Capítulo 30: "La llegada definitiva"

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Adelina no dejaba de suspirar para sus adentros. Estaba harta de estar en el calabozo, y por sobretodo, extrañaba a su pequeño hijo. Le preocupaba que estuviera solo en algún lugar, o peor, que hubiera sido asesinado, y ella pensaba que en ese lugar era imposible averiguarlo. Esos días habían sido sin duda los más aburridos que ha tenido en esos años.

-Albel -dijo de pronto, al ver que el recién nombrado se acercó a su celda, caminando levemente erguido. Pero apenas la princesa le llamó por su nombre, Albel colocó su índice sobre sus labios-. ¿Qué haces aquí? -preguntó, esta vez en voz baja.

-Quería hablar contigo -susurró Albel-. Es sobre lo que me preguntaste hace unos días... No pude responderte, porque estaba realmente asustado.

Adelina alzó la vista hacia el techo, recordando las preguntas que le hizo en medio de la desesperación del momento. No recordaba con exactitud sus dudas, pero sabía que estaban asociadas a Tim.

-No encontré a tu hijo. Lo he buscado por las celdas, pero no hay rastro -comenzó diciendo Albel. Y Adelina bajó la mirada-. Seguiré buscando, pero dudo que él se encuentre en este lugar.

-Entiendo... -murmuró ella, mirando de reojo el rostro de Albel, y abriendo un poco más sus ojos al ver el estado en el que estaban las quemaduras de su rostro-. Oye... ¿Puedo preguntarte algo?

Albel bajó la cabeza con vergüenza al percatarse de que Adelina observaba esas horribles marcas que tan malos recuerdos le traían, y luego asintió un poco.

-¿Por qué tienes el rostro en ese estado? ¿Qué fue lo que te hicieron estos desgraciados? -le interrogó Adelina, siendo interrumpida por un guardia, que golpeó reiteradas veces las rejas de la celda, para provocar un ruido bastante molesto.

-Dejen de conversar -les regañó. Y Albel se alejó, sin antes lanzarle una mirada de disculpa a Adelina. La cual respondió con el mismo tipo de mirada.

"Hablamos después" pensó Albel, mientras se alejaba por el pasillo.

Hoy le tocaba turno solamente por la mañana. Así que tenía "tiempo libre" por la tarde, pero... ¿Realmente se le podría dar tiempo libre a quién está más encarcelado que los mismos prisioneros?

Poco a poco empezó a preferir no tener tiempo libre en lugar de tenerlo, ya que ese período de descanso significaba despejar la mente, y analizar todas las cosas que sucedían cada día... Y esos pensamientos le estaban llevando a la locura. Desde ese día en la sala de tortura, en repetidas ocasiones un dolor de cabeza le atacaba, al igual que los deseos de suicidarse, que poco a poco ha logrado controlar.

-Lo siento... -murmuró Albel en voz muy baja, debido a la poca ayuda que pudo brindarle a Adelina. Ahora le tocaba volver a su habitación, pero cuando estaba apunto de hacerlo, un chico de largo cabello blanco se cruzó en su camino. Llevaba una reluciente armadura negra de grandes hombreras, y unos guantes de cuero negro en sus manos, que emitían cierta luz que les hacía lucir mágicos. En su rostro, el hombre llevaba una máscara oscura, con una expresión alegre, pero a la vez tétrica.

Al verle pasar, los guardias que estaban cerca se apartaron de su camino. Y Albel le siguió disimuladamente, fingiendo ir en su misma dirección.  Apenas el albino ingresó a la sala de torturas, cerrando la puerta, Albel pegó su oreja a la puerta de metal, empezando a escuchar la conversación desde el otro lado.

-¿Cómo te fue, Abrahela? -reconoció una voz masculina, que supuso que era la de Urasías.

-Ni hablar... ¡Jamás había fracasado en una misión! -dijo Abrahela-. Ese estúpido de Alan Windlander me saca de quicio... ¿Me creerías si te digo que ha intentado coquetearme?

Los nueve descendientes #JusticeAwards2017 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora