Touchdown

By CreativeToTheCore

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Primer libro de la serie #GoodBoys. En físico gracias a Nova Casa Editorial (este es un borrador). Inteligent... More

Sinopsis
A d v e r t e n c i a
001 | Vodka
002 | Resaca
003 | Reglas
P e r s o n a j e s
004 | Discernimiento
005 | Tackle
006 | Globos
007 | Cómplice
008 | Captura
009 | Neurótica
011 | Ratatouille
012 | Incivil
013 | Brigada
014 | Fluctuación
015 | Apertura
016 | Medidas
017 | Inseguridad
W A T T P A D E R S
018 | Antropoide
019 | Sunshine
020 | Viralizar
021 | Adictos
022 | Insinuaciones
A V I S O
023 | Huesos
024 | Telón
025 | Ayer
026 | Sinfonía
027 | Ojeras
028 | Estadística
029 | Inefable
030 | Luciérnaga
031 | Acéptalo
032 | Artero
W A T T P A D E R S
033 | Sentir
034 | Taquicardia
035 | Lavanda
036 | Rosas
037 | Tradicional
038 | Indemne
039 | Intensidad
040 | Límites
041 | Estrechar
042 | Eupéptico
043 | Necesidad
044 | Lío
045 | Balas
046 | Prometedor
047 | Control
048 | Irresoluto
049 | Tentar
050 | Pretérito
051 | Boa
052 | Cuentos
W A T T P A D E R S
053 | Inconmensurable
054 | Sobrevalorar
055 | Camaradería
056 | Escalar
057 | Bifurcar
058 | Halloween
059 | Halloween al cuadrado
060 | Caer
061 | Fragmentos
062 | Tempestad
063 | Más
064 | Etéreo
A V I S O
065 | Terrario
066 | Desperdiciar
067 | Dilucidar
068 | Valijas
069 | Obsequios
070 | Señas
071 | Leyes aeroportuarias
E P Í L O G O
Agradecimientos y avisos
En físico: Librerías
🎄 ESPECIAL NAVIDEÑO 🎄

010 | Rito

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By CreativeToTheCore

MALCOM

—Kansas —la llamo otra vez—, levántate.

Me arrepiento de haber dejado a sus amigas en casa de Harriet, pero no tuve elección. En cuanto la rubia detuvo el Jeep frente a un pórtico y dijo que cuidaría de la alcohólica, tuve que marchar. No sabía cómo volver a casa de Bill, pero claramente no pediría indicaciones teniendo en mi poder un aparato electrónico con Google Maps. Veinte minutos tardé en llegar a la casa de los Shepard, veinte minutos en los cuales me la pasé ordenando alfabéticamente todos los adjetivos calificativos que se me ocurrían para Mercury: altanero, imbécil, petulante, imbécil, irritante, ególatra, imbécil.

Tal vez no estén ordenados alfabéticamente, pero teniendo en cuenta que me acaban de dar un puñetazo que me descolocó parte del cerebro y que creo que tuvo repercusiones en el hemisferio izquierdo, el que está relacionado con la parte verbal y también se ocupa de la aritmética y la lógica, no voy a preocuparme por recordar el orden de las letras del abecedario. Y ahora, mientras deseo que esta noche acabe, intento sacar a una somnolienta Kansas del asiento trasero del coche.

—Kansas, despiértate —insisto sacudiendo con suavidad su hombro.

Ella parece tener un sueño bastante profundo porque ni siquiera se mueve y, si se hubiera dejado los pantalones de pijama y la arrugada camiseta de Pearl Jam, tal vez la hubiese dejado dormir en el Jeep. Pero ahora que está con unos jeans que parecen cortarle la circulación —pero que vale aclarar que resaltan su trasero—, y una camiseta cubierta de lágrimas y mucosidad de Jamie, creo que será mejor que se baje. Además, esa posición no aparenta ser nada cómoda. Está acurrucada contra el asiento, prácticamente con su boca pegada al cuero, con sus piernas flexionadas y el cuello torcido.

—Te va a agarrar tortícolis —advierto.

Permanece inmutable mientras me hundo las manos en el pelo. Hace diez minutos que intento despertarla de la forma más amable y suave posible, pero francamente parece un oso pardo en pleno apogeo de hibernación. Estoy cansado, adolorido y que sea la una de la madrugada no ayuda.

Por suerte, hoy es mi día libre y no pienso dormir mis ocho horas diarias. Voy a dormir nueve, porque con todo lo que he presenciado esta noche, me lo merezco.

—¿Sabes qué? —espeto a la castaña—. Estoy harto de esto, dormirás en el coche.

Cierro la puerta del Jeep y trazo el camino hasta la entrada de la casa, pero me detengo en cuanto recuerdo que el padre de Kansas está ahí dentro. Si la encuentra durmiendo en el Jeep, sabrá que le di las llaves, y eso implicaría diez millas a la redonda y otro posible puñetazo proporcionado por el entrenador. Además, hace algo de frío. Puede que yo esté acostumbrado al clima de Londres, pero vi a Jamie y a Harriet con los botones de la chaqueta hasta el cuello. Kansas solo tiene una camiseta que lo único que hará será darle un resfriado. Lo último que quiero es pasar el fin de semana nadando entre papel y mucosidad, tomando sopa y viéndola estornudar mientras esparce sus gérmenes por cada rincón de la casa. A parte, es un hecho que el virus del resfriado sobrevive más tiempo sobre superficies inanimadas impermeables, como el metal, el plástico y la madera.

Mi primer partido con los Jaguars es mañana. No voy a dejar que me contagie un virus y me obligue a quedarme en la banca, no mientras tenga la oportunidad de probarme frente a estos estadounidenses y opacar al innombrable número siete.

—Última oportunidad —digo regresando y abriendo la puerta del Jeep—. Muévete, Kansas. Réveille-toi!

Ella permanece inmutable, así que paso un brazo por su espalda y otro por debajo de sus rodillas, la levanto y cierro la puerta con el pie, asegurándome de no rasgar la pintura. Por primera vez estoy contento de que esté dormida, porque de otra forma me lanzaría una de sus características miradas por tocar su coche.

Camino con ella hasta la entrada, su cabeza bajo mi barbilla mientras intento ingeniármelas para abrir la puerta y no dejarla caer en el proceso. Cargar a alguien no es tan fácil teniendo en cuenta que no puedo lanzarla como a un balón de

fútbol y tampoco puedo pasársela a algún receptor, pero es agradable aspirar la mezcla de champú y perfume que emana desde su cabeza. Sin duda alguna, es lo más agradable que he podido rescatar de ella hasta el momento.

En cuanto comienzo a subir las escaleras, repito el Padre Nuestro internamente para que Bill Shepard no se levante y me vea en esta comprometedora posición con su hija. Pero, al igual que Kansas, el entrenador parece tener el sueño pesado. Logro llegar a la habitación de la castaña con todas mis extremidades intactas y me alegra no ser víctima de algún mutilamiento medieval por parte del coach.

La cama de dos plazas se ve prometedora, y por un segundo se me ocurre devolver a Kansas al Jeep y taparme con ese acolchado de felpudo, pero acatando el pensamiento razonable que aún soy capaz de formular a estas horas, la deposito en la cama. Observo a mi alrededor y veo la sencillez de su recámara: una cama, un escritorio, un armario y un pequeño sillón junto al balcón. Lo que me genera algo de inquisición es el piano que hay al otro lado de la habitación. No es el piano de cola que seguramente tenía Beethoven, ni tampoco es muy extravagante. En realidad, parece un poco maltratado por los años y está juntando polvo. Hay ácaros por doquier y parece ser lo único en toda la habitación que no se ha tocado por mucho tiempo.

Jamás hubiera adivinado que Kansas tenía un talento oculto, mucho menos musical. En lo que a mí respecta, sigo pensando que es una especialista en generar polémica y que el único talento que posee es el de sacar de quicio a la gente con su insistencia y sus comentarios mordaces. Le doy una última mirada. Tiene el cabello desparramado por la almohada, sus pestañas rozan sus pómulos y su pecho sube y baja en lentas y tranquilas respiraciones.

Recuerdo la mirada cargada de emoción que le cruzó los ojos al preguntarle por qué cuidaba a Zoe y el enojo que cubrió sus facciones en cuanto la acusé de estar con Logan. Tal vez, solo tal vez, debería aprender a cerrar la boca. Debería limitarme a observar como la veo ahora a ella y a ese solitario piano que hay en el rincón, así podría descifrar las cosas de forma más eficaz. Sí, exactamente como lo hago ahora.

Estoy seguro de que Kansas y ese viejo instrumento musical tienen una historia.

Quizás una muy triste.

KANSAS

Cuesta levantarse de la cama un viernes, pero el simple hecho de que se aproxima el fin de semana es lo suficientemente motivador como para que me quite el pijama.

Solo que no tengo puesto el pijama.

Recuerdo los eventos de anoche y tengo que asumir que Malcom me trajo hasta aquí. La verdad es que me alegra que no me haya despertado para hacerme subir las escaleras, porque con el temperamento que tenía ayer lo hubiera mandado a volar.

Al principio todo había estado casi bajo control; mi idea era detener a Jamie de un posible arresto por daños automovilísticos. El problema fue cuando nos contó las terribles cosas que Derek Pittsburgh había dicho y hecho. Si hubiera sido cualquier otra chica, cualquiera menos Sierra Montgomery, podría haberme comportado de manera más civilizada. De todas formas, el hecho de que le haya sido infiel a Jamie era imperdonable y ultrajante, pero que la haya reemplazado por Sierra me hizo perder los estribos.

Puede que a mí me hayan botado por una pelota, pero que te boten por otra chica debe ser fatal.

La casa está en un silencio sepulcral mientras tomo las llaves del Jeep, así que debo suponer que Malcom está en el séptimo sueño y mi padre fue al supermercado como todos los viernes. Es una tradición comer tallarines este día de la semana. Bill Shepard sale a comprar varias libras de cebolla para hacer su salsa secreta. ¿Leche, huevos, papel higiénico, acondicionador, detergente? Eso ya es pedir mucho, él solo compra lo justo y necesario para hacer su especialidad, y digo libras de cebolla porque todo el equipo viene a casa los viernes. O, por lo menos, la mitad de los cincuenta y pico de muchachos lo hacen.

Alimentar a tantos chicos no es tarea fácil ni barata, pero mi padre disfruta de la compañía de su equipo y también aprovecha la ocasión para planear ataques para el próximo juego o ver partidos repetidos de los Kansas City Chiefs.

En cuanto entro por las puertas de la cafetería encuentro a Harriet en la mesa de siempre, con sus resaltadores en mano y la Constitución Norteamericana abierta frente a sus ojos.

—Buenos días, Harri... —empiezo a decir, pero alguien me interrumpe.

—No son buenos días —dice una fúnebre Jamie, dejándose caer en la mesa con nuestro desayuno, observándonos a través de sus lentes de sol.

Esos son los denominados anteojos de resaca.

—Para ti no lo serán —espeta la rubia—. Hoy tendré sociología jurídica y, además de ser mi asignatura predilecta, el profesor es un bombón.

Jamie automáticamente se baja los lentes por el puente de la nariz y una sonrisa le surca los labios. Y ahí está la auténtica Jamie Lynn, solo basta con mencionar a alguien del sexo opuesto para que se regenere su espíritu. Luego de todo lo que Derek la hizo pasar, me alegra verla sonriente y no llorando a moco tendido en su cama. Sin embargo, Pittsburgh pagará por ser infiel. Solo me basta con observar las oscuras bolsas bajo los ojos de la pelirroja y el decaimiento de sus hombros para anhelar algo de revancha. Sé que internamente se siente fatal.

—¿Alguien dijo bombón? —interroga una voz masculina a nuestras espaldas.

—Esfúmate, Ben —responde Harriet en el instante en que el chico se deja caer a su lado y le pasa un brazo por los hombros.

—No puedo, me invocaste. —Le sonríe con perspicacia.

Harriet aleja su brazo sin siquiera dignarse a mirar al muchacho de encantadores ojos verdes. Ben, uno de los jugadores de los Jaguars, tiene interés en ella desde que Harriet empezó a estudiar en la BCU, pero mi querida amiga parece irritarse con facilidad cuando el número trece merodea a nuestro alrededor. Además, esta futura abogada tiende a fijarse en hombres más grandes, no en universitarios. Se defiende con alguna basura de la experiencia y la estabilidad emocional que los mayores pueden aportar a una relación.

—Me refería al profesor Whittle —le informa.

—No hace falta que mientas —sigue Ben antes de tomar el licuado de Harriet y sorber de la pajita ruidosamente.

La mirada de la rubia se llena de repulsión al instante y la conozco lo suficiente como para saber que está pensando en sacar las toallas higiénicas que tiene en la cartera.

—Tus amigas saben de lo nuestro, así que déjalo ser, nena —la fastidia con una sonrisa cargada de confianza.

—¿Qué quieres, Ben? —interfiero antes de que a Harriet le agarre un ataque de germofobia.

—Solo quería que le dieras esto al entrenador —responde sacando un mapa y varios papeles de su mochila—. Dile que el pollo ha salido del huevo —añade observándome fijamente, con seriedad.

—¿El pollo ha salido del huevo? —pregunto incrédula—. ¿Qué clase de mensaje secreto es ese?

Puede que no entienda mucho de fútbol americano, pero estoy segura de que no tiene nada que ver con huevos. O por lo menos, no de los comestibles.

—Solo díselo —reitera incorporándose y colocándose la mochila al hombro—. Nos vemos esta noche, Sunshine —se despide—. Adiós, Jamie, adiós, nena —enfatiza sonriéndole con diversión a Harriet antes de perderse en la multitud de la cafetería.

—Es tan incoherente —dice la rubia cambiando de resaltador. Usa uno rojo, mala señal—. ¿El pollo ha salido del huevo? Seguramente estuvo consumiendo drogas.

—Sé lo que se siente estar bajo el efecto de alucinógenos, y créeme que ese chico no está drogado —replica la pelirroja dando un trago a su café y observándonos con sus marrones y brillantes ojos.

—Te dijimos que debías mantenerte alejada de los porros, Jamie —la regaña Harriet.

—Tal vez sea una especie de vulgar lenguaje masculino —intento explicar observando la intangible letra de Ben en los papeles.

Abro el mapa en la superficie de la mesa y trazo con los dedos las escasas cruces rojas que hay dispersas en él.

—Es el mapa de la reserva Oakmite, a las afueras de Betland —escudriña Harriet.

—In limine litis. —Leo las palabras escritas desprolijamente en una esquina del papel— ¿Litis?

—Es latín —interrumpe Jamie, y tanto la futura abogada como yo nos giramos curiosas y sorprendidas para observarla sorbiendo ruidosamente de su café. ¿Desde cuándo sabe latín?—. Al comienzo del proceso —traduce sorbiendo con más fuerza—. ¿Qué? Es necesario para mi carrera —se excusa encogiéndose de hombros.

—Mi padre apenas puede hablar y escribir en su propio idioma, ¿y Ben le da cosas en latín? —interrogo con desconcierto.

—Suena como un rito de iniciación o algo parecido, tal vez sea algo que daba hacer para su cuadragésimo cumpleaños — ríe. —Shepard cumple años en septiembre —le recuerdo—, pero tal vez no se trata de mi padre —apunto escudriñando el mapa.

Lacónicos segundos de silencio se instalan entre nosotras antes de llegar a la misma conclusión.

—Malcom —decimos al unísono.

¿Pero qué clase de ritual de iniciación hacen los jugadores de fútbol? 

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