Él

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Volverá, seguro que volverá

Y sigo sintiendo, te echo de menos

Que acabe mi soledad

Volverá...

Volverá. El canto del loco.

Oigo pasos, pero no son los suyos. Los distingo porque me he acostumbrado a ellos; una mujer pasa corriendo por detrás de mí. Oigo voces pero ninguna es la suya. Estas voces son muy masculinas para alguien tan delicado como él. Su voz es suave y melódica; dos hombres pasan cerca de mí hablando. Suspiro y miro al horizonte.

Es rojo igual que su sangre, la que derramé aun habiendo prometido que jamás le haría daño. Su visión, lleno de heridas provocadas por mi espada hace que me duela el pecho y se me encoja el corazón tanto que por un momento dejo de respirar. Fijo mi vista en el mar. Él es así: tranquilo e inquieto, suave y travieso. El agua es transparente y me deja ver lo que oculta: las algas del fondo son de varios tonos, unas son verdes y otras parecen azules. Igual que sus ojos; uno de cada color.

Su mirada tierna, serena y limpia aunque en el fondo de ella guarde tristeza, rencor y odio. Siempre amé aquella vez que tenía la mirada tan brillante que sus ojos parecían dos joyas. Nunca le dije que lo amaba. Me arrepiento de ello. Las gaviotas graznan y huyen hacia el cielo; algo las ha asustado.

Miro mis manos, son grandes comparadas con las de él; chiquitinas y finas. Recuerdo su tacto suave y caliente. En cambio, las mías son enormes y ásperas. En una ocasión me dijo "Tus manos, son ásperas, pero eso solo hace que quiera que me toquen" tras eso hicimos el amor.

Su cuerpo es delgado y alto, tiene bastantes músculos en la zona del abdomen. Tiene una peca en la parte baja de la espalda, justo donde acaba la columna y otras muchas repartidas por el cuerpo que me he encargado de contar y besar. No tiene casi pelo en la piel, sin embargo tiene la cabellera digna de una diosa. Su pelo es del color del trigo, del color del amanecer, largo, suave y liso. En cambio el mío es negro como el carbón, como la oscuridad que amenaza mi corazón. Debería volver a casa pero los recuerdos me lo impiden.

El piso aún conserva su esencia; me lo imagino por las habitaciones solo con la parte de arriba y unos calzoncillos puestos. Si entro en la biblioteca le veo con un libro entre las manos mientras se recuesta en el sofá en busca de una posición más cómoda. Me recuerdo a mí mismo abrazándolo por detrás y susurrándole al oído alguna frase de la novela.

Quiero llorar mas no puedo, todas mis lágrimas han sido consumidas por su ausencia durante estos tres meses. Quiero que vuelvas, mi ángel, para poder ver y tocar tus alas, esas que me dijiste que odiabas antes de que el destino nos separase. Necesito poder abrazarte, Shion. Mi ángel, mi sol, mi salvador.

Quiero oír de tus labios que me quieres, que no vas a abandonarme como yo hice, que me perdonas por haberte dejado solo, que las heridas que nos infringimos el uno al otro no valen nada, que no son importantes, que tu trabajo no era engatusarme para quedarte con el alma de aquella chiquilla y entones yo te diré que te quiero, que siento haberte abandonado, que las heridas que te infringí no valen nada, que no son importantes, que mi trabajo no era engatusarte para poder llegar hasta tu señor y acabar con la maldita guerra que tanto tiempo estaba durando, porque no sabía quién eras, qué eras.

Necesito besar cada parte de tu cuerpo, volver a contar tus pecas por si te ha salido alguna en mi ausencia como aquel día en el que te inventaste esa excusa barata de que tenías una en la espalda. Los recuerdos de aquel día son bastante claros, así como los de los días anteriores y venideros. Tu recuerdo es muy vivido. Nítido. Como un cielo azul sin nubes. Vuelve, Shion, no sé cuánto más podré aguantar sin ti.

Oigo pasos, esta vez son de alguien que conozco y al que hace unos momentos rogaba que regresara. No puede ser, me digo, él no puede estar aquí, no puede haberlos desafiado a todos por un demonio como yo. No me lo merezco. No deseo que se arriesgue por mí.

Empiezo a pensar que ni siquiera soy digno de su amor. No después de haberlo abandonado en aquel estado. Sin embargo, cuando lo siento detrás de mí, cuando su respiración vuelve a su cauce, sé que vale la pena luchar por nuestro amor, que no importa lo que tengamos que arriesgar, que quiero estar junto a él, que lo necesito, que lo amo.

Sé sin necesidad de mirarle que tiene las manos en los costados, el pelo recogido en una coleta alta o tal vez en una trenza, su ojo libre mirando mi espalda, escudriñándome para saber si soy yo aunque sabe perfectamente que es así, por su mente estaban pasando las mismas preguntas que por la mía.

No sé qué voy a decirle ahora que lo tengo a unos pocos metros.

¿Qué le quiero? ¿Qué me perdoné? ¿Qué le necesito? ¿Qué quiero besarlo? ¿Qué necesito abrazarlo para cerciorarme de que es real?

Tal vez haya venido acabar nuestra relación de forma coherente, es decir, clavándome su espada. Pero... cuando pronuncia mi nombre como un susurro que se lleva el viento, mis dudas desaparecen. Me giro con lentitud. Al verle me doy cuenta de que solo he errado en una cosa. Sus dos ojos, uno del color del cielo y el otro el de las hojas en primavera, reflejan ternura, tristeza y suplica. Igual que los míos. Me acercó a él y sin decirle nada, lo llevo de vuelta a casa, la que siempre será nuestra casa.

Una vez dentro lo abrazo para asegurarme de que es real. Lo es. Sonrío de felicidad y sin más preámbulos le beso. Un beso tierno, nada libidinoso. Un beso con el que le demuestro lo mucho que le he echado de menos.

—Tengo que hablar contigo—dice entre jadeos.

—Luego... ahora, necesito tenerte cerca.

Le miro con firmeza y dejo que los recuerdos de nuestra historia nos invadan hasta llegar a la noche que lo cambió todo y como por arte de magia volvemos a estar en el callejón. 

Sin saber lo que somos (Homoerótica)Where stories live. Discover now