Los nueve descendientes #Just...

By antohiraga

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Si tus hermanos te buscaran desesperadamente luego de diez años distanciados, ¿Te sentirías feliz? ¿Y si fuer... More

Poderes de los anillos
Prólogo
Capítulo 1: "La verdadera aventura comienza"
Capítulo 2: "La primera noche"
Capítulo 3: "Identidad al descubierto"
Capítulo 4: "La amenaza siniestra"
Capítulo 5: "Cómo todo surgió"
Capítulo 6: "La trampa de los animales"
Capítulo 7: "El manantial mágico"
Capítulo 8: "El día que todo desapareció"
Capítulo 9: "La importante confesión"
Capítulo 10: "Una mano de la familia"
Capítulo 11: "El diario de vida"
Capítulo 12: "El huevo de dragón"
Capítulo 13: "Lo oculto tras las rejas"
Capítulo 14: "Rehenes inesperados"
Capítulo 15: "Visitas inesperadas, cambios inesperados"
Capítulo 16: "Retirada forzada"
Capítulo 17: "El peso de las palabras"
Capítulo 18: "Conversación repentina"
Capítulo 19: "El anillo que lo salvó todo"
Capítulo 20: "Objetivo en medio de la nada"
Capítulo 21: "Noche de luna llena"
Capítulo 22: "Encuentros inesperados"
Capítulo 23: "Lo que expresa un reflejo"
Capítulo 24: "Ataques sorpresivos"
Capítulo 25: "El bar mágico"
Capítulo 26: "Sala de tortura"
Capítulo 27: "La casa del viejo mago"
Capítulo 28: "La decisión más difícil"
Capítulo 29: "La trampa menos pensada"
Capítulo 31: "Secretos por descubrir"

Capítulo 30: "La llegada definitiva"

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By antohiraga

Adelina no dejaba de suspirar para sus adentros. Estaba harta de estar en el calabozo, y por sobretodo, extrañaba a su pequeño hijo. Le preocupaba que estuviera solo en algún lugar, o peor, que hubiera sido asesinado, y ella pensaba que en ese lugar era imposible averiguarlo. Esos días habían sido sin duda los más aburridos que ha tenido en esos años.

-Albel -dijo de pronto, al ver que el recién nombrado se acercó a su celda, caminando levemente erguido. Pero apenas la princesa le llamó por su nombre, Albel colocó su índice sobre sus labios-. ¿Qué haces aquí? -preguntó, esta vez en voz baja.

-Quería hablar contigo -susurró Albel-. Es sobre lo que me preguntaste hace unos días... No pude responderte, porque estaba realmente asustado.

Adelina alzó la vista hacia el techo, recordando las preguntas que le hizo en medio de la desesperación del momento. No recordaba con exactitud sus dudas, pero sabía que estaban asociadas a Tim.

-No encontré a tu hijo. Lo he buscado por las celdas, pero no hay rastro -comenzó diciendo Albel. Y Adelina bajó la mirada-. Seguiré buscando, pero dudo que él se encuentre en este lugar.

-Entiendo... -murmuró ella, mirando de reojo el rostro de Albel, y abriendo un poco más sus ojos al ver el estado en el que estaban las quemaduras de su rostro-. Oye... ¿Puedo preguntarte algo?

Albel bajó la cabeza con vergüenza al percatarse de que Adelina observaba esas horribles marcas que tan malos recuerdos le traían, y luego asintió un poco.

-¿Por qué tienes el rostro en ese estado? ¿Qué fue lo que te hicieron estos desgraciados? -le interrogó Adelina, siendo interrumpida por un guardia, que golpeó reiteradas veces las rejas de la celda, para provocar un ruido bastante molesto.

-Dejen de conversar -les regañó. Y Albel se alejó, sin antes lanzarle una mirada de disculpa a Adelina. La cual respondió con el mismo tipo de mirada.

"Hablamos después" pensó Albel, mientras se alejaba por el pasillo.

Hoy le tocaba turno solamente por la mañana. Así que tenía "tiempo libre" por la tarde, pero... ¿Realmente se le podría dar tiempo libre a quién está más encarcelado que los mismos prisioneros?

Poco a poco empezó a preferir no tener tiempo libre en lugar de tenerlo, ya que ese período de descanso significaba despejar la mente, y analizar todas las cosas que sucedían cada día... Y esos pensamientos le estaban llevando a la locura. Desde ese día en la sala de tortura, en repetidas ocasiones un dolor de cabeza le atacaba, al igual que los deseos de suicidarse, que poco a poco ha logrado controlar.

-Lo siento... -murmuró Albel en voz muy baja, debido a la poca ayuda que pudo brindarle a Adelina. Ahora le tocaba volver a su habitación, pero cuando estaba apunto de hacerlo, un chico de largo cabello blanco se cruzó en su camino. Llevaba una reluciente armadura negra de grandes hombreras, y unos guantes de cuero negro en sus manos, que emitían cierta luz que les hacía lucir mágicos. En su rostro, el hombre llevaba una máscara oscura, con una expresión alegre, pero a la vez tétrica.

Al verle pasar, los guardias que estaban cerca se apartaron de su camino. Y Albel le siguió disimuladamente, fingiendo ir en su misma dirección.  Apenas el albino ingresó a la sala de torturas, cerrando la puerta, Albel pegó su oreja a la puerta de metal, empezando a escuchar la conversación desde el otro lado.

-¿Cómo te fue, Abrahela? -reconoció una voz masculina, que supuso que era la de Urasías.

-Ni hablar... ¡Jamás había fracasado en una misión! -dijo Abrahela-. Ese estúpido de Alan Windlander me saca de quicio... ¿Me creerías si te digo que ha intentado coquetearme?

-Me decepcionas... Siempre logras lo que quieres en todas las misiones que te encarga Padre -prosiguió Urasías-. Yo hubiera conseguido esa información de manera mucho más eficiente que tú.

-¿Quién eres para hablar? -le preguntó Abrahela, algo furiosa.

-Soy quien logró culpar a la princesa de Tunderriver de asesinar a sus propios padres, ¿O eso te parece poco? -preguntó confiado.

-¡¿Qué?! ¿Cómo es que tú...?

-Yo le dije que lo hiciera - se escuchó una nueva voz, que Albel reconoció en el acto. Se trataba de Zerk.

-Me impresionas... ¿No te vieron los guardias? -preguntó Abrahela.

-Claro que no -respondió Urasías-. Esperé que la mayoría saliera a cuidar las entradas, ya que venían invitados, y en ese momento entré, cuando los reyes entraron a su habitación a arreglarse.

-Qué astuto -le halagó Abrahela-. Siempre eres tan sigiloso.

-A diferencia tuya, mi forma de actuar fue impecable -acotó Urasías-. Si no hubieras fracasado, no tendríamos que hacer trabajo doble...

-Alto ahí, chicos -le interrumpió Abrahela-. No todo ha resultado mal... Conseguí cierta información, y a este ritmo, podré continuar haciéndolo.

-¿Qué clase de información? -preguntó Urasías.

-Es sobre la princesa Leila Windlander -comenzó diciendo Abrahela, provocando que Albel se estremeciera levemente desde el lado opuesto de la puerta-. Si les dijera no podrían creerlo... Es una situación un tanto preocupante.

-Ve al grano, Abrahela -le apresuró Zerk.

-La princesa Leila está esperando un hijo... -soltó Abrahela-. Eso es lo que sucede.

Apenas Albel escuchó esas palabras, debió llevarse las manos a la boca para no soltar algún sonido que delatara su presencia. En ese momento le dieron ganas de salir corriendo de ahí, pero prefirió seguir escuchando, bastante intrigado sobre esa inesperada noticia que le empezó a acelerar el corazón.

-Qué problema... -murmuró Urasías-. En fin, lo que hay que hacer es lógico. Lo primero es no decirle nada al respecto a Manflare, y lo segundo es claramente mi parte favorita, y estoy seguro que la de ustedes también...

-No hay que permitir que ese bebé nazca -concluyó Abrahela-. Y claramente si la madre también muere, sería mucho mejor. Cualquiera que pueda reclamar el trono es un peligro.

-Incluyendo al enano de la violada -aseguró Zerk-. Si Manflare se entera de que la princesa Leila espera un hijo suyo, volverá a encariñarse más de lo necesario a los Windlander.

-Sí, no te preocupes de eso -le calmó Abrahela-. Acabaremos con los nueve príncipes. Y cuando eso ocurra, nadie podrá meterse en nuestro camino. No debes preocuparte.

-No me preocupa, al contrario -dijo Zerk-. Después de todo, no permitiré que nadie nos quite lo que siempre ha sido nuestro. Y lo que esa maldita familia nos ha quitado.

-Me parece bien -comentó Abrahela-. Por cierto, ¿Acabaste ya con el príncipe Magnus?

-No todavía -respondió Zerk.

-¿Cuánto tiempo crees que le quede? -preguntó Abrahela.

-Un par de días, no más que eso. Ya está lo suficientemente débil como para matarle -confesó Zerk-. Luego de eso, nuestro principal objetivo será el príncipe Zen y la princesa Leila, y así, hasta llegar al príncipe Arthur.

-Yo puedo encargarme de la princesa Leila -se ofreció Urasías-. Es una mujer inútil. No creo tardarme mucho en asesinarle. Luego me ocuparé del príncipe Zen.

-Si es así, yo me encargaré de Adelina Windlander -agregó Abrahela-. Estoy segura que me voy a divertir bastante con ella... Esperen. He oído algo.

-¿Qué? ¿Recién te das cuenta? -preguntó Zerk-. Ha estado escuchando desde hace un buen rato, ¿No es así, Manflare?

Albel despegó la oreja de la puerta, sorprendido al escuchar aquella pregunta. No supo que responder, por lo que prefirió escapar lo más rápido que pudo.

Cuando corrió por los pasillos no se fijó siquiera en si alguno de los tres enmascarados le seguía. Pero tampoco le importó, simplemente prefería no verles. No después de haber escuchado aquello...

"Tengo que avisarle a Adelina" pensó Albel, corriendo en dirección hacia las celdas, mientras que el corazón le palpitaba con fuerza e inconscientemente la voz de su amada empezó a darle vueltas por la cabeza: "Albel, te extrañaba. De verdad, no sabes cuánto. Yo... Tengo algo muy importante que decirte".

Apenas Albel se acercó a la celda de Adelina, esta se incorporó del suelo húmedo y pegó el rostro a las rejas, para recibir al novio de su hermana.

-Albel, volviste rápido -susurró Adelina-. ¿Estás bien? Te ves pálido...

-Tú... Lo sabías -aseguró Albel, apretando levemente los puños-. El embarazo de Leila... Tú lo sabías, ¿verdad?

Adelina abrió los ojos como platos, mientras Albel le miraba en silencio, esperando una respuesta.

-Sí -replicó-. Lamento no haberte dicho eso, pero no considere que fuera una noticia que debería entregarte yo. Es un tema importante para Leila... ¿Cómo te enteraste?

-Abrahela lo ha dicho. Ella lo ha averiguado -respondió Albel-. No entendí muy bien lo que ocurrió, pero al parecer tu hermano Alan estaba involucrado.

Adelina suspiró ante tal explicación, y se llevó las manos a la cabeza. No comprendía qué relación tendría su hermano con aquella demonia.

-¿Por qué les interesa el hijo de Leila? ¿Tendrán pensado matarle? -preguntó Adelina, y Albel desvío la mirada, al mismo tiempo que se sentó de rodillas en el suelo, sin poder creer lo que estaba sucediendo.

-No quiero que mi hijo o hija muera en manos de esos desgraciados... Quiero salir de aquí, Adelina. Ya no sé que hacer -se lamentó Albel-. Necesito ver a Leila. Quiero besarla, abrazarla... Y no puedo -prosiguió, conteniendo las lágrimas-. Extraño a Arthur y sus travesuras, su compañía... Es como el hermano que nunca tuve.

-No te preocupes. Volverás a verles -le calmó ella.

-Yo era feliz en el huerto familiar, y me gustaría volver allí. Desearía que las cosas volvieran a ser como antes, para salir de este maldito castillo -suspiró Albel, mientras Adelina le acariciaba la mano entre las rejas-. No quiero que mueras, Adelina. Pero si sigues aquí, será inevitable. Ellos van a matarte cuando lo estimen conveniente.

-Albel, nosotros no podemos seguir aquí. Debemos escapar -dijo Adelina-. Y para eso...

Antes de que ambos chicos pudieran seguir conversando, uno de los guardias que cuidaban el pasillo colocó su escudo frente a Albel, que seguía arrodillado en el suelo.

Adelina guardó silencio, y Albel observó al hombre que le cubría con su escudo. Era bastante alto, de alborotado cabello castaño y barba algo descuidada por el tiempo. Vestía el mismo uniforme que Albel, pero además tenía un sombrero con una pluma en la cabeza.

-Guarda silencio -le pidió el guardia, y Albel obedeció, observando que por el pasillo frente a ellos acababa de cruzar el capitán Lock-. Si el capitán te ve en este lugar, te matará.

-G-Gracias -agradeció Albel al instante. Y el hombre sonrió levemente, apartando su escudo del cuerpo del enamorado de Leila.

-De nada, Manflare -dijo él, provocando cierta confusión en el recién nombrado.

-¿Cómo sabes mi apellido? -preguntó Albel, aún sorprendido de esa pequeña ayuda.

-Todos lo saben. Eres popular, aunque es por tu mala fama -dijo el guardia, ofreciendo su mano a Albel-. Jamás pensé que te vería. Yo soy guardia en este pasillo. Me llamo Iskander. Y un gusto para la señorita también- agregó, mirando a Adelina-. Por lo que he oído, ustedes odian este lugar tanto como yo.

-¿Tú también? -preguntó Adelina.

-No todos los guardias estamos aquí por gusto -aseguró Iskander-. Yo fui atrapado también. Solía vivir en Derfin, y ahora estoy aquí como pueden ver...

-Ya veo... -murmuró Albel, incorporándose rápidamente con la ayuda de Iskander-. ¿No le dirás a nadie que estuve aquí?

-Claro que no -respondió Iskander-. Puedes venir a hablar con la princesa cuando quieras, yo te cubriré lo que pueda.

-Dudo que tu ayuda sea solo por lástima... -dudó Adelina-. ¿Qué intenciones tienes?

-Mi intención es sencilla -aseguró el guardia en voz baja-. Mi único deseo en esta vida es asesinar a la mujer que acabó con mis hermanos y padres...

-Supongo que estamos pensando en la misma mujer... -musitó Albel, sintiendo aquel ardor sobre sus hombros nuevamente.

-Precisamente. Y creo que ustedes dos podrían ayudarme en ello -prosiguió Iskander-. Sé ciertas cosas sobre ella, pero eso no bastará para detenerle.

-¿Qué sabes? -preguntó Albel. Provocando que Iskander tragara saliva antes de explicarles.

-He buscado su nombre en libros, y solamente he logrado encontrar uno -explicó él-. Ahí se dice que Abrahela tuvo una infancia difícil. Después de todo, no es fácil para una niña trabajar de prostituta.

-¿Qué...? -preguntó Adelina.

-Como escucharon. Ella fue prostituta hasta sus cumplidos quince años. Era la única forma con la que podía conseguir dinero para mantener a sus hermanos.

-¿Y qué más sabes? ¿Qué hay de sus padres? -quiso saber Adelina.

-Les abandonaron cuando eran muy pequeños -confesó Iskander-. No hay mucho que decir sobre ellos.

-Y-Ya veo... -murmuró Albel-. Si nos ayudas, nos aseguraremos de devolverte el favor, Iskander.

-Sí, la técnica es averiguar las debilidades del enemigo, y atacarle por donde más le duela... -acotó Adelina.

[...]

-Le daré su merecido por haber escuchado a nuestras espaldas -reclamó Abrahela, dirigiéndose hacia la puerta, pero Zerk le detuvo, afirmándole de uno de sus brazos-. ¡O-Oye!

-Déjalo. Solo le hará sufrir más saberlo -aseguró Zerk-. Además, no hay nada que él pueda hacer al respecto. La verdad hubiera salido a la luz de todas formas.

-Lo único que puede hacer es hablar con la princesa Adelina, y no lo hará. El capitán Lock vigilará constantemente ese pasillo -aseguró Urasías-. No hay que confiarse, pero de todas maneras, estaré preparado para destruirlos... Si así lo requiere la situación -agregó, mientras se quitaba uno de los guantes de cuero, posando aquella mano desnuda sobre una de las plantas que adornaba la pared, y produciendo que esta cambiara de sus bellos tonos verdes a unos negros y débiles.

Abrahela observó la mano desnuda de Urasías y le dieron ganas de llorar. A pesar de que lo conocía hace mucho tiempo, jamás había tocado aquellas manos que él siempre cubría con guantes mágicos.

En realidad, ni Zerk ni ella le habían tocado, pues Urasías siempre vestía ropas mágicas, para no matar a cualquiera que le toque. Y eso le hizo recordar su pasado, y la "suerte" que había tenido Urasías, pues al contrario del albino, a ella le tocaban constantemente, y no la gente que ella deseara...

Abrahela envidiaba el poder de Urasías, y deseaba haberlo tenido en su época de adolescente, para matar a todos los desgraciados que se aprovechaban de ella, pero ya era tarde.

El sonido de la campana que colgaba de su cuello apareció en su mente. Cuando la gente se alejaba al ver a esa prostituta de quince años que llevaba una campanita colgando de su cuello. Era terrible y sumamente vergonzoso.

-Abrahela, ¿Qué te pasa? ¿Estás bien? -le preguntó Zerk, moviendo una mano frente a ella.

-¿Qué? -preguntó ella. Y Urasías suspiró ante su respuesta.

-Te pedimos que fueras a encargarte de la princesa Adelina -explicó Zerk.

-Ah, claro... Tengo ciertos planes para ella -sonrió Abrahela-. Quiero refrescarle la memoria, con respecto a la última vez que estuvo aquí...

-Ten cuidado con lo que le dirás -le advirtió Urasías, y Abrahela asintió, saliendo del cuarto de tortura, y cerrando la puerta a su paso.

-¿Por qué le pediste eso ahora, Zerk? No es normal viniendo de ti actuar sin un plan -comentó Urasias y Zerk le sonrió con malicia.

-Me conoces bien, Urasías... -le respondió-. Pues más que un plan, es un presentimiento.

-¿Un presentimiento de qué tipo? -se interesó Urasías.

-Algo se acerca, mas bien, alguien... -explicó-. Así que mientras más pronto acabe Abrahela con la princesa, menos problemas tendremos...

[...]

Mientras Albel, Iskander y Adelina conversaban, sintieron que los otros guardias empezaron a salir del calabozo, llegando al primer piso del castillo.

-¿Qué está pasando? -preguntó Albel, al mismo tiempo que todos empezaron a acomodarse sus armaduras.

-Invasores han llegado al castillo -replicó uno de ellos, mientras se acomodaba su casco-. Debemos ir a atacar... ¡Son demasiados! Han golpeado a algunos de los nuestros, y quieren entrar al palacio.

-¿Qué? -preguntó Albel, mirando a Iskander, el cual se colocó su casco también.

-Prepárate, Manflare -le apresuró Iskander-. Podrían ser ladrones.

Albel asintió, y se colocó rápidamente el casco, bajando la visera.

-Volveré por ti, Adelina -le dijo Albel. Al mismo tiempo que el rostro de Iskander se iluminó.

-No, Manflare... La oportunidad es ahora o nunca -aseguró el castaño, el cual aprovechando la confusión de los guardias corriendo de lado a lado, sacó una de las llaves de su bolsillo y abrió la celda de Adelina, liberándola de su encierro.

-Tenemos que ir con cuidado -murmuró Iskander, y Adelina asintió, siguiendo a ambos chicos que, comenzaron a correr hacia la entrada del castillo. Sin tener idea de quienes eran estos supuestos "invasores"...

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