Capítulo 28: "La decisión más difícil"

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Los príncipes dormían cómodamente entre unos árboles. Leila dormía en el regazo de Arthur, y en cada hombro del menor, estaba apoyado uno de los rubios. Los cuatro se habían quedado dormidos luego de una larga conversación en el bosque sobre los implementos que habían tomado de la casa de Tobel. Y Alan había sido el más emocionado con el bolso mágico y los frascos.

A pesar de que las noches eran cada vez más heladas, esa noche Arthur no tuvo frío, se sentía más acompañado que nunca y tuvo la leve esperanza de que pronto las cosas volverían a ser como antes... Justamente como hace diez años.

De pronto Alan despertó a causa de un fuerte ronquido suyo. Que le hizo saltar inconscientemente en el lugar. Asustado se volteó a mirar a sus tres hermanos, que dormían plácidamente. Él iba a acomodarse para volver a dormir, pero antes de pegar los párpados nuevamente, una tranquila y suave voz llamó su atención. Pensó en despertar a sus hermanos para que escucharan también, pero prefirió dejarles dormir, y averiguar por su propia cuenta de donde venía aquella dulce voz, que parecía llamarle.

Alan se incorporó en silencio. Y pudo escuchar otra vez la voz, sin entender que le decía, pero seguro de que era alguna señal.

-Alan... -escuchó, provocando que se le pusieran los pelos de punta-. Ven, querido Alan. Por aquí.

El rubio empezó a seguir la voz, fijándose bien en sus propias pisadas. Ya se había alejado bastante de sus compañeros, pero la voz le seguía llamando, y él, por alguna razón, no podía detenerse.

-¿Quién es? -preguntó Alan, pensando un poco sus palabras-. ¿Niara? -intentó adivinar, a pesar de que estaba seguro de que esa no era la voz de su hermana. Iba a llamar nuevamente, cuando de pronto unas manos le cubrieron la boca por detrás. Era una mano de dedos muy fríos, y de largas uñas negras. Alan pudo deducir que se trataba de una mujer. No sabría explicar bien el por qué, pero sentía que aquellas manos emitían un olor que le resultaba bastante atractivo.

-No te alteres, cariño -le tranquilizó la mujer, pasando levemente sus heladas manos por el cuerpo de Alan, bajando por su cuello-. No tienes que asustarte. No haré nada que no te guste.

-¿Quién eres tú? -se interesó Alan, girando levemente la cabeza para ver de quién se trataba, cruzando la mirada con la mujer que le había tapado la boca. Era Abrahela, que le miraba con sus delineados ojos negros.

Alan al verle, sintió que el corazón le comenzó a latir con más fuerza. Y por un momento juró que le empezó a caer saliva por la boca.

-Qué mona... -comentó Alan, mirando las gigantes alas de Abrahela-. ¿Eres un ángel caído del cielo o algo así?

-No exactamente -respondió ella, algo asqueada de ser comparada con un ángel-. He venido a...

-Si las miradas mataran, tus ojos hubieran sido mis asesinos -aclaró Alan, interrumpiéndole-. Tus labios mi debilidad, tu pelo mi perfume favorito...

-¿De qué estás hablando? -preguntó Abrahela, al mismo tiempo que Alan le afirmó ambas manos con delicadeza, besando una de estas.

-Dicen que la mujer que fue preparada para ti termina siendo completamente distinta a lo que piensas, y parece ser el caso -aseguró Alan, arrodillándose frente a Abrahela-. Mi linda flor de primavera... De seguro tendríamos un gran futuro juntos. Serías una hermosa tía para mis dos sobrinos, y una buena madre para nuestros futuros hijos. Me gustaría tener diez. Además... ¡Imagina cuántos nietos tendríamos!

Apenas Abrahela escuchó esas palabras, no pudo evitar abrir los ojos un poco más de la cuenta.

-¿Un chico tan guapo como tú ya tiene sobrinos? -preguntó Abrahela, fijando sus oscuros ojos en Alan, parpadeando exageradamente-. No lo esperaba... ¿Cómo se llaman?

Los nueve descendientes #JusticeAwards2017 Where stories live. Discover now