Á tes souhaits |Antoine Griez...

Od NereeRusher

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«No todos los que te aman van a abandonarte». #898 en Fanfic // 8/04/2017 #865 en Fanfic // 13/04/2017 #819 e... Více

Sinopsis.
Chapitre 1.
Chapitre 2.
Chapitre 3.
Chapitre 4.
Chapitre 5.
Chapitre 6.
Chapitre 7.
Chapitre 8.
Chapitre 9.
Chapitre 10.
Chapitre 11.
Chapitre 12.
Chapitre 13.
Chapitre 14.
Chapitre 15.
Chapitre 16.
Chapitre 17.
Chapitre 18.
Chapitre 19.
Chapitre 20.
Chapitre 21.
Chapitre 22.
Chapitre 23.
Chapitre 24.
Chapitre 25.
Chapitre 26.
Chapitre 27.
Chapitre 28.
Chapitre 29.
Chapitre 30.
Chapitre 31.
Chapitre 32.
Chapitre 33.
Chapitre 34.
Chapitre 35.
Chapitre 36.
Chapitre 37.
Chapitre 38.
Chapitre 39.
Chapitre 40.
Chapitre 41.
Chapitre 42.
Chapitre 43.
Chapitre 44.
Chapitre 45.
Chapitre 46.
Chapitre 47.
Chapitre 48.
Chapitre 49.
Chapitre 50.
Chapitre 51.
Chapitre 52.
Chapitre 53.
Chapitre 54.
Chapitre 55.
Chapitre 56.
Chapitre 57.
Chapitre 58.
Chapitre 59.
Chapitre 60.
Chapitre 61.
Chapitre 62.
Chapitre 63.
Chapitre 64.
Chapitre 65.
Chapitre 66.
Chapitre 67.
Chapitre 68.
Chapitre 69
Chapitre 71

Chapitre 70

252 19 14
Od NereeRusher

Antoine

—No, por favor, no —corría de un lado para otro mientras buscaba lo necesario.

—¿Qué pasa papi? —preguntó Adrien, que acababa de llegar a casa después de que los padres de Léa me avisaran de que no podían quedarse con él, minutos antes del accidente.

Las lágrimas brotaban de mis ojos. Guardé todo en un mochila y cogí a Adrien en brazos.

—Te vas a quedar con la tía Nerea un ratito ¿sí? Papi tiene que ir con mamá.

Intentaba no llorar delante de él, pero se me hacía imposible. No podía creer en el hecho de que, la madre de mi hijo, la mujer más fuerte de este mundo, la acabaran de malherir.

Nerea llegó al instante. Cargué la mochila al hombro y salí disparado, sin poder explicarle a Nerea nada.

Conduje lo más rápido que pude al hospital. Al llegar corrí a la recepción y pregunté por ella.

—Se encuentra en el quirófano. En la cuarta planta.

Subí corriendo las escaleras, y cuando llegué en la puerta se encontraban Paul y Amélie abrazados.

Al oírme gritar sus nombres voltearon y se acercaron a mí. Nos fundimos en un abrazo y acabamos los tres llorando.

—Por favor, decirme que no ha muerto. Va a sobrevivir, ¿verdad? —pregunté mientras mordía mi labio inferior.

—Aún está viva —respondió Paul—. Ha perdido mucha sangre y está en coma. Cuando llegué estaba a punto de dispararle. Afortunadamente, llegué a dejarlo inconsciente y el disparo salió desviado.

—Si el disparo hubiera llegado a alcanzarle, definitivamente hubiera muerto —sentenció Amélie.

Me dejé caer en las sillas y me llevé las manos a la cabeza.

—¿Dónde has dejado a Adrien? —preguntó Ame.

—Lo he dejado con Nerea... No le he podido explicar nada. ¿Ustedes le dijeron algo?

—Sabe que estamos en el hospital, pero no le hemos dicho nada para que no se altere. La única que lo sabe es Gabrielle, y aún no ha venido.

Las siguientes cinco horas nos las pasamos en el hospital. Ya había amanecido, y Nerea me llamaba preocupada. Se lo conté todo con detalle y ella empezó a llorar. Desde el otro lado de la línea se podía escuchar a Adrien preguntando por nosotros y el por qué de las lágrimas de la griega. Le advertí a Nerea que no dijera nada y que viniera corriendo al hospital.

—Lleva seis horas ahí metida. Solo quiero volver a verla una última vez —dije sollozando.

Llevaba horas llorando y Léa estaba en manos de los expertos; en manos de Dios. Ya sabrá él si quiere que se quede con nosotros, o vuelva con su hermano.

Decidí ir a la cafetería para relajarme. Lucía, Gabrielle y Marc ya hacía rato que habían llegado, y no quería hablar con nadie. Paul y Amélie se habían encargado de ellos, mientras que yo me limitaba a esperar delante de la puerta del quirófano.

Pedí una botella de agua y me senté en una de las sillas. Me toqué el labio inferior con la yema de los dedos. Un líquido rojo apareció en esta.

—Estás muy rojo. ¿Necesitas ayuda? —habló alguien delante mía.

Meneé la cabeza y alcé la vista, encontrándome con una una señora de unos cincuenta años, no de muy alta estatura. Al parecer trabajaba aquí.

Negué con la cabeza y volví a bajar la mirada.

—¿Me puedo sentar?

—Sí, claro.

En realidad, lo que menos me apetecía en ese momento era tener que dar explicaciones.

—No quiero que me cuentes nada, porque se que es algo duro. Ver a tu mujer en el quirófano durante seis horas no es nada agradable.

Antes de que pudiera decir y hacer nada, ella misma se respondió.

—Es una alegría poder decirte que ya está en una sala a parte. La operación ha ido como se preveía.

Sonreí con lágrimas en los ojos.

—Tercera planta, habitación 219. Allí te espera el doctor.

Le agradecí a la señora y fui corriendo a donde me avisó.

La euforia me podía y entré sin avisar, sobresaltando al doctor.

—Que calurosa bienvenida —bromeó—. Tu debes de ser su marido.

Pestañeé un par de veces. Me gustaba el término "su marido".

Asentí con la cabeza.

—La operación ha salido bastante bien. Ha aguantado lo suficiente, pero sigue en coma. Las heridas son profundas y ha perdido bastante sangre.

—¿Pero... Se podrá recuperar?

Él hizo una mueca y se quedó callado.

—Señor Griezmann, lamento comunicarle que es muy difícil que sobreviva. Muchos órganos han fallado. Si sigue en coma hasta, mañana no sobrevivirá.

Negué con la cabeza y mis lágrimas volvieron a brotar. Tanto llorar me estaba dando dolor de cabeza.

—Una última cosa —el doctor me levantó el mentón y apoyó su brazo sobre mi hombro—. Como ya te he dicho, debido a la pérdida de sangre, muchos órganos dejaron de funcionar —el doctor hablaba muy despacio y calmado.

—¿Qué órganos? —pregunté mordiendo mi labio inferior.

—Léa no va a poder tener más hijos, o la posibilidad es muy baja. Sus ovarios dejaron de funcionar y no pudimos hacer nada al respecto. Lo sentimos mucho.

Cogí una bocanada de aire y la solté, intentando relajarme.

—Le comunicaré a sus acompañantes que ya pueden pasar.

—Muchas gracias doctor, pero ya los llamo yo.

El doctor asintió y salió de la habitación.

Me acerqué a la camilla donde reposaba Léa. Mordí mi labio inferior para evitar gritar y acaricié su brazo, lleno de vendas y agujas clavadas en sus venas. También me fijé en que llevaba un respirador, como el de Théo, acordándome en que no tardarían en llegar.

Miraba sus pulsaciones y los botes de suero y sangre que colgaban de la camilla. Negué repentinamente y apreté con fuerza mis labios.

—Eres la mujer más fuerte de este planeta. Sé que puedes salir adelante. Hazlo por ti, hazlo por Adrien, hazlo por mí... Te queda mucha vida por disfrutar, un hijo al que cuidar y otras Olimpiadas que ganar. No sé qué haría sin ti, eres el motivo por el cual sigo adelante. Adrien y tú sois lo más importante de esta vida; no puedo cuidar de un niño yo solo, ¡ni si quiera sé que decirle cuando aparezca aquí!

Le agarré cuidadosamente de la mano y le besé la frente.

—Vas a despertar, tienes hasta mañana para volver, si no... —apreté los ojos, no quería imaginarlo— Morirás. 

Tocaron seguidamente a la puerta. Me sequé las lágrimas y abrí.

—¡Papi! —Adrien me abrazó por las piernas y sonreía.

Miré a Nerea, que se encontraba detrás de él. Ella se encogió de hombros y se rascó el ojo.

Adrien señaló el sofá al lado de la camilla y empezó a saltar.

—Quiero dormir —se quejó.

Adrien se metió bajo mis piernas y echó a correr al sillón. Antes de que pudiera llegar, y darse cuenta de que su madre se encontraba ahí, lo cogí en brazos.

—Luego dormiremos, ¿tienes hambre?

El pequeño negó y frunció el entrecejo.

—¿Por qué estás llorando papi?

Sus ojos expresaban preocupación. Secó una de mis lágrimas y sonrió. Se parecía tanto a ella.

—¿Yo? —miré a la puerta y Nerea negó sin saber que decir—. He bostezado, yo también tengo sueño —le di un toque en la nariz y salimos de la sala.

Dejé a Adrien en el suelo y le cogí de la mano.

—Llama a los demás y hablar con ella —hice un gesto y señalé a Léa—. Yo me iré a distraer a Adrien.

Ella asintió y me abrazó. Se agachó quedando a la altura de Adrien y le susurró algo al oído. El pequeño rió y asintió.

—No me falles ¿eh? —dijo riendo Nerea.

Al levantarse le susurré un gracias y ella sonrió.

Al pasar por los pasillos Adrien se empezó a asustar y me pidió si lo podía coger en brazos.

—¿Qué pasa amor? —pregunté besándole la mejilla. Él se resguardó en mi cuello.

—¿Por qué todo el mundo llora? ¿Se ha morido alguien?

—¡No, claro que no! —exclamé con voz temblorosa—. No se ha muerto nadie —respondí, corrigiéndole.

Llegamos a la cafetería del hospital y nos sentamos en una de las mesas.

—¿Quieres comer algo?

—No. Quiero jugar pero tengo sueño —dijo rascándose un ojo.

Miré el reloj y eran las cinco de la mañana.

—¿No dormiste en casa de Nerea?

—¡Comimos muchas chuches!

Rápidamente se tapó la boca con las manos y abrió los ojos como platos.

—¿Comieron muchas chucherías? —pregunté cruzándome de brazos, fingiendo estar enfadado.

Él negó, aún con las manos en la boca.

—¡Yo no he dicho nada! —alzó las manos, simulando que era inocente.

Enarqué una ceja y le empecé a hacer cosquillas.

—¡Papi, para! —decía mientras reía.

Le hacía pedorretas en la cara y nos reíamos fuertemente.

Al terminar, el niño se estiró y se rascó un ojo.

—Quiero a mami —se quejó.

—Mami está durmiendo. No queremos molestarla ¿verdad?

—Quiero dormir con mami —dijo frunciendo el ceño.

—¿Y con papi? ¿Quieres que papi te cuente algún cuento? —pregunté sonriendo.

—Mami me cuenta muchos cuentos. Tú nunca me cuentas un cuento —se quejó negando.

Me sentí fatal en ese instante. Mi trabajo no me permite pasar mucho tiempo con él, y eso se veía reflejado en el día a día.

—¿Vas a dejar a papi dormir solo? Sabes que le tengo miedo a los monstruos. ¡Y si me ataca uno! Nadie podrá salvarme.

El corazón de Adrien era muy grande, y no dudaba ningún instante en ayudar a alguien.

—Está bien. ¡Adrien te ayudará! —respondió sonriente—. Ven papi.

Me tiró del brazo y yo le seguí. Indicándole la habitación de Léa.

Antes de entrar me aseguré de que no había nadie. Las chicas habían dejado un mensaje en la puerta, diciendo que lo que quedaba de noche solo la podía pasar una persona, con lo cual ellas se habían ido.

Entramos con cuidado y le advertí a Adrien de no gritar.

—Papi, ¿por qué hay alguien durmiendo en nuestra habitación? —preguntó escondiéndose detrás de mí.

—Es mami. Pero acuérdate, está durmiendo y no podemos despertarla.

Le agarré de la mano y con cuidado nos acercamos.

—Papi, no veo.

Lo cogí en brazos y le sonreí.

—¿Por qué mami tiene esas cosas blancas? Y en la nariz tiene unos tubos, ¿es por qué los mocos la han invadido?

—Mami es como la Bella Durmiente, necesita dormir mucho para descansar.

A punto de llorar, me mordí el labio.

—El príncipe le tiene que dar un beso para despertarse. ¡Dale un beso! —exclamó el pequeño.

—Aún no, tiene que dormir más.

El pequeño asintió y reposó su cabeza en mi hombro.

Nos sentamos en el sofá, lo puse sobre mis piernas y lo eché hacia atrás, apoyándolo en mi pecho.

Adrien se acomodó y cerró los ojos.

Yo le acariciaba su pelo. Me sentía tan mal mintiéndole, pero simplemente no sabía cómo decirle que, probablemente, la vida de su madre está a punto de acabarse.

—Duerme bien, pequeño —besé su cabeza.

Antes de dormirme miré a Léa por última vez. Nunca me olvidaría de todo lo que hizo por mí: me hizo ser el hombre más feliz de este mundo y me apoyó siempre, entre otras cosas. Ojalá pudiera decir lo mismo, pero siempre fui un imprudente y un desesperado. Si Léa estuviera oyendo, me diría todo lo contrario, y me soltaría el tema de Adrien.

Extrañaría su mirada y sus caricias, su amor por nosotros y su inmensa dedicación al deporte. Simplemente insuperable.

Alargué mi brazo y le agarré de la mano, sin tocar todas las agujas que tenía clavadas. Solté un par de lágrimas y cerré los ojos.

—Nos vamos a volver a ver, nos vamos a volver a abrazar y nos vamos a volver a besar. Estoy seguro.

A partir de ese momento los tres caímos en un profundo sueño, del cual posiblemente, uno de nosotros, no despertaría.

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