Sin saber lo que somos (Homoe...

By zeusdehera

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Los protagonistas de la novela, Shion y Sikamaru, viven en un mundo en el que demonios y ángeles se odian a m... More

Él
Primera parte: Conociéndote
Primera parte: Algo nuevo
Primera parte: Volverte a ver
Primera parte: Un comienzo y una despedida
Primera parte: Lo mejor que podría pasarme
Primera parte: Idiota
Primera parte: El dolor y los recuerdos siempre son pareja
Primera parte: Salvajes
Primera parte: Cuando tus temores aparecen...
Primera parte: Por los amigos
Primera parte: Padre e Hija
Primera parte: De leyendas y nombres
Primera parte: De nieve y amor
Primera parte: Ya no estás tú
Segunda parte: Juntos
Segunda parte: Un San Valentín especial
Segunda parte: Un viaje inesperado
Segunda parte: Un libro y una rosa
Tercera parte: Contigo
Tercera parte: Destrozados
Tercera parte: Sincericidio
Tercera parte: Contigo
Epílogo: Principio
Extra 1. Sam
Extra 2. Rojo y Naranja
Extra 3. Rukia

Segunda parte: Ciegos

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By zeusdehera


A hostia limpia con la vida

que parece que le cuesta entender

que no hay tiempo de hacer un infierno

ni un solo momento,

ni tampoco para echar de menos.

Tu nombre se escribe con sangre. Bocanada.

Shion

—¿Estamos todos? —preguntó Vivian mientras miraba los asientos del autobús.

Alex asintió desde la parte trasera y la mujer fue a sentarse con ella. Una vez que todos tuvieron el cinturón abrochado, el conductor puso en marcha el vehículo y salimos hacia Salas de los Infantes.

Alex había planeado la excursión de cabo a rabo; nos lo contó comiendo un día, tras su reconciliación con Carlos. Ésta había consistido en plantarse en su casa, esperar a que la abriesen y, una vez dentro, cogerle de la mano e ir a hablar con la abuela. La anciana aceptó que, en vez de una boda, se celebrase una fiesta de compromiso en la que los novios anunciarían que se casarían, pero que aún no habían elegido fecha, por lo intrincado de sus vidas estudiantiles. La celebración tendría lugar el último día de julio, y Sikamaru y yo estábamos invitados porque la única condición que puso la morena fue que nosotros pudiéramos ir. En secreto, nos confesó que no le había dicho a la abuela que tenía dos padres porque quería ver su cara y la del resto de pijos.

Apoyé mi cabeza en el hombro de Sikamaru. No había cambiado nada entre nosotros desde que le mintiera con lo del trabajo en México. De hecho, ahora teníamos una mejor relación. Pasó una mano por mi espalda y la dejó apoyada en mi cadera. Me ofreció un auricular, que acepté.

—Oh, me encanta esta canción.

—Es una lista de reproducción de canciones de pueblo.

—Se me ha ocurrido algo.

Le susurré mi idea al oído y no le pareció mala. Se acercó al conductor y, poco después, la música sonaba por los altavoces.

—¿Cantamos?

—No—me contestó, volviendo a pasar su mano por mi cadera—, que me dejas en ridículo.

—¡Oh, venga!—protesté—No será para tanto.

Sikamaru arqueó una ceja y preguntó en voz alta quién quería oírme cantar. Los niños chillaron de la emoción y, cuando se calmaron, cuestionó quién quería oírle a él; todos abuchearon.

Cruzó los brazos y se me quedó mirando. No pude más que reírme y besarle para que se le pasase el cabreo. Volví a apoyar mi cabeza en su hombro y, de vez en cuando, le cantaba trocitos de las canciones al oído. Una de esas veces, le noté muy turbado y con la cara muy roja. Le pregunté qué le pasaba y me pidió, con mucho apuro, que dejase de recitarle, porque le había puesto de buen humor. Solté una pequeña carcajada y le dije que siempre podíamos pedirle al conductor que parase para que él pudiera ir al baño. Negó con la cabeza mientras sonreía.

—¡Esta canción ha marcado a toda una generación!—comentó Alex desde la parte trasera cuando empezó a sonar Dos hombres y un destino*.

Se puso a cantar la parte de Bustamante y yo, por seguirla el rollo, recité la de Alex. Sikamaru cogió mi móvil y le mandó una nota de audio a Rukia con nuestras voces. La respuesta de ella fue afirmar que nos estábamos peleando por él. Se lo dije a Alex y se rió.

La lista de reproducción llegó a su fin cuando el autobús nos dejó en Las Dehesas de Costana; una casa rural de piedra con seis pequeños balcones, una buhardilla y chimenea. Vivian entró la primera mientras el resto vaciábamos el autobús de niños y maletas. Tuvimos que ordenar a algunos que se estuvieran quietos, pues querían salir corriendo a investigar.

Dejamos las cosas en sus respectivas habitaciones y salimos a recorrer el pueblo. Los niños corrían de un lado a otro, siempre teniendo cuidado de los pocos coches que pasaban por allí. Durante las últimas horas de la tarde, transitamos por un camino que transcurría paralelo al río Arlanza. Algunos de los infantes se descalzaron y se metieron al agua; Sikamaru, Alex y yo no tardamos en seguirles. Vivian se encargó de hacernos fotos y vídeos. Los mayores acabamos completamente mojados, al igual que muchos de los menores.

La noche nos encontró volviendo a la casa rural para disfrutar de una cena deliciosa. Tras acostar a los más pequeños y dejar a los demás viendo En busca del arca perdida*, Sikamaru y yo salimos a dar una vuelta.

Era una noche sin luna, pero con un montón de estrellas en el cielo. Nuestras manos iban entrelazadas. Caminábamos en completo silencio, disfrutando de la compañía mutua, hasta que el sonido de un teléfono rompió la magia del ambiente. Rukia reclamaba a Sikamaru por un asunto sobre su padre. Me quedé sentado en uno de los bancos y le mandé un mensaje a Jessica, al que me contestó con una llamada, para mi asombro.

—Creí que estarías durmiendo.

—No—de fondo se oía una música muy tenue—. No conseguía que Sam se durmiera y creo que lo he logrado.

—Me alegro.

—No lo hagas, dentro de veinte minutos como mucho se pondrá otra vez a llorar y me tocará inventar otra cosa para que se calme.

—Bueno, tú sólo tienes una, nosotros tenemos veinte.

—Ya, bueno—contestó con tonito—. Al menos los vuestros saben hacer las cosas por sí mismos.

—En eso tienes razón—una leve risa se oyó del otro lado. Suspiré—. ¿Has recibido algún informe relacionado con más peleas o cualquier otra cosa?

—Sí—cerré los ojos un momento—. Hace como una hora ha llegado un comunicado diciendo que nuestro señor está preparando algo gordo contra los sucios demonios, pero no se especificaba nada más. Y un recordatorio de la fecha, hora y lugar de nuestra misión.

—Entendido—sentí una mano el pelo y luego un pequeño beso en el cuello. Aparté el auricular y le dije a mi pareja que era Jessica—Sikamaru dice que si necesitas que pregunte a Vivian por algún método para que los niños se duerman.

La conversación se alargó durante un rato, hasta que los berreos del bebé hicieron que nuestra amiga tuviera que retirarse. Sikamaru apoyó su cabeza en mis piernas y yo le pasé las manos por el pelo.

—¿Qué te ha dicho Rukia?

—Parece que el tratamiento que le están aplicando a mi padre funciona—sonrió—. Tal vez le alargue la vida unos años más.

Le sonreí y le dije que me alegraba. Le convencí para volver al alojamiento y dormir en una cama mullida, pues al día siguiente nos esperaba una jornada intensa. Él protestó, pero conseguí que levantase el culo. Una vez de pie, me agarró de la muñeca y me atrajo hacia él para besarme, poniendo las dos manos en mis mejillas. Yo enredé las mías en su cintura.

—Voy a echar de menos besarte—me dijo meloso.

—Yo ya lo estoy haciendo.

Volvió a depositar sus labios en los míos durante un rato bastante largo. Nuestros siguientes besos fueron en la habitación de matrimonio. Sólo unimos nuestros labios, como si quisiéramos dejar grabados en nuestra mente su sabor.

* * *

El museo era un recinto pequeño que comenzaba hablando un poco sobre las primeras culturas humanas y luego pasaba a hablar de la época de los dinosaurios. Las salas dedicadas a ellos contaban con reconstrucciones y paneles interactivos, pero no los necesitábamos, pues Alex les contaba todo lo que querían a los niños, comparándoselo con En busca del valle encantado. Cabía destacar que todas las piezas del museo habían sido encontradas en un yacimiento cercano, al que no se podía ir porque los paleontólogos estaban excavando y habían prohibido el paso.

No pasamos por la tienda de regalos, pero sí que les compramos un helado a la salida a todos y dejamos que jugasen libres hasta la hora de comer, pues aquella misma tarde regresábamos a la ciudad. Sikamaru, Alex y yo decidimos dar una vuelta por el pueblo; pasamos cerca de una librería y, antes de darnos cuenta, la morena ya había entrado.

La tendera era una mujer joven que leía una de las tragedias de Shakespeare. Sonreí al descubrir que aún se leía a los clásicos. Miré algunos de los estantes: la mayoría de ellos contenían libros sobre la región, los descubrimientos arqueológicos, el museo o la famosa saga de J. M. Auel. Los restantes tenían ediciones antiguas de libros que ya tenía en casa.

Me acerqué al pelinegro y le vi ojeando unos cuadernos de dibujo bastante bonitos: éstos tenían el dibujo de un dragón verde y un unicornio blanco bajo un fondo rojo. Los colores eran metalizados, dándole un aspecto místico a la vez que hermoso. Compró los dos tras convencerle de que lo hiciera, pues no se decidía. Alex acabó con una edición ilustrada de la Ilíada que no le salió nada cara.

Volvimos a la casa rural a tiempo para comer. Recogimos todo y esperamos al autobús, que llegó con unos minutos de retraso. Subimos a todos e hicimos el viaje de vuelta con canciones de dibujos animados sonando por los altavoces.

Una vez en nuestra casa, encontramos un sobre lacrado con nuestros nombres escritos de manera muy pulcra. Al abrirlo, descubrimos que era la invitación formal a la fiesta de compromiso de Alex y Carlos. En ésta, se indicaba la hora y la fecha y se pedía a todos los asistentes que fueran elegantes. No nos extrañó encontrarla encima del mueble de la entrada, pues sabíamos que el chico tenía las llaves del apartamento, ya que la mujer se las había dejado.

—Les estamos sacando mucho provecho a los trajes—comentó mi pareja mientras sacaba los ingredientes necesarios para hacer unos sándwiches.

—Sí—le contesté—. No me dijiste que dibujabas.

—Ya—noté la tristeza de su voz—. No pensaba volver a hacerlo—se sentó en una de las sillas—. Siempre se me ha dado bien dibujar, daba igual lo que fuera: caras, manos, cuerpos... Soy capaz de trasladar al papel a alguien perfectamente sin necesidad de tenerle delante—se levantó para traer la comida—. Cuando estudiaba Historia en la facultad, conocí a un chico y nos enamoramos. Comencé a dibujarle en las horas que no estaba con él. Poco tiempo después, rompimos porque le pillé poniéndome los cuernos con el profesor de Prehistoria—una sonrisa triste afloró a sus labios—. He de reconocer que yo también le hubiera echado un polvo—cogió aire—. A lo que iba, dejé de dibujar porque, siempre que lo intentaba, me salían sus trazos.

—¿Cuánto tiempo llevas sin dibujar?—pregunté por una cuestión que se había formado en mi cabeza y que Sikamaru me aclaró.

—Unos siete años más o menos—dijo, recogiendo los platos de la mesa—. Pero ahora, no sé por qué, me ha entrado la tonta necesidad de dibujarte a todas horas.

Me acerqué a él y le di un pequeño beso en los labios. Luego le pedí que me enseñase, si los conservaba, algunos de sus dibujos. Lo hizo. Nos sentamos en el sofá a echarles un vistazo; había rostros y caras que no conocía y otros que eran muy familiares. Me llamó la atención un cuaderno que tenía como tapa un fénix renaciendo de sus cenizas. Lo abrí y encontré el dibujo de un muchacho muy guapo, con el pelo negro y los ojos del mismo color, que sonreía tristemente.

Me fijé en aquellos rasgos, pues los había visto en alguna parte, pero no los ubicaba. Pasé a la siguiente hoja: en ella, el mismo joven se miraba al espejo sujetando un vestido rojo de tirantes hasta el suelo, con unas pequeñas aberturas cerca de los tobillos. Seguí pasando páginas y acabé entendiendo que era el proceso que Rukia había sufrido hasta llegar a ser quien era actualmente.

—Es una obra brillante.

Sikamaru me besó la mejilla y seguimos viéndolos hasta que las primeras luces del alba nos obligaron a retirarnos a la cama.

Sikamaru

Abrí los ojos muy despacio. Shion aún seguía durmiendo. Me incorporé sin hacer ruido para no molestarle y saqué el cuaderno de dibujo y un lápiz. Comencé dibujando el contorno de su cuerpo para luego aplicarme en los detalles. No sé cuánto tiempo estuve trazando líneas, pero, cuando acabé, el rubio me miraba con un codo apoyado en la cama y una amplia sonrisa.

—¿Llevas mucho rato despierto?—pregunté tras darle un beso.

—El suficiente—contestó irguiéndose—. Ahora enséñame el dibujo que has hecho de mí.

—¿Quién dice que es de ti?—cuestioné con un tono de burla mientras apartaba el bloc de dibujo de su alcance.

—¿Ves a alguien más en la habitación?

Uno de sus dedos recorrió mi torso desde el ombligo hasta mis labios, lo cuales depositaron un tierno beso en él. Shion me sonrió y se sentó encima de mí; pasó sus manos por mi cuello y me besó en los labios. Puse mis manos en su cintura para pegarle más a mí. Cuando dejó de besarme, le acaricié las mejillas y pegué nuestras frentes.

—Sé que ninguno de los dos quiere hablar de esto, pero—respiré hondo—creo que deberíamos pactar las pautas que vamos a seguir en nuestra relación a distancia.

—Vale—aceptó—. Aunque prefiero desayunar antes.

Nos dirigimos a la cocina y, tras comer algo, nos sentamos en la mesa del comedor uno en frente del otro. Apoyé las manos en ésta y cogí aire; iba a ser más complicado de lo que esperaba.

—No sé cómo empezar—Shion se pasó una mano por el pelo—. Vamos con lo básico: estamos de acuerdo en mantener una relación a distancia—asentí—¿Quieres que seamos fieles en todos los sentidos?

—Entiendo que va a ser una putada no poder tener relaciones durante tanto tiempo, pero a mí sí que me gustaría que fuéramos fieles en todos los sentidos—cogí aire—. A ver, que si uno de la excavación está aceptable no me voy a cabrear porque me digas que se te han ido los ojos, pero sí lo haría si me pones los cuernos.

—Vale—aceptó—. Se mira pero no se toca—sonreí—. El resto se irá viendo.

Sus manos agarraron las mías y las apretaron fuertemente. Se levantó de su silla para besarme y sentarse entre mis piernas.

—He pensado que, como dentro de poco no voy a poder besarte—volvió a colocar sus labios sobre los míos durante unos instantes y luego los pasó a mi cuello. Puse mis manos en sus caderas y las apreté cuando me mordió en el lóbulo de la oreja. Sus dedos pasaron a mis mejillas y sus ojos me miraron con ardiente deseo antes de besar mi frente y mi nariz—, me gustaría besar cada centímetro de tu piel, ¿de acuerdo?

Asentí. Noté sus manos en mis costados y cómo poco a poco iban despojándome de la parte de arriba del pijama, que acabó en el suelo. Sus manos comenzaron a desabrochar la cinta del pantalón cuando oímos que la puerta se abría. Por ella entraron Alex y Carlos, con unas bolsas del supermercado y una disquera. La mujer alzó una ceja al vernos en tan extraña posición y comenzó a reírse. El hombre se puso rojo. Shion se levantó rápidamente y le preguntó qué hacía allí, y más a esas horas de la mañana. Mi hija contestó que le apetecía ver las películas de Piratas del Caribe, pero con compañía, así que había pensado en nosotros.

—Podrías llamar antes de aparecerte por casa—le dije mientras recuperaba mi parte de arriba.

—¿Y no fastidiaros un polvo?—puso dos dedos en la barbilla y se dio pequeños toques—Podría, pero entonces no sería tan divertido.

—¿No se lo has dicho?—cuestionó Shion. Negué con la cabeza.

—¿Decirme qué?—preguntó mientras se descalzaba y acomodaba en el suelo cerca del sofá.

—Shion y yo nos separamos—Alex abrió los ojos de par en par—. Él se va a México a examinar unos manuscritos y yo a Egipto a excavar unas tumbas, pero lo hemos hablado y queremos mantener una relación a distancia. Y nos apetece estar solos todo el tiempo que podamos.

—Ah—dijo, mirándonos a los dos—, vale.

—Creo que no lo ha entendido.

—Lo he entendido, señor gruñón—miró a Shion, molesta—pero, como mi cumpleaños es dentro de un par de meses y ninguno de los dos va a estar aquí, para celebrarlo, me cobro el favor ahora. Así que ya estás sentando el culo en el sofá o en las piernas de mi padre, que vamos a ver al gran Capitán Jack Sparrow en acción.

La hicimos caso, no por su poder de convicción, sino porque, cuanto antes las viéramos, antes se iría y podríamos retomar lo que habíamos dejado a medias. O eso creíamos nosotros. Nos quedaron las dos últimas por ver y, como la señorita no tenía ganas de verlas por la noche, nos enseñó a jugar a diferentes juegos de cartas con los que nos entretuvimos hasta las tantas. A la mañana siguiente, nos levantamos a la hora de comer y la tarde se nos pasó volando, ya que vimos las dos películas que faltaban.

Shion les echó de casa a eso de las doce de la noche y les advirtió que, si volvían a poner un pie en el piso antes de la fiesta de compromiso, los mataría de una forma muy lenta y dolorosa. Alex quiso rebatir esa afirmación, pero, al ver que yo estaba de acuerdo con el rubio, cerró la boca y se fue.

Respiramos tranquilos, pero no nos duró mucho, ya que nuestros móviles empezaron a sonar a la vez. Estuvimos a punto de dejar que sonasen, pero cada nota se nos clavaba en el cerebro como una flecha. Me retiré a la habitación y descolgué.

—Dime que es importante o te juro que...

—Es importante—afirmó la voz de Rukia—. Tengo algo que decirte, pero no sé cómo hacerlo.

—Si es sobre mi padre, no quiero oírlo.

—Es sobre Shion—su respuesta hizo que me sentase en la cama y respiraré hondo—. Le he investigado y...

—Me habías prometido que no lo harías más—repliqué enfadado. Cada vez que mi amiga investigaba a alguien, yo acababa hecho pedazos.

—Ya, bueno—contestó bajito—. Verás, Shion es un an...

—No quiero oírlo—le corté—. Siempre que tú investigas a alguno de mis novios, acabas descubriendo algo que me destroza. Prefiero saberlo por mí mismo cuando llegue el momento a que tú me lo digas.

—Pero esto es importante—dijo, alzando la voz—. Hazme caso por una vez en tu vida.

—Adiós, Rukia.

Colgué. No quería saberlo. Salí de la habitación y me encontré con que Shion aún hablaba por teléfono. Por la pinta, debía ser importante, ya que escribía varias cosas en un papel. Me acerqué por detrás y le abracé los hombros. Deposité un beso en su mejilla y le susurré que iba a la cama.

Me quedé dormido nada más apoyar la cabeza en la almohada.

* * *

Una limusina negra nos esperaba en el portal. Los dos nos quedamos sorprendidos, pero, cuando el chofer abrió la puerta, Alex nos esperaba, vestida con un vestido con la parte de arriba negro y una voluptuosa falda rosa oscura. Le saludamos y subimos con ella. Nos dijo que le pillaba de camino pasar a por nosotros. También que, entre una cosa y otra, estábamos dándole mucha utilidad a los trajes. Shion y yo nos reímos, dándole la razón.

El coche paró y el chofer abrió la puerta trasera, dejándonos salir. La casa era una mansión de estilo victoriano, con una fuente en la entrada y muchos jardines rodeándola. Un mayordomo nos esperaba en las escaleras y nos condujo al jardín de atrás, lugar en el que se desarrollaba la fiesta. No hubo ninguna presentación, sino que nos dejó allí y corrió a buscar a los siguientes invitados. Alex agarró nuestros brazos y fue en busca de su futura «abuela», la cual vestía un traje de dos piezas verde y un tocado pequeño.

—Buenas noches, Francisca.

—Buenas noches, Alex—dijo con asco.

—Te presento a mis padres—la señora nos miró a los dos de arriba abajo y frunció el ceño en desacuerdo—. El de blanco es Shion y el de negro, Sikamaru.

—Encantada.

—Igualmente—respondimos los dos a la vez.

Durante un rato, nuestra hija nos llevó de un sitio a otro a conocer gente, que, por su gesto, deducíamos si le caía bien o mal; entre ellos, a Jonás, el padre de Carlos, que nos pareció un señor muy majo. La mayoría no le dio importancia a que la morena tuviera dos padres, pero algunos comentaron lo indecente que era aquello y tuve que sujetar tanto a Shion como a Alex para que no les saltasen a la yugular. Tras presentarnos a todos, incluidos sus amigos, nos abandonó para que hiciéramos vida social y se marchó en busca de Carlos, ya que no le había visto todavía.

Al quedarnos solos, decidimos apartarnos de la multitud. Una camarera se nos acercó para ofrecernos una bandeja con copas de champán. Cogimos una cada uno y bebimos un pequeño sorbito de ellas.

—¿Crees que la cena será de autor?—me preguntó Shion.

—Espero que no—le dije sonriendo—. Si lo es, pienso asaltar la nevera de casa.

—Yo te ayudo.

Le sonreí y deposité un pequeño beso en sus labios.

—Hola, chicos—saludó una voz femenina familiar.

—¡Jes!—exclamó Shion, abrazándola—No sabía que venías.

Nuestra amiga nos contó que, en un principio, había rechazado la invitación al no verse capaz de separarse de la niña durante un largo periodo de tiempo. Pero, como Alex la prometió que podría llevarse a la cría a la fiesta y que nadie diría nada, aceptó. Así que allí estaba, vestida con un vestido de tirantes negro hasta las rodillas, el pelo suelto y un Silver-cross, uno de los mejores carritos para bebés.

—Hacía años que no veía uno de estos—comenté en referencia al portabebés.

—Me lo regaló Carlos. Dijo que lo encontró en el desván y que prefería que yo lo usase a que cogiera polvo.

Shion y yo nos acercamos a ver a la niña, que tenía un dedo en la boca y dormía plácidamente agarrando un pequeño peluche en su pecho. Nos pareció muy tierna y la acariciamos un poquito la mejilla, pero no la despertamos. Le sonreímos a Jessica y le dijimos que era preciosa; igual que su madre.

Sonrió e hizo un gesto con la mano, quitándole importancia. El murmullo de los demás invitados se extinguió para pasar a ser exclamaciones de admiración. Los tres giramos la cabeza para ver de dónde procedían y la vimos.

Era Rukia.

Vestía un vestido rojo de tirantes hasta los tobillos, donde tenía dos pequeñas aberturas. Lo acompañaban unos zapatos negros de tacón alto. Su pelo rizado caía por su lado izquierdo. Unos guantes de color negro hasta los hombros remataban el atuendo. Se quedó esperando a alguien a la entrada del jardín, y vimos a un hombre mayor agarrarle del brazo y entrar con ella a la fiesta.

Shion y Jes querían ir a saludarla, pero les dije que lo mejor era esperar a que ella viniera a hacerlo. Me preguntaron por qué. Les dije que estaba trabajando y que lo mejor era seguirle el rollo.

—¿Pero no era enfermera?—se extrañó Jessica.

—Sí—contesté—. El acompañante requerirá atención médica constante, pero se habrá presentado a él con otro nombre.

La respuesta le sirvió a la mujer, pero la mirada de mi novio me indicó lo contrario. Él deseaba saber qué era lo que le estaba ocultando, pero leyó en mis ojos que no era ni el momento ni en lugar para hablar de ello.

Los camareros llamaron a cenar y los tres nos sentamos en una de las mesas, engalanadas con un mantel blanco y un centro de flores en el medio. Los cubiertos eran de plata y la vajilla de porcelana, con diferentes motivos florales grabados en ella. La abuela y su hijo ocuparon los asientos que quedaban a mi diestra, dejando libres dos sillas, que no tardaron en ser ocupadas por Rukia y su acompañante. Alex y Carlos, dispuestos en la mesa central reservada sólo para ellos dos, anunciaron que era hora de comer y beber y que, tras eso, disfrutaríamos de un agradable baile. La sonrisa de mi hija me dio escalofríos y me imaginé qué tipo de música había elegido.

—Espero que ninguno se quede con hambre—exclamó la protagonista—. Si os pasa, tenéis permiso para asaltar el frigorífico.

La gente se rió por la broma y los paltos comenzaron a desfilar ante nosotros. Para nuestro placer, no era cocina de autor y las raciones eran suficientes.

—Disculpe, señor Sikamaru—miré extrañado al padre de Carlos y le dije que podía tratarme de "tú"—, ¿no estás nervioso?—alcé una ceja—Ya sabes, por lo del casamiento.

—No—afirmé—. Es su decisión, aunque no debemos olvidar que no hay fecha exacta para la boda.

—Sí, lo sé—intervino Francisca—. Ojalá la hubieran puesto.

—Tenemos que respetar que quieran acabar sus carreras y luego casarse, madre.

La señora vaciló, pero no replicó a su hijo.

—Es un placer ponerle cara a quien la cuidó durante tantos años—dijo Jonás sonriente—. Carlos nos contó la historia de Alex.

Asentí. No era un tema que tratar en la mesa y menos delante de gente desconocida.

—Vaya, menudo despiste—comentó la señora mayor—. Nos hemos puesto a hablar de bodas y se nos ha olvidado presentarle al Almirante Julián y a su acompañante, María.

Nos presentó formalmente y luego la conversación se desvió por los derroteros de la guerra y la poca financiación de la armada. Miré a Rukia, y, en su gesto, vi que me daría una explicación llegado el momento. Me encogí de hombros y retomé el hilo de la conversación, en la cual se hablaba de política.

La cena transcurrió sin ningún incidente reseñable. A la hora del postre, Carlos y Alex dieron la noticia de que sí se iban a casar, ya que, tras el espectáculo montado en la anterior fiesta, lo habían hablado en frío y decidieron que era una buena idea, pero aún no habían elegido fecha, pues deseaban acabar sus carreras primero y luego pensar en los preparativos de algo tan trascendental.

La gente aplaudió y Alex dio por finalizada la cena dirigiéndose de la mano hacia la pista de baile. Les seguimos hasta allí. Rukia se puso a mi lado y me pasó una nota en la mano. Asentí y retrocedí hasta donde estaban Shion y Jessica, que iban más despacio por el carricoche. Les sonreí y miré el papel, en el que ponía que estaba trabajando y que, tras la fiesta, la esperase en casa. Suspiré y guardé la nota. Mi novio alzó una ceja y le susurré que luego se lo contaría.

Cuando los dos prometidos llegaron al centro, comenzó a sonar la banda sonora de Pretty Woman. Se agarraron de las caderas y comenzaron a bailar lentamente hasta que la canción llegó a su fin. Fue sustituida por música de verbena, que a los señores pijos no les hizo gracia, pero los jóvenes se adueñaron de la pista y, haciendo corros, bailaron unos con otros. Shion me arrastró a bailar con él y no pude negarme.

Alex se nos acercó para invitarnos a entrar en su círculo de amigos, que nos había presentado con anterioridad. También me dijo que la lista de reproducción era la que yo había puesto en el viaje en bus, aunque con algunas variaciones.

—Has metido temas de esos grupos raros que te gustan, ¿verdad?

—Sí—asintió—, y alguna que otra cosa más.

Me guiñó un ojo y volvió a colocarse al lado de Carlos. Poco después, Rukia y Jessica se nos unieron y protagonizaron un gran espectáculo al bailar en el centro del círculo una de las canciones de reggaetón más sonadas del verano. Negué con la cabeza y Shion se encogió de hombros, dando a entender que tampoco era la peor que podrían haber bailado.

Unas notas de guitarra sonaron por los altavoces y una de las jóvenes que estaban en el círculo miró a Alex, y ella sonrió mientras las dos cantaban la canción. Shion me susurró en el oído que le gustaba bastante y yo le dije que le prefería a él. Sus manos se enredaron en mi cuello y besó mis labios tiernamente. Me quedé mirando sus hermosos ojos y puse una de mis manos detrás de su nuca para seguir besándole. La música cambió, siendo sustituida por algo más suave que no tardé en reconocer.

Era nuestra canción.

El rubio también pareció darse cuenta y sonrió a la par que negaba con la cabeza. Le miré y sentí cada palabra; incluso le dejé que me cantase su parte favorita en el oído. El mundo a nuestro alrededor desapareció. Nos olvidamos de dónde y con quién estábamos, dejándonos llevar por lo que sentíamos en ese momento. Ninguno de los dos desvió la mirada y, durante seis minutos, nos centramos tanto el uno en el otro que, cuando acabó la canción, nos separamos un poco y fuimos conscientes de que éramos los únicos en la pista de baile.

Alex nos miraba desde fuera con orgullo y un par de lágrimas en la cara. Me acerqué a ella y la saqué a bailar una ranchea muy famosa, mientras mi pareja hacía lo propio con Carlos.

—Se te ve muy feliz con Shion.

—Lo soy.

—Me alegro.

Besé su frente y continuamos con un par de canciones más hasta que vi que me sustituían a la pareja por una morenaza de vestido rojo. Rukia agarró mis manos y comenzamos a bailar una canción muy empalagosa.

—Encantado de conocerte, María—me llevé un sutil puntapié por eso—. Tu trabajo nos está mirando.

—Le gusta mirar—le di una vuelta—. Debería habértelo dicho.

—Me lo esperaba—dije, encogiéndome de hombros—. Es como aquella vez en Versalles, ¿recuerdas?—ella asintió—También me sacaste a bailar mientras tu trabajo de aquel entonces nos miraba.

—Eran otros tiempos.

—Pero hemos cambiado.

—No, no lo hemos hecho—suspiró—¿Me esperarás despierto?

—Siempre lo hago.

Le besé la mano y la dejé ir. Shion y Jes se acercaron. Les sonreí y les dije que quería irme a casa. Ellos dijeron que venían a proponerme lo mismo. Se lo dijimos a Alex, y nos acompañó hasta el aparcamiento, donde una limusina nos llevó a los cuatro a casa. La niña no había dado nada de guerra en toda lo que llevábamos de noche, pero supusimos que la empezaría a dar en ese momento.

Cuando arribamos al piso, fuimos directos a nuestro cuarto, nos pusimos los pijamas y nos tumbamos en la cama. Hablamos de la fiesta y comprendí que era el momento de decirle a Shion qué hacía Rukia allí.

—A ver cómo te lo explico—miré al techo y suspiré—. Rukia es enfermera en un grupo de mercenarios llamados Rosa-Rosae. Pero, a veces, realiza otro tipo de trabajos para ese mismo grupo de personas—cogí aire y lo solté—. Cuando se lo piden, asesina gente a cambio de una cantidad de dinero. Es buena.

—¿Cómo de buena?

Miré a Shion sorprendido por preguntar eso sin inmutarse.

—Muy buena—respondí—. La buscan en todos los países, pero todos la contratan cuando quieren eliminar a alguien.

—Ah—dijo mientras jugaba con mi colgante—. Bianca también se dedica a ello.

—Tenemos amigos de lo más extraños—le sonreí—La he prometido que la esperaría despierto—bostecé—, pero no sé si seré capaz.

—Bueno, yo conozco un remedio para que estés alerta.

Shion sonrió y yo le besé mientras mis manos se colaban entre sus ropas. Entre una cosa y otra, nuestros encuentros íntimos se habían reducido a la nada. El rubio se colocó encima de mí, ya sin su camiseta, y me incorporé para que él pudiera quitarme la mía. Sus manos bajaron a mis pezones y delinearon su forma antes de pellizcarlos.

—¿Recuerdas que te dije que quiero besar cada centímetro de tu piel?—asentí—Me parece un gran momento para hacerlo.

Posó sus labios sobre los míos mientras desataba la cinturilla del pantalón del pijama. Me tumbó otra vez en la cama y comenzó a lamer mi cuello. Mi respiración se volvió ajetreada y sentí sus manos muy cerca de mis ingles, lo que me provocó un escalofrío de excitación y a él una sonrisa traviesa.

Besó mi hombro derecho hasta llegar a los dedos. Repitió lo mismo con el lado izquierdo. Me dio la vuelta y sus labios se posaron sobre mi espalda. Poco a poco fue bajando hasta llegar a la cintura. Yo no podía respirar con tranquilidad, ya que, cada vez que me tocaba, mi cuerpo ardía en las partes indicadas. Me puso boca arriba y mordió mis pezones, haciéndome gemir.

Sus manos se movieron de mis caderas y me bajaron el pantalón, quedando completamente desnudo ante él. Shion bajó muy lentamente por mi torso y, en vez de atender donde le necesitaba, siguió besando mis piernas hasta llegar al empeine. Subió reptando y posó sus labios en los míos mientras cogía mis manos y las llevaba hasta su cintura para que quedásemos en igualdad de condiciones.

No tardamos mucho en estarlo y, cuando eso ocurrió, Shion se incorporó y él solo, sin dejarme tocarle, se preparó, haciéndome tener una de las visiones más bellas y excitantes que he visto nunca. Cuando sentí que estaba dentro de él, me incorporé hasta que le tuve a escasos centímetros de mi boca.

—Quiero besarte.

Dije antes de lanzarme a sus labios. El rubio agarró una de mis manos y, tras pasarla por su mejilla y su torso, la llevó a su miembro. Comencé lentamente, dejándole tiempo para que respirase. Mi otra mano se posó en su espalda, justo donde dejaba de tener ese nombre. Las suyas acabaron alrededor de mi cuello y sus labios de nuevo sobre los míos.

No tardamos mucho en finalizar. Nos quedamos mirándonos a los ojos y pude ver que había algo que no se atrevía a decirme con palabras. Era lo mismo que sentía yo y que tampoco podía decirle. Sin que se lo esperase, le tumbé en la cama y observé su respiración ajetreada y sus mejillas sonrosadas.

Por algún motivo que no llegué a entender, sentí que esa iba a ser la última vez que podría tenerle entre mis brazos, por lo que me entregué a él sin pensar, sabiendo que le amaba lo suficiente como para pasar el resto de mis días junto a él, tanto los de este mundo como los del siguiente.

* * *

—¿A dónde vas?—preguntó Shion al verme levantado y con el pijama puesto.

—A esperar a Rukia.

—¿Y no la puedes esperar conmigo en la cama?—dijo mientras se envolvía en las mantas.

Negué con la cabeza, diciéndole que durmiera un rato, y salí de la habitación para encontrarme a la susodicha con dos tazas de cola cao en la barra americana y los cereales en el medio. La saludé y me senté en frente.

—¿Llevas aquí mucho rato?

—El suficiente para saber que tengo que comprarme tapones para los oídos o no dejaros follar—bebió un sorbo de su taza y me sonrió. Hice lo propio y le eché muchos cereales—. Estás deseando decirme algo. Adelante.

—¿Cómo se te ocurre?—exclamé, mirándola a los ojos—La próxima vez, sé más discreta o deja de actuar en la misma ciudad que tus amigos.

—Lo siento.

—Que te disculpes no le va a devolver la vida.

—¿Tan seguro estás de que le he matado?—preguntó, fijando sus ojos en los míos. Asentí y ella apartó la mirada, dándome la razón—Puedo asegurarte que no sufrió.

—Me alegro—dije, respirando hondo—¿Por qué era esta vez?

—El gobierno deseaba quitarle del puesto, pero no querían hacerlo mediante los métodos convencionales por algo burocrático que no me molesté en escuchar.

—¿Has cobrado ya?

—Ya sabes a qué lugar va todo el dinero que gano con esto—se acabó su desayuno—. Tú y yo tenemos una conversación pendiente—la miré sorprendido—. No me mires así.

—¿Te refieres a lo que has averiguado sobre mi pareja y que no quiero oír?

—A eso mismo—agarró una de mis manos con fuerza—. Escucha lo que te voy a decir y luego piensa en lo que quieras.

—No quiero hacerlo—afirmé, desligando nuestras manos.

—¡Oh, vamos!—exclamó exasperada. Respiró hondo y se pasó las manos por el pelo—Es importante, de verdad.

—Claro—dije irónico—. Igual que con el imbécil.

—No es lo mismo.

—¿Que no es lo mismo?—abrí los ojos desmesuradamente—. Le investigaste sin mi permiso y acabé destrozado. Y no hablemos de los anteriores a él.

—Sólo intentaba protegerte de ellos—dijo, dando un golpe en la mesa—. Maldita sea, Sika. Hazme caso—me quedé a cuadros cuando me llamó por el diminutivo que sólo usaba cuando se había enfadado conmigo—. Vale, no quieres saberlo, lo respeto. Pero no te va a gustar lo que vas a descubrir—suspiró—. Voy a darme una ducha y a deshacer las maletas; he vuelto para quedarme hasta que cumplamos la misión.

Desapareció de mi vista y, poco después, escuché la puerta del baño cerrarse con ganas. Suspiré y le preparé el desayuno a Shion. El rubio apareció ante mí sólo con el pantalón puesto y se sentó en la silla que anteriormente ocupaba la morena.

—¿Te hemos despertado?

—Nah—dijo mientras le echaba el cola cao—, estaba despierto. Sólo me habéis despejado—mojó unas galletas y señaló unas bolsas—. Supongo que viene a quedarse.

—Supones bien.

—Ósea, que lo de hacer el amor como dos escandalosos se acabó, ¿verdad?—asentí—. Bueno, habrá que hacerlo en silencio, entonces.

En aquel momento no supe lo equivocado que Shion podría llegar a estar.

Shion

La última semana de agosto llegó antes de que pudiéramos remediarlo. Desde la vuelta de Rukia a finales de julio, Sikamaru y yo no pudimos tener un momento a solas; ella siempre estaba a nuestro alrededor. Nos llevó de excursión en excursión: un día a los museos, otro a una ruta en dromedario, otro a las fiestas de no-sé-qué pueblo en el quinto pino, etc. El único día que pude disfrutar fue cuando nos llevó a una cala y nos dejó a nuestro aire durante un rato.

Convencí a Sikamaru de que le dijese que necesitábamos nuestro propio espacio a solas, ya que le comentamos la separación y que íbamos a mantener la relación a distancia, lo que no le hizo mucha gracia y no entendí por qué. La verdad es que me extrañó mucho su actitud, pero me abstuve de comentar nada.

Suspiré y entré al piso de Jessica. Ella estaba apoyada en la mesa de la cocina mientras miraba unos papeles. Saludé y me senté a su lado. Su gesto era serio y, por sus ojos rojos, supe que había estado llorando. Agarré su mano y me fijé en que las hojas esparcidas por la mesa no eran otra cosa que la entrega en adopción de Sam.

—Estará en buenas manos.

—Lo sé—se secó dos lágrimas traicioneras que cayeron por su mejilla—¿Has venido para alejarte de tu invitada?

—Sí—respondí suspirando—. Desde que ha vuelto, ha monopolizado a Sikamaru y no le deja pasar ni un minuto a solas conmigo; incluso se mete a la ducha con nosotros—exclamé desesperado—. Ahora le ha dado por meterse en nuestra cama y dormir entre los dos—Jessica se rio y yo me exasperé un poco más—. No nos deja ni besarnos.

—Joder, vaya cambio—mi amiga recogió la mesa y me ofreció compartir unas cervezas—¿Lleva así desde la fiesta?—asentí—. Puede que sean celos—alcé una ceja—. Tal vez ella ame a Sikamaru y no se haya dado cuenta hasta que bailaron y ahora intenta separarte de él.

—No creo—dije bebiendo un sorbo—. Rukia es arromántica. Sí que me he fijado en que me mira como si quisiera matarme, pero, cuando yo la miro a ella, cambia la cara y me sonríe.

—Hay que desconfiar del enemigo que sonríe—recitó la castaña—. Sé que soy muy pesada con el tema... pero hay muchas evidencias. Tal vez Rukia haya descubierto quién eres—me atraganté con la cerveza y miré a mi amiga, que se acercó para palmearme la espalda.

—No creo que...

—¡Oh, por favor!—exclamó, pasándose las manos por la cara—Escucha mi hipótesis y luego di lo que quieras—afirmé con la cabeza—. Imagínate que Rukia y Sikamaru son demonios. Tú amas a uno de ellos. ¿Cuál es el castigo por ello?

—La muerte—susurré.

—Desconozco qué les hará Satanás, pero no será algo bueno—Jessica agarró mi mano—. Rukia os está protegiendo a los dos. Os impide estar juntos para que no os maten. Os salva y tú no quieres verlo.

—Da igual lo que intente ahora—afirmé sereno, intentando que la hipótesis de Jessica no me afectase—. Sabes que los nuestros removerán cielo y tierra para llegar hasta el fondo si fracasamos.

—Por eso, no debemos fracasar.

* * *

—¿Qué haces aquí?—me preguntó Sikamaru, tocándome el hombro.

—No puedo descansar.

Se puso delante de mí y se arrodilló, quedando su cabeza apoyada en mis piernas.

—Siento mucho la actitud de Rukia los últimos días—me miró a los ojos y agarró mi mano—. No sé qué la pasa, nunca antes me había hecho esto con nadie.

—No pasa nada—revolví su pelo—. Entiendo que desee estar contigo.

—Sí, pero odio no poder tocarte.

Sikamaru se levantó y puso sus manos en mis mejillas antes de darme un tierno beso. Pasé las mías por su cuello y le atraje hacía mí, sentándole en mi regazo. Nuestros ojos se miraron y a mí me asaltaron las dudas. ¿De verdad era un demonio? No, me dije. Una persona tan cálida como él no podía ser algo tan vil y rastrero. Volví a besarle e introduje mis manos por su camiseta para poder tocar su piel. Él hizo lo mismo, recorriendo toda mi espalda. Llevé una de ellas a la cinturilla de su pantalón y la metí hasta llegar a su miembro.

—Buenos días—exclamó una voz femenina a nuestras espaldas. Saqué la mano rápidamente y suspiré—. Vaya, siento haberos fastidiado el polvo mañanero.

—Seguro que sí—la ironía era palpable.

Ella sonrió y comenzó a servir el desayuno para los tres. Sikamaru y yo nos levantamos, mas, antes de que se fuera, lo volví a besar. Rukia alzó una ceja y suspiró.

—¿Se lo has dicho?—comentó la mujer.

—A eso iba.

—¿Antes o después de la paja?

Sikamaru se pasó las manos por la cara antes de responderla.

—Después de dejarle follarme—contestó un pelín molesto—. Rukia quiere pasar a solas conmigo el día treinta. Ya sé que te marchas el treinta y uno, pero me lo ha suplicado y...

—No sabe decirme que no.

—Mientras estés a las doce en el aeropuerto para despedirme...—bebí un sorbo de mi taza—Llamaré a Jessica e iremos a alguna parte. Está un poco alicaída.

—Normal—comentó la morena—¿Puedo preguntar por qué no va a cuidar de su hija?

—No se ve capacitada para cuidar a su hija.

Rukia asintió y no volvimos a sacar el tema. La mañana transcurrió en una apacible calma, pues Sikamaru y yo nos sentamos a leer las últimas páginas que nos quedaban de nuestra lectura conjunta. Decidimos acabarnos El señor de los anillos y yo terminé triste porque no recordaba el final.

Mi pareja me abrazó durante un rato y Rukia tuvo la genial idea de que viéramos las películas en versión extendida. Y así pasé mis dos últimos días con Sikamaru.

* * *

—¿Lo tienes todo?—pregunté a Jessica.

Ella, envuelta en una capa negra de la que sobresalían sus alas con varias armas atadas a la cintura y el frasco para contener el alma de la humana, asintió. Revisé que yo llevase todo también: mi espada y mi puñal estaban en su sitio, junto con los frasquitos de los portales, que estaban a buen recaudo.

Salimos volando por la terraza hasta llegar a la azotea del edificio que daba al callejón en el que la pobre mujer iba a morir aquella noche del treinta de agosto. No se veía ningún demonio, pero eso no quitaba que no estuvieran al acecho.

Mi amiga me hizo una seña para que me fijase en el callejón y vimos lo que ocurría: la joven se resistía a que le robasen el bolso. El ladrón sacó un arma y la disparó, dejándola desangrarse. Jessica y yo saltamos de la azotea a la par que otras dos figuras, cuya capa era gris. La morena voló hacía el cuerpo y puso el contenedor en él. Uno de los demonios la siguió y se enzarzó con ella.

Desenvainé mi espada y sonreí.

La pelea acababa de empezar.


***********************************

*Canción interpretada por David Bustamante y Alex en la primera edición de Operación Triunfo.

*Película de acción en la que Harrison Ford da vida a Indiana Jones, un arqueólogo, durante la primera mitad del siglo XX. 

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