Los nueve descendientes #Just...

By antohiraga

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Si tus hermanos te buscaran desesperadamente luego de diez años distanciados, ¿Te sentirías feliz? ¿Y si fuer... More

Poderes de los anillos
Prólogo
Capítulo 1: "La verdadera aventura comienza"
Capítulo 2: "La primera noche"
Capítulo 3: "Identidad al descubierto"
Capítulo 4: "La amenaza siniestra"
Capítulo 5: "Cómo todo surgió"
Capítulo 6: "La trampa de los animales"
Capítulo 7: "El manantial mágico"
Capítulo 8: "El día que todo desapareció"
Capítulo 9: "La importante confesión"
Capítulo 10: "Una mano de la familia"
Capítulo 11: "El diario de vida"
Capítulo 12: "El huevo de dragón"
Capítulo 13: "Lo oculto tras las rejas"
Capítulo 14: "Rehenes inesperados"
Capítulo 15: "Visitas inesperadas, cambios inesperados"
Capítulo 16: "Retirada forzada"
Capítulo 17: "El peso de las palabras"
Capítulo 18: "Conversación repentina"
Capítulo 19: "El anillo que lo salvó todo"
Capítulo 21: "Noche de luna llena"
Capítulo 22: "Encuentros inesperados"
Capítulo 23: "Lo que expresa un reflejo"
Capítulo 24: "Ataques sorpresivos"
Capítulo 25: "El bar mágico"
Capítulo 26: "Sala de tortura"
Capítulo 27: "La casa del viejo mago"
Capítulo 28: "La decisión más difícil"
Capítulo 29: "La trampa menos pensada"
Capítulo 30: "La llegada definitiva"
Capítulo 31: "Secretos por descubrir"

Capítulo 20: "Objetivo en medio de la nada"

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By antohiraga

Arthur tiraba de las riendas de Rac, inclinándose levemente hacia adelante, para tener la sensación de que el caballo iba más rápido. Mientras que Leila se afirmaba con fuerza de su hermano, intentando aguantar los fuertes dolores estomacales que le venían repentinamente.

-¿Vas bien? -le preguntaba Arthur, cada cierto tiempo. Y Leila asentía, sin decir palabra.

Mientras más sentían las pisadas de Rac, más ganas de llegar y nervios sentía la princesa. No podía esperar a toparse con Albel.

Ella fue prácticamente todo el camino pensando como le explicaría a Albel tal repentina noticia. No quiso pensar muy bien las palabras, pues tenía claro que por los nervios las olvidaría. Pero hizo su mejor esfuerzo por pensar lo más claramente posible lo que mencionaría.

-¿Nerviosa? -supuso Arthur, mirando a su hermana con el rabillo del ojo.

-Algo -confesó ella-. Honestamente más emocionada que nerviosa.

-Ya veo... Yo no podría decir como sería exactamente mi reacción, pero si fuera Albel probablemente estaría muy feliz. Porque podría formar una familia con la persona que amo -opinó Arthur-. Además... En su caso, él debe tener claro que no pasará nada malo.

-¿Nada malo?

-Claro. Serás una buena madre -le aseguró Arthur-. No me cabe duda.

-¿Eso crees? -sonrió ella-. Albel ama los niños. Pero... La reacción de sus padres, yo...

-No debería importar. Mamá y papá se pondrán felices -dijo inconscientemente cubriéndose la boca al llamar de esa forma a los Manflare. Aunque durante los diez años que vivieron bajo su techo les llamaba así, ahora se le hacía bastante raro. Debido a que su hermana estaba esperando un hijo de Albel.

Y en ese instante, una imagen borrosa se pasó por la cabeza de Arthur. Se trataba del hombre que se le había aparecido en el bosque, segundos antes de toparse con Leila.

"Deberías darte prisa... O sus vidas correrán peligro."

Fueron sus palabras. Y por más que intentara comprenderlas, Arthur se sentía incapaz de verles un verdadero significado. Pero lo primero que se pasó por la cabeza, fue la idea de que "por vidas" se refería a la vida de Leila , y la del bebé que estaba esperando. Y su segunda opción fue la suya y la de Leila. Pero a pesar de eso, no lo entendía del todo, ¿Habrá sido una advertencia? ¿Una amenaza? ¿Un desafío? No tenía forma de saberlo. Pero le inquietaba la idea de que ocurriera segundos antes de ver a Leila. Temía que ella corriera peligro, y por sobretodo, le aterraba la idea de perderla. Pero prefirió guardarse esa preocupación, y no mencionarle el tema a su hermana. O al menos no por ahora...

-¡Estamos llegando, Leila! -avisó Arthur, muy emocionado al ver que el camino estaba terminando. A lo que su hermana respondió con una gran sonrisa.

Leila realmente estaba impaciente por contarle a Albel. Tan así que, decidió bajarse del lomo de Rac y empezar a correr hacia Lander por su propia cuenta. Dejando a Arthur y Rac un poco más atrás. La princesa no tardó en adelantarse a ambos, corriendo lo más rápido que le permitían sus piernas. Mientras Arthur seguía sentado sobre Rac, afirmando suavemente las riendas.

-¡Leila, no corras, podrías tropezar! -le gritó Arthur. Pero la princesa siguió corriendo, sin escuchar a su hermano.

-¡Albel! -exclamó Leila, mientras corría-. Ya estoy en... Ca...sa... -finalizó, teniendo que frotarse los ojos para asociar lo que estaba viendo.

Frente a sus ojos, Lander no era nada más que cenizas. Al igual que en Derfin, lo único que pudo divisar fue terrenos llenos de escombros, o tablones de madera que no se alcanzaron a consumir del todo.

La princesa al observar dicha catástrofe, de inmediato recordó las palabras de Yamir, el líder de la Escolta Real de Tunderriver, el cual mencionó de un pueblo que sufrió la misma situación que Derfin. Pero Leila no se esperaba para nada que se tratara de Lander, en lugar de Lankirian. Por más obvio que esto fuese, jamás lo pensó, ni por un segundo.

Arthur, apenas vio que su hermana se detuvo frente a lo que quedaba de Lander, tiró con fuerza de las riendas de Rac, para quedar junto a su hermana, que buscaba desesperada el terreno donde debería estar la casa de Albel, pero debido a los nervios, apenas podía moverse correctamente.

El príncipe se bajó del lomo de Rac de un salto, y empezó a llevar al animal desde una de sus riendas. Mientras su hermana miraba alrededor, completamente desesperada. Arthur sintió como se le fue el alma del cuerpo, e inmediatamente empezó a mirar de lado a lado, en busca de la casa de Albel.

-Allá -señaló Arthur, caminando apresuradamente a lo que fue la casa de Albel en algún momento. Pero ahora, Arthur solamente pudo divisar cenizas y escombros, que estaban apilados hacia los costados de forma desordenada.

Leila corrió tras Arthur, y quedó frente a lo que solía ser la casa de los Manflare. Pero no fue capaz de decir palabra. Le dolía la cabeza, y sentía una fuerte punzada en el pecho, que no le permitía respirar bien. Sus latidos aumentaron su intensidad, y le empezó a faltar el aire. Leila estaba ahogada, y una extraña sensación en la garganta le impedía decir palabra. Era como si estuviera conteniendo los sollozos en su garganta, sin ser capaz de liberarlos.

Arthur, igual de sorprendido que su hermana, se limitó a mirar a Leila, la cual no tardó en entrar en llanto.

"No te ilusiones demasiado, Leila" Recordó entonces la princesa. Esa frase que Adelina le murmuró al oído antes de irse, y que en ese momento no había logrado comprender, ahora tenía más sentido que nunca...

-Adelina... Tenía razón... -murmuró Leila, de una forma tan cortante que, Arthur no logró comprender sus palabras.

El príncipe se fijo en como empezó a tiritar la mandíbula de la princesa, mientras contenía las lágrimas inútilmente. Ya no había vuelta atrás. Y Leila lo tenía claro... Ya no podía dejar de llorar. Y Arthur, sintió de inmediato como unas lágrimas cayeron por sus mejillas, pero logró detenerlas, antes de que Leila las viera.

-¡Albel! ¡Señora Elvira! ¡Señor Manflare! -exclamó Leila, caminando entre los escombros, pero lo único que consiguió fue herirse la rodilla con una tabla de madera quemada-. ¡Respondan, porfavor! -suplicaba inútilmente, buscando desesperadamente algún rastro suyo en los escombros. Las manos de la princesa empezaron a ensuciarse, y en su mano derecha aparecieron unos cortes provocados por la brusquedad de sus movimientos al mover las tablas sucias.

-Leila, te estás haciendo daño, aléjate- le pidió Arthur, intentando alejar a su hermana de los escombros. Pero ella no se movió ni un poco.

-¡Albel! -le llamaba Leila entre gritos, mientras Arthur le alejaba de las cenizas, afirmándole de ambos brazos por detrás-. ¡Porfavor, no me dejes!

Arthur comenzó a tirar los brazos de su hermana hacia atrás, evitando que la princesa se acercara a los restos de la casa de los Manflare. Pero ella estaba desesperada, y aunque Arthur le sujetaba con firmeza, ella no se rendía por soltarse de su agarre.

-¡Albel! ¡Albel! -gritaba Leila. Pero Arthur no la soltaba.

-Cálmate, Leila -le detenía él-. Te puedes dañar si sigues tan alterada.

-Arthur, no pienso perderle, debo encontrar algo que pueda servir -justificó ella, pero antes de hacer cualquier movimiento peligroso, el príncipe le entregó a Leila la cuerda con la que sujetaba a Rac, y cuidadosamente empezó a pisar entre los escombros, buscando algo que pudiera servir como señal. Mientras Leila cuidaba de Rac, llorando completamente desconsolada. Pero entendiendo que, Arthur sería quien busque algo entre los restos.

-Albel... -susurraba Leila, apoyando su cabeza en el lomo de Rac, y cubriendo su rostro con ambos brazos, apenas siendo capaz de mantenerse en pie. Jamás se había sentido tan débil, y todo el cuerpo le temblaba sin control.

Arthur en tanto, inspeccionó de reojo las ruinas, levantando cuidadosamente unas tablas que parecían formar parte de las ventanas. Temía encontrar algún cadáver, o toparse con algo desagradable a la vista. Pero cuando estuvo apunto de terminar de revisar el terreno, encontró algo increíble, que pensó que no volvería a ver nunca más: Una caja pequeña, que al abrirla, Arthur se dio cuenta que tenía el anillo que Albel había comprado para Leila.

-¿Encontraste...algo...? -preguntó Leila, pegando la vista en su hermano que, segundos antes de dicha pregunta, logró guardar el anillo de matrimonio antes de que fuera visto por su hermana.

-No -mintió Arthur. Acomodando la caja en el bolsillo izquierdo de su chaqueta. El príncipe tenía esperanzas de que Albel seguía con vida, y por ello, prefirió guardar el anillo para entregárselo a él, si es que llegaban a toparse en algún momento. A pesar de no tener la seguridad total de que Albel continuara vivo.

-No... Debe haber algo -se negaba Leila-. Los señores Manflare están vivos... Albel está vivo... Me niego a creer lo contrario.

-Lo están, créeme -dijo Arthur, rodeando el torso de Leila con ambos brazos-. Tranquila... Tranquila...

-Jamás entenderías como se siente esto... -murmuró Leila, usando el hombro de su hermano como pañuelo-. Esas palabras no me sirven, Arthur. Necesito verles... Y saber que están bien.

-No tienes que alterarte tanto... Podría ser malo para el bebé- argumentó Arthur, acariciando la espalda de su hermana-. Cálmate... -le pidió Arthur, a pesar de que él estaba realmente nervioso y asustado también. Aunque no lo demostró frente a su hermana. Le preocupó encontrar el anillo de matrimonio, pero al recogerlo, sintió una leve esperanza de encontrarle con vida. Así que prefirió no mencionarle nada del anillo. Pues primero quería asegurarse de que Albel continuara con vida, porque no deseaba arruinarle la sorpresa a Leila. Además, Arthur prometió guardar el secreto de Albel, y no pensaba romper su promesa.

Cuando Leila se calmó más, Arthur le agarró de la muñeca, y le ayudó a subirse en el lomo de Rac, montándose inmediatamente delante de su hermana.

-¿A-Adónde...? -iba a preguntar Leila, al mismo tiempo que Arthur tiró de las riendas con suavidad, provocando que Rac empezara a caminar hacia el inicio del bosque, que se encontraba a unos pocos metros de allí.

Al llegar, Arthur amarró la cuerda de Rac a un tronco grueso, y ayudó a Leila a bajarse del animal. Pero ella estaba tan nerviosa, que cuando Arthur le ofreció una mano para bajar, se terminó cayendo en sus brazos, sin fuerzas.

-No podemos seguir pensando aquí, lo mejor será alejarnos un poco -dijo Arthur, señalando una pequeña corriente que estaba a un par de metros de ellos-. Lávate el rostro, para calmarte un poco. Yo seguiré buscando, ¿bueno?

-M-Mhm. Ten cuidado.

-Tú deberías tenerlo -le corrigió Arthur, al mismo tiempo que Leila le cedió su anillo de Campo de fuerza-. ¿Eh?

-Si yo tengo el tuyo, lo mínimo es que tú tengas el mío -sugirió Leila-. Yo con el de Regeneración, y tú el mío.

-Bueno, si eso te deja tranquila, acepto -respondió Arthur-. No te muevas hasta que regrese.

-Sí.

Apenas Arthur dijo eso, se alejó y siguió buscando entre los restos de la casa de Albel. Cerca de una hora estuvo moviendo muebles rotos, escombros, y otras cosas. Pero además del anillo, no logró encontrar absolutamente nada.

-¿Te fue bien? -preguntó la princesa. Provocando que Arthur desviara la mirada con vergüenza, negando con la cabeza. Le había invadido una especie de impotencia que ni él mismo era capaz de explicar. Todo les estaba saliendo mal, y cuando pensaban que las cosas no podían ir peor, sucedió esto.

-O-Oh...

-Pero... Albel y sus padres están vivos. Están prisioneros en Mazeriver -aseguró-. El líder de la Escolta Real de Karine lo dijo, ¿Lo recuerdas? Que la gente fue encerrada en los calabozos.

-S-sí... Lo había olvidado -confesó Leila-. Si es así... ¿Qué haremos?

-¿Qué haré? -le corrigió Arthur-. Mi objetivo es ir a Mazeriver y liberarles. No sé cuándo ni cómo. Pero mientras estés esperando a mi sobrino, no te permitiré ir conmigo. Tengo que buscar algún sitio donde puedan cuidarte, y sea de confianza.

-¿Y si buscamos a Renra? Ella podría quedarse conmigo -sugirió Leila. Pero Arthur negó con la cabeza al escuchar ese nombre.

-Ni en sueños. Ella debe odiarnos -dijo Arthur entre un suspiro-. Y el bosque no es seguro para ti.

-¿Y Adelina?

-Sería nuestra opción más cercana. Pero... No lo sé. Siendo honesto... no le tengo mucha confianza actualmente - confesó-. Lo mejor será ver en estos días qué debemos hacer. Pero en tanto, lo que veo mejor será avanzar por el bosque, quizás un poco más al norte encontremos algún sitio bueno.

-Arthur, no es necesario que busques un hospedaje. Yo te acompañaré -le pidió Leila-. Solo me he sentido mal porque han sido días difíciles. Además... No quiero que te tomes otras molestias por mí. Yo sé cuidarme, estaré bien.

-No, Leila. Es muy riesgoso.

-Tengo un anillo que puede protegerme de todo peligro -agregó Leila-. Y si me duele algo, puedo usar tu anillo. Te avisaré, lo juro.

Arthur vaciló unos segundos, pero se veía poco convencido.

-Además, si vamos al norte, nos encontraríamos "más cerca" de otra de las cruces. Aunque nos tomaría semanas llegar a ellas.

-De acuerdo -aprobó Arthur-. Pero... Si te notó rara, no dudaré en llevarte donde Adelina, ¿Entendido?

-De acuerdo. Lo prometo.

Apenas Leila dijo eso, se subió por su cuenta en el lomo de Rac. Arthur imitó su acción, y le dio un leve golpe a Rac en un costado, provocando que este empezara a correr, adentrándose en el bosque. Los príncipes intentarían tomar otra ruta en el bosque, que podría llevarlos, o no, a lo que ellos buscan...

[...]

En tanto, en Tunderriver. Karine había conocido a Tristán, en la misma tarde que Arthur y Leila se fueron del castillo, y Renra, que se fue por su parte. Pero, como era de esperarse, no prestó ni el mínimo interés en el apuesto príncipe.

Y en ese tiempo que ha transcurrido allí, el príncipe Tristán se ha quedado viviendo en el castillo de la princesa, con el único objetivo de hacer que ella le aceptara como esposo. Pero Karine era una chica difícil, y no le interesaba casarse por compromiso, sino que por amor.

-¡Princesa Karine! -exclamó Tristán, corriendo hacia la chica, que se encontraba sentada en una de las sillas del comedor, tomando una taza de té a solas. Pero la princesa al verle, fingió no haber notado su presencia-. ¿Le gustaría salir a dar una vuelta?

-¿Por dónde? -preguntó Karine, sin ánimos.

-El bosque de las hadas. Voy ahí de vez en cuando, cuando me apetece descansar, ¿Le interesa? -le ofreció Tristán. Provocando que la princesa le mirara con interés.

-¿Bosque de las hadas? Jamás he ido allí... -murmuró Karine-. ¿Cuánto tiempo es de viaje?

-No es muy lejos. En unas cuatro horas llegamos en carruaje -aseguró Tristán, haciendo una leve reverencia frente a Karine-. ¿Acepta?

-¡Sí!- exclamó, muy emocionada-. Por esta vez, sí... -agregó, intentando hacerse la difícil. Pero Tristán al notarlo, sonrió burlón.

-Entonces vamos -dijo él, ofreciendo su mano a la princesa. La cual la aceptó algo dudosa, levantándose de su asiento.

Karine sintió que quizás intentar llevarse bien con Tristán no le vendría nada de mal. Y a pesar de que no tenía planeado casarse, aceptó por esta vez ir al bosque de las hadas con él. Le emocionaba la idea de ir allí. Quedaba relativamente cerca de Tunderriver, y a pesar de ello, jamás había tenido la posibilidad de ir.

Apenas se levantó de la mesa, Tristán caminó hacia la puerta, sujetando con suavidad la mano de la princesa. Karine se sentía segura por alguna razón, aunque no conocía bien a Tristán, su mano le otorgaba una especie de protección extraña, que ella misma desconocía.

Tristán iba a llevar su mano libre a la puerta para abrirla, pero antes de lograrlo, Karine dio un paso hacia atrás, tirando a Tristán hacia atrás también.

-¿Mis padres saben de esto? -preguntó Karine, algo dudosa. Y él asintió.

-Me dijeron que podía pasar el día contigo. Les he pedido autorización, si eso es lo que te preocupa -le calmó el príncipe, llevando nuevamente su mano a la puerta. Pero antes de llegar a ella, alguien la abrió desde el otro lado.

Un hombre relativamente alto se encontraba del otro lado, seguido de unos caballeros de armadura azul, que a diferencia suya, no tenían una pluma sobre sus sombreros . El líder era de piel clara, cabello azabache y ojos claros, los cuales no tardaron en clavarse en ambos príncipes, que seguían tomados de las manos.

-Yamir... Qué coincidencia -dijo Karine al verle entrar-. ¿Cómo les ha ido? ¿Todo bien? -preguntó, soltando la mano de Tristán. Y caminando hacia el recién llegado.

Yamir se quitó el sombrero y se inclinó un poco, en forma de respeto. Y luego, miró detenidamente a Tristán, examinandole de pies a cabeza.

-Disculpe por mi intromisión, princesa, pero... ¿Quién es este hombre? -se interesó Yamir, refiriéndose a Tristán. La princesa se volteó a mirar al príncipe, y luego a Yamir nuevamente.

-Tristán de Avelion, príncipe de Glazerunner -se presentó él, sin prestar el mayor interés en Yamir. El cual ladeó un poco la cabeza al escuchar su nombre.

-Bueno, príncipe Tristán, necesito hablar a solas con la princesa, ¿Me permite un momento? -le pidió Yamir. Y Tristán asintió muy poco convencido, luego de unos breves segundos de silencio.

-Espérame afuera, saldré de inmediato -le pidió Karine a Tristán. Provocando que este suspirara, y abriera las puertas, para esperar afuera.

Apenas Tristán salió del castillo, Yamir le pidió a los pocos hombres que le acompañaban que se retiraran. Y recién, cuando se encontraba a solas con la princesa, pareció verse preocupado.

-¿Averiguó algo? -quiso saber Karine.

-Algo... -replicó Yamir-. Revisamos el terreno en Derfin. Y me temo que no habían sobrevivientes, y los cadáveres estaban consumidos por completo.

-Eso es terrible...

-Analizamos bien la dirección que pudo tener el fuego. Pero llegamos a la conclusión de que las llamas llegaron sin mas. Lo que es prácticamente imposible -explicó Yamir-. Y lo único en concreto que pensamos fue que, se trataba de magia negra.

-¿Magia negra? -repitió Karine-. ¿Cómo? ¿Quién?

-No lo sabemos. Pero fue nuestra deducción. No podemos asegurarle nada todavía. Pero volveré a investigar dentro de poco, si es que necesita datos más precisos -se ofreció Yamir, pero Karine negó con la cabeza.

-Con eso está bien, lo mejor será que tú y los otros descansen -sugirió, refiriéndose a los compañeros de Yamir-. Debió ser un viaje agotador. Lo hiciste bien. No necesito nada más por el momento. Y muchas gracias, por cierto. Supieras cuanto valoro tu esfuerzo, Yamir.

-Me alegra oír eso viniendo de usted -confesó Yamir, llevándose las manos tras la espalda-. Preferí decirlo a solas, pues no conozco para nada al príncipe Tristán.

-Ni te imaginas, Yamir... Mis padres volvieron de su viaje y regresaron con ese hombre. Me han dicho que debo casarme con él. Es mi prometido ahora -explicó ella-. Y aún lo estoy conociendo. Pero estoy intentando darle una oportunidad.

Yamir abrió los ojos más de la cuenta ante tal explicación. Y Karine desvío la mirada, fijándose en la puerta.

-Qué raro viniendo de usted -murmuró Yamir-. Generalmente rechaza a los prometidos.

-Sí, pero... Ya estoy más vieja que antes, Yamir -explicó Karine, con un poco de vergüenza-. Y la probabilidad de que un hombre se fije en mí es baja, ¿sabe? Y Tunderriver depende de mí... -prosiguió, soltando un agotado suspiro-. A veces... Me gustaría haber sido un varón. No tendría que desesperarme tanto en buscar pareja.

-No piense eso -dijo Yamir-. Usted es una mujer muy digna y segura. La edad no le será un contratiempo. Además... Si usted fuera un hombre, no sería lo mismo charlar todos los días.

-Quizás tienes razón... -murmuró Karine, soltando una risita-. Gracias, Yamir. Ahora voy a salir a pasear con Tristán. Nos vemos más tarde, ¿bueno? -se despidió Karine, sonriendo un poco antes de salir. Dejando solo a Yamir en la entrada.

El jefe de la Escolta Real estuvo apunto de tirar vapor por las orejas. Pero no tenía derecho alguno a hacerlo tampoco. Le aterraba mucho la idea de que Karine tuviera un prometido. Y le frustraba no poder hacer nada más que lamentarse de sus palabras...

"Ya estoy más vieja que antes, Yamir. Y la probabilidad de que un hombre se fije en mí es baja, ¿sabe?"

-Supiera lo equivocada que está, princesa Karine... -murmuró Yamir, apretando los puños por debajo de sus mangas. Sin poder soportar el hecho de que, a partir de ahora, sería otro hombre el que Karine necesitaría en su vida...

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