Capítulo 5: "Cómo todo surgió"

150 11 17
                                    

Luego de mucho caminar, Renra guio a los hermanos a una escondida zona del bosque, en la que dos enormes rocas paralelas les cubrirían por la noche, como si se tratara de un pequeño refugio.

La elfa acomodó sus cosas, y se acostó en el suelo en posición fetal, de inmediato quedándose profundamente dormida. Ambos hermanos se sorprendieron de lo rápido que se durmió la chica, pero luego optaron por imitar su acción. Sobretodo Arthur, que seguía agotado por falta de sueño. Estos días había dormido realmente mal.

Leila se percató de que Arthur se quedó dormido, y miró ambos anillos que tenía en el mismo dedo. No podía creer que Adelina les había entregado el anillo de Colin, "¿Cómo lo había conseguido tan rápido?" se preguntaba para si misma, mientras pasaba sus dedos por su rubio cabello. No quería ni pensar en que Adelina pudo quitarle la vida a Colin. Pero las preocupaciones le eran inevitables.

Recién el segundo día había terminado, y aún así, Leila no podía evitar sentir un apretón en el pecho. Se llevó la mano derecha a éste, como si disminuyera el dolor. Habían sucedido tantas cosas en tan poco tiempo, que no sabía que les esperaría más adelante. No dejaba de preguntarse qué sería de Albel. Quizás alguno de sus hermanos ya había llegado a la casa de los Manflare a interrogar a su enamorado, pero Leila no tenía como comunicarse con él. De verdad extrañaba a ese hombre. Vivir diez años con él, y luego no verlo, le resultaba extraño. Pero la princesa tenía claro que mientras más días transcurrieran, más echaría de menos al joven.

-Albel... -murmuró Leila, mientras tocaba la perla de su collar. Recordando exactamente el momento cuando le vio por primera vez....

~~~~~
Arthur percibía la agitada respiración de Leila sobre su cabeza, y los pasos cansados del caballo. La joven princesa apenas podía mantenerse despierta, sentía que en cualquier momento iba a perder el conocimiento y caer al suelo. En esos días tan tensos, no había sido capaz de dormir ni comer bien, pues la vida de Arthur la consideró primordial a la suya.

Habían dormido en el bosque desde hace seis días, teniendo que vivir de las sobras o pequeños pedazos de pan que la gente les otorgaba. No era una gran cantidad, pero les servía para pasar un día más con vida.

-Disculpe -dijo Leila, mientras amarraba al caballo a un tronco-. ¿Podría ayudarnos? -le preguntó a un hombre, que ni siquiera se volteó a ver a Leila, como si nadie le hubiera dirigido la palabra-. S-Señora... -dijo Leila, hablando a otra persona que atravesó el bosque, pero la mujer no se dio por aludida. Por lo que la princesa suspiró. Esa situación tan incómoda les había sucedido por ya varios días-. Maldita sea.

Luego de intentarlo un par de veces más, Leila suspiró nuevamente, esta vez más rendida que antes. Arthur se colocó al lado de su hermana, y empezó a abrazarle por las piernas. A lo que ella respondió acariciando su cabeza.

-¿Qué haremos? -le preguntó Arthur.

La joven princesa no halló las palabras para contestarle. Ni ella misma sabía que hacer en ese momento. Sentía que había un enorme peso sobre sus hombros, que ella sola no era capaz de sostener.

-Quiero ir a casa, Leila -confesó  Arthur, al notar que su hermana no respondía. Las lágrimas empezaron a caer por si solas a través de las hinchadas mejillas del pequeño príncipe-. Quiero ir a casa contigo.

-Tranquilo, no tienes que llorar -le calmó Leila, sentándose en el suelo para quedar a su altura-. Tienes que entenderlo, Arthur. No podemos regresar todavía.

-Pero...

-Todo estará bien -le interrumpió Leila, afirmando las diminutas manos del menor entre las suyas-. Te prometo que regresaremos, pero tienes que tener paciencia, ¿bueno?

Los nueve descendientes #JusticeAwards2017 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora