Si bien Alec no tenía alguna experiencia con el sistema legal mundano, no le fue difícil obtener la custodia de Simon Lewis. Todo gracias a unos cuantos Bibidi Babidi Bus por parte de Magnus en algunas hojas en blanco. El pequeño Simon no tuvo que quedarse ni veinticuatro horas bajo las garras de servicios sociales.
Luego de que Magnus probara exitosamente de que Simon es un brujo, se lo llevaron al loft del Gran Brujo. Y los tres, Alec, Magnus y Simon empezaron una vida juntos, en donde Magnus le enseñaba a Simon a controlar su magia, y Alec le explicaba cosas del submundo.
Intentaron averiguar quién podría ser el padre de Simon, ya no podían preguntarle a la madre de él, ya que los muertos no hablan. Y tratar con la hermana de Simon fue caso perdido. La muy desquiciada apenas le nombraron a Simon, empezó de loca a gritar que era el hijo del demonio y que se debía darle muerte a esa criatura. Menos mal, y Simon no estuvo presente en esa charla.
Alec siguió con sus deberes en el instituto, evadiendo completamente a su parabatai. Aunque de nada le sirvió, púes, el muy fastidioso de Jace le llegó de improvisto al loft unas tres noches después de lo sucedido en el antiguo recinto del pequeño Simon.
Fue todo un escándalo. Tanto así, que Magnus tuvo que vetar a Jace de su loft por algunos días hasta que viniese sin armar un teatro de mal gusto.
Porque, miren al igualado. Viniendo a reclamarle a Alec por haber tratado tan mal a la bicha de la Clarissa. Alec, tan ofendido como se pudo poner por la preferencia que Jace parecía tener entre él y la zanahoria. La protegía a ella, sobre él. ¡Sobre él! ¡Su parabatai!. El colmo...
Para la suerte de nadie, tras ése escándalo. A Simon le dio curiosidad Jace, púes, aquella fiera que defendía a capa y a espada a la mujer que amaba, le resultó fascinante el cómo sus ojos dorados relampaguearon de la furia. Ojos de oro líquido, que cautivaron al pequeño brujo.
Ahí fue el acta de sentencia de Jace, púes, se ganó un muy, pero muy, silencioso acosador.