Touchdown

By CreativeToTheCore

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Primer libro de la serie #GoodBoys. En físico gracias a Nova Casa Editorial (este es un borrador). Inteligent... More

Sinopsis
A d v e r t e n c i a
001 | Vodka
002 | Resaca
003 | Reglas
P e r s o n a j e s
004 | Discernimiento
005 | Tackle
006 | Globos
007 | Cómplice
008 | Captura
009 | Neurótica
010 | Rito
011 | Ratatouille
012 | Incivil
013 | Brigada
014 | Fluctuación
015 | Apertura
016 | Medidas
017 | Inseguridad
W A T T P A D E R S
018 | Antropoide
019 | Sunshine
020 | Viralizar
021 | Adictos
022 | Insinuaciones
A V I S O
023 | Huesos
024 | Telón
025 | Ayer
026 | Sinfonía
027 | Ojeras
028 | Estadística
029 | Inefable
030 | Luciérnaga
031 | Acéptalo
032 | Artero
W A T T P A D E R S
033 | Sentir
034 | Taquicardia
035 | Lavanda
036 | Rosas
037 | Tradicional
038 | Indemne
039 | Intensidad
040 | Límites
041 | Estrechar
042 | Eupéptico
043 | Necesidad
044 | Lío
045 | Balas
046 | Prometedor
047 | Control
048 | Irresoluto
049 | Tentar
050 | Pretérito
051 | Boa
052 | Cuentos
W A T T P A D E R S
053 | Inconmensurable
054 | Sobrevalorar
055 | Camaradería
056 | Escalar
057 | Bifurcar
058 | Halloween
059 | Halloween al cuadrado
060 | Caer
061 | Fragmentos
062 | Tempestad
063 | Más
064 | Etéreo
A V I S O
065 | Terrario
067 | Dilucidar
068 | Valijas
069 | Obsequios
070 | Señas
071 | Leyes aeroportuarias
E P Í L O G O
Agradecimientos y avisos
En físico: Librerías
🎄 ESPECIAL NAVIDEÑO 🎄

066 | Desperdiciar

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By CreativeToTheCore

MALCOM

—¿Mi mamá sigue en el baño? —inquiere la cría removiéndose entre las pulcras sábanas del hospital—. Porque tuvo que haber tomado mucha agua como para estar tanto tiempo orinando —apunta antes de tomar otra tarjeta y llevarla a su frente.

Esta vez aparece un telescopio.

—El sistema urinario es complejo de explicar para alguien de tu edad, así que sigamos con esto. —Acerco mi silla un poco más a la camilla y la ayudo a acomodar la tarjeta en el soporte que tiene el círculo de plástico que rodea la circunferencia de su cabeza.

Sé que la señora Murphy no está en el tocador. En realidad, lo más probable es que siga reunida con la policía y su abogado.

—¿Soy un animal? —pregunta echando su delgado cabello color trigo tras su hombro y revelando aquello de lo que no soy capaz de apartar la vista. Un insignificante peso parece caer sobre mi pecho al verla envuelta en esa pequeña bata de hospital, pero parece que se le añaden toneladas cuando soy capaz de vislumbrar las irregularidades de la piel que se ve cosida desde su sien derecha hasta su diminuto mentón. Sé que con el tiempo la herida se convertirá en una cicatriz, y es algo que la niña verá cada vez que decida mirarse en un espejo—. Porque si soy un animal me gustaría ser un oso panda o un camaleón.

—No eres ninguno de esos, desafortunadamente —replico—. Y sé que no puedo dar grandes pistas y debo limitarme a responder tus preguntas, pero creo que puedo ayudarte haciendo algo de trampa. —No hay forma de que lo adivine si no hago a un lado las reglas del juego—. Es algo que recoge la luz de un objeto lejano y lo amplía, su descubrimiento es atribuido a Galileo Galilei y al genial Hans Lippershey —indico escudriñando el dibujo—. Los primeros en fabricarse fueron del tipo kepleriano y eran de longitudes focales de hasta 30 a 40 pies, y uno de los más famosos fue el denominado Hubble, ese proyecto conjunto de la La Agencia Espacial Europea y La Administración Nacional de la Aeronáutica y del Espacio que pesa alrededor de 24.300 kilos. ¿Puedes adivinar de qué estoy hablado?

La niña me mira perpleja.

—¿Estás seguro de que no soy un camaleón? —cuestiona.

—Podrías pesar hasta veinticinco mil libras, Zoe —argumento.

Ella lo piensa por un segundo.

—¡Entonces soy un oso panda!

Niego con la cabeza y escondo mi rostro entre mis manos mientras ella ríe y se saca la tarjeta de la cabeza. Que juego más absurdo, ¿por qué Ben se lo compró?

—Podrías haber dicho que era algo que servía para mirar las estrellas, Malcom —me reprocha.

—Esa descripción es digna de un ignorante —señalo.

—¿Qué es un ignorante? —pregunta frunciendo el ceño y observándome con auténtica incertidumbre.

—Tú eres una ignorante.

—No le digas ignorante, apenas tiene siete y suena cruel —se entromete alguien a mis espaldas.

Tomo una inhalación al reconocer la voz y al ver como los ojos de la cría parecen iluminarse ante la castaña que se acaba de recargar contra el umbral de la habitación.

—¿Vienes a jugar con nosotros, Kansas? —pregunta con entusiasmo.

—Ese era el plan, pero antes necesito hablar con Malcom. —Me pongo de pie y arrastro la silla hasta el lugar donde se encontraba con anterioridad mientras ella hace una pausa—. Estaremos en el pasillo, si necesitas algo puedes llamarnos. ¿De acuerdo? —inquiere, y algo en la invariabilidad de emoción en sus palabras logra preocuparme.

Una vez fuera y con la puerta cerrada el silencio cae entre nosotros. Lo único audible son los sonidos provenientes de las máquinas y algunas voces demasiado lejanas. Rodeados de mutismo y paredes blancas nos enfrentamos en el corredor desierto y me tomo un momento antes de mirarla.

Ella no debería estar aquí.

Esta mañana no me reuní con Mark como lo debería haber hecho. Tras el incómodo momento que ocurrió con Bill prácticamente salí de la casa de los Shepard antes de que pudiera alcanzarme. Sin embargo, no fue sin motivo; Nancy me había enviado por fax lo que le había pedido y entonces tuve que hacer un viaje directo a Louisiana.

Claro está que nadie sabe de mi pequeña escapada a otro estado y, dado que mi destino estaba a solamente a una hora y cuarenta minutos de Betland, mi ausencia en Mississippi no fue algo de lo que alguien pudiera percatarse. Sé que simplemente podría haber llamado, pero mi situación no es algo que se pueda tratar por teléfono teniendo en cuanta la cantidad de limitaciones que tengo ahora mismo. Además, desde mi punto de vista, hablar de forma directa sin la intervención de la tecnología es algo que muestra interés y compromiso.

Tras el pequeño viaje en bus terminé en el hospital. No estoy seguro de cuánto tiempo transcurrió hasta que decidí entrar y buscar a la señora Murphy, pero lo que recuerdo es a aquella enfermera deteniéndome y repitiendo que únicamente los familiares estaban permitidos. Le dije que no venía a ver a Zoe, venía por su madre, y cuando Anne se encontró conmigo en la sala de espera su rostro fue un sinónimo de curiosidad y desconcierto. Ella deslizaba sus ojos desde mi cara hasta la carpeta que tenía entre mis manos ida y vuelta, intentando descifrar qué era lo que ocurría.

Le mostré los documentos.

Le dije la verdad.

Ella se quedó perpleja, incapaz de pronunciar palabra alguna mientras me observaba con ojos vidriosos y negaba una y otra vez con la cabeza. Fue entonces cuando la policía nos interrumpió. Ellos habían atrapado a un hombre que se adecuaba a las características dichas sobre el mismo en la denuncia, fue ahí cuando le pidieron ir a reconocerlo al departamento de Policía. Habló con la enfermera del mostrador y entonces ella me permitió ver a Zoe. Anne me dijo que la esperara, y por la expresión en su rostro puedo asegurar que aún no podía asimilarlo: estaba pálida, confundida y callada. Sumamente asustada.

Y se fue.

Y ahora Kansas llegó.

Pensé en decirle la verdad más veces de las que puedo recordar, pero creí que era necesario que la señora Murphy lo supiera primero. Necesitaba explicarle cada detalle, cada intención y el objetivo de todo esto. Al fin y al cabo, esto es un asunto familiar, uno que no involucra a la castaña en realidad. Sin embargo, soy consciente de que los lazos de sangre no hacen a la familia, y por más que me quiera convencer a mí mismo de que estuvo bien omitirle la verdad siempre existirá una parte de mí que se arrepiente de ello.

—No creí que fueras capaz de hacer algo como eso —su murmullo llena mis oídos y me obliga a descender la mirada hasta los ojos frente a mí—. Creí que eras alguien honesto —añade cruzándose de brazos y dejando que la seriedad se vierta a través de sus labios. Por otro lado, estoy yo; completamente estático y escuchando con atención, sumamente consciente de cada movimiento y reacción. La idea de que ella lo sepa me trae tanta quietud como desazón, y por un momento siento que el órgano que bombea sangre dentro de mi caja torácica se paraliza—. ¿Decirle a la enfermera que eres el hermano de Zoe únicamente para verla? Es algo indigno de ti, Beasley —me reprocha con la diversión brillando en sus pupilas—. Pero debo reconocer que es bastante dulce, y si Sierra no se hubiera dado cuenta y no me hubiera detenido te habría causado unos cuantos proble...

La interrumpo.

—Kansas... —Paso una de mis manos a través de mi cabello en una clara señal de frustración, pero ella continúa hablando—. Detente, por favor —insisto antes de tomarla por los hombros y mirar directamente a la mezcla de verde y café en sus ojos.

Cualquier palabra muere en sus labios en el momento en que me mira, en que se percata de que existe preocupación y arrepentimiento en mi rostro. Cuadra sus hombros y da una exhalación que va acompañada del fruncimiento de su ceño.

Ella puede deducir lo que ocurre, lo sé por la forma en que cualquier rastro de albricia que había en su mirada se desvanece.

—Malcom... —Ella da un paso atrás y mis manos caen.

—No puedo mentirte ahora, no después de lo que ocurrió anoche y mucho menos si te estoy mirando a los ojos —confieso—. No quería que te enteraras de esta forma.

Ella luce auténticamente confundida mientras traga y sus labios se abren como si estuviera dispuesta a hablar, pero no hay sílaba que se vuelque al aire.

—Zoe... —Busco las palabras adecuadas para comenzar, pero, honestamente, ningún principio parece ser el correcto.

—Es tu hermana —señala cerrando los párpados con fuerza y llevándose una mano a la frente—. Pero no lo entiendo, y aunque me esfuerce no veo conexión alguna entre tu historia y la de ella. —Cuando abre los ojos noto la forma en que la frustración y la incredulidad hacen acto de presencia en ellos—. Así que dime algo que le dé sentido a todo esto porque juro que siento que estoy por perder la maldita cabeza —masculla.

—No creo que sea el momento adecuado para explicarlo.

—Pero sí para confesarlo, ¿no? —escupe.

El silencio cae con pesadez a nuestro alrededor mientras nos observamos mutuamente. Ella esperando por una respuesta y yo deseando no tener que dársela.

—¿Cuándo lo supiste? —inquiere.

—No hagamos esto ahora —insisto dando un paso en su dirección, pero ella retrocede mientras deja caer los brazos a sus lados.

—¿Y cuándo lo haremos? —interroga con algo de ira filtrándose a través de su voz—. ¿Mañana mientras estés haciendo tus maletas? Porque no sé si lo recuerdas, pero estás a punto de mudarte a Chicago —apunta—. No entiendo por qué no lo mencionaste cuando lo supiste, sinceramente no lo hago.

—No dije nada porque esto no se trata únicamente de mí —replico bajando la voz.

—Y exactamente por eso deberías haberlo dicho antes —argumenta—. Tu hermana y tu madre están involucradas, ellas tenían derecho a saber...

La corto.

—La señora Murphy no es mi madre, Kansas. —Soy testigo de la manera en que la consternación y la sorpresa se adueñan de sus facciones—. La historia que te conté sobre mi pasado es verdad. Mis padres biológicos no podían mantenerme y me dieron en adopción —murmuro antes de tomar una bocanada de aire—, e hicieron lo mismo con Zoe.

—No —niega al instante—. Yo debería saber algo como eso, yo... —la vuelvo a interrumpir.

—Pero no lo sabes —reconozco—. Ni siquiera sabes de dónde viene esa niña y mucho menos la historia que hay detrás de eso. —Ella luce completamente estupefacta, como si su realidad se hubiera roto pedazo a pedazo—. Yo tenía doce años y vivía con Gideon para el momento en que Zoe nació. Se ve que nuestros padres seguían en la misma posición en que lo estaban cuando me dejaron en el orfanato y por los mismos motivos dieron al bebé en adopción. —Hago una pausa que solamente logra que mi pulso se dispare al percatarme de que tendré que contarlo todo, incluso hasta lo que no quiero—. La señora Murphy residía en Merton en aquel entones. Ella estaba casada con un inglés y llegó un punto en el que se ve que quisieron tener hijos, sin embargo, Anne se enteró de que era estéril y vieron la posibilidad de adoptar. —Los ojos de la castaña se tornan vidriosos a medida que mis palabras llegan a sus oídos—. Zoe tenía unos pocos meses cuando se la llevaron a su casa, pero luego del primer año llegó el divorcio y su madre decidió volver a su ciudad natal con mi hermana. Tuvo muchos problemas por eso y tal vez sea la razón por la cual cuando la niña cumplió cuatro Anne se volvió alcohólica y, gracias a algo tan trágico y tóxico como eso, tú la conociste. La verdad se vierte con brusquedad desde mis adentros y siento que, por un momento, puedo respirar otra vez. Pero en cuanto veo su expresión percibo un peso sobre mi caja torácica que antes no estaba ahí.

—Aún no respondiste a mi pregunta. —Su voz se mantiene baja, pero no hay suavidad en ella, sino acusación—. ¿Hace cuánto tiempo lo sabes? ¿Por qué esperaste tanto para decirlo? —La exasperación emana de sus poros mientras se pasa las manos por el cabello.

Me molesta que siga mencionando la cantidad de tiempo que tardé en confesarlo cuando no tiene idea de los motivos, de cada factor que influyó en el hecho de que me mantuviera en silencio.

—Lo sé desde hace dos meses —contesto observándola cerrar los ojos con fuerza, como si tratara de mantener cada palabra, expresión y sentimiento bajo control—. ¿Por qué crees que me mudé aquí en primer lugar, Kansas? —inquiero acercándome e intentando no elevar el tono de voz—. ¿Para qué cruzaría el océano cuando tenía tan buenas oportunidades en Londres? ¿Por qué, de todas las ciudades de Estados Unidos, escogería parar en algo como Betland? —Necesito sacar a relucir el sacrificio, demostrarle que si guardé la verdad para mí mismo fue porque era tan importante como para sacrificarlo todo—. Tuve ofertas de equipos profesionales mucho tiempo antes de venir aquí, e incluso en este preciso momento podría estar jugando en una liga en vez de ocupar una posición en un pequeño equipo de universidad y desperdiciando mi tiem... —Me detengo al percatarme de que estoy por decir algo de lo que voy a arrepentirme, algo que en verdad no creo, pienso ni siento.

—¿Desperdiciando tu tiempo? —inquiere ella, terminando la frase por mí—. ¿Eso crees que has estado haciendo desde que llegaste? —La cólera se vislumbra en sus ojos mientras quedamos discutiendo a unas pocas pulgadas de distancia—. ¿Crees que formar parte de los Jaguars se categoriza como malgastar tu tiempo? ¿Ser parte de un equipo que realmente te quiere y ser apreciado por mi padre es un desperdicio? —La incredulidad se vuelca en cada sílaba junto con la ira, pero lo que más me afecta es la decepción que noto en su mirada—. Hasta podría tolerar que te refieras a mí como desperdicio de tu tiempo, ¿pero cómo eres capaz de referirte así hacia tu propia hermana? —escupe.

—No es lo quise decir —me defiendo.

—Pero es como sonó —replica—, y sinceramente aún no logro comprender cómo se supone que hiciste todo esto por Zoe cuando has estado un mes aquí y le acabas de confesar la verdad a la señora Murphy a solo dos días de marcharte a Chicago —ataca—. ¿Para qué viniste a Betland con la excusa de tu hermana si luego vas a mudarte a otro Estado? ¿Cuál es el sentido de todo esto, Malcom?

—Tuve motivos para guardar el secreto —aseguro—. Y también los tuve a la hora de considerar la oferta de los Chicago Bears. Lo único que necesito es que te sientes y dejes que te explique todo —pido intentando llegar a ella, pero en cuanto mis dedos rozan su brazo ella se aparta.

—Lo último que quiero hacer es sentarme —sentencia mientras se oye el característico sonido del ascensor abriéndose—. Esto es... esto es demasiado —murmura cruzándose de brazos y clavando sus ojos en sus zapatos. Ella ni siquiera puede mirarme—. Iré a casa —concluye antes de dar media vuelta y comenzar a caminar, pero alguien le obstruye el paso.

La mujer está de pie frente a ella, observándola con vergüenza y arrepentimiento en sus cansados ojos color esmeralda.

—Está bien, Anne —asegura Kansas mientras la rodea y entra al elevador del que ella acaba de salir—. Está bien —repite con la intención de que la mujer no se sienta mal por haberle ocultado la verdad.

Porque ella sabía que su hija tenía un hermano, pero jamás se imaginó que sería yo.

Las puertas del ascensor se cierran y recuerdo que Kansas no lloró cuando se enteró de lo ocurrido con Zoe y tampoco cuando la vio tras la cirugía. Sus ojos siempre se cristalizaban, pero no tenía lágrima que derramar. Sin embargo, ahora, juro que veo una de ellas deslizarse por su mejilla antes de que el elevador descienda a la planta baja.

Ella dijo que todo estaba bien, pero en realidad nada lo está.

O por lo menos hasta que le cuente la mitad faltante de la historia.

KANSAS

—Nunca quise darte la razón en algo —murmuro subiendo al Jeep y cerrando la puerta con una fuerza innecesaria—, pero en este momento me encantaría que la tuvieras.

—¿Quieres hablar de eso? —indaga Sierra poniéndose el cinturón mientras lucho por hacer arrancar el auto.

Soy consciente de que intenta controlar la estupefacción que la golpea, y también sé que posiblemente ya haya deducido la verdad por mi comentario. Sin embargo, para mi sorpresa, deja de insistir en cuanto niego con la cabeza. Tengo la necesidad de alejarme del lugar tan rápido como sea posible. Hay demasiada información para procesar y siento que mi cerebro no puede con todo, que se encuentra al borde del colapso. Necesito ir a casa, tener la libertad de pensar sin que un par de ojos azules me observen con arrepentimiento, frustración y exasperación a la vez.

Sus palabras se repiten una y otra vez en mis adentros y me cuesta creer que la niña que cuidé y prácticamente críe por años tenga un pasado en común con Malcom, uno tan trágico y complejo. Yo creía saber lo suficiente sobre Zoe, creía conocerlo todo y di por sentado cosas que tal vez no debería. Anne no tiene la culpa de nada, ella no tenía por qué contarme sobre lo que pasó hace tiempo ni de sus problemas familiares, pero es inevitable pensar que ignoro muchas cosas y que los hechos son más versátiles de lo que alguna vez creí.

—Reduce la velocidad, Kansas —murmura la castaña a mi lado, haciendo percatar de que estoy conduciendo por las calles de la ciudad con cierta celeridad.

—Lo siento —susurro sintiendo la forma en que un nudo se forma en mi garganta.

—¿Necesitas algo como un abrazo o una de esas cosas? —pregunta por lo bajo, rompiendo poco a poco el silencio que se ha asentado dentro del Jeep.

—Para que tú me ofrezcas un abrazo debo lucir realmente mal. —Sonrío con cierta amargura.

—No te ves mal, nunca lo haces, pero eso no implica que no puedas sentirte de tal forma —replica por lo bajo, con cierta compasión—. Igual no creas que estoy alabando tu belleza por decir que luces bien todos los días —apunta, y hay algo en la manera en que lo dice que en verdad me reconforta. Escucharla hablarme de esa forma se siente familiar, algo cotidiano que tengo la certeza de que no cambiará como parece haberlo hecho mi perspectiva respecto a Malcom en los últimos cinco minutos.

Ambas nos reservamos las palabras en el trayecto del viaje hacia su casa. Una vez allí ella no necesita decirme nada, la mirada que me da tiene voz propia: «puedo quedarme contigo si lo necesitas». Rechazo la oferta y vuelvo a conducir, y no es hasta que estoy atravesando mi propia puerta que me percato de que las cosas se saldrán de control, de que tal vez debería haberme quedado con Sierra.

Malcom me está esperando.

—Aún tengo mucho que confesar, Kansas.

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