Segunda parte: Ciegos

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A hostia limpia con la vida

que parece que le cuesta entender

que no hay tiempo de hacer un infierno

ni un solo momento,

ni tampoco para echar de menos.

Tu nombre se escribe con sangre. Bocanada.

Shion

—¿Estamos todos? —preguntó Vivian mientras miraba los asientos del autobús.

Alex asintió desde la parte trasera y la mujer fue a sentarse con ella. Una vez que todos tuvieron el cinturón abrochado, el conductor puso en marcha el vehículo y salimos hacia Salas de los Infantes.

Alex había planeado la excursión de cabo a rabo; nos lo contó comiendo un día, tras su reconciliación con Carlos. Ésta había consistido en plantarse en su casa, esperar a que la abriesen y, una vez dentro, cogerle de la mano e ir a hablar con la abuela. La anciana aceptó que, en vez de una boda, se celebrase una fiesta de compromiso en la que los novios anunciarían que se casarían, pero que aún no habían elegido fecha, por lo intrincado de sus vidas estudiantiles. La celebración tendría lugar el último día de julio, y Sikamaru y yo estábamos invitados porque la única condición que puso la morena fue que nosotros pudiéramos ir. En secreto, nos confesó que no le había dicho a la abuela que tenía dos padres porque quería ver su cara y la del resto de pijos.

Apoyé mi cabeza en el hombro de Sikamaru. No había cambiado nada entre nosotros desde que le mintiera con lo del trabajo en México. De hecho, ahora teníamos una mejor relación. Pasó una mano por mi espalda y la dejó apoyada en mi cadera. Me ofreció un auricular, que acepté.

—Oh, me encanta esta canción.

—Es una lista de reproducción de canciones de pueblo.

—Se me ha ocurrido algo.

Le susurré mi idea al oído y no le pareció mala. Se acercó al conductor y, poco después, la música sonaba por los altavoces.

—¿Cantamos?

—No—me contestó, volviendo a pasar su mano por mi cadera—, que me dejas en ridículo.

—¡Oh, venga!—protesté—No será para tanto.

Sikamaru arqueó una ceja y preguntó en voz alta quién quería oírme cantar. Los niños chillaron de la emoción y, cuando se calmaron, cuestionó quién quería oírle a él; todos abuchearon.

Cruzó los brazos y se me quedó mirando. No pude más que reírme y besarle para que se le pasase el cabreo. Volví a apoyar mi cabeza en su hombro y, de vez en cuando, le cantaba trocitos de las canciones al oído. Una de esas veces, le noté muy turbado y con la cara muy roja. Le pregunté qué le pasaba y me pidió, con mucho apuro, que dejase de recitarle, porque le había puesto de buen humor. Solté una pequeña carcajada y le dije que siempre podíamos pedirle al conductor que parase para que él pudiera ir al baño. Negó con la cabeza mientras sonreía.

—¡Esta canción ha marcado a toda una generación!—comentó Alex desde la parte trasera cuando empezó a sonar Dos hombres y un destino*.

Se puso a cantar la parte de Bustamante y yo, por seguirla el rollo, recité la de Alex. Sikamaru cogió mi móvil y le mandó una nota de audio a Rukia con nuestras voces. La respuesta de ella fue afirmar que nos estábamos peleando por él. Se lo dije a Alex y se rió.

Sin saber lo que somos (Homoerótica)On viuen les histories. Descobreix ara