Romeo, Marco y Julieta

By Ash-Quintana

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Marco oculta dos grandes secretos: Está enamorado del novio de su mejor amiga y se ha casado con una descono... More

Antes de comenzar a leer
Uno: No te cases
Dos: Sé elocuente
Tres: No entres en pánico
Cuatro: Busca contención familiar
Cinco: No duermas con su novia
Seis: Sé Magnífico
Siete: Lleva paraguas
Ocho: No beses a otra
Nueve: Sé menos obvio
Diez: Hazlo reír
Once: Bésalo
Trece: Aprende a negociar
Catorce: habla con él
Quince: Conoce a sus padres
Dieciseis: No la cagues
Diecisiete: Niega todo
Dieciocho: Sé más prudente
Diecinueve: No llores
Veinte: busca un amigo
Veintiuno: Arregla tu desastre
Veintidós: Hazte cargo de lo que debes
Veintitrés: No enfades a Farrah
Veinticuatro: Me he quedado sin pasos
Veinticinco: Sigue los consejos de Leo
Veintiseis: No sigas a Jordan
Veintisiete: No la dejes ir
Veintiocho: No reveles tus secretos
Veintinueve: Termina con esto 1#
Treinta: Termina con esto #2
Treinta y uno: Sigue andando
Epílogo
Dos años después

Doce: Sé discreto

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By Ash-Quintana


Oh, no.

No, no, no, no, no.

De todas las personas que pudieron habernos encontrado, Lola era lo último que deseaba. No estaba listo para eso. Quiero decir, acababa de besar al novio de mi mejor amiga y ella, ahora mismo, no se veía sorprendida pero sí bastante decepcionada de nosotros.

La idea de que esto la estuviera lastimando aunque fuera un poco ya me estaba haciendo sentir mal.

—Lo siento —dije desde mi sitio, sin moverme.

Se me pasó por la cabeza decirle algo como que todo tenía una explicación, pero debía ser muy descarado para hacerlo justo después de que nos encontrara en esa situación.

Ella tampoco se movió de la puerta. Jordan, sorprendentemente, había optado por mantenerse en silencio. Parecía sentirse culpable y debo admitir que eso me hizo sentir un poco de empatía por Farrah, conciente de cómo me portaba yo con ella.

Oh, Dios. Yo era un imbécil.

La verdad era aplastante.

—¿Qué te costaba terminar conmigo? —le preguntó Lola al muchacho. La única respuesta que obtuvo fue su silencio y eso pareció molestarla más—. Son una mierda. No quiero que me hablen en lo que queda del día —nos advirtió—. Tengan un poco de respeto.

Ella se marchó con calma y los dos nos quedamos en nuestros sitios, demasiado avergonzados como para decidir cómo actuar a continuación. Una parte muy grande de mí quería permanecer así hasta el final de la clase, cuando todos tuviéramos que marcharnos a casa.

—Yo... yo no te gusto ¿verdad? —pregunté con la cabeza gacha, sin dignarme a mirarlo—. No quieres tener nada conmigo.

—Marco —comenzó en advertencia, aunque no sonaba como un regaño, sino más bien como una petición. Alcé la mirada para encontrarlo sentado sobre uno de los pupitres, con una mano pasando por su rostro. Parecía derrotado—. No ahora, por favor.

—Necesito saberlo ahora mismo, Jordan. —Mi voz hizo un poco de eco en el cuarto. Aguardé a que quitara la mano de su rostro y busqué sus ojos—. Dime si quieres algo conmigo y pondré todo de mí, o dime si lo único que quieres es jugar; porque entonces ya no esperaré nada de ti.

Él me mantuvo la mirada, pero no respondió. Resoplé molesto y me dirigí hacia la puerta. No podía esperar de él que fuera claro por primera vez en su vida.

***

Farrah llevaba dos bolsas de aspecto pesado en sus manos. La vi salir con calma del instituto, caminar hasta el borde de la acera y sentarse con una a cada lado mientras los estudiantes la esquivaban para volver a sus casas.

Me paré junto a ella.

—¿Qué crees que haces?

Ella echó la cabeza hacia atrás para mirarme y entrecerró los ojos cuando el sol le pegó en la cara.

—Esperando a mi fuerza de voluntad.

Suspiré y me hinqué a su lado para tomar una de las bolsas. Era mucho más pesada de lo que esperaba y la abrí para ver lo que contenía: libros. Eran los que habíamos estado leyendo ese semestre, junto con los que trabajamos durante todo el año.

—Levántate. Te acompañaré a la parada del bus.

Farrah resopló sin moverse. Un muchacho tropezó con su bolsa, tuvo que saltar sobre ella para no caerse y la pelirroja hizo como si no se hubiera dado cuenta.

—No tengo dinero para el bus.

Alcé las cejas. Eran tal vez treinta o cuarenta calles hasta su casa. En bus era un viaje corto, pero a pie y con eso, sería un poco denso.

—Lleva mi tarjeta magnética. No pienso usarla —insistí.

En los últimos treinta minutos de clases había decidido portarme bien toda la semana y permanecer en casa. Sólo saldría a trabajar y quizá fuera a hablar con Lola cuando todo se calmara, si no estaba muy enojada.

Pero nada de estrés para mí. No quería que me saliera una cana o una arruga. Sería imperdonable.

—No quiero tu dinero —se quejó, se levantó y me quitó la bolsa de libros—. No es gracioso si me lo entregas en estado de sobriedad. Luego te lo debo devolver.

—No, no debes. —Volví a tomar la bolsa—. Déjame tratarte bien, carajo. Intento ser mejor persona. —Ella hizo amague de quitármela otra vez, pero aparté la mano a tiempo para que sólo alcanzara a agarrar el aire. Solté una risa corta y ella me empujó—. Guárdalos en mi casa, entonces.

Farrah no dijo nada. Permaneció parada frente a mí, con sus ojos fijos en los míos y el viento hizo que algunos mechones de cabello se le fueran al rostro. Por un momento creí que buscaba intimidarme, pero entonces volvió a hablar.

—Ayer dormí con alguien.

Parpadeé, sorprendido, y esperé a que sonriera para indicarme que era una broma, pero no lo hizo.

—¿Con quién? —pregunté con curiosidad.

El hecho de que me estuviera contando eso me hacía creer que buscaba decirme algo, pero no comprendía qué. No creía que su fin fuera el de ponerme celoso, porque no lo estaba. Podía besar o incluso casarme con Farrah, pero sabía que ella nunca me pertenecería. Lo había dado por sentado.

—¿Qué te importa? —Arrugó la frente sin apartar la vista de mí. Las personas soltaban quejas cuando debían rodearnos para esquivarnos y no muy lejos se oían los bocinazos de la avenida—. Sólo quiero que sepas que por besarnos o llevarnos remotamente mejor no significa que vaya a ser tu novia o deberte nada.

Abrí la boca, no muy seguro de qué debía decirle. ¿«De todas formas yo ni quería»?

—Besé a Jordan.

No, esa no había sido la mejor opción.

—¿Qué? —Farrah separó los labios con sorpresa en un gesto que me resultó un poco adorable— ¿Cómo te atreves?

Solté un quejido.

—No seas hipócrita.

Ella extendió su brazo libre y me estampó la palma de su mano en el medio de la cara para apartar mi rostro de su vista, visiblemente molesta. Solté otra risa.

—No soy una hipócrita. Tú eres una mala persona.

La sonrisa se borró de mi rostro. Quité la mano de Farrah de mi cara, pero no la solté.

—¿Cuál es la diferencia entre lo que yo hice y lo que tú hiciste?

La mera pregunta pareció ofenderla.

—¡Que yo no me meto con la pareja de mi mejor amiga! —Las personas que pasaron a nuestro alrededor giraron sus cabezas para vernos y eso pareció irritarla más—. Lola no tiene la culpa de tener un novio y un mejor amigo que son una mierda. —Me mantuvo la mirada, como desafiándome a que la contradijera. Mi culpa por Lola comenzaba a aumentar de a poco—. No he dormido con nadie, de todas formas. —Se pasó una mano por el rostro—. Sólo quería saber si harías un problema por eso.

Alcé las cejas.

—Descuida, salió bastante bien.

Farrah comenzó a reír, aún con la mano en la cara mientras tomaba color. Me acerqué un poco, dejé un beso en su mejilla y fui capaz de sentir el calor de su rostro antes de que ella me apartara, ofendida.

—Quítame tus sucias manos de encima —me ordenó sin dejar de reír—. Anda, llévame a tu cueva.

Se alejó de mí sin esperar respuesta y siguió andando. No fueron más que algunas calles hasta llegar al edificio en el que vivía y una vez que llegamos, ella se detuvo frente a él y echó la cabeza hacia atrás para mirarlo.

—Es muy lindo —fue lo único que dijo, como si no se esperara que yo viviera en un edificio sin manchas de humedad en las paredes.

Mamá y papá ganaban lo suficientemente bien como para poder pagar un departamento un poco apretado para cuatro personas en el centro de Manhattan y un auto que casi no usábamos porque el tráfico era una mierda. No éramos adinerados, pero ella se veía impresionada. Y eso me hizo sentir un poco mal.

Metí la llave en la puerta de entrada y le indiqué que se acercara al ascensor. Por lo general era común que se amontonaran personas a esta hora, así que no me sorprendí cuando oí entrar a más gente a esperar con nosotros.

—¿Me presentarás a tus padres? —la oí preguntar con diversión.

—Deben ir al mercado —respondí a secas.

Se suponía que mamá buscaría a papá en el instituto.

Apoyé la palma de mi mano en la pared junto al ascensor y la observé de reojo. La vi sacar goma de mascar del bolsillo de su falda y llevársela a la boca antes de comenzar a masticar.

—¿Qué llevas en la otra bolsa?

Ella se giró a verme mientras intentaba hacer un globo y no se dignó a responder hasta que explotó.

—Vestuario. Lo llevo a la lavandería el viernes.

Me rasqué la cabeza, sin saber qué decir exactamente. Quería que supiera que también podía dejarla en mi casa si le apetecía. Que podía dejar lo que quisiera, en realidad. Pero temía que desconfiara y creyera que estaba buscando algo a cambio.

—¿De verdad fue mi idea la boda? —pregunté, en cambio.

El ascensor comenzó a descender hacia la planta baja.

Ella asintió, con la vista fija en las puertas de metal, y se alzó de hombros.

—Me tentaste.

Abrí la boca, quizá un poco impresionado.

—¿Disculpa?

Ella giró el cuerpo completo para verme y dejó de masticar la goma de mascar antes de volver a hablar, aunque esta vez con más lentitud.

—Que llegaste ebrio a mí, batiste tus pestañas y me saturaste de buenas intenciones y cuentos...

Las puertas del ascensor se abrieron. Afortunadamente, estaba vacío. Seguí a Farrah con la mirada mientras ella entraba e imité su gesto, sin creerme lo que me estaba diciendo.

—¿Por qué yo...?

—¡Te descubrí, perro estúpido!

Los dos miramos hacia adelante, frente a las puertas del ascensor, donde una muchacha permanecía de pie con sus ojos en mí y el pánico reflejado en su rostro.

Giorgia.

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