Romeo, Marco y Julieta

By Ash-Quintana

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Marco oculta dos grandes secretos: Está enamorado del novio de su mejor amiga y se ha casado con una descono... More

Antes de comenzar a leer
Uno: No te cases
Dos: Sé elocuente
Tres: No entres en pánico
Cuatro: Busca contención familiar
Cinco: No duermas con su novia
Seis: Sé Magnífico
Siete: Lleva paraguas
Ocho: No beses a otra
Diez: Hazlo reír
Once: Bésalo
Doce: Sé discreto
Trece: Aprende a negociar
Catorce: habla con él
Quince: Conoce a sus padres
Dieciseis: No la cagues
Diecisiete: Niega todo
Dieciocho: Sé más prudente
Diecinueve: No llores
Veinte: busca un amigo
Veintiuno: Arregla tu desastre
Veintidós: Hazte cargo de lo que debes
Veintitrés: No enfades a Farrah
Veinticuatro: Me he quedado sin pasos
Veinticinco: Sigue los consejos de Leo
Veintiseis: No sigas a Jordan
Veintisiete: No la dejes ir
Veintiocho: No reveles tus secretos
Veintinueve: Termina con esto 1#
Treinta: Termina con esto #2
Treinta y uno: Sigue andando
Epílogo
Dos años después

Nueve: Sé menos obvio

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By Ash-Quintana


Alguien me golpeó la espalda por accidente y cayó al suelo cuando el beso apenas comenzaba. 

Me aparté de Farrah y me giré a ver lo que sucedía para encontrarme con medio bar observándonos. A mis pies, un Jordan golpeado soltó un quejido e intentó incorporarse cuando un tipo se adelantó para tomarlo por la camiseta, exactamente como había hecho Lola antes, pero imaginaba que no iría a besarlo.

No tenía idea de lo que estaba sucediendo, pero debía hacer algo.

Intenté interponerme entre ambos y en el apuro caí al suelo, junto a Jordan. Puse una mano alrededor de la del sujeto, quien no parecía dispuesto a soltar a mi amigo.

—Nos calmaremos un rato ¿De acuerdo?

Le mantuve la mirada durante algunos segundos en los que no pareció querer ceder. Detrás de él había distinguido al grupo que había estado jugando al futbolito con anterioridad, quienes nos observaban con atención, pendientes al comienzo de alguna pelea.

Jordan soltó otro quejido, pero no se movió, y por un momento sentí pena por él. Apenas sí se le había ido el moretón del ojo y ya se estaba lastimando de nuevo. En verano solía aparecer con los brazos o piernas golpeadas, producto del entrenamiento, así que imaginé que una mancha más en el cuerpo a él no le perturbaba.

—Imbécil —murmuró Jordan. La palabra se le patinó un poco y noté que tenía los ojos entrecerrados.

—Míralo —le dije al sujeto. Estábamos demasiado cerca, nuestros pechos subían y bajaban y él se encontraba literalmente respirándome en el rostro—. Está mal —le indiqué cuando señalé al muchacho—. No puede ni hablar.

Lola pasó junto a nosotros y observó al sujeto con aparente odio contenido. Los dos intercambiaron miradas hasta que, finalmente, éste abrió el puño y soltó la camiseta de Jordan. Se incorporó con dignidad y volvió a unirse al grupo mientras el resto fingía ocuparse de lo suyo, aún pendientes de nuestros movimientos.

Jordan cerró los ojos. Le di una palmada en la mejilla para que no se durmiera y lo atraje más hacia mí, hasta que su cabeza descansó en mí regazo.

—¿Cuánto has bebido? —le pregunté.

—Como un vaso o dos —dijo Farrah parada junto a mí, completamente relajada—. No tenía idea de que él no bebía.

—Pues, no es lo mismo dos vasos de cerveza que dos de vodka —Lola se hincó a mi lado y acercó su rostro al de su novio para hablarle en voz baja.

Una camarera se acercó a nosotros y nos indicó que teníamos que sacar a nuestro amigo de allí, así que me incorporé y, con la ayuda de la rubia, conseguimos que Jordan caminara con nosotros hacia la salida. Noté cómo todos los rostros se giraban en nuestra dirección y algunos se corrían para abrirnos paso.

—¿Por qué se andaban dando puñetazos? —pregunté algo enfadado.

Me desagradaban las peleas. Habían arruinado la noche.

—Bueno, este sujeto estaba siendo desagradable con la camarera y le grité —respondió Lola sin remordimiento, aunque la vi hacer una mueca de desagrado antes de seguir hablando—. Y Jordan borracho es más propenso a pelearse con cualquiera.

—Claro que no.

El aludido irguió su espalda y jaló de su brazo con rabia para que yo lo soltara. Una vez libre, hizo su camino hacia la salida con una mano apoyada en cada mesa que iba pasando, posiblemente mareado.

—¿Tienes que pelearte con todo el mundo, Lola? —la regañe irritado.

Ella me enseñó el dedo del medio y siguió su camino.

Una vez que salimos afuera, inspiré hondo para quitar de mis pulmones el aire viciado del interior del recinto. Cuando me quise dar cuenta, me percaté de que el castaño había caminado hasta el fin de la acera y se acercó hasta un cesto de basura para vomitar. Lola soltó una palabrota, Farrah una carcajada, y eso me enfureció más.

—¿¡De qué te ries!? —Me volví hacia ella y algunos de los adolescentes reunidos en la entrada del bar se apartaron— ¿Qué le has puesto a la cerveza?

La pelirroja interrumpió su risa para mirarme ofendida, pero se repuso de inmediato y se acercó un paso más hacia mí.

—Yo no le he puesto nada, ¿Qué te pasa?

Hizo un amague para acercarse al chico, pero le impedí el paso.

—Y a mí tampoco, ¿verdad?

Farrah me empujó.

—¡No me faltes el respeto! —Otro empujón. Retrocedí y trastabillé un poco—. ¡Mira, yo no tengo idea de lo que te metiste esa noche! —Dejó de avanzar, pero continuó con los ojos puestos en mí, furiosa—. Me prometiste ayudarme y te escapaste, ¿O eso tampoco lo recuerdas? Hazte responsable de tus actos, hombrecito.

Tragué saliva.

¿Con qué diablos prometí ayudarla?

—Perdóname por no creerte una mierda.

—No fue ella. —La voz de Jordan se oyó tan cerca de mí que di un respingo y lo miré con pánico. Iba acercándose a nosotros con un brazo sobre los hombros de la rubia para mantenerse de pie—. Fue la sertra... sertralina.

—¿Mezclaste alcohol con eso? —Lola alzó la cabeza para mirarlo— ¿Qué diablos te pasa, Jordan? —él no le contestó y ella se apartó de él enfadada— ¡No hagas eso!

Jordan se derrumbó sobre su novia en cuanto lo soltó y Farrah se acercó para ayudarla.

—¿Qué es eso?

—Un medicamento —contestó la pelirroja antes de indicarle a Lola que le pasara al castaño, puesto que éste era demasiado alto y pesado para el pequeño cuerpo de la rubia—. Ya me arruinaste la noche, Jordy —le dijo al castaño mientras pasaba el brazo de este por sobre sus hombros—. Vamos a tu auto.

Los dos comenzaron a caminar juntos. Me mantuve unos metros por detrás, junto a mi amiga, y la abracé para refugiarla un poco del frío y la pena.

—¿Acaso Jordan...?

Lola se estremeció ante una pequeña ráfaga de viento y se pegó más a mí.

—Cállate —fue lo único que dijo al respecto, antes de cambiar de tema—. Deja de tratar mal a Farrah. —Chasqueé la lengua y ella me imitó—. Hablo en serio ¿Cómo esperas que ella te trate bien si eres así?

—Tú no me dices qué hacer.

Ella jadeó, visiblemente indignada, y me miró con furia.

—Claro que lo hago.

—¡Lola!

Los dos alzamos la cabeza y miramos a Farrah, apoyada en el auto de Jordan, cuando le lanzó las llaves a la rubia. El muchacho se encontraba dentro, en el asiento del copiloto. Lola miró las llaves y luego a mí, nerviosa.

—No puedo dejar el auto de Jordan en mi casa —me dijo—. Mamá y papá me harán preguntas.

Los padres de Lola eran una mierda, según yo. Le habían prohibido juntarse conmigo hace años, porque creían que era una mala influencia, así como tampoco le permitieron unirse a las porristas en primer año porque el uniforme era aparentemente inmoral, y le recordaban constantemente que eran ellos los que le pagaban sus alimentos y estudios.

—Había olvidado que tus padres son una mierda. —Le quité las llaves y dejé un beso en su mejilla para que no creyera que estaba enojado con ella—. Supongo que seré conductor designado.

Nos metimos al auto, yo en el volante y la rubia detrás, junto a Farrah. El trayecto no fue tan largo, pero el silencio lo hizo un poco incómodo. Aún seguía tenso por la pelea de la pareja, y mi esposa no parecía muy contenta de haber dejado el bar tan temprano.

Eché una mirada a Jordan, a mi lado.

Estaba despierto, con el cinturón puesto y la cabeza apoyada en la ventanilla. Las luces de la acera se proyectaban en su rostro cada vez que pasaba junto a ellas y él se limitaba a cerrar los ojos cuando esto sucedía, incómodo por la iluminación. No dejaba de golpear el pie derecho contra el suelo con impaciencia, como si planeara salir corriendo apenas yo abriera la puerta.

Farrah y Lola comenzaron una conversación que no me molesté en escuchar sobre un trabajo de historia durante varios minutos.

—Ya ha terminado el tiempo del cortejo. —Detuve el auto frente a la casa de Lola y me giré para ver a las muchachas—. Te veo el lunes —le dediqué media sonrisa a la rubia.

Ella se acercó a los asientos de adelante, se metió entre ellos y dejó un beso gentil en la sien de su novio.

—Cuídate —le pidió antes de salir.

Esperé a que entrara a su casa y volví a ponerme en marcha. Seguí las instrucciones de Farrah hasta llegar al barrio en el que vivía y me detuve frente a la casa de ella. Se veía vieja, tal vez un poco descuidada, con la verja oxidada y manchas de humedad en la pared exterior.

Ella salió sin despedirse, pasó por arriba de la pequeña reja y entró. Permanecí unos segundos observando, hasta que la luz de la planta baja se encendió y su sombra se proyectó en la cortina.

—¿De dónde la conoces? —preguntó Jordan.

Bajé la mirada hacia él. Seguía apoyado en el cristal, con los ojos fijos en la ventana y la sombra de la pelirroja. Las luces volvieron a apagarse y el castaño se fijó en mí.

—Es una prima lejana —murmuré—. La rescató mi madre de un basurero.

Una sonrisa se asomó en su rostro. Sus mejillas continuaban enrojecidas, el cabello pegado a su frente y los ojos entrecerrados, como si le diera pereza enfocar la vista por completo en mí.

—Te vi besarte con ella —musitó. Cedí una sonrisa y moví el auto para dejarlo frente a su casa. Él pareció darse cuenta de que no planeaba decir nada al respecto y separó los labios en una exagerada expresión de ofensa antes de erguir su espalda y abrir la guantera con entusiasmo—. A unas calles hay un almacén que abre toda la noche. Podemos comprar más cerveza y luego ir a las costas.

Lo miré extrañado, sin saber exactamente qué decir. Creí que Jordan había tenido suficiente por una noche, pero aparentemente me equivocaba. Él parecía tener mucha más energía que antes. Simplemente había esperado que las chicas se fueran para convencerme de seguir.

Me sentía ofendido.

—¿A las costas?

—Bueno, quería ir al muelle, porque a ti te encantan —murmuró mientras sacaba una pila de discos de la guantera para examinarlos—. Pero no tengo idea si podremos entrar. —Abrió un disco y lo metió en el estéreo, como si estuviera completamente seguro de que yo iría a ceder—. De todas formas, en Long Island las playas están bien.

Apagué el motor y me giré para mirarlo de frente, tal vez un poco abrumado por lo que acababa de decir.

—¿Lola te ha dicho que me gustan los muelles?

Jordan comenzó a presionar botones para pasar las canciones hasta que llegó a alguna que pareció complacerlo. "Behind blue eyes" no tardó en hacerse oír a través de los parlantes a un volumen muy bajo.

—Claro que no —comentó distraído. Me echó una mirada elocuente antes de volver a guardar las cajas de los discos y luego cerró la guantera—. Fuiste tú, en el campamento ¿No lo recuerdas?

Claro que recordaba el campamento. Aquella fue la primera vez que hablé con Jordan. Teníamos como doce años y él había entrado en pánico porque no recordaba dónde había dejado un colador para preparar el té de los exploradores. Le ofrecí mi calcetín como reemplazo y salvé el día.

Parpadeé, sorprendido.

—No, no lo recuerdo —mentí. Sentí las mejillas calientes y me auto-convencí de que sólo se trataba del alcohol—. Ve a dormir. Mañana debo trabajar.

—Trabajas por la tarde, imbécil —me contestó enfadado. Noté  que aún seguía golpeando su pie contra el suelo a cierta velocidad—. Si no vas a venir conmigo, entonces vete. Camina hasta tu casa, no me importas.

—Tú tampoco me importas. —Quité la llave del auto y desabroché mi cinturón, dispuesto a bajarme.

Jordan imitó el gesto y desabrochó el suyo para estirarse hacia mí con el brazo extendido.

—Dame las llaves —me ordenó.

Apoyé una mano en la puerta del auto para abrirla y le eché una mirada.

—Púdrete.

—Dame las putas llaves, Marco.

Me apresuré a abrir la puerta, Jordan se abalanzó sobre mí y los dos caímos fuera del auto. Mi espalda se golpeó con fuerza contra el asfalto y durante un momento me quedé sin aliento. Él cayó a mi lado y se recuperó de inmediato para quitármelas.

Aún con los pies dentro del auto, echado en el suelo, me metí la pequeña llave dentro de la boca, consciente de que él podría ser capaz de adentrar su mano en mis pantalones para quitármela.

—¡Abre la boca! —El castaño se sentó a horcajadas sobre mi estómago y presionó con fuerza mis mejillas— ¡Marco!

Respiré hondo y pegué la palma de mi mano a su rostro para apartarlo. Él protestó y me mordió con fuerza. Tosí, escupí la llave y ésta cayó a unos centímetros de nosotros. Me soltó para tomarla y lo empujé con la intención de quitármelo de encima.

Apenas la agarró, tomé su muñeca y la pegué al suelo. Hice lo mismo con la otra y me tomé un tiempo para respirar unos segundos, pensando en lo que haría a continuación.

—Jordan, maldita sea —le pedí.

Allí no había nadie. Se trataba de una calle en los suburbios, casas de familia, y me resultaba un poco desconcertante el silencio a nuestro alrededor. Completamente diferente a la ciudad.

Lo único que era capaz de oír en aquel momento eran nuestras respiraciones agitadas.

—Déjame —me ordenó.

Puse los ojos en blanco.

—Jódete.

—Jódeme.

Jordan estaba furioso. La mirada que me dedicó era de odio puro y sabía que si él quería, podría sacarme de encima a puñetazos. Llevaba años entrenando.

Entonces, para sorpresa mía, cerró los ojos con fuerza y abrió la palma de su mano.

—Vete a la mierda, Marco —soltó en un hilillo de voz.

Lo liberé con calma y tomé la llave, un poco desconcertado. Él se llevó las manos al rostro y permaneció así, en silencio. Se frotó los párpados con fuerza y luego abrió los ojos para mirar al cielo, a las estrellas. Me quedé sentado a su lado sin decir nada.

—¿Fue en el campamento o después? —preguntó casi en un susurro.

Lo miré curioso.

—¿El qué?

—Que te enamoraste de mí.

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