Touchdown

By CreativeToTheCore

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Primer libro de la serie #GoodBoys. En físico gracias a Nova Casa Editorial (este es un borrador). Inteligent... More

Sinopsis
A d v e r t e n c i a
001 | Vodka
002 | Resaca
P e r s o n a j e s
004 | Discernimiento
005 | Tackle
006 | Globos
007 | Cómplice
008 | Captura
009 | Neurótica
010 | Rito
011 | Ratatouille
012 | Incivil
013 | Brigada
014 | Fluctuación
015 | Apertura
016 | Medidas
017 | Inseguridad
W A T T P A D E R S
018 | Antropoide
019 | Sunshine
020 | Viralizar
021 | Adictos
022 | Insinuaciones
A V I S O
023 | Huesos
024 | Telón
025 | Ayer
026 | Sinfonía
027 | Ojeras
028 | Estadística
029 | Inefable
030 | Luciérnaga
031 | Acéptalo
032 | Artero
W A T T P A D E R S
033 | Sentir
034 | Taquicardia
035 | Lavanda
036 | Rosas
037 | Tradicional
038 | Indemne
039 | Intensidad
040 | Límites
041 | Estrechar
042 | Eupéptico
043 | Necesidad
044 | Lío
045 | Balas
046 | Prometedor
047 | Control
048 | Irresoluto
049 | Tentar
050 | Pretérito
051 | Boa
052 | Cuentos
W A T T P A D E R S
053 | Inconmensurable
054 | Sobrevalorar
055 | Camaradería
056 | Escalar
057 | Bifurcar
058 | Halloween
059 | Halloween al cuadrado
060 | Caer
061 | Fragmentos
062 | Tempestad
063 | Más
064 | Etéreo
A V I S O
065 | Terrario
066 | Desperdiciar
067 | Dilucidar
068 | Valijas
069 | Obsequios
070 | Señas
071 | Leyes aeroportuarias
E P Í L O G O
Agradecimientos y avisos
En físico: Librerías
🎄 ESPECIAL NAVIDEÑO 🎄

003 | Reglas

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By CreativeToTheCore

KANSAS

Me meto en el cuarto de lavado hecha una furia. No puedo creer que Malcom Beasley, un completo desconocido, me trate como a una niñera imprudente y desinteresada por la seguridad de los niños. Claro que me importan los niños, de otra forma no pasaría tantas horas a la semana cuidando de uno de ellos. Así que llego a la conclusión de que me cae mejor cuando está inconsciente.

Saco la ropa de la secadora y comienzo a doblarla a toda marcha. Estoy ofendida, mejor dicho, furiosa. No sé cuánto podré resistir sin volver a entrar a la sala y propinarle un puñetazo o comenzar a enumerar todas las razones por las que soy apta para hacerme cargo de un menor.

Tiene una figura estilizada y atlética. Se nota que trabaja su cuerpo y, claramente, obtiene frutos. Su rostro es un conjunto de ángulos varoniles en los cuales se destaca la forma de su mandíbula y sus pómulos. Y es propietario de unos intensos ojos azules que parecen haber sido creados a partir de zafiros. Para concluir, su acento —por favor, recordemos su acento— es el sonido más exquisito que he escuchado en toda mi existencia. Sí, puede que sea un ser humano agraciado físicamente, pero todas sus virtudes estéticas se van por desagüe en cuanto recuerdo cómo le dijo a mi padre que yo era una niñera sumamente irresponsable, y que debía considerar contratar a alguien más.

No me gusta el hecho de que él me juzgue por lo que vio hoy. Si tan solo hubiera llegado alguno de los otros 364 días del año, sabría que soy apta para responsabilizarme de cualquier tipo de trabajo. De niños incluidos.

—Kansas. —La voz de Zoe llega desde la puerta, cargada con cierta inseguridad—. ¿Estás enojada porque envenené a Malcom? —pregunta vacilante.

Dejo de doblar uno de los tantos pantalones deportivos de mi padre y observo la tela en silencio. Si no fuera por mí, su ropa apestaría a basural.

Bill Shepard también se merece un puñetazo, reflexiono. En cuanto nos encontró a Jamie y a mí cargando al chico inconsciente y comiendo galletas con la señora Hyland, se tornó arrebol. Y tras cargar a Malcom por las escaleras, me pidió una explicación detallada de cómo había terminado con el chico alcoholizado colgando de mi cuello. Una vez que confesé, pasó de ser del color de una manzana al de una berenjena, su rostro se tornó púrpura y pensé que las venas de su cuello estallarían en cualquier momento.

No entendía por qué se preocupaba tanto por el extraño cuando en realidad él se había emborrachado a solas con una niña de seis años y se había confundido de hogar. Entonces me explicó que Malcom Beasley no se había equivocado de lugar, que él es un jugador de fútbol americano que fue transferido para jugar con los Jaguars de Betland desde Londres. Y es su invitado.

Me dejó estupefacta. ¿Cómo es posible que no me dijera que íbamos a hospedar a un extranjero? Pero según Bill Shepard, él me lo había mencionado el miércoles por la noche. Seguidamente le recordé que los miércoles por la noche pasaban Presuntos Inocentes por Investigation Discovery, y le dije que era obvio que no le estaba prestando atención porque me interesaba mucho más ver un programa donde se analizaba la mente criminal y los orígenes de sus macabros actos. Aquello pareció irritarlo aún más y se pasó alrededor de veinte minutos regañándome por hacer pasar el vodka como agua y ser la responsable del posible coma alcohólico de su nuevo jugador estrella.

Me defendí, reconocí que no debí haber dejado sola a Zoe ni haber escondido el alcohol en la heladera, pero le planteé que solo un idiota podría llevarse un vaso de vodka a los labios y no reconocer el líquido y su particular aroma. Y, como siempre, él tuvo una excusa. Como estricto y buen entrenador que es, conoce todos los hábitos alimenticios de sus jugadores. Dijo que Malcom jamás había probado una gota de alcohol en toda su vida y que llevaba una dieta perfectamente equilibrada desde que empezó a jugar fútbol a los catorce, recalcó que él no sabía lo que bebía. Lo defendió y me acusó de corromper a su nuevo deportista.

Ahora estoy encolerizada por varios motivos, pero ninguno de ellos incluye a la pequeña Zoe Murphy. Ella es solo una niña que en su inocencia logró dejar inconsciente a un inglés.

—Claro que no —respondo con abierta honestidad antes de ponerme de cuchillas para estar a su altura—. No hay nada que pudieras hacer que lograra enojarme —confieso colocándole uno de sus rebeldes mechones tras la oreja.

—¿Nada?

—Nada.

Pero no puedo decir lo mismo de mi nuevo inquilino.

—No voy a repetir la pregunta —advierte mi padre entre dientes.

—Y yo no voy a repetir la respuesta —replico.

Hace no más de quince minutos que la señora Murphy pasó a recoger a Zoe. Ahora que estoy redimida de cualquier responsabilidad, mi padre es libre de acaparar toda mi atención.

—Tú escondiste el alcohol dentro de mi propia casa y eres la responsable de que mi jugador tenga una resaca inhumana —espeta demasiado alto, y estoy segura de que Malcom puede escucharlo desde el segundo piso—. Vas a disculparte y le dirás que te encantaría que nos acompañe para la cena, aunque sea una mentira.

No puedo contradecirlo con eso último. Él tiene razón, lo que menos quiero es sentarme a comer tallarines con el abstemio de Beasley.

—Sube y discúlpate —dice cruzándose de brazos. —Esta vez no es una pregunta, es una orden —aclara, y estoy segura de que, si tuviera su silbato alrededor del cuello, lo usaría para que corriese escaleras arriba de inmediato.

Me lanza una tableta de pastillas para el dolor de cabeza y se gira para concentrarse otra vez en la salsa de sus amados tallarines. Es lo único que sabe cocinar, y hasta con su estúpido y risible delantal de flores luce amenazante.

Subo los peldaños de la escalera en silencio, ya estoy cansada de discutir con él. Me planteo que, si voy a vivir bajo el mismo techo que el abstemio de Londres, por lo menos debería intentar que nos lleváramos bien. Así que en el corto trayecto que hay hasta la habitación de invitados, me convenzo de que todo lo que ocurrió hoy es una gran maraña de malentendidos. Mañana será otro día y seguramente podremos empezar con mi pie izquierdo y su pie derecho. Lo que acabo de pensar ni siquiera tiene sentido, pero da igual. Puedo tragarme mi orgullo y dar el primer paso a lo que podría ser una caótica y efímera amistad. Sin embargo, todas las disculpas que penden de la punta de mi lengua se evaporan en cuanto él abre la puerta.

Está sin camiseta.

Está sin camiseta, repito.

Lo primero que veo son sus anchos y trabajados hombros, de los cuales descienden los músculos de sus brazos. Las venas sobresalen de su piel y toma todo de mí apartar la mirada. Pero es un grave error, porque ahora miro su pecho: esos pectorales no se consiguen en cualquier tienda, y es notorio que sus definidos abdominales tampoco lo hacen. Y, para finalizar, contemplo la V de su cadera que se pierde en las más recónditas pulgadas de sus pantalones de gimnasia.

—Mis ojos están aquí arriba. —Su voz penetra mis oídos y hace conectar otra vez mi cerebro, el cual se desenchufó por unos segundos.

Anclo mis ojos en los suyos y no estoy segura de qué es más cautivante: su rostro o su cuerpo. Pero me quedo con el segundo porque el primero viene con una boca incluida y no me gusta lo que me dice.

—Soy consciente de que tus ojos están allá arriba y tus testículos allá abajo —espeto con un poco de brusquedad, dejándole en claro que conozco la anatomía humana.

No es que me guste estar a la defensiva, pero su acento y el tono desdeñoso con el que habla no son una buena combinación.

—Si vas a disculparte preferiría que mantengas tus ojos en el hemisferio norte de mi cuerpo —replica encogiéndose de hombros antes de cruzarse de brazos.

Eso no ayuda en absoluto. Las únicas palabras que hay en mis pensamientos en este momento son bíceps, tríceps, deltoides. Bíceps, tríceps, deltoides.

Ahora tengo la certeza de que escuchó todo lo que dijo mi padre. Lanzo imprecaciones mentales al hombre por tener unas cuerdas vocales tan potentes.

—Lamento haber... —comienzo tras una exhalación, pero cambio las palabras al no estar segura de cómo seguir—. No habría escondido el vodka en la heladera si hubiera sabido que ibas a venir. Te habría ahorrado la resaca de saber que no sabías diferenciar el agua del alcohol —finalizo.

—Pero lo habrías hecho si no venía —apunta analizando con meticulosidad la oración. Sus ojos azules brillan con acusación bajo la mortecina luz del corredor.

—¿Qué quieres decirme, Beasley? —interrogo con cautela.

—Que sigues sin ser apta para cuidar niños, eso digo.

En cuanto termina de pronunciar las palabras, siento que la cólera se desprende por mi torrente sanguíneo. Su brutal honestidad junto con ese marcado acento provoca que un sentimiento de desagrado se origine y cobre fuerzas en mis adentros. Zoe jamás habría abierto la heladera si él no se hubiera presentado, de eso estoy segura porque, de otra forma, jamás hubiera dejado el vodka allí, a su alcance. ¡Zoe ni siquiera toma agua! Solamente refresco.

—¿Me estás llamando incompetente? —cuestiono para estar segura de que he entendido bien.

—Te estoy llamando por lo que eres, sin ánimos de ofender —dice con el ceño fruncido, como si estuviera desconcertado por mi reacción.

Cuando alguien te insulta, aunque sea de forma sutil, uno no suele responder con: «¡Hey, muchas gracias por expresar tu peor juicio sobre mi persona!»

—Jamás dije que fueras incompetente, sino que... —se toma un segundo para encontrar las palabras adecuadas—. Eres muy inmadura para cuidar de Zoe, o de cualquier otro ser vivo que requiera de la más mínima atención.

No es mi culpa que él no haya probado el alcohol en toda su vida y que esté tan absorto en su carrera deportiva como para no tener ni un gramo de diversión y jovialidad en todo su cuerpo.

—Tomar alcohol no me convierte en alguien irresponsable —le dejo en claro—. Mis responsabilidades están apartadas de mis salidas nocturnas, y es de mente muy cerrada decir que alguien no puede tener un equilibro con todas las facetas de su personalidad.

Discutimos con bastante energía, pero no me doy cuenta de eso hasta que siento que mi respiración está acelerada.

—Sigue diciéndote eso si te hace sentir mejor —repone encogiéndose de hombros.

Nunca quise utilizar a alguien como saco de boxeo hasta ahora.

—Toma —escupo estrellándole la tableta de pastillas contra el pecho—. Y ahógate con una.

Comienzo a atravesar el pasillo, pero recuerdo lo que mi padre dijo.

—Sería un placer que te nos unas a la cena —añado lo suficientemente alto como para que Shepard me oiga.

Los ojos azules del muchacho se encuentran con los míos a través del corredor y le dejo en claro con una simple mirada que su actitud no me gusta, mucho menos su criterio.

Y, para mi sorpresa, él me observa de la misma manera.

MALCOM

La cena transcurre fenomenal. Creo que eso se debe a que Kansas no nos acompaña en la mesa. La veo subir con un plato rebosante de tallarines a la que creo que es su habitación, al otro lado del pasillo. Bill se disculpa por su conducta y dice que probablemente tiene las hormonas revolucionadas por su período, y como ninguno quiere entrar en detalles ni entiende perfecta y completamente el mundo femenino, nos sentamos a hablar de lo que sí comprendemos, de lo que nos apasiona: el fútbol americano.

Él me cuenta todo sobre los Jaguars de Betland. Luego, discutimos sobre tácticas de ataque en el campo y sobre mi trayectoria futbolística. Se nota que es un apasionado por el deporte y no puedo esperar para mostrarle todo lo que tengo para dar en el campo. Su entusiasmo me da ganas de ponerme los botines. Luego, me habla sobre mi itinerario semanal. No estoy aquí para estudiar en la BCU, sino para enfocarme en mi carrera como futbolista de americano y para arreglar algunos asuntos.

Los Jaguars son un grupo renombrado entre los diversos equipos universitarios de Estados Unidos, y unirme a ellos me da la oportunidad de ampliar mi ámbito deportivo y conocer potenciales ligas de fútbol a futuro. Son muchos los representantes que vienen a ver jugar al equipo de Bill Shepard, muchos con los que ya me he contactado y muchos otros con los que no.

—Tú estadía aquí no será fácil, Beasley —dice apuntándome con su tenedor y salpicándome con salsa—. Entrenamientos matutinos de lunes a miércoles de nueve a once y media y de una a tres —comienza antes de enroscar más fideos alrededor de su tenedor —. Jueves al gimnasio de diez a doce y de siete a ocho en el campo, los viernes solo tienes clases y probablemente salgamos a correr. Los domingos son tus días de descanso. Los sábados son los días de partido, falta a uno y te patearé fuera del equipo —advierte—. Cinco comidas al día obligatorias. Alta ingesta de carbohidratos y vegetales, te quiero siempre hidratado y dispuesto. —Menea su cubierto en mi dirección mientras engullo los tallarines—. Sé que no hay drogas, alcohol o alta ingesta de azúcares en tu dieta, y espero que siga así. De otra forma llegarás a Guinea Ecuatorial con mi pie incrustado entre tus nalgas.

—¿Y cuáles son las reglas de la casa? —pregunto cuando termina de enumerar todo aquello que tengo y no tengo permitido hacer para obtener un buen rendimiento en el campo.

—No me interesa que salgas de fiesta los días que tienes libre, pero no puedes traer chicas a esta casa. Sería incómodo y desatento de tu parte. En fin, solo son bienvenidos los muchachos del equipo, cualquiera de los cincuenta y ocho. Si ves a un chico ajeno a los Jaguars, lo echas a patadas —dice sin pelos en la lengua. Y creo que esto último tiene algo que ver con su hija—. De verdad, échalo —recalca.

—¿Aunque sea invitado de su hija? —inquiero, pero creo que conozco la respuesta. Él habla de ser desatento e irrespetuoso, pero no parece ser muy cortés en general.

—Creo que nos estamos entendiendo. —Sonríe con un tallarín colgando de la comisura de sus labios.

—Usted parece ser algo paranoico, señor. Por eso me atrevo a preguntar qué hay con chicos del equipo, ¿no representan ninguna clase de... amenaza?

Él me regala una sonrisa haragana y de autosuficiencia, como si ya tuviera todo cubierto.

—Todos mis muchachos saben una cosa —explica limpiándose, por fin, la salsa que resta alrededor de su boca—. Para que lo profesional no se mezcle con lo personal, como ha ocurrido en el pasado, tengo una regla: cualquier jugador de la BCU que se acerque a mi hija —hace una pausa, mirándome directamente a los ojos—, no sobrevive para contarlo — exagera.

Está exagerando, ¿verdad?

Reprimo el impulso de contestarle que solo un joven necio e irreflexivo querría estar con alguien que posee el terco e imprudente carácter de su hija.

—No se preocupe por mí —lo tranquilizo—. Kansas no es mi tipo. Nuestras personalidades no congenian bien.

Y por mi propio bien, espero que nunca lo hagan.

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