Ambrosía ©

By ValeriaDuval

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En el libro de Anneliese, decía que la palabra «Ambrosía» podía referirse a tres cosas: 1... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
VETE A LA CAMA CON...
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68
Capítulo 69
Capítulo 70
Capítulo 71
Capítulo 72
Capítulo 73
Capítulo 74
Capítulo 75
[2] Capítulo 01
[2] Capítulo 02
[2] Capítulo 03
[2] Capítulo 04
[2] Capítulo 05
[2] Capítulo 06
[2] Capítulo 07
[2] Capítulo 08
[2] Capítulo 09
[2] Capítulo 10
[2] Capítulo 11
[2] Capítulo 12
[2] Capítulo 13
[2] Capítulo 14
[2] Capítulo 15
[2] Capítulo 16
[2.2] Capítulo 17
[2.2] Capítulo 18
[2.2] Capítulo 19
[2.2] Capítulo 20
[2.2] Capítulo 21
[2.2] Capítulo 22
[2.2] Capítulo 23
[2.2] Capítulo 24
[2.2] Capítulo 25
[2.2] Capítulo 26
[2.2] Capítulo 27
[2.3] Capítulo 28
[2.3] Capítulo 29
[2.3] Capítulo 30
[2.3] Capítulo 31
[2.3] Capítulo 32
[2.3] Capítulo 33
[2.3] Capítulo 34
[2.3] Capítulo 35
[2.3] Capítulo 36
[2.3] Capítulo 37
[2.3] Capítulo 38
[3] Capítulo 1
[3] Capítulo 2
[3] Capítulo 3
[3] Capítulo 4
[3] Capítulo 5
[3] Capítulo 6
[3] Capítulo 7
[3] Capítulo 8
[3] Capítulo 9
[3] Capítulo 10
[3] Capítulo 11
[3] Capítulo 12
[3] Capítulo 13
[3] Capítulo 14
[3] Capítulo 15
[3] Capítulo 16
[3] Capítulo 17
[3] Capítulo 18
[3] Capítulo 19
[3] Capítulo 20
[3] Capítulo 21
[3] Capítulo 22
[3] Capítulo 23
[3.2] Capítulo 1
[3.2] Capítulo 2
[3.2] Capítulo 3
[3.2] Capítulo 4
[3.2] Capítulo 5
[3.2] Capítulo 6
[3.2] Capítulo 7
[3.2] Capítulo 9
[3.2] Capítulo 10
[3.2] Capítulo 11
[3.2] Capítulo 12
AMBROSÍA EN FÍSICO
LOS CUENTOS DE ANNIE
EPÍLOGO I
EPÍLOGO II
EPÍLOGO III
📌 AMAZON
📌 BRUHA • store

[3.2] Capítulo 8

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By ValeriaDuval

SARAH ANNELIESE
(Sarah Anneliese)

.

Un lunes, cuando Angelo Petrelli regresó a casa por la tarde, de sus prácticas en el hospital, se encontró con Anneliese reunida en el estudio con un grupo de hombres —algunos, identificó, eran los abogados de la familia—, y Lorenzo.

Sin la intención de espiar, pero sintiéndose intrigado, aguardó fuera, pero todos guardaban silencio, entonces uno de los hombres desconocidos para el muchacho —aunque, en realidad, tenía la ligera impresión de haberlo visto alguna vez por el campus de la universidad—, se dirigió a Lorenzo y, pensativo, comentó algo sobre... una adopción indebida.

¿Adopción indebida?

Los ojos grises de Angelo se abrieron ligeramente, al tiempo que él se erguía, al comenzar a escuchar cómo es que se había falsificado un certificado de nacimiento.

El movimiento pareció alertar a Lorenzo, quien se encontraba de costado a la puerta abierta, y sus ojos verdes se cruzaron con los de su primo, entonces... el pelirrojo comprendió lo que sugerían: exponer un delito. Guardó silencio, sin embargo.

Angelo comprendió que, aquella charla... y decisión del cómo proceder ante la situación, no era algo que le correspondiese a nadie, salvo a Annie, y se retiró de ahí mientras oía la segunda sugerencia de otro abogado «El daño irreparable», y confiando en que, lo que fuera que ella eligiese, sería lo mejor para todos.

Subió a su recámara, preguntándose en dónde Anneliese había dejado a su hijo, y lo encontró sobre su cama, recostado al lado de Lorena, misma que dejó escapar un bostezo y tomó asiento al verlo.

—Me estaba quedando dormida —le confesó.

Angelo no respondió nada.

—¿Cómo te fue? —siguió ella, sonriendo, habituada a sus silencios.

El muchacho asintió como respuesta, asegurando que todo había estado bien, y se acercó a su cama, pero no llegó a tocar a su bebé —volvía recién del hospital y aún no se duchaba—.

—Annie y Lorenzo están con algunos abogados —continuó ella, tras un par de segundos. Los ojos grises, de Angelo, fueron de su hijo a su prima, atento—. Al parecer... Annie no quiere tomar la identidad de Sarah Delbecque —en silencio, Angelo aguardó por el resto de sus palabras; ella le dio gusto—: dice que usar una doble identidad podría traerle problemas legales en el futuro.

«Evidentemente» pensó él, recordando algunas de las opciones que le habían dado los abogados a su hermana, y mientras se dirigía al cuarto de baño, logró ver uno de los conejos de felpa, de Annie, acomodado sobre su sillón floreado cerca de la ventana, y bajo éste, el libro que ella había tomado de casa de Audrey... Se preguntó dónde había quedado la niña rubia vestida de rosa, que gritaba su nombre cada cinco minutos.

.

Cada año, en la mañana de Pascua, lo primero que Anneliese veía al despertarse, eran algunos huevos de chocolate en su mesilla de noche; la primera vez que ocurrió, tenía sólo seis años —y habían regresado, ella y sus hermanos, hacía poco de casa de su tío Uriele, luego de haberse quedado por todo un año—, sin embargo, supo de inmediato que el atinado y espléndido responsable, no era precisamente un conejo, sino una persona que le llamaba «conejita».

Entonces, siempre se levantaba rápidamente y lo buscaba por la casa para poder darle las gracias con un abrazo y un beso, pero, aquella mañana de Pascua —la Pascua de sus once años—, Anneliese Petrelli no encontró ni un solo huevo de chocolate en su buró. En su lugar estaba una canasta mediana, alargada, adornada, en uno de los extremos de la agarradera, con algunas enormes y olorosas flores de color rosado, atadas con un bonito listón blanco.

Annie frunció el ceño y se incorporó, pensando en que era un regalo de pascua bonito, pero extraño —en el fondo se sintió un poco desilusionada: cada año esperaba aquel día y se privaba de comer chocolates, al menos por una semana, para disfrutar de sus huevos tanto como fuera posible—; se sacó el edredón, revelando un pijama que consistía en blusilla blanca, a tirantes, con un estampado al frente de una nariz rosada y algunos bigotes negros, y un short rosado que lucía una diminuta cola de conejo en el trasero —ella realmente esperaba Pascua cada año— y... fue entonces cuando notó la nota en el interior de la canasta. Se trataba de una hoja verde, tamaño carta, doblada en cuatro partes —por lo que era difícil no notarla—. Tomó la hoja, la abrió y se encontró con una extraña frase escrita con la letra de Angelo —con la letra de su mano derecha: Angelo Petrelli era ambidiestro y la escritura de sus dos manos era idéntica..., o al menos es lo que las personas decían, pero eso no era cierto. Annie siempre sabía con qué mano había escrito él. Si bien, su letra era mediana, clara, con espacios moderados, con su mano derecha tenía algunas inclinaciones (ligeras, apenas perceptibles) mientras que con la izquierda no, sin embargo, la escritura de su mano izquierda era más puntiaguda, estrecha y pegaba algunas letras, además la tinta se marcaba menos con su mano izquierda, pues escribía más rápido...—; la nota decía:

«Estoy en la cocina, sobre

el tostador1/12».

¿Sobre el tostador? ¿Qué cosa estaba sobre el tostador? Angelo, obviamente, no.

Se miró al espejo y se arregló ligeramente los bucles rubios, antes de tomar su canasta y, con toda la intriga del mundo, salir a buscar... lo que fuera que estuviese esperando por ella sobre el tostador.

Iba descalza; sus pies finos, de piel clara, lucían flacuchos.

Llegó a la cocina buscando a su hermano con la mirada; se encontró con su padre, llevando únicamente bóxers, sentado frente a la mesa, bebiendo café mientras leía el periódico, y a su madre, llevando sólo un pequeño camisón de seda por debajo de la cadera, frente a la estufa, friendo huevos. Ninguno la notó; ella no saludó intentado evitar que ellos la entretuvieran de camino a su objetivo: el tostador. Entró y logró cruzar media cocina antes de que su padre dejara el periódico y la capturara por la cintura, obligándola a sentarse sobre una de sus piernas.

—Hey —él le habló bajo, cariñoso—, ¿a dónde iba mi pequeña conejita, tan sigilosa?

¿Conejita? Ella torció un puchero; sintió que él invadía algo...

—No soy tu conejita —lo obligó a dejarla ir.

—Buen día —la saludó su madre, regalándole una de sus bonitas sonrisas.

Annie se pasó la lengua por los braquetes que le habían puesto unos meses atrás.

—Buen día —se limitó ella, andando hacia el tostador.

—¿No eres una conejita? —siguió Raffaele, confundido.

Annie sonrió y lo miró de reojo.

—Sí —aceptó—, pero no soy tuya.

Raffaele frunció el ceño de manera automática, cruzándose de brazos en el acto —enfatizando su musculatura de toro, sin pretenderlo—, evidenciando cuán desagradable encontraba semejante afirmación.

—Ah, ¿no? —la retó—. ¿Entonces de quién? —cuestionó.

La niña volvió a sonreír y se volvió hacia su padre.

—De Angelo —decretó, sin ninguna clase de dudas. Ella era la «conejita» de Angelo. Era él quien siempre la llamaba de aquel modo... y le procuraba huevos de chocolate... y conejos. Muchos conejos.

—Mira tú —se limitó hombre. Su tono era confuso.

Annie llegó finalmente a la encimera sobre la que se encontraba el tostador de un acero, tan pulido que bien podría pasar por espejo, y sobre éste se hallaba un huevo envuelto en papel aluminio color rosa. Sonrió, emocionada, y alargó rápidamente la mano para tomarlo, encontrándose que, bajo el huevo, había otra nota también verde. Ésta decía:

«Tan común que me dejaron olvidado en una esquina, tengo cinco divisiones pequeñas pero, en cada una de ellas, guardo universos enteros... y un hada también
2/12».

La sonrisa de la niña se agrandó, comprendiendo lo que tenía entre sus manos: ¡una búsqueda de huevos! Nunca antes había tenido una, sin embargo... ¿qué decía ahí?

—Lávate tus manitas para que desayunes —pidió Hanna a su hija, acercándose a ella para besarle la cabeza rubia.

—No —ella se retiró, sacudiendo la cabeza—. ¿Qué cosa es común, con cinco divisiones y... guarda universos y un hada también —preguntó, sin mirar a nadie en particular, releyendo su nota.

—¿Es una adivinanza? —tanteó Raffaele.

—Sí —supuso ella.

—El librero de la sala —aseguró Hanna.

Annie la miró con intriga. La mujer continuó:

—Es el único lugar de la casa donde hay hadas. Creo...

La niña sonrió de nuevo y corrió hacia la sala de estar. Y sobre uno de los estantes del librero, junto a un libro detrás del hada, efectivamente, se encontró con un segundo huevo envuelto en papel color azul brillante, acompañado de otra nota...

.

Cuando Anneliese finalmente terminó su búsqueda, pasaba del medio día —y aunque había comido unos cuantos chocolates mientras se encontraba sentada por ahí, intentado descifrar los acertijos, su canasta era un hermoso jardín verde, formado por las notas, entre los que lucían los brillantes huevos— y, la última nota, la dirigía sencillamente al jardín trasero, cerca de la casita donde guardaban las herramientas de jardinería —allí, a ése lugar que siempre evitaba ella, pues allí había encontrado a la mamá de Borlita—, y entonces lo vio ahí: dorado, de alargadas orejas y con un moño rosa atado al cuello, de aproximadamente veinte centímetros, esperando por ella bajo la sombra fresca de un árbol. Se adelantó, pero no para tomar su chocolate, sino porque logró ver algo más: un pie de piel blanca, desnudo...

//

Cuando Angelo Petrelli abrió sus ojos, lo primero que vio fue sus bucles rubios brillando contra el sol, pero antes de que él pudiera razonar nada, ella se montó sobre sus caderas, pasándole una pierna por cada lado, y lo abrazó.

—¡Gracias! —le dijo, repartiéndole besos por todo el rostro.

Angelo se rió y la sujetó por las mejillas para detenerla y besar sus labios con un piquito. La separó un poco de él para poder verla a los ojos y... perdió la sonrisa: aquel día, los ojos azules de Annie lucían especialmente claros y brillantes. ¿Era que estaba feliz?

—¿Te divertiste? —le preguntó, acariciándole una mejilla... encantado con su mirada... con toda ella; él ya tenía doce años.

—¡Mucho!

El muchacho sonrió de nuevo y le apartó los cabellos del rostro, antes de recostarla nuevamente sobre su pecho, giró luego y la acostó sobre la hierba, de costado, pudiendo prestarle su brazo izquierdo como almohada; quedando uno frente al otro.

—Los acertijos eran un poco difíciles —le hizo saber ella—. Y creo que quebré algo en el vestidor de Matt.

—No había nada en el vestidor de Matt —le hizo saber él.

Ella se rió.

—Ahora lo sé. ¿Me vas a proteger cuando se dé cuenta de lo que rompí?

—Siempre —le prometió él.

Hasta el momento, Annie sonreía mordiéndose el labio inferior, divertida, pero al oírlo, la sonrisa se suavizó y acercó su frente al pecho de su hermano. Angelo la estrujó un poco y suspiró, disfrutando de su olor a manzanas, antes de besar la corona de su cabeza rubia.

.

Al sentirse distante de Anneliese, Angelo se negó a guardar distancia incluso en aquella situación y, ésa noche, luego de que los abogados se marcharan, luego de que pudieron compartir alimentos con la familia y se quedaron a solas en su recámara, con su hijo, cuando él estaba por pedirle que lo pusiera al tanto de la situación... ella sola comenzó a hablar.

Le contó cada detalle, cada idea que los abogados habían soltado y, cuando ella terminó y lo abrazó, recostándose sobre su pecho... él se sintió regocijado: su niña estaba creciendo... pero aún era suya, toda de él.

—Te amo —se escuchó decirle.

Y ella lo miró, radiante, sonriente, y lo besó en los labios.

.

La familia Petrelli se reunió para el desayuno de Pascua; de los hijos de Giovanni y Rebecca, sólo Uriele y Gabriella habían acudido... naturalmente.

Uriele siempre estaba al pendiente de sus sobrinos —y de sus hijos—¸y Gabriella... Lorenzo y Lorena cada vez la visitaban menos.

"Tampoco Ettore y Jessica me buscan demasiado —la había intentado consolar Irene—. Crecieron", le dijo... pero Gabriella sabía que había algo más: al morir Brendan, la depresión la había hecho centrarse tanto en su trabajo, que se había olvidado un poco de ser madre y, el tiempo restante, Giovanni y Rebecca se lo habían robado. Y, ciertamente, nunca lo había resentido... hasta que no estuvieron ninguno de los dos y, el lazo que tenía con sus hijos, comenzó a volverse cada vez más delgado.

Durante el desayuno, sin embargo, se distrajo con el nuevo bebé... Aunque tenía los cabellos oscuros de Angelo —de Hanna—, algo, en él, recordaba inquietantemente a los hijos de Audrey. A tres meses de su nacimiento, ninguno había sido capaz de poner en palabras el color de sus ojos; no eran ni grises ni azules —ni Hanna ni Audrey, opinaban en sus mentes quienes las habían tenido a ambas en frente—.

Y fue durante el postre que Jessica dio la noticia: estaba embarazada.

Lorenzo se atragantó con el trozo de pay que comía y Gianluca le dio un par de golpecitos en la espalda, ayudándolo a tragar.

Gabriella, por su parte, con el hijo de Angelo y Annie en los brazos, no pudo hacer más que mirarla con sus ojos, color chocolate, abiertos de par en par.

Uriele, por parte, tras torcer un gesto de desaprobación y sacudir la cabeza de un lado al otro, dejó la mesa sin decir una sola palabra.

No era secreto para nadie lo que él opinaba del matrimonio de su hija: además de pensar en que era una estupidez, estaba convencido de que no duraría, peor, de que Irene únicamente lo había apoyado para vengarse de él... Y ahora un hijo. Un hijo ahora que Jessica estaba obteniendo renombre como ilustradora y sus obras estaban cotizando internacionalmente.

—¿Felicidades? —Raimondo fue el primero en hablar, al notar que todos habían guardado silencio... y que Uriele Petrelli se había retirado de la mesa.

—Gracias, Rai —le dijo Jessica; tenía una pequeña sonrisa en los labios, pero su voz era todo reproche.

Nadie se había alegrado por ella y su bebé..., pero, ¿la bebé de la familia estaba embarazada?

También Jess dejó la mesa.

Más tarde, cuando se halló a solas con su mejor amiga —él había seguido a su esposa, pero ésta se había encerrado en la habitación de Lorena, y Annie lo había seguido a él— Nicolas le había contado a Anneliese: Jessica había llorado por noches enteras al enterarse de su embarazo. Trabajaba demasiado y él salía casi cada fin de semana a pasarelas o sesiones fotográficas.

—Pasó por esto sola —se entristeció Annie.

—No quería ni siquiera hablarlo —aseguró el francés.

—¿Cómo terminó aceptándolo? —se interesó la rubia.

—Le propuse la única salida —aseguró él—: voy a dejar el trabajo para cuidar del bebé mientras ella se dedica a lo suyo.

Annie frunció el ceño y sacudió ligeramente la cabeza: Jessica no era la única que estaba creciendo: Nicolas Mazet tenía cada vez más seguidores en sus redes sociales y desfilaba para más reconocidos diseñadores cada vez y, un par de meses atrás, había sido el rostro de un nuevo perfume de una de las más reconocidas marcas francesas.

—¿Y tu carrera? —le preguntó.

Angelo, con su hijo en brazos, se reunió con ellos y le entregó su bebé a Annie; éste lloraba ya de hambre.

Nicolas se rió un poco y observó a su sobrino por un momento, antes de responder:

—¿Cuál carrera? —le preguntó—: Me va a durar máximo diez años, mientras que su arte va a seguir y seguir.

Los ojos azules, de Anneliese, buscaron los de su hermano; había algo en sus palabras que no la convencía... y así era, lo sabía Angelo: él estaba sacrificándose por Jessica. Si había algo que un ex adicto necesitaba, era mantenerse activo.

—Tal vez no sea tan malo como piensas —le había dicho Angelo a su tío Uriele, cuando éste se despedía (pero no de su hija) para marcharse—, y Jess sí podría ser su prioridad.

A modo de respuesta, Uriele lo miró con impaciencia y Angelo comprendió que no era asunto suyo —aunque siempre lo había entendido, era sólo que... le debía tanto a Nicolas—.

Ettore se reunió con la familia en menos de una hora; alguien en la familia le había contado la noticia... o tal vez la respuesta de su padre. Él se había encerrado con Jessica un rato y, cuando bajaron nuevamente, ambos se reían y Angelo observó a Anneliese contemplarlos con seriedad; supo que miraba en ellos a Matteo y a sí misma.

Le dio una nalgada para despertarla antes de que ella se perdiera en recuerdos; ella lo miró sonriendo y lo besó. Quería ir a apoyar a Jessica... pero no podía dejar de sonreír. Era algo que sólo Lorenzo y ella conocían aún, pero tres meses habían bastado para solucionar su problema. Legalmente, había pasado de ser Anneliese Petrelli, hija de Raffaele Petrelli y Hanna Weiβ, a Sarah Anneliese Delbecque, hija de Audrey Delbecque...

Raffaele, Hanna, y las monjas en el convento, habían ayudado en todo sin importarle a ninguno si tendrían problemas a futuro por confesiones de falsificación, adopciones indebidas o falsos testimonios, pero había sido Giuliano Fiori, sin embargo, quien había arreglado la situación al final, a petición de Uriele —el médico que había firmado el falso certificado de nacimiento, estaba muerto ya; lo mismo que el abogado representante en el convento, que había ayudado a Audrey—.

"Y el dinero siempre lo soluciona todo" había comentado Hanna a Uriele, y él había guardado silencio porque no estaba de acuerdo, pero no podía culparla por pensar eso... cuando el dinero, que tanto le había faltado a ella cuando más lo necesitó, había ayudado a salvar la vida de su hermano.

.

Al salir del cuarto de baño, Anneliese se quedó quieta, sujetando entre sus manos la toalla con la que secaba sus cabellos rubios, contemplando la escena: Angelo Petrelli estaba recostado sobre la cama de ambos, de costado, mantenía el brazo izquierdo estilado al frente y, bajo éste, mantenía a su hijo, mismo al que abrazaba apenas, apoyando el brazo derecho sobre la almohada con la que evitaba su bebé rodara hasta el suelo; ambos estaban dormidos y ella no pudo evitar acercarse lento, admirando lo apuesto que era él —y lo encantador que lucía cuidando de su bebé—, sus cabellos negros sobre la piel blanca, sus pestañas oscuras, los pómulos bonitos, la boca rosa, los hombros anchos, el cuerpo bien formado...

Sintió deseos de acariciarlo y tomó asiento a su lado, intentado ser lo más cuidadosa posible, y aunque logró acomodarse sin despertarlo, al pasarle la mano por la espalda, de piel suave, él se volvió inmediatamente hacia ella, arrugando los párpados, mostrando apenas sus bellísimos ojos grises —Anneliese sospechaba que no volvería a ver aquella misma claridad y belleza en otros ojos..., por más hijos suyos que tuviera—.

—Me quedé dormido —soltó él, confesando que no había sido su intención hacerlo mientras ella tomaba una ducha.

—Sí —ella sonrió y se inclinó para besarle los labios—. Vuelve a dormirte, amor.

Él le dio la espalda a su hijo, acomodado aún sobre la cama, y alargó esta vez el brazo derecho esta vez, invitándola a utilizarlo como cada día, desde que tenía memoria: la almohada de ella. La muchacha resistió la tentación de acurrucarse rápidamente junto a él y, en su lugar, le acarició una mejilla y abrió el primer cajón de su buró, del cual extrajo una gruesa carpeta amarilla.

—¿Qué es eso? —preguntó él, incorporándose, apoyándose sobre su codo derecho.

Ella no le respondió; dejó que él abriera la carpeta y, justo al inicio, encontrara una nueva partida de nacimiento y, al pasar las hojas, pudo leer parte del juicio que había comenzado Annie, invocando su Derecho Humano a la Identidad, y otros muchos recursos que había utilizado, citando jurisprudencia, alegando actos de buena fe detrás de los hechos...

Angelo perdió por completo la expresión; el letargo en su rostro se esfumó y miró a su hermana en silencio por un par de segundos. Anneliese, con una sonrisa, esperó por palabras... pero éstas no llegaron nunca. Y es que, a Angelo Petrelli, no le gustó lo que miró: Anneliese no era más una Petrelli, ya no era la hija de Raffaele Petrelli... ya no era su hermana. Legalmente, no estaban involucrados.

... Sintió el deseo urgente, devastador, de arreglarlo inmediatamente.

—¿Qué? —tanteó Annie, confusa; no le preguntó si él entendía lo que sus ojos veían (claro que él entendía), era que... ¿dónde estaba el problema?

—Tenemos que casarnos —soltó. Ella tenía que volver a ser una Petrelli... tenía que volver a atarla a él.

Esta vez, fue ella quien perdió la expresión.

** * * * * ** ** **

Me están preguntando cuándo comenzaré a subir los libros de Giovanni y Rebecca, Lorenzo, y Bianca... Y pues ya están las sinopsis en mi perfil. El de Lorenzo se llama «Fuego», el de Bianca «Máscaras» y el de Giovanni y Rebecca definitivamente cambiará el nombre (éste será ligeramente distinto, con toques de realismo mágico; estoy disfrutando mucho su escritura 💖).

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