Los nueve descendientes #Just...

antohiraga által

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Si tus hermanos te buscaran desesperadamente luego de diez años distanciados, ¿Te sentirías feliz? ¿Y si fuer... Több

Poderes de los anillos
Prólogo
Capítulo 1: "La verdadera aventura comienza"
Capítulo 2: "La primera noche"
Capítulo 3: "Identidad al descubierto"
Capítulo 4: "La amenaza siniestra"
Capítulo 6: "La trampa de los animales"
Capítulo 7: "El manantial mágico"
Capítulo 8: "El día que todo desapareció"
Capítulo 9: "La importante confesión"
Capítulo 10: "Una mano de la familia"
Capítulo 11: "El diario de vida"
Capítulo 12: "El huevo de dragón"
Capítulo 13: "Lo oculto tras las rejas"
Capítulo 14: "Rehenes inesperados"
Capítulo 15: "Visitas inesperadas, cambios inesperados"
Capítulo 16: "Retirada forzada"
Capítulo 17: "El peso de las palabras"
Capítulo 18: "Conversación repentina"
Capítulo 19: "El anillo que lo salvó todo"
Capítulo 20: "Objetivo en medio de la nada"
Capítulo 21: "Noche de luna llena"
Capítulo 22: "Encuentros inesperados"
Capítulo 23: "Lo que expresa un reflejo"
Capítulo 24: "Ataques sorpresivos"
Capítulo 25: "El bar mágico"
Capítulo 26: "Sala de tortura"
Capítulo 27: "La casa del viejo mago"
Capítulo 28: "La decisión más difícil"
Capítulo 29: "La trampa menos pensada"
Capítulo 30: "La llegada definitiva"
Capítulo 31: "Secretos por descubrir"

Capítulo 5: "Cómo todo surgió"

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antohiraga által

Luego de mucho caminar, Renra guio a los hermanos a una escondida zona del bosque, en la que dos enormes rocas paralelas les cubrirían por la noche, como si se tratara de un pequeño refugio.

La elfa acomodó sus cosas, y se acostó en el suelo en posición fetal, de inmediato quedándose profundamente dormida. Ambos hermanos se sorprendieron de lo rápido que se durmió la chica, pero luego optaron por imitar su acción. Sobretodo Arthur, que seguía agotado por falta de sueño. Estos días había dormido realmente mal.

Leila se percató de que Arthur se quedó dormido, y miró ambos anillos que tenía en el mismo dedo. No podía creer que Adelina les había entregado el anillo de Colin, "¿Cómo lo había conseguido tan rápido?" se preguntaba para si misma, mientras pasaba sus dedos por su rubio cabello. No quería ni pensar en que Adelina pudo quitarle la vida a Colin. Pero las preocupaciones le eran inevitables.

Recién el segundo día había terminado, y aún así, Leila no podía evitar sentir un apretón en el pecho. Se llevó la mano derecha a éste, como si disminuyera el dolor. Habían sucedido tantas cosas en tan poco tiempo, que no sabía que les esperaría más adelante. No dejaba de preguntarse qué sería de Albel. Quizás alguno de sus hermanos ya había llegado a la casa de los Manflare a interrogar a su enamorado, pero Leila no tenía como comunicarse con él. De verdad extrañaba a ese hombre. Vivir diez años con él, y luego no verlo, le resultaba extraño. Pero la princesa tenía claro que mientras más días transcurrieran, más echaría de menos al joven.

-Albel... -murmuró Leila, mientras tocaba la perla de su collar. Recordando exactamente el momento cuando le vio por primera vez....

~~~~~
Arthur percibía la agitada respiración de Leila sobre su cabeza, y los pasos cansados del caballo. La joven princesa apenas podía mantenerse despierta, sentía que en cualquier momento iba a perder el conocimiento y caer al suelo. En esos días tan tensos, no había sido capaz de dormir ni comer bien, pues la vida de Arthur la consideró primordial a la suya.

Habían dormido en el bosque desde hace seis días, teniendo que vivir de las sobras o pequeños pedazos de pan que la gente les otorgaba. No era una gran cantidad, pero les servía para pasar un día más con vida.

-Disculpe -dijo Leila, mientras amarraba al caballo a un tronco-. ¿Podría ayudarnos? -le preguntó a un hombre, que ni siquiera se volteó a ver a Leila, como si nadie le hubiera dirigido la palabra-. S-Señora... -dijo Leila, hablando a otra persona que atravesó el bosque, pero la mujer no se dio por aludida. Por lo que la princesa suspiró. Esa situación tan incómoda les había sucedido por ya varios días-. Maldita sea.

Luego de intentarlo un par de veces más, Leila suspiró nuevamente, esta vez más rendida que antes. Arthur se colocó al lado de su hermana, y empezó a abrazarle por las piernas. A lo que ella respondió acariciando su cabeza.

-¿Qué haremos? -le preguntó Arthur.

La joven princesa no halló las palabras para contestarle. Ni ella misma sabía que hacer en ese momento. Sentía que había un enorme peso sobre sus hombros, que ella sola no era capaz de sostener.

-Quiero ir a casa, Leila -confesó  Arthur, al notar que su hermana no respondía. Las lágrimas empezaron a caer por si solas a través de las hinchadas mejillas del pequeño príncipe-. Quiero ir a casa contigo.

-Tranquilo, no tienes que llorar -le calmó Leila, sentándose en el suelo para quedar a su altura-. Tienes que entenderlo, Arthur. No podemos regresar todavía.

-Pero...

-Todo estará bien -le interrumpió Leila, afirmando las diminutas manos del menor entre las suyas-. Te prometo que regresaremos, pero tienes que tener paciencia, ¿bueno?

Arthur siguió llorando, llegando a un punto más descontrolado. La princesa no sabía que medidas tomar.

-¿Qué es lo que más te preocupa? -le interrogó ella.

-Que no veo, Leila -sollozaba Arthur-. Ya no puedo ver con este ojo -explicó, señalando su ojo derecho, que seguía cubierto por el paño que Leila le había amarrado-. Siento que está todo borroso y muy oscuro, no puedo volver si no veo nada con el. Necesito regresar a Mazeriver, pero no quiero que mamá y papá me vean así, porque ya no me van a... ¡Ya no me van a querer!

-¿De qué estás hablando? Ellos siempre te van a querer -aseguró Leila-. No importa que te suceda.

-¡Mentira! ¡Mentira! -negaba Arthur-. Yo no quiero quedar ciego.

-Buscaremos un médico, y él examinará tu ojo -le calmó Leila-. Solo espera un poco más, ¿bueno?

Arthur vaciló unos segundos y asintió, para luego secarse las lágrimas con la manga de su trajecito azul todo harapiento. Leila sonrió un poco, y se levantó, ofreciendole su mano al pequeño, que no dudo en aceptarla.

-Justo hay una casa allí, mira -señaló Leila, pegando la vista hacia una casita de madera que se encontraba a un par de metros-. Debemos llegar ahí...

-¡Vamos! ¡Vamos! ¡Vamos! -repitió Arthur, emocionándose rápidamente. Al mismo tiempo que tiraba de la mano de su hermana. La cual no tardó en quitar la amarra del animal, para llevarlo desde la cuerda.

Ambos hermanos, ya muy desesperados, comenzaron a caminar con pasos cada vez más acelerados hacia la pequeña casa. Mientras que el animal, afirmado de una cuerda, les seguía. Leila dio todos sus esfuerzos por avanzar, y cuando finalmente quedaron frente al hogar, sintió como le faltaba el aire en el pecho. Había usado las pocas fuerzas que le quedaban para caminar hacia la humilde casa.

Para su suerte, la dueña del hogar no demoró nada en abrirles la puerta. Se trataba de la señora Manflare, que al verlos en tal estado, de inmediato les invitó a pasar.

-¿Quién era, cariño? -preguntó un hombre desde el sillón, que se dedicaba a leer en una silla del comedor. Pero al levantar la vista para ver a su esposa, no pudo ocultar su sorpresa al ver a dos muchachos junto a ella, que al juzgar por sus apariencias, parecían venir de una pelea contra un agresivo animal.

Tanto Arthur como Leila, tenían el cabello grasoso y lleno de tierra. El pantalón del menor estaba roto en la zona de las rodillas, y en la parte del pecho tenía unas cuantas manchas de sangre impregnadas al traje. Pero lo que más llamó la atención de la humilde pareja, fue el enorme parche improvisado que el pequeño Arthur tenía amarrado en la zona derecha del rostro, que estaba sucio con sangre ya seca de unos días.

Leila, por su parte, tenía su rubio y ondulado cabello muy despeinado y sucio. Su vestido de seda estaba roto en la zona de los codos, que dejaba a la vista unos pequeños moretones. Bajo los hermosos claros de la chica, habían unas enormes ojeras, y en su mirada se notaba demasiado el hambre y cansancio, que le han invadido por estos eternos días de fuga.

-¿Qué diablos ha pasado, mujer? -quiso saber el hombre, levantándose bruscamente de su asiento.

-No lo sé, acaban de tocar a la puerta diciendo que necesitan ayuda. Y de inmediato les ofrecí entrar, solo mira como están -replicó su mujer, mirando a ambos chicos.

-¿Qué hacen en esa facha? -les preguntó el hombre, mirándolos de pies a cabeza.

-Es una larga historia... Pero estamos escapando. Nuestras vidas corren peligro allá afuera -aseguró Leila, intentando contener la pena-. Venimos de Mazeriver. Han atacado nuestro hogar, y han intentado matarnos. No tenemos adonde ir.

-¿Eh? ¿Por qué los atacaron? ¿Cometieron algún crimen? -les preguntó la mujer, que llevaba el cabello recogido en un pequeño tomate.

-No, pero...

En ese momento, Leila dejó de hablar, ya que la voz de un chico le interrumpió, el cual ingresó al comedor con un enorme canasto de ropa. Se trataba de un muchacho de cabello castaño claro y ojos muy oscuros. Su vestimenta consistía en un traje marrón ya algo gastado, junto a unas botas negras que le llegaban por debajo de la rodilla.

-¿Dónde dejo la ropa, mamá? -preguntó el recién llegado, apenas llegando a terminar su pregunta, pues al notar la presencia de Arthur y Leila no supo que decir. Quedó tan sorprendido que no se atrevió a hablar mucho-. ¿Qué está pasando aquí? -se limitó a decir el joven, dejando la canasta a un lado-. ¿Están bien? -agregó al par de segundos, mirando a los príncipes.

-Lo que pasa es que han llegado de muy lejos. Están escapando de su hogar, porque han sido atacados. Dicen que querían matarlos -explicó el hombre. Provocando que el muchacho ladeara la cabeza algo extrañado.

-¿Qué? Pero si parecen ser buenas personas -confesó él.

-Eso estaba explicando la jovencita -le dijo la mujer, provocando que el joven mirara a Leila-. Y entonces, ¿Por qué querían asesinarles?

-Porque quieren esto -replicó Leila, enseñándoles su anillo.

-Es lindo, pero... No le veo nada de especial, como para asesinar a alguien me refiero -confesó el muchacho.

-Son especiales -admitió Arthur, levantando la mano en la que llevaba su anillo-. Tienen poderes mágicos.

Con la respuesta de Arthur. Ambos adultos intercambiaron miradas con quien parecía ser su hijo. Cada vez entendían menos el rumbo que estaba tomando esta conversación.

-¿Poderes? -preguntó la mujer, colocando sus manos en su cintura.

-Sí -afirmó Arthur, algo emocionado de demostrar de lo que su anillo era capaz-. ¿Tienen un cuchillo?

-¿Eh? -preguntó el hombre, cada vez más extrañado. Pero el hijo de la pareja no lo dudó mucho, y sacó un cuchillo de uno de los cajones de la pequeña cocina, para entregárselo al pequeño. Sus padres intentaron detenerle. Pero el joven no lo hizo, sino que miró a Leila segundos antes de entregarle el arma blanca al menor, quizás para asegurarse de que la reacción de ella fuera diferente a la de sus padres.

El pequeño príncipe recibió el arma blanca, y se cortó levemente el dedo índice izquierdo, del cual empezó a brotar sangre, que no tardó mucho tiempo en desaparecer por completo de su mano, como si nada hubiese sucedido. La pareja y su hijo quedaron perplejos, sin saber que decir ante tal extraño suceso.

-Estos poderes es lo que quieren esos hombres que nos atacaron -reafirmó  Leila-. El poder de mi anillo es formar campos de fuerza. Ese es el motivo por el cual mi hermano y yo debimos escapar...

-Es fantástico -confesó el joven-. Y si se puede saber... ¿Cómo obtuvieron esos anillos?

-En mi familia somos nueve hermanos, y a cada uno se nos regaló un anillo mágico con un poder distinto -aseguró Leila-. El mago de la familia los hizo especialmente para nosotros. Ya que, bueno... Somos príncipes.

-¿Ah? -preguntó la mujer, alzando ambas cejas-. ¿P-Príncipes? ¿Cómo se llaman ustedes dos?

-Yo soy Leila Windlander -se presentó la princesa-. Y él es Arthur, mi hermanito menor. Somos dos de los nueve príncipes de Mazeriver.

Con las palabras de Leila, la mujer se cubrió la boca de asombro, mientras que su hijo abrió los ojos como platos, quedándose sin palabras.

-Nuestros padres están prisioneros. Y me vi obligada a escapar con mi hermano -confesó Leila-. Llevamos casi una semana buscando un lugar donde quedarnos.

-V-Voy a conversarlo con mi marido -les pidió la mujer, bastante nerviosa-. ¿Nos darían un momento?

-C-Claro -dijo Leila, pegando la vista al suelo, sin saber exactamente que decir. Nunca se imagino que haría  algo tan extraño, como pedir ayuda en una casa con esa desesperación.

-Albel, quédate con ellos un rato. Puedes servirles té o algo mientras tanto -le pidió su madre, provocando que él asintiera aún algo shockeado. Mientras sus padres salían del comedor, dejándolo con ambos hermanos.

Un breve silencio se produjo, en el cual Albel examinó a los príncipes con la mirada. Leila seguía de pie y al sentirse observada, no pudo evitar desviar la mirada. Mientras que Arthur se escondía detrás de ella.

-Sigo sorprendido... -confesó Albel-. Debe ser increíble ser un príncipe. Vivir en un castillo, tener mucha ropa, lujos. Y además esos anillos... ¡Es fabuloso!

-No es la gran cosa -se rió Leila, al ver la emocionada expresión del chico.

-Siempre me han interesado los temas de la magia -admitió-. Cuando niño me gustaba oír sobre brujos, hechiceros y cosas así.

-¿De verdad? -preguntó Leila, algo nerviosa-. No son mitos como se cree. Pero no mucha gente sabe en Mazeriver sobre los anillos. O sino, siempre hubieran intentado quitarnos los anillos.

-Ya veo... No se preocupen de todas formas, mis padres tienen corazones de abuelitos -les calmó Albel-. Además, ustedes parecen personas honestas.

-Gracias por decirlo -agradeció Leila, moviéndose levemente para dejar a su hermanito a la vista-. ¿Escuchaste, Arthur? Quizás logremos quedarnos aquí.

El menor se incomodó al notar que Albel se le quedó mirando. Estaba muy nervioso de hablar con otras personas que no fueran parte de su familia, por lo que no sabía que responder. Pero Albel logró notar lo tímido que era el pequeño príncipe, y se decidió a acercarse a él, sentándose de rodillas para quedar a su altura.

-Hola, mi nombre es Albel Manflare -se presentó al menor, mientras le ofrecía su mano-. Un gusto... Arthur, ¿no es así?

Arthur abrió más de la cuenta sus ojos, y aceptó el saludo, acercando su mano a la de Albel con lentitud, el cual no dudo en estrecharla suavemente con una gran sonrisa en su rostro. El príncipe no pudo evitar devolverle la sonrisa, sin duda era un chico muy amigable.

-Qué simpático -comentó Albel, incorporándose nuevamente-. Siempre he querido tener un hermanito.

-Oh... Así que eres hijo único -supusó Leila, mientras acariciaba la cabeza de Arthur-. ¿Tus padres no quisieron más hijos?

-No pudieron -le corrigió Albel-. Mi madre tuvo problemas cuando estaba embarazada de mí. Nací antes de tiempo, y fui muy enfermizo. Mamá me dijo que estuve apunto de morir en el parto, y que básicamente mi propia existencia era un milagro. Obviamente la vida de mi madre correría el doble de peligro con un segundo hijo, y ella decidió no arriesgarse tampoco.

-Oh, lo siento tanto -se lamentó Leila, pero Albel negó con la cabeza.

-Mi madre también estuvo en grave peligro. Y prefiero tenerla a mi lado. Después de todo, soy el niño de mamá- se rió-. Pero hablando en serio, no fue una experiencia mala del todo. Valoro mucho más mi vida de lo normal.

-Hmm, comprendo -dijo Leila-. Nosotros no tuvimos la misma suerte que tú, después de todo... Somos nueve.

-Hm, aunque quedaron separados. Debió ser doloroso -comentó Albel, bajando la vista hacia Arthur, y luego mirando a Leila nuevamente, algo sobresaltado-. Oh, he olvidado presentarme correctamente con usted. Aunque bueno, ya oíste mi nombre -se rió Albel, ofreciendo su mano a la princesa, pero luego retirandola algo nervioso-. No sé como saludarle... -musitó, poniéndose un poco colorado de vergüenza. Pero Leila acercó su mano a la de Albel, estrechandola con suavidad, como si fuera lo más normal del mundo.

-Un apretón está bien -sonrió Leila-. Y no me trates tan formalmente, me siento como mi madre -bromeó-. Después de todo, a partir de ahora, quién sabe si seguiré siendo una princesa.

-Tienes razón -replicó Albel, en tono más serio. Arthur les había estado escuchando charlar todo ese tiempo, y no era capaz de despegar la vista del suelo-. Arthur -le llamó, provocando que el pequeño alzara la vista-. ¿Puedo hacerte una pregunta? Si no te molesta, claramente -el príncipe asintió-. Es que, si tu anillo es de Regeneración, ¿Por qué tienes un pañuelo que te cubre el ojo, como si fuese una herida?

Arthur vaciló un poco antes de responder.

-Porque me atacaron con un arma mágica -explicó el menor-. Y son las únicas cosas que pueden anular los poderes.

-Santo cielo... ¿No te gustaría lavarte el rostro o algo? -le interrogó Albel-. Yo podría ayudarte si me lo permites.

-M-Mhm -afirmó él. Al mismo tiempo que Albel salió del cuarto, en busca de agua fría.

Arthur se quitó el anillo de Regeneración al ver que Leila estaba herida. Ella recibió el artefacto algo confundida, pero luego sonrió.

-Muchas gracias -agradeció Leila, colocandose el anillo por un par de segundos, produciendo que los moretones de su cuerpo desaparecieran.

-No me avisaste que estabas tan herida. Debiste pedírmelo -le dijo Arthur-. Sabes que si te sientes mal puedes usarlo.

-Lo sé. Para la próxima te avisaré -le prometió Leila, devolviendo el anillo al pequeño, segundos antes de que Albel ingresara al comedor con una cubeta llena de agua-. Qué rápido.

-No es algo que tome mucho tiempo -confesó Albel, sentándose frente a Arthur con la cubeta-. Cierra los ojos -le pidió, a lo que el pequeño obedeció rápidamente.

El muchacho hundió el paño en el agua, y empezó a pasarlo por el rostro del pequeño príncipe, limpiando la tierra que tenía en las mejillas y frente. Pero cuando Arthur sintió que Albel acercó demasiado las manos al pañuelo que cubría su ojo, se sobresaltó, e inmediatamente retrocedió, provocando sorpresa en Leila y Albel.

-¿Qué pasa? ¿Fui muy brusco? -le interrogó el joven, bastante preocupado. Pero Arthur negó con la cabeza.

-Mi ojo... Quedó muy feo -murmuró Arthur.

-¿No quieres que lo limpie? -preguntó Albel.

-No quiero que te rías -fue la condición de Arthur. A lo que el chico asintió, casi sin pensarlo.

-Lo prometo, no me voy a reír -replicó Albel, levantando suavemente el pañuelo que cubría el ojo de Arthur. Encontrándose que todo su párpado inferior estaba entre un tono rojizo y morado. Era algo realmente fuerte de ver, ya que a diferencia de su ojo izquierdo, el derecho se desviaba el iris hacia todos lados, como si Arthur no tuviera control del ojo dañado. Las heridas del arma blanca quedaron marcadas en la piel del pequeño alrededor del párpado, incluso sobre su ceja. En algunas zonas del ojo del príncipe se veía que estaba herido e irritado, incluso entre el lagrimal y la piel había quedado un rasguño inmenso, del cual en su momento brotó sangre, ahora siendo una costra, que debía resultar bastante incómoda a la hora de parpadear. Albel no se rió claramente, y limpió alrededor del párpado con la mayor suavidad posible. Arthur se moría de vergüenza, le acomplejaba que alguien, además de Leila, mirara su ojo derecho. Cuando Albel estaba por terminar, sus padres ingresaron al cuarto, por lo que el muchacho volvió a amarrar el paño rápidamente, para evitar que Arthur sintiera más vergüenza de la que ya tenía.

-Lamentamos la tardanza, pero debíamos pensar bien las cosas -se disculpó la mujer. Dejando abierto un pequeño silencio, en el que Albel no pudo evitar quedarse callado.

-Entonces... ¿Pueden quedarse? -preguntó esperanzado. Provocando que su padre negara con la cabeza, al mismo tiempo que su madre bajó la mirada-. ¿Qué? ¿P-Por qué?

-De verdad lo siento -murmuró la señora Manflare, a lo que Leila y Arthur bajaron la mirada, algo derrotados.

-Analizamos todo lo que podíamos hacer para que se quedaran. Pero nosotros apenas tenemos para sobrevivir por nuestra cuenta, y tampoco tenemos alguna cama o colchón donde puedan quedarse esta noche -se lamentó el hombre, de barba algo larga-. Lo lamentamos de verdad. Intentamos ver si podrían dormir en alguna cama improvisada, pero no tuvimos ninguna idea.

-C-Comprendo -murmuró Leila, aunque por dentro le dolía todo. Se había ilusionado más de la cuenta.

-Perdón- repitió la mujer-. Pero si quieren, podemos darle algunos pedazos de pan del desayuno que teníamos para mañana. Pero...

-Quédense -dijo Albel, interrumpiendo a su madre. Y provocando que ambos hermanos abrieran mucho los ojos-. No se vayan.

-Albel, ¿Qué estás diciendo? -le preguntó su madre.

-El problema es el espacio, ¿no es así, mamá? -preguntó Albel, señalando el pequeño comedor-. Yo puedo dormir sobre la mesa, y hacerme una almohada con mudas de ropa. Pero porfavor, no dejes que se vayan. Ellos pueden usar mi cama por esta noche.

-Albel, no sigas... -le detuvo su madre.

-Hace mucho frío afuera -justificó Albel-. No dejarás que duerman al aire libre, ¿verdad? Podrían morir fácilmente ahí afuera, además Arthur es solo un niño.

Con las palabras de Albel, su madre suspiró, al mismo tiempo que su padre mostró una leve sonrisa en sus labios.

-Cariño, dile algo. No puede dormir en la mesa -dijo la mujer, mirando a su esposo, que no dejaba de observar a sus inesperados invitados.

-Déjalo, Elvira. Estoy de acuerdo con Albel -fueron las palabras del hombre, que dejaron asombrada a su esposa-. Pero solo tengo una pregunta para él... -dijo, mientras dirigía la vista hacia su hijo-. No planeas dormir toda la vida en esa mesa, ¿verdad? Mira, Albel, sé que estás emocionado, sobretodo porque puede ser lo más cercano a hermanos que podrías tener, y estos chicos parecen simpáticos. Pero aceptaré que se queden si me planteas una solución a que duermas en esa mesa, ¿Qué piensas hacer respecto a eso? Porque con tu madre no permitiremos que duermas en ella para siempre. Te aguantaré tres semanas como máximo. Y si en ese tiempo sigues durmiendo en este lugar... -explicó, colocando su mano sobre la mesa-. Ellos tendrán que irse. A menos que se te ocurra una idea mejor.

Albel guardó silencio unos segundos. No se había puesto a pensar en eso. Las palabras salieron por si solas, y ahora no tenía del todo claro que hacer. Sabía que sus padres no aceptarían su idea, pero no quería que dos personas inocentes terminaran viviendo afuera, sin tener un techo donde dormir.

-Creo que sería mejor irnos -murmuró Leila, al no escuchar respuesta por parte de Albel.

-No queremos causar más problemas -consideró Arthur, lamentandose también.

La mujer miró a su esposo, la verdad sin muchas esperanzas de que su hijo respondiera a tal problema. Pero el señor Manflare tenía una actitud completamente distinta, miraba a Albel como si supiera que él tendría algo que agregar.

-Voy a construir una cama -respondió Albel, en medio de ese incómodo silencio. Leila se quedó estupefacta de tal persistente actitud. Realmente no esperaba que Albel se atreviera a decir algo ante las palabras de su padre-. Deja que se queden. Yo armaré una cama para que duerman, y así podré volver a dormir en la mía, y no tendré que acostarme en la mesa. Pero dame tres semanas, es todo lo que te pido, papá.

Elvira, la madre de Albel, se veía cada vez más sorprendida. No sabía que decir, jamás pensó que su hijo fuera capaz de ofrecer algo así por unos desconocidos.

-Me parece. Si en tres semanas sigues durmiendo en la mesa, ya sabes, Albel -le advirtió su padre-. Si de verdad quieres que estos chicos se queden, más te vale que empieces pronto a construir esa cama.

-Lo tengo claro. Pero mientras estén tres semanas aquí, yo me quedo más tranquilo -confesó Albel-. Empezaré mañana mismo.

Con la afirmación del muchacho, sus padres asintieron, aún sin poder creer del todo lo que Albel estaba diciendo.

-Tres semanas son definitivas -aseguró la mujer-. Pero sabes que si ellos se quedarán aquí. Deben ayudarnos a Roger y a mí con el huerto familiar, ¿Serán capaces de eso?

-C-Claro que sí -tartamudeó Leila-. De verdad muchas gracias por aceptarnos, aunque sea unas semanas.

-No se preocupen -sonrió el hombre, pasando su mano por la cabeza de Arthur-. Albel, anda a enseñarles su cama provisoria.

-Claro -aseguró él, algo emocionado-. Síganme -les pidió a ambos príncipes, que empezaron a caminar detrás suyo.

La casa de Albel era bastante pequeña, por lo que tardaron menos de un minuto en llegar a lo que sería su habitación, realizada en su mayoría con madera. A Arthur le interesó bastante su cama, pues era cerca de tres veces más pequeña que la que solía tener en Mazeriver. Pero por alguna razón, le pareció más acogedora que la suya.

-Sé que no debe ser como las camas de oro que debían tener en Mazeriver, pero espero que les guste -sonrió Albel, mientras les señalaba la cama-. Espero que no les moleste dormir tres semanas aquí. Pero intentaré hacer una cama más grande para ustedes.

-No, yo quiero una cama del mismo tamaño que la tuya -le pidió Arthur, sin ser capaz de ocultar su sorpresa-. Además... ¡Es de madera!

-Bueno, si eso quieres, no me niego -le sonrió Albel-. Será más sencillo de hecho.

-¡Yay! -celebró Arthur, saltando alrededor de Albel-. ¿Escuchaste, Leila? En tres semanas tendremos una cama como esta. Eres increíble, Albel, muchas gracias.

-Sí, he escuchado -replicó Leila, algo insegura. Sensación que pudo percibir Albel con bastante facilidad.

-¿No te gusta la idea de tener una cama así? -le interrogó Albel, sintiéndose algo desanimado.

-No, no se trata de eso, Albel -negó Leila, bajando la mirada-. Es solo que yo... Creo que estamos aprovechándonos de tu familia. Te agradezco que insistieras en que podríamos quedarnos tres semanas, pero después de que ese tiempo transcurra, yo creo que lo mejor sería irnos. La idea de que nos hagas una cama... No lo sé... No quiero que te tomes tantas molestias por nosotros solo por ser príncipes.

-¿Eh? ¿Solo por ser príncipes? -le preguntó Albel, repitiendo las palabras de Leila-. No cambiaría mi decisión de hacer que se quedaran, sean príncipes o no. Para mí, las personas son en esencia todas iguales. Claro que el mundo es discriminatorio, y algunos nacen con más suerte que otros.

-¿Hablas en serio? -quiso saber Leila.

-¿Tengo cara de estar mintiendo? -le interrogó Albel, afirmando a Leila de ambas manos-. Yo no soy de ocultar las cosas. Confía en mí, pero porfavor, quédense. Lo único que deben hacer es esperar tres semanas, y tendrán una cama especial para ustedes dos. Mi familia no es muy exigente, pero si cooperan en el huerto, sería de mucha ayuda.

-Bueno, si tú lo dices... Nos quedaremos aquí, ayudaremos en lo que podamos -sonrió Leila-. ¿Cierto, Arthur?

-¡Sí! -afirmó el menor, abrazando a Albel por las piernas.

-Cuando las cosas se arreglen en el reino, volveremos -explicó Leila-. Y no creo que sea muy pronto la verdad.

-Mhm, bueno. Descansen. Si necesitan ropa o algo, no duden en despertarme -les sonrió Albel, mientras acariciaba la cabeza del pequeño, el cual no dudo en lanzarse sobre la cama de Albel, después de varios días volvía a estar sobre una cama-. Con permiso, me retiro -dijo él, mientras se dirigía hacia la puerta. Pero Leila le detuvo, afirmándole de la muñeca.

Albel se volteó a ver a la princesa, que seguía deteniendole. Ella al ver que el joven dio media vuelta, no pudo evitar sonreírle con dulzura, mientras le miraba.

-Muchas gracias por todo -fueron las palabras de Leila-. Fuiste tan persistente para que lograramos pasar aunque sea una noche bajo el techo de tu casa. Y eso lo agradezco. Creo que fue una actitud muy tierna de tu parte.

Albel se sonrojó como un tomate ante tales palabras, y le devolvió la sonrisa algo nervioso, mientras se pasaba una mano tras la nuca. Esas palabras le habían llegado de golpe, y no esperaba que le agradecieran de esa manera. Pero fue una de las pocas veces en donde un simple "Gracias" le había hecho tan feliz...
~~~~~

Al pensar en todo eso, Leila sonrió, recordando en todos los días de trabajo que estuvo Albel terminando la cama. Gracias a él habían conseguido un lugar donde vivir por diez años, y lo más importante, una hermosa familia de la que ellos empezaron a formar parte...




Olvasás folytatása

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