Touchdown

By CreativeToTheCore

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Primer libro de la serie #GoodBoys. En físico gracias a Nova Casa Editorial (este es un borrador). Inteligent... More

Sinopsis
A d v e r t e n c i a
001 | Vodka
002 | Resaca
003 | Reglas
P e r s o n a j e s
004 | Discernimiento
005 | Tackle
006 | Globos
007 | Cómplice
008 | Captura
009 | Neurótica
010 | Rito
011 | Ratatouille
012 | Incivil
013 | Brigada
014 | Fluctuación
015 | Apertura
016 | Medidas
017 | Inseguridad
W A T T P A D E R S
018 | Antropoide
019 | Sunshine
020 | Viralizar
021 | Adictos
022 | Insinuaciones
A V I S O
023 | Huesos
024 | Telón
025 | Ayer
026 | Sinfonía
027 | Ojeras
028 | Estadística
029 | Inefable
030 | Luciérnaga
031 | Acéptalo
032 | Artero
W A T T P A D E R S
033 | Sentir
034 | Taquicardia
035 | Lavanda
036 | Rosas
037 | Tradicional
038 | Indemne
039 | Intensidad
040 | Límites
041 | Estrechar
042 | Eupéptico
043 | Necesidad
044 | Lío
045 | Balas
046 | Prometedor
047 | Control
048 | Irresoluto
050 | Pretérito
051 | Boa
052 | Cuentos
W A T T P A D E R S
053 | Inconmensurable
054 | Sobrevalorar
055 | Camaradería
056 | Escalar
057 | Bifurcar
058 | Halloween
059 | Halloween al cuadrado
060 | Caer
061 | Fragmentos
062 | Tempestad
063 | Más
064 | Etéreo
A V I S O
065 | Terrario
066 | Desperdiciar
067 | Dilucidar
068 | Valijas
069 | Obsequios
070 | Señas
071 | Leyes aeroportuarias
E P Í L O G O
Agradecimientos y avisos
En físico: Librerías
🎄 ESPECIAL NAVIDEÑO 🎄

049 | Tentar

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By CreativeToTheCore

KANSAS

La señora Murphy pasa a recoger a Zoe alrededor de las ocho, lo que me da tiempo para tomar una ducha antes de ir por mis libros de texto e internarme en mi habitación. Es una verdadera pena que no pueda concentrarme en la teoría dualista cartesiana o en la disonancia cognitiva porque tengo a Malcom en mi cabeza, y él no solo está allí; corre, salta, se desnuda, grita, sonríe y dice cosas inteligentemente irrelevantes, todo a la vez. Parece consumir todo mi cerebro, y eso en verdad me fastidia.

No puedo hacer más que repasar los hechos una y otra vez, todo lo que pasó y lo que probablemente no vaya a pasar gracias a su excepcional talento futbolístico que lo lleva a acaparar todas las miradas de cualquier staff técnico.

La presencia de Mark aquí me trae tanta alegría como tristeza. La primera es porque estoy segura de que no hay persona que se merezca más esta oportunidad que Beasley. La segunda, porque no existe individuo que pueda reemplazarlo.

Malcom es tan malditamente... Malcom. Sé que ha pasado poco tiempo, pero no puedo evitar sentir una mezcla de ansiedad y negación ante la idea de su partida.

Ahora, mientras las fotografías de René Descartes y León Festinger aparecen frente a mis ojos y me incitan a leer, vuelve la imagen del número veintisiete a mi cabeza. Quiero dejar de pensar en todo lo que deriva de su nombre, pero el destino parece tener otros planes dado que se escuchan unos nudillos tocar mi puerta con gentileza.

Sé que no es Bill ya que él habría entrado sin siquiera llamar, entre gritos sobre salsa, pasta y los Kansas City Chiefs. En cuanto la abro, unos intensos ojos azules se encuentran con los míos. Siento que mi pecho se eleva cuando tomo una gran bocanada de aire y de alguna forma me las arreglo para sostenerle la mirada.

—Tenemos que hablar. —Él establece lo ineludible, lo que ambos sabíamos que tenía que suceder.

—Lo sé —concuerdo en voz baja, deslizando mi mirada sobre su postura erguida, sus hombros rectos y mandíbula tiesa—. ¿Sabes qué dice uno de mis profesores de psicología? —inquiero apretando con una fuerza innecesaria el pomo de la puerta—. Que a la humanidad le gusta postergar lo agrio de la vida, ahora entiendo a lo que se refería. —Ruggles también menciona que para posponer lo agrio es necesario tener algo dulce, una excusa, una distracción o algo en que enfocarse.

La mirada de Beasley adquiere un brillo de entendimiento. En sus ojos veo casi los mismos sentimientos que contemplo en mi reflejo. Hay inseguridad, rabia, indecisión y ansiedad por todo lo que ocurre. Él quiere retrasar esta charla tanto como yo.

—¿Podemos postergarlo? —inquiero.

Una ladeada sonrisa curva sus labios hacia la derecha.

—No —replica—. No vamos a postergar nada, hay que dialogar acerca de...

Lo interrumpo.

—Creo que me he expresado mal —murmuro al ver la forma en que sus manos se vuelven puños dentro de los bolsillos de su pantalón deportivo. Su parte lógica le debe estar diciendo que hay que platicar ante todo; estoy segura de que la parte más estúpida y vacilante le susurra que lo posponga—. Vamos a postergarlo.

—Me opongo a eso. —Se queja, pero yo jalo de su mano y lo obligo a entrar al cuarto—. No quiero hacerle esto a Bill, él...

Cierro la puerta y me giro para enfrentarlo.

—Por favor —bufo a solo un paso de distancia—. Cállate y bésame, luego solucionaremos todo esto.

Veo el signo de interrogación en sus ojos: ¿postergo lo agrio o lo dulce? ¿Y si luego no hay parte dulce? ¿Moral o afán?

—Si esto me carcome la conciencia más tarde, será tu culpa —aclara deslizando ambas manos por mis mejillas.

—Trato hecho.

Su boca colapsa contra la mía en cuestión de segundos, su cuerpo se presiona contra el mío provocando que mis rodillas se debiliten. Sus labios son gentiles al principio, rozan los míos con una delicadeza que hace tambalear mi cordura. Sus palmas se presionan con suavidad sobre mis mejillas y los pulgares acarician la piel con tanto cuidado que me estremece.

Mis manos se deslizan sobre su camiseta y siento la dureza de sus músculos, la calidez propia de su cuerpo se filtra a través de la tela y calienta las yemas de mis dedos mientras atrapa entre sus dientes mi labio inferior. Tira de él y lo muerde, ejerciendo una presión que hace saltar mi corazón contra mis costillas.

El aire se vuelve pesado cuando sus manos se arrastran de mis mejillas hasta mis hombros. Recorren mis brazos y llegan a ajustarse alrededor de mi cintura con una firmeza sosegada. Su boca jamás se despega de la mía y, a pesar de que siento que me falta el aire, me veo incapaz de dar un paso atrás. El oxígeno parece reducirse hasta pasar a un segundo plano, en lo único que puedo pensar es en tenerlo un poco más cerca, lo cual parece imposible.

Mi espalda golpea la puerta cerrada y un jadeo escapa de mis labios en cuanto Malcom entierra su rostro en mi cuello. Sus besos son húmedos y calientes, definitivamente tienen un efecto muy poderoso en mí. Sus manos se deslizan desde mi cintura hacia mi cadera y, aunque todavía hay prendas de ropa entre nosotros, puedo jurar que mi piel quema bajo su tacto. Siento las frías yemas de sus dedos rozar mi abdomen en cuanto se adentran bajo mi suéter. Un escalofrío me recorre el cuerpo de forma instantánea, sus inquietos y gentiles dedos se deslizan ahora sobre mi piel de una forma que va desde lo idílico a lo tentador.

—Nunca pensé que descubriría esto —murmura con su boca pegada a mi cuello, su respiración está tan acelerada como la mía.

—¿Descubrir qué? —inquiero retorciéndome bajo su cuerpo y enterrando mis manos en su cabello.

—Tu talla de sujetador.

Estúpido.

Y, a continuación, mi suéter y camiseta colisionan contra el piso.

—Si vuelves a decir algo como eso voy a golpearte —advierto tirando de las hebras doradas y obligándolo a echar la cabeza hacia atrás.

Sus ojos lucen rutilantes y cargados de algo de coquetería. Sus pupilas abismales se ven dilatadas mientras me sostiene la mirada y la forma en que me ve me obliga a tomar una respiración tan extensa como los segundos parecen ser en este momento.

Mi pecho y su pecho suben y bajan a la par, de una forma tan rápida que parece llamarle la atención tanto como a mí. Su mirada se desliza hacia abajo y recorre con sus ojos los tirantes de mi sujetador antes de caer en mis pechos. Siento que un nudo se forma en mi garganta impidiéndome soltar algún comentario mordaz o sarcástico. En lugar de eso, reconozco la sensación del rubor extendiéndose de forma uniforme y caliente sobre mi cuello y rostro. El color de sus ojos parece descender varios tonos, tornándose un poco más oscuro e insondable.

—Esto no es justo —murmuro a escasas pulgadas de sus labios, teniendo un pensamiento de injusticia ante la falta parcial de mi ropa y la totalidad de la suya.

—Tú me viste desnudarme en el asiento trasero de un Jeep en movimiento —objeta depositando un beso en mi frente y jugando con uno de los tirantes de mi sujetador negro—. Creo que es bastante justo.

—Ni justo ni una mier... —comienzo, pero la oración se ve interrumpida en cuanto siento sus manos descender a gran velocidad hasta mis muslos.

Un segundo después me encuentro en el aire, aferrándome a su cuello con mis brazos y enroscando mis piernas alrededor de su cintura.

Su boca cubre la mía otra vez mientras traza el camino hasta la cama. Ambos nos tocamos con una necesidad que va desde lo insaciable a lo inevitable y, cuando sus manos recorren mi espalda desnuda con una lentitud inquietante, siento como si una descarga de electricidad se precipitara por mi columna vertebral.

Su lengua se desliza contra la mía y danzan juntas al ritmo de nuestros propios y alterados corazones. Imitando lo que sucede en nuestras bocas ambos cuerpos se rozan, se separan y vuelven a rozarse de forma provocativa. La temperatura parece subir con cada segundo que transcurre en la habitación. Ante el repentino calor y la falta de aire nos separamos por algo de oxígeno. Nuestras miradas se entrelazan en una conversación silenciosa mientras Malcom me deja ir. Mi cuerpo se desliza a lo largo del suyo hasta que mis zapatos encuentran el piso. Puedo sentir cada músculo de su pecho presionado contra el mío y su entrepierna rozando la parte delantera de mis jeans. Esto último me descoloca; mi pulso se dispara de forma vertiginosa e instantánea.

Los sentimientos en sus ojos se intensifican al oír la forma en que la parte posterior de mis rodillas golpean el borde de la cama. La anticipación me recorre de pies a cabeza y siento el sutil hormigueo en la parte baja de mi abdomen, el cual parece incrementarse de una manera sofocante a medida que su boca desciende hasta encontrar mi clavícula. Mientras una serie de besos son trazados en un camino hasta mi hombro, mis manos van y vienen acariciando las hebras de su cabello.

De alguna forma mi espalda termina presionada contra el colchón y Beasley se sostiene sobre sus brazos, evitando que su peso caiga contra mi cuerpo. Nuestras piernas se enredan y mi piel expuesta roza contra su camiseta cada vez que se acerca para depositar un beso, pero llega un punto en el que el anhelo por tenerlo más cerca se intensifica hasta obligarme a tomar medidas: mis manos serpentean sobre su torso y tiran del dobladillo de la prenda para unirla a mi ropa en el suelo.

La vista rebosa de exquisitez. Bajando por sus anchos y pálidos hombros se encuentran los pectorales definidos de los que, más abajo, se bifurcan los trabajados abdominales que terminan en la línea de su cadera. Los músculos de todo su torso se tensan en cuanto las yemas de mis dedos recorren solo un tramo de aquella letra V que desaparece bajo sus pantalones grises. Al levantar la vista encuentro que tiene los párpados cerrados. Su respiración se ha vuelto más pesada y sus labios se aprietan en una dura línea de expresión. Soy consciente de que mis inquietas manos han provocado eso, la mínima pérdida de su control.

—No creo que duremos mucho si sigues tocando el hemisferio sur de mi cuerpo —dice entre dientes.

Su falta de dominio corporal me da gracia y comienzo a reír.

Nos hago rodar de forma en que quedo sentada sobre su regazo, con mis rodillas a cada lado de sus caderas. La sorpresa inunda sus ojos y dilata aún más aquellas pupilas renegridas.

—¿Tu boca no tiene un interruptor de encendido y apagado? —inquiero.

—Para tu desgracia no lo tiene. —Una sonrisa tira de sus labios y sus manos se deslizan por mi espalda, jalando de mí hacia su cuerpo. Apoyo mi frente contra la suya y mi cabello cae como una cortina a los lados, oscureciéndolo todo—. Pero deberías estar agradecida de que no esté hablando de péptidos opioides endógenos o de la glándula pituitaria —susurra.

—Buen punto.

Ambos nos quedamos quietos por algunos minutos, oyendo nuestras respiraciones aceleradas y sintiendo nuestro aliento acariciar la boca del otro. Entonces, siento la forma en que él —o mejor dicho su miembro— se presiona contra mis jeans.

El hormigueo en la parte baja de mi abdomen se transforma en algo incontrolable mientras nos miramos a los ojos mutuamente, y puedo jurar que siento la humedad mojando mis bragas a medida que transcurren los segundos.

—Sé que no es el momento para decir lo que probablemente definirías como cursilería. —Se las arregla para tragar y hablar. Una de sus manos llega a mi rostro y acomoda un mechón de mi cabello tras mi oreja—. Pero necesito aclarar que no eres dulce ni hermosa, y tampoco como cualquier adjetivo que usa un hombre para describir a una mujer. Eres la combinación de todos ellos, pero si tuviera que definirte en una palabra, definitivamente sería: extraordinaria.

Mi corazón se comprime dentro de mi caja torácica al oír las palabras cargadas de sinceridad y dulzura. Y, por un momento, creo que mis ojos arden al percatarme de que eso fue lo más lindo que alguien me ha dicho a lo largo de mis diecinueve años de vida.

—Eres un espécimen de lo más extraño, Beasley —murmuro deslizando las yemas de mis dedos a lo largo de su mejilla.

—Espero que eso sea bueno.

—Obvio que lo es.

Aquella sonrisa ladeada vuelve a curvar sus labios en dirección al cielo. Él me empuja de forma en que volvemos a rodar y quedo aprisionada contra el colchón.

Pero no hay más colchón.

Un estruendo se oye en cuanto ambos caemos al piso y nuestros huesos crujen. Siento el dolor dispararse por cada fibra de mi cuerpo mientras Malcom parece experimentar lo mismo.

—¿Mencioné que también eres un idiota? —escupo en medio de un quejido.

—No —se las arregla para responder tendido a mi lado, masajeando su cabeza adolorida.

—Bueno... —Suspiro—. Lo eres, y uno muy grande.

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