequeño zanahorio.

El secretario frunce el morro ante el mote pero luego sonríe y pide algo que nunca pensó que saldría de sus labios.

—Entonces, hazme el amor.

Satanás le agarra de la mano y se lo lleva hasta su cuarto donde lo tira en la cama y se posiciona encima de él.

—¿Por dónde íbamos?—pregunta con esa sonrisa tan especial.

Jesse vuelve a quedarse atontado ante ella aún así se arma de valor para inquirir algunas ideas que pululan por su cabeza y le aguijonean el cerebro haciéndole daño.

—¿A cuántos les has puesto esa sonrisa? ¿A cuántas personas te has tirado en esta cama?

—¿Para qué quieres saber eso?—pregunta él extrañado, Jesse se enfada ante la contestación y aparta a Satanás de encima. Se levanta y está a punto de salir por la puerta pero una mano le detiene y vuelve a tumbarle en la cama. Atrapa sus caderas con sus piernas y las manos con las suyas. Sus miradas vuelven a unirse, una destila decisión y la otra ira—Metete esto en la cabeza: nunca jamás he metido a alguien en esta cama a la que no amase con todo mi corazón. Mis amantes y yo manteníamos relaciones sexuales en otro lugar que nada tiene que ver con este. Mi habitación es mi santuario y muy pocas personas pueden entrar en ella; mi seguridad, tú y yo. Nadie más—Satanás suspira—. Sobre tu otra pregunta, solo le he puesto esa sonrisa a dos personas y una de ellas eres tú.

Jesse siente como todo su ser tiembla ante esa declaración, le arden las mejillas y no sabe dónde meterse porque no se esperaba esas respuestas. Intenta decir algo pero no le salen las palabras aunque tampoco sabe qué decir. No tiene claro si quiere que Satanás siga diciéndole esas cosas o que le haga gritar de placer.

—Jesse—le llama a escasos centímetros de su boca—pídemelo otra vez.

—¿El qué?—dice él con sensualidad posando sus manos en la nuca de su jefe—¿Qué me hagas el amor?

—Sí—responde con la voz prendada de deseo.

—Hazme el amor.

Satanás sonríe y besa a Jesse que deja que con mucho cuidado pose su espalda en la cama.

—Te quiero—dice el pelinaranja entre beso y beso.

—Recuérdamelo mañana—contesta con una sonrisa—Porque yo también lo haré.

***

Jesse despierta en la amplia cama y estira el brazo hacia el lado de su amante. Han pasado varias semanas desde que se convirtiera en la pareja del señor del Infierno en las que se ha visto colmado de atenciones.

Se estira en la cama y ve que Satanás no está. Su lado de la cama está frío por lo que hace rato que se ha marchado. El joven se levanta y se pone la bata de satén blanco que su novio le regaló hace un par de semanas. Sale a la sala y se encuentra con el guardaespaldas.

—Volverá en unas horas—le comunica serio.

Jesse asiente y se dirige a la cocina para prepararse el desayuno. Mientras su taza gira en el microondas se pregunta dónde estará su amado.

Satanás llama a la puerta y Nadia le abre con mala cara. Le invita a pasar y los dos toman asiento en el salón. Se crea un tenso silencio que nadie está dispuesto a romper.

—Apártate de mi hijo—ordena la mujer—Rómpele el corazón o lo que quieras pero apártate de él. No consentiré que te lleves a otro de mis hijos.

—Pero...

—¿Se lo has contado?—inquiere Nadia. El pelirrojo niega con la cabeza—Deberías decirle que tu anterior novio murió por tu culpa, porque no fuiste capaz de protegerle de unos sucios ángeles. Cuéntale los gritos de dolor que se escuchaban por toda la plaza mientras le sometían a vejaciones delante de todo el mundo. Cuéntale cómo te quedaste sin hacer nada para proteger a tus preciosos humanos mientras mi hijo se quemaba en la hoguera. Cuéntale que después de eso te volviste un estúpido arrogante que solo quería destrozar jovencitos. Cuéntale lo que le pasó a aquel chico al que rompiste en mil pedazos.

—Basta—pide el dios temblando¾Si hubiera sabido que era tu hijo jamás le hubiera contratado.

—Lo supiste cuando nos encontramos en el mercado—le reprocha.

—Para entonces yo ya estaba enam...

—No lo digas—le corta malhumorada—La última vez que lo dijiste, mi hijo acabó muerto.

Satanás se muerde el labio. Nadia tiene razón. Nunca debió enamorarse de Jesse.

—¿Qué quieres que haga?—pregunta triste y decidido.

—Rompe con él—ordena seria—Me da igual que excusa barata te inventes pero quiero a mi hijo a salvo de ti entre estas cuatro paredes.

—Así se hará.

—¿Tengo tu palabra?

—La tienes.

El dios abandona la estancia sabiendo que dar su palabra significa cumplir con los deseos de Nadia. Mientras se dirige a su casa va pensando en la excusa que le dará a Jesse para romper con él. Entra por las escaleras secretas y se encuentra a su novio tumbando en el suelo con unos auriculares puestos. Se tumba junto a él y entrelaza sus manos. El peli naranja se da cuenta y se quita los cascos. Le sonríe y besa su mano.

—¿Dónde has estado toda la mañana?

—En tu casa—contesta cerrando los ojos—Tenemos que hablar.

—¿Por qué suena a que esta conversación no me va a gustar?

—Porque no lo va a hacer—dice el dios con un suspiro—Tu madre me ha pedido que deje de verte. Me ha ordenado que rompa contigo.

—¿Y lo vas a hacer?—pregunta Jesse con miedo.

—Ya lo estoy haciendo—Satanás suelta su mano y se levanta del suelo dejando atrás a un incrédulo joven que le imita rápidamente.

—No puedes hacerme esto—dice al borde de las lágrimas—Al menos dame una explicación. Dame una razón por la cual no quieres estar conmigo. ¿He hecho algo mal?

—No—contesta el dios antes de entrar a su cuarto.

Jesse se queda quieto en el salón pero no tarda en seguir a su señor. Le encuentra cambiándose de ropa y poniéndose el mono azul con el que siempre va a las mazmorras.

—Dame una razón—pide llorando—Por favor, dámela y me iré a casa. Le diré a mi madre que has cumplido. Por favor.

Satanás se acerca a él y pone su mano en una de sus mejillas.

—Te amo—le confiesa—Te amo como nunca he amado a nadie. Eres la luz que alumbra mis días, la razón por la que me levanto. Eres lo único que necesito. Quiero protegerte y sé que la única manera de hacerlo es que no estés a mi lado. Por eso te pido que abandones mi casa y vuelvas a la tuya. Te querré siempre pero no podría soportar que te pasase algo. No sería capaz de vivir con tu muerte sobre mi conciencia.

—¿Quién te dice que lo hagas?—inquiere el joven poniendo su mano sobre la de su señor—Lo sé todo—le mira a los ojos y coge aire—He leído el informe. Lo que Ángel le hizo a Mark no tiene perdón pero eso no nos va a pasar a nosotros, ¿vale? No dejaré que unos sucios ángeles me separen de ti. De todo lo que más quiero. De lo único por lo que vivo, así que no me digas que me dejas por una razón tan impredecible como que quieres protegerme. Enséñame a hacerlo. Así yo también podré cuidar de ti.

Satanás comienza a llorar. Jesse le abraza y acaricia su cabello. No saben el rato que pasan así. El dios besa al joven y los dos acaban en la cama amándose de nuevo con sus manos entrelazadas.

—Te amo—dice Jesse.

El dios sonríe y deja que Jesse tome el control porque ha demostrado ser mejor que él.

***

Toca el timbre y espera a que su madre le abra la puerta. Ella esboza una sonrisa al verle allí y le deja pasar. Su primer instinto es abrazarle y decirle que Satanás no le convenía, que estaba mejor sin él y que ya se encargaría ella de buscarle un novio guapo y de buena familia pero ve que su hijo se dirige a su habitación. Una vez allí, le observa meter sus recuerdos más preciados en una maleta.

—¿Qué haces?—pregunta entre enfadada y temerosa.

—Recojo mis cosas. Satanás y yo hemos decidido vivir juntos en su casa.

—¿Cómo? No puede ser—exclama la madre—Me dio su palabra de que te dejaría.

—Y lo hizo—contesta serio—pero yo decidí volver con él. Así que, él cumplió su palabra. No tienes nada que reprocharle.

Cierra las cremalleras de la maleta y sale del cuarto dejando a su progenitora cavilando sobre lo que le acaba de contar.

—No te vayas. No soportaré perder a otro hijo.

—No lo harás—comenta depositando un beso en su frente—Volveremos a vernos.

Sale de casa y se dirige al que será su nuevo hogar. Sube por las escaleras secretas y como oye voces en el salón espera a que estas se marchen para salir de su escondite y acercarse a la habitación de su novio que no se encuentra allí.

Suspira y deja la mochila a un lado. Coge uno de los libros de la estantería y se sienta en la cama a leer. Un rato después, nota un peso a su lado y una cabeza que se apoya en su hombro. Sonríe y mira a su acompañante.

—He hablado con mi madre. Está todo arreglado.

—Bien porque quería proponerte algo—dice ilusionado—¿Quieres venir a pasar unos días conmigo al mundo humano?

—Claro.

***

Jesse mira todo con curiosidad. Se parece a su hogar salvo porque en el mundo humano hay más gente y todo se mueve más deprisa. Satanás sonríe al verle tan feliz. Llevan un buen rato paseando por las calles de París. Hace unos días estuvieron en Moscú y de allí viajaron a Berlín. Ahora se encuentran debajo de la Torre Eiffel rodeados de un montón de turistas. Y pensar que él estuvo en el momento en el que la levantaron.

—¿Quieres subir?

—¿Se puede subir?—pregunta el joven con los ojos abiertos de par en par.

Satanás agarra su mano y no se la suelta hasta que están arriba desde donde pueden ver todo París. Jesse se acerca al borde.

—Siento que puedo sostener el mundo entre las manos.

—Yo puedo hacerlo—dice el dios poniendo las manos en las mejillas de su novio que se sonroja—¿Ves?

Satanás va a besarle pero se detiene a unos centímetros porque siente un escalofrío. Alza la vista y no encuentra a nadie. Sacude la cabeza y aunque Jesse quiere preguntar si ha pasado algo se olvida de ello en el momento en el que los labios de su señor tocan los suyos. Cuando se separan, el joven acaricia la cara de Satanás.

—Mientras me besabas he estado pensando en una vieja película que decía que sólo había habido cinco grandes besos en la historia y que el de los protagonistas los superó a todos—Satanás niega con la cabeza sabiendo a lo que se refiere su pareja—. Pues bien, creo que el que me acabas de dar se ha vuelto el primero de todos ellos.

—Mira que eres idiota...

—Pero me quieres por ello.

El dios sonríe. Pasan toda la tarde paseando por la orilla del Sena hasta que la noche les envuelve y deciden que es hora de volver al hotel. Cenan en su habitación mientras ven películas de los años ochenta. Cuando se quieren dar cuenta, son casi las tres de la madrugada por lo que deciden que es buena hora para irse a dormir. Satanás pasa sus dedos por la mejilla de Jesse para luego bajar hasta sus dedos y entrelazar sus manos.

—Cuando estoy contigo—comienza el dios—siento algo extraño en mi interior—Jesse sonríe burlón—Nadie sabe lo que te voy a contar.

—Sabes que puedes confiar en mí.

—Como señor del Infierno y padre de los demonios he desarrollado una especie de conexión con ellos que me indica en cada momento donde se encuentran pero contigo no funciona. Y me enerva no saber por qué aunque no me importa porque te quiero.

Jesse se queda en silencio durante unos segundos. No sabe si contarle su mayor secreto o guardárselo. Está a punto de abrir la boca para decírselo cuando su nombre sale de los labios de su novio como un susurro.

—Jesse—el dios coge su mano, la lleva hasta su corazón dejándola unos segundos y luego la pone en su pecho—Cásate conmigo—a pesar de que ha sonado como una orden Jesse no lo siente así.

—Claro—dice con una sonrisa—Ya sabes que no puedo decirte que no.

***

Jesse sale de la habitación con sigilo para no despertar a su novio. Quiere regalarle algo especial para que a su vuelta al Infierno todo el mundo sepa que se han comprometido. Gira la calle a la derecha para dirigirse a la joyería que le han dicho en recepción pero antes de darse cuenta, recibe un golpe en la cabeza que le deja inconsciente.

Cuando despierta, se encuentra atado con los brazos en alto y un terrible dolor de cabeza. No reconoce el lugar en el que se encuentra pero sospecha que es una fábrica abandonada. Coge aire y mueve las cadenas para intentar liberarse pero no puede.

—Maldición.

—No podrás liberarte de ellas—dice una voz masculina desde las sombras—Son muy resistentes.

—¿Nos conocemos?—pregunta Jesse entre intrigado y asustado.

—No exactamente—un majestuoso ángel sale de entre las sombras acompañado de otros muchos—Soy Ángel, el hermano de Satanás.

El joven palidece. Todas las historias que ha oído sobre él comienzan a invadir su cabeza. Aprieta los dientes y respira fuerte. Necesita calmarse.

—He podido observar que eres su nuevo favorito—dice mientras revolotea a su alrededor—He de decir que me esperaba algo mejor. Algo más no sé, de acuerdo a su tipo de hombre—Jesse alza una ceja—¿No te lo ha contado? Mi hermano prefiere a los hombres en su punto, después de que hayan sangrado tanto por él que no les quede sangre en el cuerpo.

—Tal vez seas tú el que los prefiere así—comenta Jesse.

—No te equivoques—le dice con tono paternal—El desviado es él. No yo. Ahora solo hay que esperar que tu prometido venga a por ti.

—¿Cómo sabes...?

—Llevamos días siguiéndoos—dice pasando los dedos por las mejillas de Jesse que aparta la cara asqueado—Tranquilo, no vamos a hacerte nada. Solo hay que esperar.

La sonrisa que se forma en los labios de Ángel le produce un escalofrío al joven que acaba maldiciendo el instante en el que se le ocurrió que era buena idea salir solo.

***

Satanás abre los ojos con mucho cuidado sin encontrar a Jesse a su lado. Piensa que está en el baño pero no oye el agua de la ducha o cualquier otro signo. Con mucha pereza se incorpora en la cama para encontrar la habitación desierta. La chaqueta de su prometido no está en el perchero por lo que supone que ha salido. Esconde una sonrisa. La almohada que todavía huele a él. Llama al servicio para que le suban el desayuno pues no tiene intención de moverse de allí hasta que Jesse aparezca.

Pero no aparece. Ya es más de media tarde y el joven no ha dado ninguna señal de vida. Le ha llamado ochenta veces pero no le ha cogido ninguna y comienza a temerse lo peor. Suspira y se sienta en con las piernas cruzadas. Deja la mente en blanco e intentan localizar a Jesse mediante el lazo que le une a cada demonio mas no lo encuentra. Lo que sí detecta es una gran fuente de poder proveniente de las afueras de la ciudad. Abre con rapidez los ojos y antes de ser consciente de sus actos ya está subido a un taxi que le deja donde ha sentido ese aura.

Se encuentra en una fábrica abandona. Abre la puerta de una patada y se topa con Ángel rodeado de un montón de ángeles y junto con ellos a Jesse. Uno de los esbirros de su hermano le tiene agarrado de un brazo y le apunta con una pistola. La ira le recorre el cuerpo. Da un paso hacia delante pero se siente incapaz de dar otro más ya que el aire a su alrededor se vuelve muy denso. Satanás mira con inquina a su hermano.

—Hola hermanito—dice Ángel que recibe un gruñido como respuesta—No sabía que ibas a casarte de nuevo.

Satanás aprieta la mandíbula y siente que algo le obliga a quedarse clavado en el sitio. Odia que su hermano use sus poderes contra él pero no lo deja entrever.

—Sí, pero no recuerdo haberte invitado—responde con una sonrisa.

—Ya bueno. Yo tampoco te invité a destrozarme la vida.

—Yo no...

Su hermano alza una mano para hacer que se calle. Ya ha escuchado esa excusa millones de veces y le sigue pareciendo basura.

—Verás—comienza acercándose a Jesse—, me sentí muy triste cuando me dijeron que tenías pareja de nuevo—coge la cara del joven con una de sus manos provocando un gruñido por parte de la pareja—Es guapo aunque creía que los preferías cuando gritaban pidiendo ayuda desde una hoguera.

Desvía la mirada mientras se muerde el labio inferior. Aún le duele que le recuerden aquello.

—¿Qué quieres?—pregunta desesperado.

—Pídeme perdón de rodillas y me plantearé no matar a tu novio—exige Ángel soltando la cara de Jesse.

—Haga lo que haga nunca va a ser suficiente para ti—dice enfadado y alza la mirada clavándola en él—Le vas a matar te pida perdón o no—suspira y no deja que las lágrimas comiencen a agolparse en sus ojos—Así que al menos déjame despedirme de él.

—¿Cómo tú me dejaste hacerlo de Lia?—ruge su hermano. Satanás desvía la mirada y el ángel que sujeta a su amante carga la pistola.

—Amor—le llama el pelinaranja. Satanás se muerde el labio pero mira a los ojos a Jesse—, como desees. Volveremos a vernos—promete antes de que el ruido de un disparo lo envuelva todo.

Satanás se queda quieto. No es capaz de reaccionar. Ni de sacar esa furia que lo destrozada todo con un simple toque. No. Esa vez no se ve con ánimo de arrancarles la cabeza a los ángeles que dejan caer sin cuidado el inerte cuerpo de Jesse mientras su hermano pone esa sonrisa de autosuficiencia que tanto odia. Se marchan dejando a un dios desolado que había encontrado una razón para vivir más allá de la eterna venganza que ahora, se hace más fuerte.

No llora, ¿para qué? Las lágrimas no le van a devolver a su pareja. Con mucho cuidado coge en brazos a Jesse y se lo lleva al Infierno. Le sepulta junto a Mark. Una rabia infinita sube por su garganta y grita, oyéndose su llanto en todo el Infierno. Advirtiendo a sus moradores de que su señor está muy enfadado y que será mejor no molestarle.

El rey del Infierno vuelve a su casa, y allí pasa el duelo como mejor sabe hacerlo. Con sangre y alcohol.

***

Estoy muy nervioso porque no sé qué cara pondrás al verme de nuevo. No sé si me seguirás amando o te habrás buscado un nuevo compañero de cama. Siempre fuiste muy rápido en ello.

Respiro hondo antes de colarme por la entrada trasera. Esa que tanto utilizábamos cuando tú no deseabas hacerte cargo de tus obligaciones. Me arrastrabas a todos los lugares del Infierno que te gustaban para hacerme ver que no eras la imagen preconcebida que tenía de ti. Sonrío recordando las veces que me dejaste besarte en esos sitios.

La escalera está igual de vacía que siempre. Nadie la usa porque sólo tú y yo sabemos que existe. Abro la puerta que da acceso a tu salón y observo que no hay nadie. Tampoco encuentro a tus guardaespaldas que, espero, estarán entrenando en el patio.

Me fijo en que las puertas de tu habitación están entornadas y me asomo un poco: no ha cambiado nada desde la última vez que estuve aquí. Tiene la misma decoración de siempre y eso me agrada. Me trae buenos recuerdos. No te encuentro en ningún sitio y decido entrar situándome en mitad del cuarto.

Me dedico a mirar las paredes y nuestra cama. No me atrevo a moverme cuando te veo saliendo por uno de los pasadizos. Llevas el pelo recogido en una coleta y tienes toda la ropa manchada de sangre. Suspiro hondo y sé que vienes de torturar ángeles. Nunca me dejaste verte hacerlo porque deseabas protegerme.

Me miras con esos ojos rojos y alzas una ceja. Tu mano derecha está encima de tu arma dispuesta a empuñarla. La mantienes ahí mientras te acercas con mucho cuidado porque no sabes quién puedo ser. No sabes que he vuelto, ni que estoy vivo, ni que era humano. Por eso te dije que volveríamos a vernos, porque los humanos, seamos buenos o malos, vamos al Infierno.

Te pones en frente de mí. Y yo llevo mis manos a la capucha que te impide ver mi rostro y la deslizo fuera. Clavo mi mirada en tus ojos rojos que se están llenando de lágrimas. Antes de que te atrevas a decir una sola palabra, pongo una de tus manos temblorosas en mi corazón dejándola quieta unos segundos y luego, la llevo a tu pecho.

—Mi corazón—digo mirándote a los ojos—es tu corazón.

Comienzas a llorar y yo pongo mis manos en tus mejillas para poder secarte las lágrimas. Junto nuestras frentes y te digo la verdad. Te cuento que fui el único superviviente de la aldea que masacraste por la muerte de Mark. Te cuento que tu antigua mano derecha me rescató de una oscura celda en la que tenían encerrada a mi madre biológica por brujería y que me entregó a Nadia para que su dolor fuese menor. Y, te digo, que ahora estoy aquí. Contigo. Y que no voy a dejarte

—Creí que te había perdido para siempre—dices poniendo una mano en mi mejilla. Me apoyo en ella y cierro los ojos.

—Te dije que volveríamos a vernos.

Sin que te lo esperes alargo mis manos y atraigo tu boca a la mía para que recuerdes, aunque espero que no los hayas olvidado, a que saben mis besos. Respondes con ansia. Cuando dejamos de besarnos miro tus ojos y veo en ellos un resquicio de la tristeza infinita que ya conocía. Era la que tenías antes de enamorarte de mí. Antes de que yo te dijera que te quería. Que te necesitaba. Que cada poro de mi piel reclamase estar cerca de ti. Y tú lo viste. Lo sentiste. Y viniste a mi despacho. Soltaste todo ese montón de cursiladas. Luego me besaste de tal manera que no pude sino pedirte que me hicieras tuyo. Y lo hiciste.

Me sonríes, con esa sonrisa tuya que haría temblar de deseo a cualquier persona, y descubro que, a pesar de todo el tiempo que llevábamos juntos, sigo sin ser capaz de resistirme a ella.

Vuelvo a besarte y tú, siempre tan fogoso, tomas el control de todo. Cuando me quiero dar cuenta estamos en tu cama, esa que tantas veces nos ha visto amarnos, desnudos volviendo a retomar viejos hábitos. Me dices que me quieres con esa voz profunda tan provocadora y yo respondo que te amo, que no voy a dejar que nos separen, no de nuevo. Y tú lloras, supongo que de felicidad, pero no te detienes, sigues besando cada centímetro de mi piel como si el mañana no existiera y yo me quemo.

—Casémonos.

Me pides besando mi muñeca donde haces una marca que luego desaparece. Yo no sé decirte que no. Nunca he sabido hacerlo.

—Claro.   

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