Sin saber lo que somos (Homoe...

By zeusdehera

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Los protagonistas de la novela, Shion y Sikamaru, viven en un mundo en el que demonios y ángeles se odian a m... More

Él
Primera parte: Conociéndote
Primera parte: Algo nuevo
Primera parte: Volverte a ver
Primera parte: Un comienzo y una despedida
Primera parte: Lo mejor que podría pasarme
Primera parte: Idiota
Primera parte: El dolor y los recuerdos siempre son pareja
Primera parte: Salvajes
Primera parte: Cuando tus temores aparecen...
Primera parte: Por los amigos
Primera parte: Padre e Hija
Primera parte: De leyendas y nombres
Primera parte: De nieve y amor
Primera parte: Ya no estás tú
Segunda parte: Juntos
Segunda parte: Un San Valentín especial
Segunda parte: Un viaje inesperado
Segunda parte: Un libro y una rosa
Segunda parte: Ciegos
Tercera parte: Contigo
Tercera parte: Sincericidio
Tercera parte: Contigo
Epílogo: Principio
Extra 1. Sam
Extra 2. Rojo y Naranja
Extra 3. Rukia

Tercera parte: Destrozados

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By zeusdehera


Si supieras las noches que robo al olvido pensando en ti, 

Si supieras lo roto que me has dejado el corazón.

Y a pesar de que duele, te juro que trato de estar sin ti.

¿Dónde estás?Pues mi recuerdo se ha echado a llorar.

Si supieras. Mägo de oz.

Sikamaru

La luna brilla en el cielo. La azotea que Rukia ha elegido para esperar a que asesinen a la chica nos da una visión perfecta del callejón. Miro a mi amiga, que investiga las restantes azoteas en busca de nuestros enemigos. De vez en cuando frunce el ceño y bufa.

Un grito nos hace girarnos a la entrada de la callejuela. Esa es la señal para actuar. Bajamos de la azotea para encontrarnos con dos figuras aladas. Rukia corre a por el alma de la chica y yo desenvaino mi espada a la vez que mi contrincante. Sonrío de lado. Llevo un tiempo sin matar ángeles y esta noche es preciosa para hacerlo. Para mi sorpresa, el ángel no se eleva para luchar desde el aire como suelen hacer el resto de sus compañeros. Supongo que ha subestimado mis capacidades.

Nuestras espadas chocan a intervalos muy cortos. No tenemos tiempo ni siquiera para respirar. Consigo rozar su brazo a la par que él saca un puñal y me raja la pierna; nunca debí confiar en que jugaría limpio. Me alejo de él unos metros y desenvaino otra arma.

Sonrío al verle agarrar con más fuerza las suyas, y nos lanzamos a la par. Esta vez, su puñal roza mi mejilla y yo consigo clavar mi espada en su costado. Su gesto de dolor me enorgullece y giro mi cara hacia la suya. De repente, algo hace que me retire inmediatamente y no consiga atravesarlo: sus ojos eran de colores diferentes. Me insto a respirar hondo y mantener la calma. Shion está en casa, sentado en el sofá leyendo un libro mientras escucha bandas sonoras en los auriculares.

Siento una hoja clavándose en mi pecho y miro hacia abajo. El maldito aprovecha mi momento de desconcierto para clavarme el puñal en el pecho. Contengo un grito de dolor y miro su cara. Mi enemigo saca el arma y salta hacia atrás unos metros. Llevo mi mano a la herida y descubro que no es más que un pequeño rasguño, lo que me cabrea bastante.

Pero no me da tiempo a entretenerme en ello porque el ángel lanza una estocada directa a mi cuello que esquivo por pocos centímetros, lo que me obliga a echar la cabeza hacía atrás cayéndose la capucha que me cubría el rostro. Agarro con más decisión mis armas y miro a mi contrincante dispuesto a seguir con la lucha para poder acabar con él.

Nuestras espadas chocan y parece que él no va a atacarme. Está usando su arma como escudo y ni siquiera ha intentado clavarme el puñal que sujeta en su otra mano. Debido a mis espadazados, el ángel acaba contra la pared. Empujo con fuerza mi espada contra la suya para poder llegar a su cuello y así matarle, pero con una furia que no le había visto antes, contraataca y hace que yo tenga que saltar hacía atrás unos cuantos metros.

Me quedo expectante al verle guardar sus armas. Sus manos agarran los bordes de su capucha, echándola hacia atrás. No puede ser. Contengo la respiración ante la imagen que se me ofrece: Shion está delante de mí y es un ángel. Respiro hondo y suelto mis armas, que caen al suelo con ruido sordo. Quiero correr hacia él y decirle que no me importa porque le quiero. Soy incapaz de moverme.

Cojo aire y en dos zancadas me acerco a él. Pongo mis manos en sus húmedas mejillas y le beso con todo el amor de mi corazón. Él no tarda en corresponderme y siento sus manos enredándose en mi pelo.

Shion es un ángel y yo le amo.

Shion

Sikamaru me estaba besando. Un demonio me está besando. Sikamaru es un demonio y me está besando.

Esos tres pensamientos se repiten en bucle dentro de mi cabeza mientras enredo mis manos en su pelo y le miro a los ojos del color del sol. Cuando vi que mi contrincante era él, me quedé en shock. No podía moverme y me defendí a duras penas, pero, cuando sentí la necesidad de matar en sus ojos, supe que tenía que decírselo.

Aunque sus dos manos están puestas en mis mejillas, la alarma de mi mente no deja de recordarme una y otra vez que tal vez no es más que una treta para matarme: él me distrae y su compañera, que obviamente es Rukia, me clava su espada por la espalda. Pero, cuando dejamos de besarnos, veo que no es así.

Mi novio tiene una sonrisa confiable en la cara y, a pesar de que recuerdo las palabras de Jessica, confío en ella. Toco su mejilla derecha, que no deja de sangrar, y un sentimiento de culpa se apodera de mí. Él no tendría que estar herido. Se me escapan un par de lágrimas, más cuando observo que su pecho también está ensangrentado junto con su pierna izquierda. Sus dedos limpian mis mejillas y yo tengo que desviar la mirada al suelo porque no soporto mirarle a la cara. Sus brazos no tardan en rodearme y siento sus manos tocando mi pelo mientras de su boca suenan palabras de disculpa.

Me aparto un poco y observo sus orbes aguados. Su mano derecha deja de tocar mi pelo y pasa poco a poco por la herida de mi brazo, costado y pierna hasta agarrar una de mis manos y llevarla a su corazón. La deja unos segundos y luego la pone en mi pecho, llenando con dos palabras el ambiente.

—Te quiero.

En ese mismo instante, me desarma. No sé qué hacer o decir. Mi parte angelical, esa que tanto odio, dice que le destroce, que le mienta, que le clave el puñal en la espalda y me deje de sentimentalismos, mas la parte humana, esa que tanto amo, me dice que haga lo propio, así que poso mi mano sobre su pecho y aprieto, dejándole claro que su amor siempre será mío.

—Te quiero.

Sin que se lo espere, poso mis labios sobre los suyos. Nuestras manos se entrelazan y desaparecemos del mundo. No nos importa nada más que sentirnos porque tal vez sea la última vez que podamos estar juntos. Sus dedos dejan los míos para poder tocar los extremos de mis alas y, aunque no me agrade el contacto, pues sé que son horribles y las odio, le dejo hacerlo.

—Shion—me dice Sikamaru. Tiemblo al escuchar mi nombre—. Quiero que me prometas tres cosas.

—¿Es un intercambio de promesas?—pregunto, agarrando su mano.

—Una declaración de intenciones—dice, clavándome sus ojos. Sonrío.

—Júrame que no vas a ir a buscarme al cielo.

—Te lo juro—besa mis nudillos—. Prométeme que volveremos a encontrarnos.

—Te lo prometo—realizo el mismo procedimiento—. Júrame que, si yo muero antes de volver a vernos, hallarás a otra persona con la que ser feliz.

—Te lo juro—sus ojos se clavan en los míos después de realizar nuestra formula de cortesía—. Prométeme que, aunque suene egoísta, vas a amarme durante toda tu vida.

—Te lo prometo—beso su mano al borde las lágrimas—. Júrame que no me odias por mentirte.

—Te lo juro—dice con una triste sonrisa—. Prométeme que no me odias por haberte hecho daño aun cuando había prometido no hacerlo.

—Te lo prometo—digo, besando por última vez sus dedos.

Él sonríe y yo poso muy despacio mis labios en los suyos.

—Shion...

—Sikamaru...

—Te quiero—decimos los dos a la vez.

Y, de repente, oímos unos gritos.

Los dos nos giramos a la vez para ver a nuestras compañeras atravesadas con dos espadas y una tercera figura entre ellas. Ésta es una mujer con una larga trenza. Saca las dos espadas y se las coloca en la espalda. Después, gira por unos segundos su cuerpo hacía nosotros enseñando el frasco, nos dedica unas palabras y desaparece por un portal. Sikamaru y yo nos quedamos estupefactos hasta que volvemos a recordar la situación en la que nos encontramos; nuestras manos se separan y corremos hacía nuestras compañeras.

Me arrodillo ante Jessica y corto un trozo de mi capa, que le pongo en el pecho y la obligo a que apriete mientras le aseguro que no se va a morir. Rebusco entre mi ropa el bote que abre la puerta al cielo. Un estallido a mi lado hace que me gire para ver a Sikamaru llevándose a Rukia con él. Suspiro y no dejo que el pensamiento de que me ha abandonado me consuma. Yo también abro un portal y, cargando a Jessica entre mis brazos, lo cruzo.

Aparecemos en el pasillo de una sala llena de pacientes. Es el lugar donde cuidan a los heridos de guerra. El personal sanitario del lugar no tarda en atendernos; se llevan a Jessica a otra sala y yo me quedo esperando de pie. Una joven enfermera se acerca y me obliga a sentarme en una camilla para que un doctor examine mis heridas. Le digo que estoy bien, pero ella no me escucha y sigue insistiendo. En ese momento, siento que todos mis músculos se paran.

Lo último que veo antes de perder la conciencia es la cara asustada de la muchacha.

Sikamaru

Rukia está a salvo.

La herida, a pesar de estar hecha con una espada angelical, no ha llegado a tocar ningún órgano interno. Suspiro aliviado cuando mi amiga, la doctora Laura, me lo dice. Desde entonces, me he pasado los días velándola mientras dibujo a aquel que perdí la noche en la que aparecí con Rukia entre los brazos. Fue un completo caos.

Cuando llegamos, causando un gran estruendo por culpa del cierre del portal, pacientes y médicos se giraron para mirarnos. En cuanto vieron a mi amiga, fueron corriendo a ayudarle, se la llevaron a otra sala y, cuando intenté seguirles, unos poderosos brazos me lo impidieron.

—Tú no vas a ningún sitio—la voz de Laura me reconfortó—. Vamos a mirar esas heridas.

Me ayudó a llegar hasta una camilla y me quitó la ropa sin ningún pudor. Comenzó a examinar mis heridas; la de la pierna era la más fea porque se notaba que habían clavado el puñal con saña. Las otras dos sólo eran superficiales. Las limpió y cosió; todas menos la de la mejilla, a la que le puso una venda. Cuando intenté moverme, me obligó a seguir tumbado en la camilla.

—A pesar de que tienes dos heridas superficiales, la de la pierna es bastante grave. No entiendo cómo has podido llegar hasta aquí con la cantidad de sangre que has perdido —comentó a la par que me ponía un gotero y me enchufaba a una de esas máquinas que producen pitidos—. Será mejor que descanses un rato y comas algo. Pediré que te traigan comida—se levantó de la silla en la que había estado—. En cuanto sepa algo de la morena, te aviso.

—Gracias.

—Tú—le gritó a uno de los jóvenes enfermeros—Si éste se mueve, tienes permiso para ponerle una inyección que le deje quietecito un rato.

Sonreí y le prometí al joven que no me movería. Él suspiró y siguió atendiendo pacientes. Me pasé varios días en cama.

Han pasado casi dos semanas desde aquello y Rukia aún no se ha despertado. Siento una mano en mi hombro y Laura se sienta a mi lado.

—¿Qué tal estás?—pregunta con preocupación.

—Muy bien, hiciste un gran trabajo—sonrío y ella niega con la cabeza.

—No me refiero a tus heridas físicas—dice, posando su mano en mi pecho—, sino a las del corazón.

Cierro los ojos y no la contesto porque no me veo capaz de hacerlo. Aún no.

—Cuando quieras hablar del él—dice señalando el dibujo—, avisa. Parece que tienes una historia interesante que contar.

Miro la imagen y comienzo a sentir un dolor en el pecho que no me deja respirar. Los ojos me pican y soy incapaz de pensar en algo coherente, pues los recuerdos de Shion invaden mi mente en oleadas enormes. Intento tranquilizarme, pero la falta de aire hace que cada vez me cueste más concentrarme en algo. Siento una presión en el brazo y caigo en un profundo sueño.

Despierto en una camilla, con Laura mirándome con preocupación a la par que sujeta el cuaderno de dibujo contra su pecho. Le miro desconcertado y me incorporo poco a poco.

—¿Qué ha pasado?

—Has tenido un ataque de ansiedad.

—No me pasaba desde...

—Lo sé—dice, agarrando mi mano—Sé que no quieres hablar del tema, pero debes explicarme por qué dibujas a un ángel con tanto cariño.

—Yo...

—La verdad—pide severamente.

—Le amo—confieso, agarrando el cuaderno de sus manos—. Esa es la verdad.

Comienzo a hablar y le cuento toda nuestra historia. Desde que le vi por primera vez en el paseo aquella noche llena de estrellas con luna llena al momento de la despedida, el mismo día, sólo que un año después. Le narro los viajes, los momentos en los que Alex nos molestaba, el nacimiento de Sam, la cita de San Valentín, etc. Pero no le hablo de nuestras promesas, ni de que he hecho el juramento de amor de los demonios; de cuánto le echo de menos, de que amo cada pequeña parte de su ser: su sonrisa, sus ojos, su pelo, su bondad... Tampoco le cuento que tengo miedo de que no sobreviva a las heridas que le infligí, porque no recuerdo si eran profundas o no. No le digo que el collar que llevo al cuello representa nuestro amor, aunque creo que esto ya se lo imagina. Le explico que le abandoné para salvar a Rukia y que llevo atormentado desde entonces.

Ella suspira cuando acabo mi relato y me abraza, susurrándome al oído que puedo llorar todo lo que quiera porque no nos ve nadie, que no se lo va a contar a nadie, que es nuestro secreto; y yo se lo agradezco abrazándola a la par que lloro en su hombro todo aquello que he perdido y que jamás podré volver a tener.

No sé el tiempo que pasamos en esa posición hasta que la llaman porque tiene que atender a otros pacientes. Asiento con la cabeza, indicándola que se puede marchar tranquila y, devolviéndome el gesto, lo hace. Recojo el cuaderno, que se ha caído al suelo, y noto una extraña presencia en el lugar. Me levanto con lentitud y veo a mi Señor de espaldas a mí mientras vigila por la cortina. Una voz se oye a lo lejos y supongo que es la de su nuevo mayordomo; ésta se aleja de la enfermería y Satanás suspira aliviado.

—Espero poder deshacerme de él un rato.

Se da la vuelta y me mira con el ceño fruncido y preocupación. Le hago una reverencia con la cabeza y él se sienta a mi lado.

—¿Pero a ti no te habían dado el alta?—asiento y le cuento que he tenido una pequeña recaída. Me pregunta si estoy mejor y yo le digo que sí con una sonrisa muy falsa—. Intenté venir a hablar contigo, pero Laura me echaba cada vez que me veía—tuerce el gesto y me agarra de la mano—. Quiero que me cuentes todo lo que pasó aquella noche, si te ves capacitado para ello.

Respiro hondo y ordeno mi cabeza, mas no sirve para nada, así que me lanzo.

—Había una tercera persona involucrada—me mira con atención e incredulidad—. Era un grupo de dos enemigos. Luchábamos en combate individual hasta que oí el grito de Rukia. Me acerqué corriendo para descubrir a una amazona clavando una espada en el pecho de mi amiga y en el de...—enmudezco porque he estado a punto de revelar que conocía a Jessica y eso sólo hubiera complicado las cosas—el otro ángel. Sacó sus espadas y se giró para enseñarnos el frasco, luego desapareció.

—¿Cómo era?—pregunta con interés.

—¿La amazona?—asiente—No la pude ver bien, pero llevaba una trenza hasta la cintura y su sonrisa me dejó helado. Era calculadora, como si supiese lo que iba a pasar—Satanás bufa y cruza las manos sobre el pecho—¿La conoce?

—Por desgracia—dice, pasándose una mano por su pelo pelirrojo—. Es una de las mejores—se levanta de la silla y se dirige a la entrada, mas se gira y me hace una última pregunta—¿Qué tal están tus heridas?

—Casi curadas. Quien me preocupa es Rukia; lleva tantos días dormida.

Antes de que pueda contestar, las cortinas se abren y el mayordomo, un joven de cabellos naranjas y pecas en la cara, mira con recelo a Satanás, que sonríe para intentar librarse, mas el muchacho le agarra de la oreja.

—Dame un respiro—suspira—. Tus tareas te esperan. ¿O crees que el infierno se va a ordenar solito?

—Estoy enfermo. ¿No las puedes hacer tú?—los ojos de cordero degollado que pone hacen que se me escape una sonrisa, pero el sirviente le aprieta la oreja y él se queja—Vale, vale. Ya voy, pero suéltame.

El sirviente obedece y pone los brazos en jarras a la par que sigue mirándole enfadado. Satanás sonríe con malicia y le besa. El chico intenta escaquearse, pero cae rendido y se entrega por completo. Me quedo estupefacto y mis ojos se aguan, ya que recuerdo las veces que piqué a Shion y acabamos comiéndonos a besos.

Mi señor deja de besar al joven, le agarra de la mano y se gira. Sus ojos rebosan amor y ternura, mas se bajan de intensidad cuando me ven sentado en la cama. Me levanto con el cuaderno en la mano y, con un gesto teatrero, les cedo la camilla. Él me sonríe y tumba al chico en esta, mas, antes de que yo pueda salir, mi amo me habla.

—Tu secreto está a salvo conmigo—ladeo la cabeza sin entenderle y él señala la libreta con el dibujo de Shion ángel y su mano apoyada en mi pecho. Cierro el cuaderno esperando una reprimenda, pero en sus ojos solo veo comprensión.

—Y el tuyo.

Salgo del cubículo y me dirijo al de Rukia.

—Espero que despiertes pronto, tengo tantas cosas que contarte.

Y comienzo un nuevo dibujo.

Uno de Shion humano.

* * *

"Rukia ha despertado."

Eso dice el mensaje que me acaba de mandar Laura, así que, antes de que se lo espere, aparezco en la puerta de la enfermería y entro a ver a mi amiga, que está rodeada de médicos. Espero a que todos ellos se vayan para acercarme a la cama con una enorme sonrisa. Me pongo a su lado. Sin esperarlo, me tira a la cama y no deja de abrazarme.

No sé el tiempo que permanecemos de esa manera, pero sí soy consciente del tirón que me saca del catre y me deja sentado en el suelo. Los ojos marrones de Laura me miran con alivio y a la vez con seriedad. Me levanto y escucho atentamente las recomendaciones que le da a mi amiga; entre ellas, nada de esfuerzos innecesarios.

—El abrazo era totalmente necesario—se defiende, causándome una sonrisita por la que me gano una colleja.

—Ya has oído a la profesional—dice una voz muy familiar.

—¡Señor!—exclama Rukia—¿Qué hace aquí?

—Me dijeron que habías despertado, por lo que quise venir a comprobar que estuvieras en plenas facultades.

—Lo estoy—afirma, intentando levantarse, mas hace una mueca de dolor—. Lo estaré muy pronto.

—¿Podéis dejarnos a solas?

Los dos asentimos y salimos de allí. Laura me invita a desayunar y yo acepto, ya que no he tomado nada por las ganas que tenía de ver a la morena. Ella me pregunta por mi salud sentimental y le digo la verdad, aunque eso implica que una lágrima traicionera se resbale por la mejilla. La medico la retira y apoya su mano en mi mejilla en señal de apoyo.

—No entiendo cómo se puede echar tanto de menos a alguien.

—Simple—dice con una sonrisa—. Es amor verdadero.

—He pensado que, ahora que Rukia ha despertado y está en buenas manos, debería volver al mundo humano—Laura se sorprende un poco.

—¿Vas a volver porque crees que él te va a estar esperando, o porque de verdad lo necesitas?

—No lo sé—bajo los ojos y juego con la taza—. Creo que simplemente necesito estar solo y pensar.

—Lo entiendo—dice, agarrándome una mano—Has estado tan preocupado por Rukia que te has olvidado de ti y necesitas, porque lo veo en tus ojos, llorar sin que alguien te consuele, porque es la mejor manera que tienes de pasar página.

Sonrío, agradecido de que haya captado mis pensamientos, Laura siempre es así de intuitiva y es algo que agradezco a la hora de hablar con ella. Le digo que iré a ver a Rukia y a decirle que me marcho. Ella me da su consentimiento.

Cuando llego, Rukia sostiene mi cuaderno de dibujo entre las manos. Por un instante, me entra el pánico, pero me siento a su lado sin decir nada. Ella me mira furiosa y yo no entiendo el motivo hasta que aprecio con mayor claridad el dibujo que está mirando: es una secuencia en la que le declaro mi amor mediante el juramento demoniaco.

—Dime que no lo hiciste—exige Rukia con tono amenazador—Dime que no le declaraste tu amor a ese sucio ángel de esta manera.

—Lo hice—la digo, mirando aquellos ojos marrones llenos de rabia que cambian rápidamente a unos de decepción—Le amo, Rukia, y no puedes cambiar ese hecho.

—¡Joder!—exclama, tirando la libreta al suelo—No perdí un mes de mi vida laboral para que tú vengas a decirme eso.

—¿Qué?—pregunto con un tono cercano a la histeria.

—¿Recuerdas aquella conversación en la que tenía algo importante que contarte y me colgaste de malas maneras?—asiento—Era para advertirte de con quién te estabas acostando.

—¿Hurgaste en su vida?—la morena mueve la cabeza de arriba a abajo—¿Con qué derecho lo hiciste? ¿Quién te dio permiso para ello?

—¡Lo hice para salvaros el culo!—me quedo atónito mirándola—¡A los dos! ¿Crees que Ángel, o cualquiera de sus soldados, va a ser tan benévolo con Shion como Satanás contigo? No, sabes muy bien que le condenarán a muerte si se enteran—mis manos se convierten en sendos puños—. Cuando nuestros enemigos mandan a alguien a recoger almas, les tienen completamente vigilados sin que ellos lo sepan. Controlan todo, e incluso mandan a amigos con la excusa de que van a hacer una visita de cortesía...

—Ari...—pronunciar su nombre produce que me atragante por la rabia.

—Y no te olvides de Bianca—dice mi amiga—. Los dos me sonaban, así que le pedí a Laura que mirase entre los informes y dio con ellos; y, por consiguiente, con Shion después de muchos meses de búsqueda. Me mandó las fotos y te llamé, pero tú no quisiste escucharme—respira hondo y continúa con el tema anterior—. A lo que iba. Seguramente les informarían de tu aspecto y ellos no tuvieron más que buscar en su base de datos y, ¡buala! Demonio al canto. Así que sí, perdí un mes intentando que no estuvierais juntos para salvaros el pellejo. Ya estás agradeciéndomelo.

—¿Agradecerte?—respondo con rabia—¿Qué se supone que tengo que agradecerte? ¿El que no me dejases estar con él los últimos días? ¿No poder abrazarle, besarle o simplemente cogerle de la mano sin sentir que había alguien vigilándonos? ¿No crees que estás siendo injusta?

—No, no creo que esté siendo injusta. Necesitaba protegerte.

—¿Por qué?—pregunto, con los ojos abnegados en lágrimas.

—Lo sabes perfectamente—Rukia cruza los brazos y da por finalizada la conversación. Suspiro y me voy de allí con el corazón aún más roto y sin poder respirar—Esto me recuerda a aquella vez en Londres; tampoco me escuchaste.

No me giro y salgo del cubículo antes de decirle algo terrible. En cuanto llego a mi casa, lloro. Ríos de lágrimas invaden la estancia y yo sólo puedo agarrarme el pecho y desear que Shion esté vivo.

* * *

Nuestro piso ya no es nuestro. Los ángeles lo han destrozado. Los papeles invaden el suelo, cientos de cristales reflejan las últimas horas del día, los muebles están todos rotos y la habitación es un caos: todos los cajones han sido vaciados y esparcidos por el lugar. La de invitados tampoco se ha librado.

Respiro hondo y me insto a tener la cabeza despejada. Me había marchado del infierno a la francesa, cabreado con Rukia por sus últimas palabras; no me las merecía. Comienzo a recoger los libros desperdigados por el suelo y no reprimo mis sollozos. Una voz me saca de mis pensamientos. Alex observa el lugar con preocupación desde el dintel de la puerta. Intento decirle algo, pero mi voz no sale. Ella se da cuenta de que no está sola y, en cuanto me ve, me abraza, dejando caer su pequeña maleta al suelo. La he echado mucho de menos. Sus manos limpian mis mejillas y, sin decir nada, me ayuda a dejar todo como estaba.

De vez en cuando, yo comienzo a llorar y ella se abraza a mí y no me suelta hasta que he descargado todas mis lágrimas. Se queda acariciando mi espalda y mi pelo, o me cuenta cosas que le han ocurrido en Francia, lo que me extraña bastante, así que la pregunto qué fecha es.

Noviembre. Estamos a dieciocho de noviembre. Suspiro al recordar que el tiempo en el Infierno es diferente al de la tierra. Le miro extrañado y le pregunto si no debería estar en clase, a lo que ella, muy preocupada, responde que, como no habíamos contactado con ella para decirla que habíamos llegado bien a nuestros respectivos destinos, se alarmó y, tras solucionar varias cosas en la universidad, aprovechó para venir unos días a regarnos las plantas.

Le sonrío y le doy las gracias. Ella replica que tiene hambre y que conoce un método mejor para que se lo agradezca. Vamos a la cocina, que es la única parte que no han removido, mas han dejado el frigorífico vacío, por lo que optamos por llamar a un sitio de comida a domicilio, decantándonos por un restaurante de comida china. No tarda en llegar y nos sentamos en el sofá a ver una sucesión de películas animadas de Disney que mi hija siempre lleva en su pendrive. Nos quedamos dormidos mientras vemos La Cenicienta.

En nuestro séptimo día juntos, alguien llama a la puerta y corro como loco a abrirla, conservando la esperanza de que fuese el rubio, pero en la pared de en frente, hay apoyada una mujer de cabellos negros, mirada suplicante y una mochila a la espalda a la que permito entrar en casa porque también es la suya.

—¡Rukia!—Alex corre hacía ella y la abraza con todas sus fuerzas—Ahora que tú estás aquí, puedo volver a la universidad.

—Luego te lo explico—le digo ante la mueca de incomprensión.

Alex comienza a recoger sus cosas y, antes de salir, se gira hacía Rukia y le dice muy seria y señalándome.

—Haz que coma algo más que zanahorias y leche.

—Lo haré.

—¿Qué haces aquí?—pregunté molesto.

—Laura me pidió que viniera—dice mientras se prepara un cola cao.

—¿Sólo estás aquí por eso?—le digo a la par que le imito.

—No—contesta, metiendo la leche en el microondas—. Nunca se me ha dado bien disculparme, ya lo sabes. No tenía que haber mencionado aquello. Estaba enfadada y no actué correctamente, pero eso no implica que yo no tuviera razón.

—Te acepto las disculpas.

—Bien—se sienta en la barra americana y, poco después, me uno a ella—. Prométeme que vas a comer algo más que zanahorias y leche—se queda unos segundos mirando a la nada y comienza a reírse.

—¿Y la gracia dónde está?

—Nada, nada—comenta mientras se le pasa el sofoco—¿Cómo estás?—pregunta con sinceridad.

—Mal, muy mal—contesto de la misma manera—Su ausencia duele tanto que la única manera que tengo de paliarla es llorando o dibujando—Rukia saca de la mochila una libreta y me la entrega.

—Te la dejaste en el Infierno. He estado mirando tus dibujos y hay tanto amor impreso en ellos que me siento una estúpida al pensar en lo que os hice—sonríe triste—. No tendrás uno mío, ¿verdad?

—Sabías de sobra que sí.

No tardo mucho en localizar la libreta entre los libros de la biblioteca y se la entrego a Rukia en mano. Ella, sujetando un pequeño bote con un líquido de color azul en las manos, la mira intrigada a la par que yo investigo el objeto. Tardo dos segundos en darme cuenta de lo que es y se lo arrebato de las manos. Le miro con intensidad.

—¿Has abierto el bote?

—No, nunca abro cosas que no sé qué son—ella observa el tarrito con interés—¿Por qué lo preguntas?

—Es veneno.

—¿Guardas veneno en la cocina?—pregunta, abriendo muchos los ojos. Yo alzo una ceja—Mierda, es verdad. Se me había olvidado que los venenos son tu fuerte... Espera, ¿pusiste eso en las espadas?

—Sí.

Mi afirmación me traslada a aquella noche de hace casi tres meses: vestido para el combate, pasando un trapo por mis armas, llenándolas de este líquido mortal. La azotea, la primera herida que le hice a...

Shion.

Caigo al suelo en el acto mientras escucho la alarma en el timbre de la voz de Rukia.

—¿Qué ha pasado?—pregunto, notando algo frío en mi cara. Rukia sostiene una jarra de agua en la mano.

—Te has desmayado al saber que posiblemente hayas matado a Shion.

Abro los ojos de par en par y mi mente no deja de repasar los acontecimientos una y otra vez, pero, sin duda, el que más me duele es haber herido a Shion. Me levanto del suelo tan rápido como puedo, lo que me produce una sensación de mareo y me obliga a agarrarme a la encimera.

—Tengo que ir.

—¿A dónde?—pregunta Rukia mientras me ve rebuscando entre los cajones de la cocina.

—A salvarle—afirmo rotundamente a la par que encuentro un frasco con un líquido blanco en su interior. Se lo enseño a mi amiga, triunfante—. Esto es el antídoto. Iré al Cielo, me colaré en el hospital y se lo inyectaré en el corazón.

—Sika, ¿qué veneno usaste?—pregunta la morena con seriedad.

—Dormidina—respondo, observando la cara de horror de mi amiga—. ¿Lo tengo todo? Sí, creo que sí.

Siento varios pinchazos en mi cuerpo y, luego, todo se vuelve negro.

***

Despierto con un gran grito y tengo que sentarme en la cama. Mi corazón late a un ritmo desbocado. Me llevo una mano al pecho y la dejo allí mientras intento calmarme. He tenido una pesadilla.

Me paso una mano por el pelo y comienzo a situarme. Estoy en mi habitación del mundo humano. Solo. Cojo aire y salgo a la cocina, donde encuentro a Rukia y Laura con un montón de gasas y una botella de vodka en la encimera. Me quedo en el umbral para que no me vean.

—Mira que eres tonta—dice la rubia mientras le cose una herida en el hombro—. ¿Cómo se te ocurre?—la morena sonríe inocente—Menos mal que no recibiste otro balazo—me sorprendo y sigo escuchando— . En fin—suspira—, ¿cuánta morfina le metiste en el cuerpo a Sikamaru?

—Yo qué sé—comenta, haciendo una mueca de dolor—¿Toda la que me diste?—pregunta para sí mientras intenta hacer cálculos.

—No te la di para que jugases con ella—corta el hilo y lo deja en una bandeja—. Te la di para que le tranquilizases si se ponía muy nervioso.

—Tú no le viste—afirma Rukia con dureza—. Está... destrozado por la idea de haber matado a Shion. Las dos sabemos que eso le hubiera acabado carcomiendo por dentro y ninguna de las dos quiere verle como aquella vez.

—Sí—Laura recoge sus cosas y saca un frasquito—. Nadie quiere pasar por lo mismo.

Siento una vibración y después nuestra amiga desaparece.

—¿Cuánto has oído?

—Lo suficiente—contesto, entrando a la cocina—¿Me drogaste?—mi amiga asiente a la par que limpia la barra americana—¿Por qué?

—Ya lo sabes—sus ojos marrones se clavan en los míos y noto que algo va mal. Sus ojos nunca están así de apagados, siempre refulgen.

—¿Qué ha pasado?—pregunto con seriedad—La verdad, Rukia. Ahora.

—¿No quieres darte una ducha primero y lo hablamos luego?—dice, llevándose una mano a la cabeza—Después de una semana bajo los efectos de la morfina, hueles fatal y seguro que no estás lo suficientemente despejado para tener esta conversación. Vamos—dice, acercándose a mí y cogiendo mi mano—hace tiempo que no nos bañamos juntos.

Me dejo guiar por ella porque tiene razón; los efectos del medicamento aún no se han pasado y ella está... No sé cómo está porque soy incapaz de definirlo en una palabra... Apática, tal vez. Melancólica, puede ser. O una mezcla de las dos.

—Recuerdo—comienza a la par que remueve el agua que cubre nuestros cuerpos desnudos—, aquella vez en el lejano oeste, una situación parecida a esta. Tú, yo, una bañera y un secreto entre los dos. En aquel momento, el que tenía el secreto eras tú. Bien, pues hoy soy yo la que lo tiene.

—¿Y me vas a devolver el favor?—ella asiente.

—Prométeme que no te vas a enfadar—se lo prometo—. Sé que Shion está vivo y en perfectas condiciones de salud porque he ido al Cielo y le he clavado una aguja en el corazón con el antídoto.

—¡¿Qué?!—la voz no me sale y no consigo que la información penetre en mi cabeza.

—Que he ido al Cielo...

—Te he escuchado la primera vez—digo, alzando la mano para que se calle—¿Cómo se te ocurrió? ¿Y si te hubieran capturado, torturado y asesinado? ¿Qué habrías hecho entonces?

—Morir con honor—me responde, alzando la cabeza—. Nah, en realidad llevaba una mochila llena de portales que me trasladarían de un lugar a otro de la geografía mundial. Así que no me habrían podido seguir la pista—sonríe conciliadora y yo suspiro aliviado. Sé que nunca se embarcaría en algo tan arriesgado sin un plan de huida—. Cuando te inyecté las diferentes agujas con la morfina, no pensé que fuera tanta cantidad—comenta con una sonrisa de disculpa—. Creí que te duraría un par de horas, pero, como no te despertabas, comprobé la dosis; el cuádruple de la recomendada para demonios. Supuse que estarías dormido durante muchas horas. Nunca pensé que iban a ser días—cierra los ojos—. Acabé de limpiar la casa y me fui de compras a por muebles nuevos—me los enseña en su móvil a sabiendas de que no la voy a decir nada.

—Me gusta mucho la mesa de comedor y el nuevo sofá.

Ella sonríe y sigue contándome la historia. Resulta que un día se puso a arreglar la cocina y vio el antídoto y el veneno, y decidió hacer una locura, por lo que bajó al Infierno, robó un portal al Cielo y se fue en busca de Shion.

—Al principio, iba a ser una visita rápida; ponerle la inyección y salir corriendo, pero el antídoto hizo efecto demasiado rápido y él se despertó. Intenté convencerle que estaba soñando, pero no se lo tragó, así que me quedé un rato con él; me preguntó muchas veces por ti y le contesté que estabas vivo. Lo malo fue cuando Ari—pronuncia el nombre con asco—entró de improviso y comenzó a dispararme. Shion se puso en medio de los dos y tuve que salir huyendo mediante un portal. Fui vagando de portal en portal hasta llegar aquí y encontrarme con Laura, que había venido a verte.

—¿Estás bien?

—Sí. Necesitan algo más que una bala para acabar conmigo—le sonrío y ella suelta una exclamación, como si se le hubiera olvidado contarme algo—. Por cierto, Shion me dijo algo sobre cumplir sus promesas.

Me muerdo el labio para no llorar de alegría.

—Gracias—le digo a Rukia desde lo más profundo de mi alma—. Gracias por impedir que rompiera yo las mías.

—De nada—contesta, revolviéndome el pelo.

—Aún no me has contestado por qué subiste al Cielo.

—Tu pregunta es estúpida si a estas alturas no lo sabes ya—suspira y se pasa una mano por el pelo—. Te quiero y no quería volver a verte como aquella vez—su voz baja en intensidad—¿Sabes lo que fue para mí contemplar tu persona muriéndose de pena, de amor, de melancolía? ¿El daño que, sin saberlo, me hiciste?—dos lágrimas caen por su mejilla y yo me sorprendo. Llevo mucho tiempo sin verla llorar— No iba a consentir que volviera a pasar porque, si se te metía en la cabeza la idea de que habías asesinado a Shion, ibas a volver a aquel estado y yo...yo... no lo habría soportado.

—Siento haberte preocupado de ese modo—le limpio las mejillas con mis manos—. Prometo no volver a hacerlo.

Una risa irónica invade el baño y yo le sonrío. La morena se deja acunar por mis manos y estamos un rato en silencio hasta que mi amiga coge su móvil y pone música. Según ella, es la lista de reproducción para rupturas. Hay canciones de todas las épocas, desde canto gregoriano hasta AC/DC. En esa playlist existen dos canciones que representan muy bien una desunión de dos personas: Si supieras y Que te den.

—Sikamaru—su voz es un susurro—. Sabes que, cuando nuestro Señor se entere, y no creo que tarde mucho, de que he quebrantado la única norma bajo pena de muerte, vendrán a buscarme para que cumpla con mi castigo, ¿verdad?—asiento y le digo que he estado evitando esa parte de la conversación para no tener que decirle adiós—Ya, yo tampoco quiero decírtelo.

Un par de días más tarde, llaman a la puerta. Los dos sabemos que han venido a por Rukia. Ella les abre y les pide un minuto para despedirse de mí; me da un abrazo y me susurra unas palabras que, lejos de reconfortarme, me asustan. La veo marcharse sin oponer resistencia y desaparecer por el portal. Sus últimas palabras remueven mi conciencia.

«Confía en tu amor.»

Me hubiera gustado decirle que lo hago con todas mis fuerzas. Meto las manos en la bata y encuentro una carta a mi nombre con una letra que reconozco enseguida. La abro y la leo con avidez. Una, dos, tres veces. O diez. Las que me hagan falta para comprender que sólo me queda hacer una cosa: creer en las palabras de mi amiga. Y eso es lo que voy a hacer:

—Te estaré esperando en el lugar en el que vi por primera vez tu cabello del color del trigo.

Shion

Jessica está muerta.

Eso fue lo que Bianca me dijo cuando vino a verme al hospital dos días atrás. Por suerte para mí, ya he salido de aquel horrible lugar. Me tumbo en mi cama con la mirada perdida en el techo y pienso en lo que ocurrió hace unos días con Rukia y Ari. Sonrío al recordar la cara de espanto de mi amigo, el cual no me habla, al proteger a la morena; fue un acto instintivo. No iba a dejar que matasen a mi salvadora; algo en contra de mis principios, por mucho que ella sea el enemigo.

Aunque, después de todo, ya no creo que sean mis enemigos. Nunca lo pensé. Simplemente intentaba demostrarle a mi... padre que era el hijo que él quería que yo fuera y no funcionó. Claro que no; mi parte humana, la que he heredado de mi madre, es más fuerte en mí que en los otros ángeles.

Suspiro.

Llaman a la puerta y, aunque no tengo ganas de ver a nadie, me levanto para abrirla. Ante mí, Ari y otro soldado al que no conozco sujetan un sobre con el sello del ejército. Sé lo que es antes incluso de que abran la boca. Cierro la puerta en sus narices y lo leo; es una citación para esta tarde. Me van a hacer un consejo de guerra presidido, como no, por mi padre.

Dejo la carta encima de la mesa y busco mi uniforme militar. Lo encuentro en una de las cajas que tengo debajo de la cama. Está llena de polvo tras seis años allí abajo. Lo desdoblo y lo dejo encima de la cama; aún tiene las secuelas de aquella noche.

Bianca entra sin llamar a la puerta y me abraza por detrás, apoyando su barbilla en mi hombro. Por un momento deseo que sea otra persona la que lo haga.

—¿Recordando viejos tiempos?—niego con la cabeza y le señalo la carta. Ella la coge y la lee—¿Quién te la ha dado?

—Ari.

—Lo mataré—exclama, arrugando el papel entre sus dedos—¿Tanto le costaba mantener la boca cerrada en cuanto al demonio y hacer como si no hubiera pasado nada?

—Ya sabes cómo es—le digo para tranquilizarla—. Nunca rompe las normas—alza una ceja y me rio—. Casi nunca.

Deja el papel en su sitio y me obliga a jurarla una serie de cosas que ella sabe que no voy a cumplir cuando esté delante de los jueces, pero se la ve preocupada y sé que esa es la única manera de tranquilizarla. Me abraza antes de irse y yo aprovecho para volver a tumbarme en la cama.

Me levanto con el rugir de mis tripas y me acerco a la cocina. El frigorífico está lleno y no sé qué comida elegir. Al final, cojo una lasaña precocinada que encuentro en el congelador. Me paso el resto del tiempo dándome un baño y pensando en él.

¿Cómo no hacerlo cuando le amo? El pecho comienza a dolerme con pasión y me llevo una de mis manos al corazón a la par que respiro hondo, intentando calmarme. La sensación de ahogo se hace cada más fuerte y, antes de darme cuenta, estoy llorando.

Lágrimas surcan mis mejillas porque no puedo estar con él, porque estoy lejos de él, porque le quiero, porque le necesito, porque le echo de menos. Necesito volver a tenerle entre mis brazos, aunque sólo sea un momento. Un momento en el que el tiempo se detiene y yo puedo pasarlo con él.

Ni siquiera soy capaz de pronunciar su nombre; no puedo hacerlo. Cada vez que cierro los ojos, los suyos me persiguen y me miran con ternura. Siento el tacto de su mano en mi mejilla y recuerdo nuestras promesas, las que nos hicimos y que pienso cumplir.

Me hundo en la autocompasión un rato más.

Sólo un rato más.

* * *

La última vez que pisé aquella sala, fue acompañado de Ari y Bianca. Ahora lo hago solo para enfrentarme a las consecuencias de mis actos. Llamo a la puerta y entro. La sala no ha cambiado en absoluto: el acusado se pone en el centro mientras es escrutado desde un círculo compuesto por los grandes ángeles y, en el centro, mi padre, que, para mi sorpresa, no está allí. Su lugar no se ocupa nunca porque nadie es digno de él; excepto, tal vez, yo, en un universo muy alternativo.

—Da comienzo este consejo de guerra—anuncia Andor, mano derecha de mi padre—. El acusado es Shion, hijo de nuestro Señor y heredero al trono. Se le acusa de defender a un sucio demonio de su justo castigo. Bien. ¿Cómo se declara el acusado?

—Culpable—afirmo. Decir que soy inocente habría sido una estupidez—. No iba a dejar que Ari matase a la persona que me salvó. Va en contra de mis principios morales.

—Tus principios carecen de valor, príncipe—comenta Vened. Me giro hacía él. Solo le veo la cara, pero sigue siendo igual de repulsiva que hace unos siglos; la tiene llena de tatuajes y cicatrices. Si no fuera porque es muy hábil con utensilios cotidianos, no estaría allí sentado.

Respiro hondo para calmarme y olvidar que ha usado un denominativo que odio con toda mi alma. Espero a que algún otro miembro se pronuncie, pero no lo hacen. Suspiro y les digo que, si no tienen ninguna otra pregunta, me gustaría poder marcharme a mi cuarto. Andor me clava sus ojos marrones mientras me lanza un objeto que recojo al vuelo.

Es una de las fotos que nos hicimos en la nieve y que decidimos que, por ser la única en la que se nos veía bien el rostro a los dos, íbamos a enmarcarla y ponerla en la entrada. Miro la imagen con devoción e intento no llorar. Hacerlo les daría suficientes argumentos para matarme. Y no quiero morir; no, al menos, hasta que le vuelva a ver.

Le doy las gracias a la mano derecha de mi padre por la foto y comienzo a andar hacia la salida, generando un montón de murmullos a mi alrededor, pero, antes de poder alcanzar la puerta, su voz me reverbera en los oídos y hace que me quede quieto, dé la vuelta y vuelva al centro de la sala.

—Aún tenemos temas que tratar—me mira con desprecio y yo alzo una ceja¾. Hemos enviado a dos equipos a sus dos residencias. Uno a la casa que usted compartía con Jessica y el otro a la que compartía con ese sucio demonio—le lanzo una mirada de odio para que controle sus palabras—. En la segunda, se hallaron evidencias de que usted compartía algo más que la vivienda con esa cosa.

—¿Está preguntando si me acostaba con él?—Andor asiente. Cierro los ojos un momento y me centro en las dos respuestas que puedo dar. Mi parte angelical dice que les mienta, que niegue haber mantenido una relación; mas la parte humana me pide todo lo contrario porque está harta de que se juzgue a los ángeles por amar a alguien diferente—. La respuesta a su cuestión es sí. Es más—le clavo mis ojos a la mano derecha de mi padre—, le amo con todo mi ser. Oh, y, antes de que pregunten: sí, le he jurado mi amor a la manera angelical—se oyen muchas voces en la sala, algunas de espanto, otras de incredulidad, pero la mayoría de ellas sólo reflejan una palabra.

Traidor.

Eso es lo que soy para aquellos que hasta hace unos segundos me consideraban su heredero al trono. Salgo de la sala a petición popular y, en cuanto recalo en mi habitación, me quito el traje como si picara y lo devuelvo a su sitio. Me meto bajo la ducha y lloro.

Por no haber podido traicionarnos.

* * *

Cuando el consejo de guerra dicta una sentencia, es inamovible. Nadie puede ir en contra de ella, ni siquiera mi padre. Es una de las principales reglas que impuso cuando creó nuestra sociedad, para que sus sentimientos por sus hijos no interfirieran en su decisión. Mi caso no es una excepción.

Llevo dos días encerrado en mi habitación a la espera de una carta que decidirá si vivo o muero. Esa carta ha llegado hoy. Y no es favorable. Oigo la voz de Bianca al otro lado y sé que está discutiendo con los guardias que hay apostados en la puerta para evitar que yo me escape. Tras mucho insistir, la dejan pasar. Al llegar a mí, veo que no está sola; Ari le acompaña.

Los ojos de mis amigos reflejan angustia, dolor y culpa. Este último no lo comprendo muy bien hasta que veo la hoja que mi amigo sujeta en su mano y la leo; le han elegido como mi verdugo y sólo él puede decidir cuándo matarme y cómo. Cierro los ojos durante unos segundos y sigo mirando por la ventana. Durante un buen rato, ninguno de los tres menciona mi destino.

—¡Es injusto!—exclama Bianca, levantándose de la cama—No creo que, por querer a alguien, aunque sea un... demonio, tengan que tomar decisiones tan drásticas.

—Bianca, debes entender que lo que ha hecho Shion va en contra de nuestras leyes.

—Me da igual—afirma, cruzándose de brazos—. Si esta es la sociedad en la que vivimos, no quiero formar parte de ella—suspira y dirige su mirada hacía mí—. Habla con tu padre y que anule la sentencia.

—De ser una ejecución pública, mi padre estaría en primera fila.

—Tenemos que pensar un plan—dice Ari, ante lo que los dos alzamos una ceja—¿Por qué me miráis así?

—¿Quién te dice que no tengo ya uno?—comenta Bianca con una sonrisa de lado.

—Si tu plan es que finja mi muerte, no pienso hacerlo—les miro a la cara con seriedad—. Tengo los míos propios, pero necesito vuestra ayuda para llevarlos a cabo.

—¿Vas a volver a la tierra con ese demonio?—se escandaliza Ari.

—Sí—afirmo ante el estupor de los dos—. Y luego volveré para recibir mi castigo.

—Espera—dice Bianca, levantando una mano—¿Me estás diciendo que vas a bajar a la tierra, buscar a tu demonio, decirle que le amas y vas a retornar al Cielo para que Ari te mate?—asiento con la cabeza y no soy capaz de apartarme antes de que una mano cruce mi cara—¡¿Tú eres tonto o qué?!—grita, agarrándome de las solapas y fijando su vista en la mía. Veo angustia y preocupación y sé que ella ve en mí determinación, por lo que me suelta y alza las manos en señal de rendición.

—Sólo necesito verle por última vez.

—Haz lo que quieras.

—Esperad un minuto—Ari se pone de pie y agarra a mi amiga antes de que salga por la puerta—. Puedo decirles a los generales que te he dado la oportunidad de limpiar tu honor; es decir, que te he enviado a la tierra para que mates a... Sikamaru.

Escuchar su nombre de la boca de Ari me produce tal dolor en el pecho que tengo que sentarme en la cama y concentrarme en respirar. Solo en respirar. Ari se arrodilla y pone sus manos en mis rodillas. Mi amiga me rodea con el brazo protector y me apoya en su pecho, donde rompo a llorar porque quiero que sea otra persona la que me cobije de esa manera.

No sé el tiempo que me paso llorando.

—Entonces está decidido—afirma Ari—. Irás y traerás su cabeza. Así recuperarás tu honor.

—No lo has entendido—dice Bianca conciliadora—Él no va a ir a matarle. Mírale—su mano se coloca en mi pelo y lo acaricia—. Si, con sólo decir su nombre, está así, no quiero saber cómo será si tiene que empuñar un arma en su contra—me agarro al cuello de la camisa de mi amiga para que deje de hablar. Una caricia y una sonrisa me aseguran que todo va a ir bien—. Lo que vamos a hacer es lo siguiente: le enviamos con un arma, le dejemos que esté unos días humanos con él y luego que vuelva.

—Vale—acepto secándome las lágrimas—. Pero prométeme que, cuando vuelva, me darás una muerte rápida e indolora.

—Te lo juro.

* * *

La lápida reza de la siguiente manera: Jessica Dise, muerta en combate el 29 de agosto de 2017, gracias por tus servicios. Así son las demás tumbas; todas con el mismo epitafio. Me alegra pensar que en el mío no pondrá eso.

—Hola, Jes—me arrodillo ante su tumba y deposito las margaritas que la he traído en el suelo—Sé que he tardado en venir a verte. Lo siento, he estado un poco ocupado—acaricio la piedra y dejo que las lágrimas caigan por mis mejillas. Me tapo la cara con las manos—. Tenías razón, debí haberte escuchado y, tal vez, estarías viva. Lo importante es que voy a volver. Voy a ir a ver a tu hija y, cuando solucione las cosas con...—me siento incapaz de pronunciar su nombre—Intentaré que una buena familia adopte a Sam. Cuidaré que nunca se entere de qué es, no queremos que descubra la mierda de sociedad que hemos creado—cierro los ojos con rabia—. Gracias por todo.

Al levantarme, mis ojos se fijan en la tumba de la izquierda; aquella que nunca había ido a visitar por no poder hacer frente a todos los sentimientos que me generaba. Suspiro y me acerco.

Acaricio la lápida con lentitud y repaso las letras con la mano. Los recuerdos junto a él se amontonan en mi cabeza y me encogen el estómago. Dejo de respirar durante unos segundos para estallar en llanto, a la par que susurro que lo siento por no haber ido antes a verle, por no dejar de pensar en él, por no poder despegarme de su amor.

—Sé que no he venido a verte en mucho tiempo, pero no tenía fuerzas para ello—me siento en la hierba, sin importarme manchar los pantalones—Nunca fui tan fuerte como tú, ni tan cabezota—se me escapa una pequeña risa—. Vengo a decirte que cumplí mi promesa, aquella que hacíamos antes de ir a una batalla, misión o lo que fuera. Me volví a enamorar, y soy correspondido—respiro hondo—. Lo malo es que es un demonio, mas deberías verle: sus ojos son del color del amanecer y su pelo es negro como la noche; su voz es profunda y magnifica; tiene un corazón que no le cabe en el pecho y una sonrisa que es capaz de arreglarlo todo.

Le cuento más cosas de mi año en la tierra: le hablo de Alex, de Rukia, de Vivian y su ejército de niños, de los viajes. Le hablo de mi historia y de muchas más cosas que hacen que me decida a no cumplir la promesa de volver, aunque muy dentro de mí ya sabía que, en cuanto volviera a verle, ésta carecería de valor.

Me levanto más fuerte que cuando entré por la puerta y, con una mano en cada nicho, les juro que no dejaré que nada me separe de él.

Porque le amo.

* * *

Ari y Bianca me esperan en la entrada del patio de portales, único lugar desde el que se puede abrir uno. Es extraño, porque estamos completamente solos y me escama. Al ver mi cara de sospecha, mi amigo me explica que, al ser una circunstancia tan excepcional, ha pedido que vaciaran el lugar para nosotros tres. Le abrazo por ello y luego me dirijo a la mesa donde están las armas. Elijo un puñal, que coloco en mi espalda, y miro los frasquitos de los portales: el verde es el que me lleva a la Tierra y el azul el que me traerá de vuelta. Sólo cojo el primero.

Respiro hondo y me pongo delante de mis amigos, que no han perdido detalle. Bianca se guarda el portal en el bolso y me sonríe. No quiero llorar ante la perspectiva de no volver a verles. Les abrazo.

—Perdonadme—les pido antes de soltarlos.

—Nosotros ya sabíamos que no ibas a volver—dice Ari— ¿No crees que ya ha esperado suficiente?

—Eso, eso—dice Bianca mientras se pasa la mano por el rabillo del ojo—. Ve con él y sé feliz. Recuerda que siempre estaremos aquí.

Me muerdo el labio y arrojo el frasco al suelo. Tienen razón. Sikamaru ya ha esperado suficiente.

Entro en el portal.

Aparezco en medio del salón de nuestro piso y me dirijo al cuarto para poder verle. Sé que se va a llevar una gran sorpresa cuando me vea y yo siento que sólo quiero abrazarle. Me sorprende que la puerta esté abierta, así que entro con cuidado y no oigo su tranquila respiración, por lo que enciendo la luz para encontrarme con la cama hecha.

Voy a la otra habitación y está igual que la primera. Vacía. Comienzo a hacer cábalas de que, igual, aún no ha vuelto del Infierno, mas Rukia me aseguró que le iba a encontrar en el mundo humano... tal vez esté en casa de Alex. Salgo corriendo de allí y me dirijo a casa de ésta, donde no me recibe nadie, y me acuerdo de que la joven está en París haciendo un máster. Barajo la última opción que me queda: el orfanato de Vivian.

Corro hacía el paseo marítimo y veo una figura solitaria en medio de éste. Tiene los antebrazos apoyados en la barandilla y mira hacia la salida del sol con desesperación.

Mis pies se mueven solos y, antes de darme cuenta, estoy detrás de él, dispuesto a llamarle por su nombre. Ese que tanto me cuesta pronunciar porque hacerlo significa tener que recordarle en todas sus facetas, incluso la que me ocultaba.

Su figura me recuerda a aquella noche en la que nos conocimos.

Sólo que esta vez es él, el que está apoyado en la valla y yo el que va a iniciar la conversación.

—Sikamaru...

Sikamaru

Oigo pasos, pero no son los suyos. Los distingo porque me he acostumbrado a ellos. Una mujer pasa corriendo por detrás de mí. Oigo voces, pero ninguna es la suya. Estas voces son muy masculinas para alguien tan delicado como él. Su voz es suave y melódica. Dos hombres pasan cerca de mí hablando. Suspiro y miro al horizonte.

Es rojo, igual que su sangre; la que derramé aun habiendo prometido que jamás le haría daño. Su visión, lleno de heridas provocadas por mi espada, hace que me duela el pecho y se me encoja el corazón. Tanto que por un momento dejo de respirar. Fijo mi vista en el mar. Él es así: tranquilo e inquieto, suave y travieso. El agua es transparente y me deja ver lo que oculta: las algas del fondo son de varios tonos, unas son verdes y otras parecen azules. Igual que sus ojos; uno de cada color.

Su mirada tierna, serena y limpia, aunque en el fondo de ella guarde tristeza, rencor y odio. Siempre amé aquella vez que tenía la mirada tan brillante que sus ojos parecían dos joyas. Nunca le dije que lo amaba. Me arrepiento de ello. Las gaviotas graznan y huyen hacia el cielo; algo las ha asustado.

Miro mis manos. Son grandes comparadas con las de él; chiquitinas y finas. Recuerdo su tacto suave y caliente. En cambio, las mías son enormes y ásperas. En una ocasión me dio: "Tus manos son ásperas, pero eso solo hace que quiera que me toquen". Tras eso, hicimos el amor.

Su cuerpo es delgado y alto y tiene bastantes músculos en la zona del abdomen. Tiene una peca en la parte baja de la espalda, justo donde acaba la columna, y otras muchas repartidas por el cuerpo, que me he encargado de contar y besar. No tiene casi pelo en la piel; sin embargo, tiene la cabellera digna de una diosa. Su pelo es del color del trigo, del color del amanecer, largo, suave y liso. En cambio, el mío es negro como el carbón, como la oscuridad que amenaza mi corazón. Debería volver a casa, pero los recuerdos me lo impiden.

El piso aún conserva su esencia. Me lo imagino por las habitaciones solo con la parte de arriba y unos calzoncillos puestos. Si entro en la biblioteca, le veo con un libro entre las manos mientras se recuesta en el sofá en busca de una posición más cómoda. Me recuerdo a mí mismo abrazándolo por detrás y susurrándole al oído alguna frase de la novela.

Quiero llorar. Mas no puedo; todas mis lágrimas han sido consumidas por su ausencia durante estos tres meses. Quiero que vuelvas, mi ángel, para poder ver y tocar tus alas, esas que me dijiste que odiabas antes de que el destino nos separase. Necesito poder abrazarte, Shion. Mi ángel, mi sol, mi salvador.

Quiero oír de tus labios que me quieres. Que no vas a abandonarme como yo hice Que me perdonas por haberte dejado solo. Que las heridas que nos infringimos el uno al otro no valen nada. Que no son importantes. Que tu trabajo no era engatusarme para quedarte con el alma de aquella chiquilla y entones yo te diré que te quiero. Que siento haberte abandonado. Que las heridas que te infringí no valen nada. Que no son importantes. Que mi trabajo no era engatusarte para poder llegar hasta tu señor y acabar con la maldita guerra que tanto tiempo está durando. Porque no sabía quién eras. Qué eras.

Necesito besar cada parte de tu cuerpo, volver a contar tus pecas por si te ha salido alguna en mi ausencia, como aquel día en el que te inventaste esa excusa barata de que tenías una en la espalda. Los recuerdos de aquel día son bastante claros, así como los de los días anteriores y venideros. Tu recuerdo es muy vivido. Nítido. Como un cielo azul sin nubes. Vuelve, Shion, no sé cuánto más podré aguantar sin ti.

Oigo pasos. Esta vez son de alguien que conozco y al que hace unos momentos rogaba que regresara. No puede ser, me digo. Él no puede estar aquí, no puede haberlos desafiado a todos por un demonio como yo. No me lo merezco. No deseo que se arriesgue por mí.

Empiezo a pensar que ni siquiera soy digno de su amor. No después de haberlo abandonado en aquel estado. Sin embargo, cuando lo siento detrás de mí, cuando su respiración vuelve a su cauce, sé que vale la pena luchar por nuestro amor, que no importa lo que tengamos que arriesgar, que quiero estar junto a él, que lo necesito, que lo amo.

Sé sin necesidad de mirarle que tiene las manos en los costados, el pelo recogido en una coleta alta, o tal vez en una trenza. Su ojo libre mirando mi espalda, escudriñándome para saber si soy yo, aunque sabe perfectamente que es así. Por su mente están pasando las mismas preguntas que por la mía.

No sé qué voy a decirle ahora que lo tengo a unos pocos metros.

¿Que le quiero? ¿Que me perdone? ¿Que le necesito? ¿Que quiero besarlo? ¿Qué necesito abrazarlo para cerciorarme de que es real?

Tal vez haya venido acabar nuestra relación de forma coherente, es decir, clavándome su espada. Pero... cuando pronuncia mi nombre como un susurro que se lleva el viento, mis dudas desaparecen. Me giro con lentitud. Al verle, me doy cuenta de que solo he errado en una cosa. Sus dos ojos, uno del color del cielo y el otro el de las hojas en primavera, reflejan ternura, tristeza y súplica. Igual que los míos. Me acerco a él y, sin decirle nada, lo llevo de vuelta a casa, la que siempre será nuestra casa.

Una vez dentro, lo abrazo para asegurarme de que es real. Lo es. Sonrío de felicidad y sin, más preámbulos, le beso. Un beso tierno, nada libidinoso. Un beso con el que le demuestro lo mucho que le he echado de menos.

—Tengo que hablar contigo—dice entre jadeos.

—Luego... ahora, necesito tenerte cerca.

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