Romeo, Marco y Julieta

By Ash-Quintana

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Marco oculta dos grandes secretos: Está enamorado del novio de su mejor amiga y se ha casado con una descono... More

Antes de comenzar a leer
Uno: No te cases
Dos: Sé elocuente
Tres: No entres en pánico
Cuatro: Busca contención familiar
Cinco: No duermas con su novia
Seis: Sé Magnífico
Ocho: No beses a otra
Nueve: Sé menos obvio
Diez: Hazlo reír
Once: Bésalo
Doce: Sé discreto
Trece: Aprende a negociar
Catorce: habla con él
Quince: Conoce a sus padres
Dieciseis: No la cagues
Diecisiete: Niega todo
Dieciocho: Sé más prudente
Diecinueve: No llores
Veinte: busca un amigo
Veintiuno: Arregla tu desastre
Veintidós: Hazte cargo de lo que debes
Veintitrés: No enfades a Farrah
Veinticuatro: Me he quedado sin pasos
Veinticinco: Sigue los consejos de Leo
Veintiseis: No sigas a Jordan
Veintisiete: No la dejes ir
Veintiocho: No reveles tus secretos
Veintinueve: Termina con esto 1#
Treinta: Termina con esto #2
Treinta y uno: Sigue andando
Epílogo
Dos años después

Siete: Lleva paraguas

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By Ash-Quintana


A estas alturas de la historia no es necesario mencionar que cualquier acto nimio que me perjudique tan sólo un poco es capaz de alterarme a niveles monumuntales. Pero no era un manojo de nervios y drama todo el tiempo.

Los últimos días los había estado sobrellevando bien. Lola y Jordan se habían distanciado un poco, pero no había tanta tensión entre ellos y, definitivamente, no planeaban separarse. Todo normal, como antes de la llegada de Farrah.

Hasta el momento era una situación que podía manejar. No era nada que no se pudiera arreglar con el tiempo, quería creer.

La situación comenzó a desbordarme cuando Lola vino hacia mí en pleno almuerzo del viernes para informarme la elección del profesor de teatro para el elenco de la obra.

—¿El papel de Romeo? —mi voz hizo eco en todo el auditorio y el profesor, sentado al borde del escenario, alzó la vista de su tupperware—. No sé si es más ofensivo que se lo haya dado a Jordan o que yo sea su interés amoroso.

Me aferré al respaldo de uno de los asiento de enfrente, como cada vez que peleaba con alguien allí dentro. Lo que era, básicamente, en todas las clases. Podría simplemente haberme acercado al escenario en lugar de permanecer a varias filas de distancia, pero me encantaba hablar fuerte y oír el eco de mi voz.

Me vio a través de sus gafas de lectura, posiblemente harto de mí y mi drama. En estos años con Vincent como profesor yo había sido capaz de aprender algo sobre él: no le gustaba que lo molestaran cuando estaba comiendo. Por eso se recluía en el salón de actos para almorzar.

—¿Qué tiene de malo ser su interés amoroso?

Le entrecerré los ojos. Él era un ser maligno. Debajo de su camisa arrugada y ese acento británico falso se hospedaba el corazón más frío y horrible que haya conocido.

—Todos en el instituto están diciendo que yo le dejé el ojo así. —Me paré sobre la butaca para que me viera mejor y señalé mi propio ojo. Existía la remota posibilidad de que tal vez hubiera hecho un puchero con los labios. Lo que fuera con tal de dar pena—. Y a usted se le da por ponernos a citar frases románticas.

Seamos honestos: todos sabíamos que esto sucedería. Jordan sería Romeo y yo Julieta porque todos ansiaban ver el mundo arder desde la distancia. Pero me gustaba creer que aún había posibilidad de tener paz mental y emocional.

Él no dejó de masticar en ningún momento. Saboreó cada segundo de mi pena acompañada por un bocado de pasta. Su deleite me hizo recordar que aquel era el almuerzo y yo aún no comía nada.

—Entonces deberían comenzar a congeniar —dijo—. Desde ya.

—Pero. —Pasé una pierna por sobre el respaldo de la butaca de enfrente para hacer mi camino hacia el escenario, cada vez más desesperado—. Romeo es mío —me quejé—. No creo que Jordan pueda ser un mejor amante italiano del siglo XVI de lo que soy yo.

Seguí avanzando hasta llegar a la primera fila, donde me senté sobre el respaldo para que no existiera tanta diferencia de altura entre nosotros. Aún así, me vi obligado a alzar la cabeza para verlo, a más de un metro de mí. Él dejó su bandeja a un lado y se centró en su estudiante favorito.

Casi pude oírlo suspirar mentalmente mientras se cruzaba de piernas.

—Mira, no pienses así. —Se chupó un dedo—. Deja de fijarte en la estética —me ordenó—. Romeo es un niño y lo sigue siendo hasta su muerte, pero el arco de Julieta es, podría decirse, más cruel. Deberías meterte hasta el fondo para conocerla. Podría decirse que las razones de su suicidio son muchas más que las de Romeo. —Permanecí en silencio, sin saber exactamente que decir—. Y tiene más tiempo en escena. Es la indicada para ti.

Vacilé.

—¿Me está llamando suicida?

En aquella ocasión sí suspiró.

—Vete del auditorio, Marco. No quiero verte en todo el día.

***

¿Que no piense en la estética? ¿Y cómo se suponía que iba a ponerme en el lugar de Julieta?

No me dio el tiempo de comer algo elaborado y compré un emparedado en la cafetería para encaminarme hacia el salón entre mordiscos. En aquella ocasión no había llevado el ukelele por temor a que volviera a llover, así que podría decirse que me sentía un poco desnudo.

El clima era inconstante. Por momentos parecía que iba a llover y luego el cielo se despejaba y el sol comenzaba a arder. Habían anunciado que tal vez cayera agua por la noche, pero el día estaba radiante.

Me detuve junto a la puerta del salón al percatarme de que Lola y Jordan se encontraban sentados en el fondo. Ella solía ubicarse al frente para pelearse con el profesor de turno, pero en aquella ocasión pareció optar por colocarse junto a su novio para acariciarle el cabello mientras él leía un libro. La cabeza del muchacho descansaba en el regazo de la rubia.

Un trocito de mi manzana cayó al suelo y lo pateé lejos con una palabrota por lo bajo antes de acercarme a ellos. Me dije mentalmente que no debía estar pendiente de las idas y vueltas de la pareja. Ellos no eran asunto mío.

—Mira quién ha llegado, Romeo —se burló Lola. Para ella todo el asunto de la obra le resultaba hilarante, al igual que a la mitad del instituto.

Me senté al otro lado de ella y eché una mirada al pequeño libro que Jordan estaba leyendo mientras él se incorporaba apenas para dedicarme una sonrisa ladeada.

—Ah, mi Julieta. —Consiguió arrancar otra risa de la rubia y volvió a acostarse para retomar su lectura.

Me atraganté con el emparedado y comencé a toser bajo la atenta mirada del salón. Posiblemente esperaran que comenzáramos a pelear, pero no quería darles el gusto. Sentía demasiadas porquerías confusas por Jordan como para meterlo en alguno de mis dramas.

—¿Está leyendo Romeo y Julieta? —le pregunté a mi amiga con indignación, a lo que recibí una afirmación—. Santo cielo ¿Ni siquiera te has leído la obra? —Jordan emitió un gruñido y pasó de página—, ¿en serio quieres hacer esto?

—Sí, cállate —me ordenó sin apartar el libro de su cara. Su voz se oía apagada y lenta, como si estuviera un poco somnoliento—. Que no me gusten las obras de teatro no significa que sea un ignorante. Trata de leer a Virginia Wolf ¿Va?

Resoplé, dejé mi libro sobre el pupitre y miré al muchacho de soslayo.

Jordan parecía portarse como si en realidad no le importara todo el asunto, pero luego tenía momentos en los que se enfadaba con alguno de los dos sin explicación, como el martes, y no sabía qué esperar de él. Yo podía ser todo lo dramático que quisiera, pero él era inconstante y yo aún sabía si eso me gustaba o no.

***

FARRAH

Llevaba los últimos tres días faltando a clases.

Entre arreglar esa casa, ordenar las pocas cosas que tenía, quitar las malezas del jardín y buscar trabajo, su energía parecía agotarse cada vez más rápido.

—¿Tú no vas a la escuela?

Sentada en la entrada de su casa, la pelirroja alzó la vista de su botella de cerveza para centrarla en el muchacho parado frente a la reja. Notó que ya casi no existía marca en el ojo que había recibido el puñetazo y él parecía estar de un mejor humor.

El calor de la tarde era insoportable y sabía que dentro por lo menos tendría un poco de sombra, pero la luz del sol era algo sin lo que no podría trabajar, así que bebió un último sorbo, dejó la botella detrás de ella y tomó la maceta con el cactus que había comprado ese día.

Detrás de ella los parlantes reproducían "While my guitar gently weeps" de The Beatles a un volumen considerablemente alto.

—¿Te quieres acostar conmigo o qué? —preguntó, demasiado concentrada en la planta como para reparar en la reacción del chico.

Se trataba de Jordan, ella lo sabía. Cuando estuvieron en Las Vegas, Marco le había hecho un pequeño resumen sobre su vida en general y todas las razones por las cuales él consideraba que tenía derecho a emborracharse hasta la inconsciencia.

Y Jordan era una de ellas.

—¿Disculpa? —oyó que preguntaba desde la acera.

Estaba lo suficientemente lejos como para que ella comenzara a molestarse por verse obligada a alzar la voz, así que le hizo un gesto con la cabeza para que se adentrara en el jardín mientras comenzaba a presionar los costados de la maseta, con el fin de aflojar la tierra. Entrecerró los ojos y movió los hombros un poco cuando los rayos comenzaron a quemarle.

—Sí, ¿Por qué hablas tanto conmigo? —cuestionó la muchacha sin alzar la vista— ¿Acaso quieres acostarte conmigo?

Oyó el chirrido de la verja al abrirse y supuso que habría aceptado su invitación.

—¿No crees que se te está subiendo un poco a la cabeza?

Farrah no respondió de inmediato. La tierra comenzó a caer por los agujeros de la maceta, sobre sus piernas, y metió un cuchillo sin filo dentro, para ayudar a aflojarla.

—No sería la primera vez que alguien me habla sólo para que le haga una mamada —comentó.

Levantó la cabeza y vio al muchacho sacar la mano de la reja y avanzar algunos pasos más, vacilante. Caminó por el pequeño sendero de tierra, se detuvo tal vez a dos metros de distancia y le tapó a ella la luz del sol.

—No quiero que me hagas nada —le aseguró el castaño. No se veía ofendido, ni divertido. Sino más bien curioso. ¿Sobre qué?, ¿sobre ella? Arrugó la nariz y continuó aflojando la tierra—. Sólo quiero ser amable —Farrah asintió para dejarle ver que lo había oído y le interesaba un pepino—. ¿Qué haces? —preguntó—. Te traigo la tarea de literatura.

Ella hizo una mueca de desagrado, consciente de que posiblemente tuviera mucha tarea pendiente por haber faltado tanto. No estaba segura de cómo iría a graduarse si ni siquiera era capaz de levantar las materias.

—Qué asco —murmuró lo suficientemente bajo como para que la música opacara su voz. No supo exactamente si por las tareas pendientes o por el estado en el que le habían vendido la planta—. Quiero trasplantarlo —le informó—. La maceta es diminuta.

—No es tan malo —repuso el castaño, como si buscara animarla. Farrah debía reconocer que estaba siendo amable, así que limpió un poco el escalón de la entrada y le hizo un gesto con la mano para que se sentara a su lado—. Sólo debes hacer un resumen del capítulo quince.

El espacio era lo suficientemente pequeño como para que su hombro y el de Jordan se pegaran cuando él se sentó, pero no le incomodó tanto. Su ropa estaba limpia, a diferencia de la de ella, y olía a duraznos. Era mucho más agradable de lo que estaba acostumbrada.

Apoyó la maceta en su regazo y se llevó las manos enguantadas al rostro. Ni siquiera sabía qué libro estaban leyendo en clase.

La escuela era difícil, le quitaba horas que podría estar usando para trabajar o arreglar la inmundicia de su casa y siempre había alguien en el salón que olía a hierba. Posiblemente ella.

—De acuerdo —alcanzó a decir—. Dámela y luego...luego veo qué hago. No sé.

Hubo un momento de silencio hasta que él habló.

—Puedo ayudarte si quieres.

—Sí, quiero.

—No me refiero sólo a la tarea.

Ella gruñó, aún con el rostro escondido entre sus manos. El sol le hacía mal, pero le encantaba. Su piel iba cubierta de pecas por culpa del trabajo que solía hacer al aire libre y ahora su espalda parecía estar hirviendo. Necesitaba que lloviera.

—Ya te he dicho que no voy a hacerte una mamada —insistió.

—Que no quiero nada, estúpida.

Sintió al muchacho levantarse y alzó la cabeza para mirarlo. Se limpió la tierra del rostro con el antebrazo y lo encontró con la mano dentro de su morral, de donde sacó unas cuantas hojas, un libro y se lo extendió. Ella lo miró en silencio, maldiciendo por dentro.

—Estaba hablando de tus plantas —especificó— ¿Quieres que te ayude o no?

Farrah examinó el rostro del muchacho, en silencio. Tenía la frente arrugada y los labios apretados en una expresión que le resultó un poco infantil.

Soltó una risa.

—¿Qué te causa gracia? —volvió a hablar.

Ella reanudó su trabajo y tomó el cactus desde arriba para comenzar a sacarlo de la maceta. Lo hizo despacio, cuidando de no lastimarlo, porque las plantas podían llegar a ser muy frágiles. Sonrió y volvió a mirar a Jordan.

—Eres adorable.

El muchacho infló el pecho y separó los labios con la intención de replicar, seguramente, pero al parecer no encontró nada bueno para decir, porque volvió a juntarlos.

—¿Eso es un sí?

Ella soltó una risa y negó. Estaba idiota si pensaba que iba a dejarlo encargarse de sus plantas.

Lo oyó chasquear la lengua.

—¿Me dejas invitarte una, por lo menos? —preguntó él con derrota y señaló la botella.

Ella le alzó las cejas, consciente de que sólo quedaba un trago y no debía comprar más hasta conseguir empleo. El dinero se le estaba agotando y eso la ponía nerviosa ¿Qué tan difícil era conseguir algo en Nueva York?

—Pero que sea una buena —cedió finalmente.

***

MARCO

Giorgia salía de clases al mediodía y era normal encontrarla en casa cuando llegaba. Con mamá nunca era seguro, porque si bien solía trabajar en la noche, muchas veces tenía reuniones o debía filmar algún programa durante el día, si no estaba viajando a otro Estado para un show.

Lo que significaba que un día con ella presente en casa era un día de vacaciones.

—Tu hermana intenta reafirmar su identidad como italiana —fue lo primero que dijo, apenas entré.

—¿Por qué dices eso? —Dejé mis cosas en el pie del sofá y me eché a su lado para descansar un poco. Había pasado gran parte de la tarde con Lola— ¿Dónde está?

Mamá quitó la manta que la estaba cubriendo y la usó para taparnos a ambos antes de de señalar el balcón. Las cortinas estaban cerradas para que el sol no entrara y ella fuera capaz de continuar con su serie sin ser interrumpida, así que no pude ver a lo que se refería.

—Ha estado toda la tarde tomando sol y comiendo frutas. —Dejó un beso en mi mejilla y me dio un leve empujón para que fuera a verla.

Mi hermana no solía salir de casa. Vivía prácticamente dentro de su cuarto y allí estudiaba, pintaba, leía y expulsaba gran parte del dióxido de carbono que generaba. Pero había momentos en los que decidía salir al balcón.

Cuando necesitaba aclarar su mente principalmente, o tenía ganas de verse dramáticamente bonita.

Suspiré, me quité los zapatos y me incorporé. Caminé descalzo hasta la ventana mientras mamá reanudaba su programa de televisión y di unos golpes en el cristal antes de abrir. Del reproductor de música provenía la melodía baja de una canción vieja. "Gloomy Sunday", tal vez, así que supuse que estaba en modo dramático.

La encontré acostada en la reposera, con lentes de sol puestos y un traje de baño, como si estuviéramos en pleno verano. Su mano estaba metida dentro de un cuenco de uvas verdes.

—Eres una aberración cliché —protesté al cerrar la ventana detrás de mí.

La madera al chocar emitió un sonido lo suficientemente fuerte como para llamar su atención, pero ni siquiera se dignó a mirarme.

Frente al edificio de nosotros se ubicaba una escuela de educación terciaria para profesorados, así que cualquier futuro profesor era capaz de vernos tomar sol con tan sólo asomarse por la ventana, así como nosotros éramos capaces de admirar su dolor en cada clase.

—Mira quién habla, Romeo.

Resoplé, saqué algunas uvas del cuenco y apoyé los antebrazos en la baranda de metal.

Papá había sido lo suficientemente discreto como para aguantarse una sola hora la noticia de la obra de teatro. Luego de ese lapso, anunció que sería Julieta en la obra de teatro escolar en el chat grupal de la familia.

—Marco —volvió a hablar. Bajé la mirada y observé cómo la castaña se quitaba los lentes de sol para mirarme a los ojos—. ¿Puedo hacerte una pregunta? —soltó con preocupación—. ¿Prometes no contarle nada a mamá? Ni a papá.

Cerré los labios y dejé la uva a medio camino de ellos. Permanecí unos segundos en silencio, intentando descifrar su rostro. Asentí para que continuara.

—¿Que crees sobre Martino?

Me giré un poco para verla de frente, extrañado.

—¿Giorgia?

—¿Marco? —me miró a los ojos con determinación—. Te he hecho una pregunta.

—No sé. Nada —me apresuré a mentir. El tema me tomó por sorpresa. Esperaba que no volviera a surgir luego de tirar la mugrosa carta, pero ahí estaba mi hermana, provocando caos—. ¿Debería preocuparme por ti?, ¿por qué te interesa?

Moví un poco los pies, inquieto. El sol calentaba el suelo y mi cabeza.

—¿Has leído la carta? —Apenas habló, se apresuró a rodar los ojos y auto-contestarse—. No ¿Verdad? Pedazo de idiota despreocupado.

Bajó los lentes de sol y volvió a acostarse. Tomé aquello como una señal de despedida y me dispuse a seguir comiendo las uvas y mirar los autos pasar. Probablemente ella sí haya leído su carta, llena de porquerías con sentimientos y disculpas. Sabía lo que estaba tratando de hacer y no iba a dejarla.

Quería que me diera curiosidad, que confesara que en realidad sí me importaba Martino junto a toda la mierda que él implicara.

—Lo que sea que él te haya dicho, Giorgia... —Miré al suelo, sin atreverme a mirar el rostro de ella—. Déjalo. No seas tonta. Sabes que él no te ama. —Me aclaré la garganta. Decirle eso a mi hermana no era moralmente correcto, pero estaba 99% seguro de que era cierto. La otra opción aceptable sería que él fuera John Smith, un sicario que se vio obligado a abandonar a su familia para protegerla pese a no querer—. Quiere que lo ames para que pueda olvidar lo que hizo.

—¿Cuánto tiempo te llevó pensar eso? —oí que me preguntó. Descarada—. ¿Desde que tiraste la carta, el lunes? ¿O tiene años en tu cabeza?

No aparté la atención de los autos de abajo y metí otra uva en mi boca antes de hablar.

—Tú sabes que es cierto.

—No es es así. No sabes...

—¡Giorgia! —Golpeé la baranda con la palma de mi mano y la miré. Ella dio un respingo, sorprendida y ofendida por mi grito, y se sentó—. ¡Todos son así, tonta!

Abrí la puerta de la ventana para volver a entrar antes de que ella fuera capaz de regañarme. No estaba emocionalmente preparado para ese tipo de charlas.

Había presionado las uvas de mi mano sin darme cuenta y un poco del jugo comenzó a escurrirse. Choqué con mamá apenas entré y la oí soltar una palabrota.

—¿Por qué estabas gritando?

—Me golpeé el pie —balbuceé.

La esquivé y eché en mi boca las uvas aplastadas mientras caminaba hacia mi cuarto. No fue hasta que cerré la puerta y me tomé unos segundos para pensar, que reparé en algo.

Ya sabía por qué estos días habían sido tan tranquilos: Farrah estuvo faltando a clases.

No la había visto ni en ninguna de las clases, ni en los almuerzos o recesos. Y por más que quisiera alegrarme, eso era preocupante. No la conocía, ni siquiera sabía dónde vivía ¿Por qué había estado faltando?

¿Y si se había fugado?

Tomé el teléfono del bolsillo de mi pantalón, marqué su número y comencé a chuparme los dedos para quitarme un poco del jugo de uvas.

Para sorpresa mía, atendió.

—¿Por qué diablos faltas a clases si se supone que debes levantar materias? —pregunté histérico—. Me pones de los nervios y quiero hablar contigo.

—Farrah está ocupada —respondió una voz masculina.

Me congelé.

—¿Jordan?

§°§°§

El fin del primer acto está cerca *grita* 

Pregunta ahre: ¿Ya tienen ships? ¿a quién shippean con quien?

Bai <3

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