Ambrosía ©

By ValeriaDuval

23.9M 1.9M 907K

En el libro de Anneliese, decía que la palabra «Ambrosía» podía referirse a tres cosas: 1... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
VETE A LA CAMA CON...
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68
Capítulo 69
Capítulo 70
Capítulo 71
Capítulo 72
Capítulo 73
Capítulo 74
Capítulo 75
[2] Capítulo 01
[2] Capítulo 02
[2] Capítulo 03
[2] Capítulo 04
[2] Capítulo 05
[2] Capítulo 06
[2] Capítulo 07
[2] Capítulo 08
[2] Capítulo 09
[2] Capítulo 10
[2] Capítulo 11
[2] Capítulo 12
[2] Capítulo 13
[2] Capítulo 14
[2] Capítulo 15
[2] Capítulo 16
[2.2] Capítulo 17
[2.2] Capítulo 18
[2.2] Capítulo 19
[2.2] Capítulo 20
[2.2] Capítulo 21
[2.2] Capítulo 22
[2.2] Capítulo 23
[2.2] Capítulo 24
[2.2] Capítulo 25
[2.2] Capítulo 26
[2.2] Capítulo 27
[2.3] Capítulo 28
[2.3] Capítulo 29
[2.3] Capítulo 30
[2.3] Capítulo 31
[2.3] Capítulo 32
[2.3] Capítulo 33
[2.3] Capítulo 35
[2.3] Capítulo 36
[2.3] Capítulo 37
[2.3] Capítulo 38
[3] Capítulo 1
[3] Capítulo 2
[3] Capítulo 3
[3] Capítulo 4
[3] Capítulo 5
[3] Capítulo 6
[3] Capítulo 7
[3] Capítulo 8
[3] Capítulo 9
[3] Capítulo 10
[3] Capítulo 11
[3] Capítulo 12
[3] Capítulo 13
[3] Capítulo 14
[3] Capítulo 15
[3] Capítulo 16
[3] Capítulo 17
[3] Capítulo 18
[3] Capítulo 19
[3] Capítulo 20
[3] Capítulo 21
[3] Capítulo 22
[3] Capítulo 23
[3.2] Capítulo 1
[3.2] Capítulo 2
[3.2] Capítulo 3
[3.2] Capítulo 4
[3.2] Capítulo 5
[3.2] Capítulo 6
[3.2] Capítulo 7
[3.2] Capítulo 8
[3.2] Capítulo 9
[3.2] Capítulo 10
[3.2] Capítulo 11
[3.2] Capítulo 12
AMBROSÍA EN FÍSICO
LOS CUENTOS DE ANNIE
EPÍLOGO I
EPÍLOGO II
EPÍLOGO III
📌 AMAZON
📌 BRUHA • store

[2.3] Capítulo 34

119K 10.6K 6.3K
By ValeriaDuval

INEBRIATO
(Ebrio)

.

Retomar la rutina habitual le había llevado, a la familia, algunos días; ni siquiera dos semanas.

Anneliese Petrelli se sorprendía de lo rápido que giraba el mundo, de lo rápido que pasaba el tiempo... de qué tan distinta era la muerte de un hijo, a la de un abuelo. Extrañaba a Rebecca y le lloraba algunas veces, pero no sentía nada similar a lo que había sufrido con Abraham.

Lorenzo tuvo menos de una semana de duelo y retomó sus actividades académicas; Annie se sentía sorprendida y... a veces temía delatarse, ya que se desvivía por mantenerlo cómodo y hacerlo sentir mejor.

Para Navidad, a pesar de que Uriele llegó a la residencia familiar con la cena, y de que todos se reunieron alrededor de la mesa, estuvieron callados y todo terminó antes de la media noche. Entonces... Anneliese se dio cuenta de que, pese al horror que había sentido cada segundo, el año anterior... añoraba su Navidad pasada: tirada en un sofá entre los brazos de su hermano, en la oscuridad, bebiendo chocolate y mirando películas.

Cuando terminó el año, ninguno se esforzó por hacer nada, pero al llegarse el cumpleaños número veinte, de Angelo, fueron los mellizos quienes insistieron en que debían celebrarlo y Annie no pudo estar más de acuerdo con ellos —aunque no estaba segura de las razones de los mellizos: ¿lo hacían por Angelo o por ellos mismos?—; lo único que Annie quería, era volver a la normalidad.

Eligieron un bar tranquilo y, luego de cenar, Lorenzo pidió tragos de tequila para todos.

—¿Ya no bebes? —preguntó Annie a Nicolas, tras aclararse la garganta (el pequeño trago que le había dado a su shot, la había quemado), pues notó que él sólo elevó el pequeñísimo vaso y luego lo dejó sobre la mesa, intacto.

—No mucho —confesó él, alzando la voz y acercándose a ella para que pudiera oírlo; la música estaba un poco elevada, los demás, en la mesa, hablaban alto, y además Jessica se encontraba entre ellos.

—Te vi beber en tu boda —le recordó ella.

—Era mi boda —él le picó una costilla, como si ella hubiese dicho algo obvio—. Y fue sólo una copa de champagne.

»Toma, te lo regalo —empujó su shot de tequila hasta dejarlo junto al de ella, el cual estaba casi lleno.

Anneliese arqueó las cejas, alejándose un poco y, siguiendo el juego, cogió el vaso y siguió deslizándolo hasta hacérselo llegar a Angelo.

—¿No lo quieres? —preguntó el muchacho, volteando, creyendo que era el de ella... hasta que notó que el suyo estaba al frente y Nicolas no tenía ninguno.

—Ay, tal vez lo que ella quiere son gomitas de oso —terció Raimondo, fingiendo estar enternecido.

Lorenzo sonrió y miró a su amigo como si acabara de recordarle algo, se puso de pie, se metió la mano al bolsillo del pantalón y sacó una pequeña bolsa de gomitas...

—Lo imaginaba y por eso traje esto —se las tendió a Annie y miró luego a Jessica—. Pueden compartirlas —jugó.

—¿Cuándo fue la última vez que te emborrachaste? —preguntó Lorena a Angelo.

Él frunció el ceño y sacudió la cabeza.

—Nunca lo he hecho —confesó.

—¿Qué clase de persona llega a los veinte sin haberse emborrachado una sola vez? —se quejó Jessica.

—Bien —decidió Raimondo—: Meta de la noche: procurar la primera borrachera de Angelo.

Annie se rió y apoyó al muchacho, pensando en que sería divertido ver a su hermano ebrio, por una vez, así que le acercó el shot de tequila a los labios.

.

Angelo Petrelli se bebió el tercer trago que Anneliese, uniéndose a la causa de Raimondo y Jessica, le ofreció, pensando en que ella estaba ya embriagándose. Probablemente tendrían que retirarse pronto —por fortuna—; los bares no eran lugares que le gustaran, precisamente.

Se excusó y se levantó, buscando los sanitarios, en los cuales, apenas entrar y pese a la música alta, pudo escuchar las arcadas de algún muchacho que vomitaba en el último cubículo. Magnífica forma de celebrar sus veinte años, pensó.

—Con permiso —pidió a dos tipos que obstruían los lavamanos.

Se lavó las manos y, al acercarse a los urinales, notó que otro muchacho, algo ebrio, se recargaba sobre el muro —un muro que otro tipo, igualmente pasado de copas, había salpicado de orina—.

Pensó en lo idiotas que se volvían algunas personas bajo la influencia del alcohol.

Cuando volvió nuevamente al lavamanos, escuchó a los mismos tipos, que obstruían antes el paso, hablar sobre el «gravísimo error» de buscar a una exnovia loca el fin de semana anterior, cuando estaba completamente borracho; el tipo ése realmente culpaba al alcohol y, sin darse cuenta, Angelo arqueó ligeramente una ceja, encontrando bastante patética la excusa; bien, bajo los efectos del alcohol, mengua la capacidad de raciocinio y se distorsiona la realidad..., pero menguar y distorsionar no eran sinónimos de desaparecer. Estaba completamente seguro de que una persona, en estado de ebriedad, no ejecutaría acto alguno que no realizara sobrio... ¿verdad?

Retiró las manos del chorro del agua y, al alzar la vista, se encontró con sus ojos grises... tan parecidos a los de su madre, pero más claros.

... Y pensó en ella, y pensó en su padre...

Cuando regresó a la mesa, donde esperaba su familia —unos más sobrios que otros—, besó a su hermana y aceptó el nuevo shot que ella le ofrecía, bebiéndoselo de un solo trago. No lo hizo de manera consiente..., pero tampoco inconsciente. ¿Qué era estar ebrio? ¿Cuáles eran los pensamientos, la lógica, el razonamiento, de una persona borracha?... ¿Sólo era una ligera desinhibición... o realmente te volvías una marioneta?... ¿Se podía ser perdonado o condenado por lo que ocurría, mientras tanto?

Se bebió un nuevo trago, preguntándoselo.

Al cabo de un par de horas, él se sentía casi el mismo. La sensación era agradable..., pero era él mismo. Pensó en que tal vez se estaba manteniendo sobrio porque iba lento para poder cuidar adecuadamente de su hermana, por lo que, antes de terminar de meditarlo, les propuso retirarse a casa, en la cual, si Lorenzo no hubiese bajado a la cava de vinos y regresado con algunas de las joyas del abuelo, lo habría hecho él mismo. Jugó incluso Beer Pong, dándose excusas para seguir bebiendo —no tenía la menor idea de que tuviese tan buena tolerancia al alcohol... Se sentía ebrio, pero no tanto—.

Dejó todo cuando vio a Anneliese vomitar —todo el alcohol que había ingerido durante la noche— por segunda vez, en la cocina; Nicolas, el único sobrio en el lugar, estaba ayudándola mientras, a la vez, cuidaba de su propia —y borracha— mujer; la ayudó a asearse y la llevó a la cama.

—Ya me siento mejor —aseguro la rubia, secándose el rostro empapado del agua con que se había lavado la boca y el rostro.

Angelo también pensó en que ella se veía mejor, por lo que, cuando ella lo besó, él le correspondió inmediatamente, sin sentir sueño o cansancio aún —a pesar de ser casi las cuatro de la mañana—; de hecho, sentía deseos de seguir charlando y jugando con los otros, de beber un poco más, incluso..., y de Anneliese, sobre todo de ella.

Comenzó a quitarle la ropa con decisión; no iba rápido ni lento, pero no tenía ningún cuidado. Quería desnudarla y quitarse la ropa. Quería sólo una cosa.

.

Angelo Petrelli despertó el 31 de enero al medio día, desnudo, mareado, con dolor de cabeza y muchísimas nauseas, por lo que, pese al profundo malestar, saltó de la cama y fue directo al cuarto de baño, donde vomitó un montón líquido amargo sobre el lavamanos.

—Angelo-o —gimoteó Annie, desde la cama.

—¿Qué? —preguntó él, levándose la cara con agua fría, sintiendo que sus sienes punzaban.

—¡Angelo! —ella alzó la voz; temblaba.

—¡¿Qué?! —jadeó él, sintiendo que comenzaba a sudar a causa del malestar; estaba seguro de que, si no tomaba asiento, se caería, aun así, asomó por la puerta porque eso era lo que hacía él: ir a buscarla cuando ella lo llamaba.

... se sorprendió al verla aún tirada bocabajo, inmóvil.

Él no tenía idea de que, al abrir los ojos e intentar levantarse, ella había tenido una fuerte punzada en..., luego se había convertido en dolor agudo, fijo.

—¿Qué me hiciste? —gimoteó Annie, intentado buscarlo con la mirada.

Hasta el momento, él no había entendido; continuaba con el ceño fruncido, torciendo un gesto... hasta que recordó. Perdió expresión de manera súbita e incluso del malestar se olvidó.

—Déjame revisarte —le suplicó, caminando hacia ella, torciendo un nuevo gesto, pero ahora de incredulidad, de arrepentimiento.

.

A la mañana siguiente, luego del susto..., del arrepentimiento, llegaría a la conclusión de que, ebrio, no se hacía nada que, sobrio, no se hubiese deseado con intensidad.

** ** **

—Ah... Angelo —lo llamó Annie, desde el asiento del copiloto, llevándose a los labios un marcador para textos, color rosa pastel, para después mordisquear la punta.

—¿Qué? —preguntó él, frunciendo el ceño, llevando sus bonitos ojos grises del espejo retrovisor al lateral, tanteando las posibilidades que tenía de girar a la derecha sin que el auto que tenía detrás, lo golpeara.

—Descríbeme brevemente el Racionalismo, Empirismo, Intelectualismo y Apriorismo, por favor.

El muchacho giró a la esquina finalmente y miró el libro que su hermana tenía sobre las piernas. Ella lo cerró inmediatamente, poniendo ambas manos sobre éste, cubriéndolo de él.

—¿En qué capítulo vas? —preguntó a cambio él.

—Cuatro —mintió ella.

—No es cierto —él miró nuevamente al frente—; no he leído ese libro, pero esos puntos forman parte de la Estructura del Pensamiento, lo que, por lo general, están en las primeras páginas de ese tipo de material.

—Ay —Annie hizo un sonidito de enfado—. Sólo dime lo que te pedí.

—No —él sacudió la cabeza—. Son cosas que debes leer y analizar tú misma.

Anneliese lo miró frunciendo sus cejas rubias; aquella mañana se había maquillado más que otros días.

—Bien —aceptó ella—. Pero las horas que me demore leyéndolo serán los días que te quedas sin sexo —determinó.

Y él sonrió, mostrando sus colmillitos blancos, incrédulo, sin voltea a verla.

—¿Por qué no me quieres ayudar? —se quejó ella.

—Sólo tenías que leer el primer capítulo y preferiste irte de compras con tus primas.

—¿Y? —ella abrió sus ojos azules, adornados con suaves sombras rosas y de enormes pestañas de mascara color negra—. Necesitaba ropa.

—¿Más que entregar tu tarea? —tanteó él.

Anneliese había ingresado a la universidad de Derecho la primera semana de febrero; llevaba apenas dos estudiando... y ya sentía que odiaba Sociología Jurídica.

—Nunca habías tenido problemas en ayudarme con mis tareas —ella torció un sutilísimo puchero.

Angelo aprovechó un alto de semáforo, suspiró y se inclinó hacia ella para besarle los labios.

—Nunca antes habías estudiado una carrera —mintió; le gustaba verla metida con la nariz en sus libros pues, en esos momentos..., le recordaba a la Annie obsesionada con las novelas de terror..., a la Annie que había sido antes de Abraham.

Annie ya no leía novelas, ni escribía cuentos. Sus libros de Derecho era lo más cercano que él tenía de su antigua nenita.

Y, creyendo completamente en sus mentiras, ella dejó escapar un sonidito por la nariz y apretó los labios, cruzándose de brazos..., luego sonrió, preguntándose si Lorenzo aún tenían sus tareas del semestre anterior.

Estaba odiando la Sociología —tal vez por la estricta maestra que le había tocado—, la creía completamente innecesaria en su carrera... o, mejor dicho, para ella: Annie no quería litigar, sólo quería tener una noción de lo que era legal y lo que no... de lo que una persona podía hacerle a otra, y lo que no.

—¿A quién escribes? —preguntó el muchacho, al ver a su hermana enviar un mensaje desde su teléfono.

—A nadie —mintió ella, ocultando un poco el aparato.

Sin embargo, esa misma noche, Angelo descubrió de qué se trataba cuando la vio sentada sobre la alfombra, en la sala de estar, mirando una película junto a Lorena y Jessica, mientras copiaba a mano —con un bolígrafo rosado y otro morado— los trabajos de Lorenzo...

Él frunció el ceño y se dejó caer junto a Jessica, ofreciéndole un plato con carnes frías, que llevaba en la mano izquierda.

—¿Qué? —lo retó Annie, juguetona, al notar que la veía.

—Nada —Angelo sacudió la cabeza—. Vas a reprobar —auguró.

—Lo estoy leyendo con cuidado —difirió ella—. Pero eso es algo que no te interesa. Es más, ¿quién te invitó? Vete —lo echó ella.

Él puso los ojos en blanco y volvió a la cocina, donde Gianluca jugaba a sentirse cocinero, junto a Nicolas.

—¿Estás enojada en serio con él? —preguntó Jessica a Anneliese, metiéndose a la boca un trozo de jamón con salsa.

Nah —la rubia continuó escribiendo—, pero no me gusta que me esté jodiendo.

—Yo creía que sí —jugó Lorenzo, reuniéndose a ellas y acercándose a Jess para coger un trozo de queso.

Annie sonrió al entender el doble sentido en la frase de su primo.

—Pero él tiene razón —siguió Jess, con el único afán de molestar a la rubia; ella llevaba algunos días irritable—: no deberías copiar. ¿O tú qué opinas? —preguntó a Lorena.

Y Annie se detuvo, dejó el bolígrafo rosado sobre su libreta y clavó su mirada en los ojos color miel, de su prima; Jess intentó ocultar la sonrisa.

—Sí, bueno —se escuchó decir Annie, ni siquiera pensaba en ello al momento de abrir la boca—. No siempre tenemos lo que queremos... Por ejemplo, tú quisieras que Nicolas tuviese más grande el pene, pero no sucederá —soltó.

Lorenzo tosió, riéndose, al tiempo que se ponía de pie; Lorena, sin disimulo alguno, soltó una risotada.

Jessica alzó una ceja, sin expresión alguna en el rostro...

—Ah —hizo un sonidito con los labios, mostrando su desagrado y, con mucha calma, dijo—: pues bueno, dado que siempre copias, dudo que hayas puesto atención en Educación Sexual, por lo que te explico: el pene tiende a crecer cuando está en erección y, ¿qué crees? —los gemelos seguían riéndose—. Nicolas tiene unas medidas realmente promedio, para su complexión y su 1.84 m., lo cual me viene como anillo al dedo, ¿sabes? Si algún día lo quiero por detrás, no me va a reventar como un huevo en el horno —sentenció, apretando los labios en una sonrisa retadora.

Lorenzo no pudo más y huyó a la cocina, riéndose y tosiendo; Lorena lo siguió mirando al techo, sin frenar su risa.

Hasta la sala de estar, Annie pudo escuchar que esos desgraciados pelirrojos comunicaban las palabras ahí dichas. A veces, ella creía que en esa familia no podía ocultarse nada: nunca tuvo la menor esperanza de que ellos no se enteraran de... de lo que había ocurrido, en el cumpleaños de Angelo. Lo extraño ahí era que nadie hubiese hecho bromas al respecto.

Sin embargo, no se sintió ofendida por lo que dijo Jessica —entre ellas no había ofensas—; cogió su bolígrafo y continuó escribiendo.

—¿Los huevos en el horno revientan? —se interesó.

—Sí —siguió Jess, como si no hubiese ocurrido nada—: metí uno la otra tarde; necesitaba ver cómo terminaba para una ilustración.

—Ah —no la miraba.

—Sí. ¿Ya no te duele?

—No —se limitó ella, comenzando a sonreír.

—Y... ¿valió la pena?

Sin dejar de mirar su hoja, la sonrisa de Annie se agrandó.

—... Cada segundo —suspiró.

Las dos finalmente se rieron.

** ** **

La última semana de marzo, Angelo esperó, por casi una hora, fuera del edificio donde estudiaba su hermana, quien había tenido parciales.

Estaba a punto de ir a buscarla cuando la vio salir: llevaba los cabellos rubios sin arreglar —aquella mañana ella sólo los había cepillado—, estaba ojerosa —no llevaba una sola gota de maquillaje— gracias a las noches en vela, leyendo y haciendo apuntes en pequeñas fichas, sobre Derecho Romano e Introducción al estudio del Derecho... Ella llevaba su mochila colgada al hombro izquierdo, una chaqueta de cuero color marrón en la mano derecha y, abrazados, un libro de Historia del Derecho Universal, algunas libretas, y un pesado Diccionario Jurídico. Lucía realmente cansada, hambrienta, maltrecha y, por primera vez en su vida, Angelo no sintió la necesidad de ir corriendo a quitarle todo ese peso de encima, de besarla y llevarla al auto para que pudiera relajarse, en lo que le conseguía algo de comida. Por el contrario: se quedó ahí, quieto, grabándose cada detalle de ella en su mente porque, algo en ésa escena, le encantó.

** ** **

Anneliese Petrelli, metida en su lectura, sentada sobre una banca metálica en el campus de su universidad, escuchó timbrar su teléfono celular, dentro de su pequeña mochila de cuero, color beige. Cogió el pequeño conejo que tenía colgado en la cremallera, la abrió, buscó su teléfono rosado y se encontró con el número de su hermano brillando en la pantalla.

—Hola —lo saludó ella, atenta, acercándose el aparato tanto como podía, pues algunos muchachos hablaban muy alto, frente a ella.

—¿Dónde estás? —fue el saludo de Angelo.

—Ah —Annie dudó en poco en responder; ¿por qué esa pregunta?—. En los sanitarios —mintió, tanteando el terreno.

—¿En serio? —siguió él—. Creí que estabas en el sol, como un conejo —se rió él; estaban a finales de marzo y el viento aún estaba frío.

Annie lo buscó con la mirada y lo encontró, junto a Raimondo, Lorenzo y Gianluca, a los pies del puente de arcos, que conectaba su sede con la de ella, dentro del campus. Sonrió sin darse cuenta.

—¿Ya terminaste? —siguió él.

—Sí —respondió ella, guardando sus cosas dentro de la mochila, comprendiendo porqué él la llamaba: no tenía caso ir a buscarla si tenían que cruzar el mismo puente para regresar al estacionamiento—. Bye.

¿Los conoces? —preguntó una voz femenina, a su lado.

Annie volteó y no logró reconocer a la chica: parecía algunos años mayor que ella, tenía piel clara, cabellos castaños y, aunque tenía marcas de acné en la piel, era bonita.

—¿A quiénes? —preguntó Annie, confusa.

Una segunda chica —una morena que parecía ser muy amiga de la otra—, acercándose a ellas, señaló hacia Angelo con la mirada y luego preguntó:

—¿De dónde los conoces? ¿Cómo se llama el de negro?

La rubia miró a hacia su familia y notó que el único de negro era...

—Se llama Angelo —respondió, sin pensarlo—. Es mi hermano —siguió, y sus manos delicadas, que terminaban de guardar su teléfono dentro de la mochila, se detuvieron.

¿Por qué había dicho eso? ¿Por qué dijo que él era su hermano? ¿Ahora no podría tocarlo en la universidad? De repente, vino Giovanni Petrelli a su cabeza... y comprendió porqué él, cuando hicieron público aquel video, había sacado a toda su familia —al menos a los vulnerables adolescentes— de Italia: a donde llegaran, iban a reconocerlos. Sin pensar en lo que hacía, y antes de analizarlo, se escuchó decir:

—El pelirrojo es mi hermano —y lo dijo bajito, insegura; sentía como si hubiese bebido la mañana entera café: ansiosa, temblorosa—. Él de negro es mi esposo.

Las dos chicas se miraron.

—Ah —la morena parecía desilusionada—. Y... ¿me puedes presentar a tu hermano? —pidió luego.

A Annie le pareció que ella buscaba un —enorme— premio de consolación y... eso no le gustó.

—Claro —sonrió, poniéndose de pie—. El que está a su lado, el que parece oriental, creo que es su novio —se escuchó decir e identificó malicia en su voz, aunque no sabía exactamente el porqué era ésta: ¿era porque habían dejado en segundo lugar a Lorenzo?... ¿Era porque querían robárselo? —cada día ellos eran más cercanos—... ¿Era por el dilema y mal rato, que le estaban haciendo pasar, sin saberlo?

Las muchachas no tuvieron intenciones de moverse de su banca ya, cuando ella finalmente se echó la mochila al hombro.

—Hasta luego —se despidió Annie, sintiéndose temblorosa aún.

Angelo la recibió con un besito en los labios y Annie lo cogió de la mano mientras caminaban; no volteó hacia atrás, verificando si ellas habían observado eso.

.

Ella se recostó sobre el torso musculoso de su hermano, que subía y bajaba junto a su respiración algo acelerada, a causa del éxtasis que recién pasaba; estaban ligeramente sudados —y ella un poco cansada—. Durante un par de segundo, escuchó su corazón bombear con fuerza y luego disminuir el ritmo de manera gradual; le dio un besito en la piel y se incorporó para besar su cuello, con los labios abiertos, lamiéndolo y probando el sutilísimo sabor a sal, en él; sus cuerpos seguían unidos. Angelo le buscó los labios, envolviéndola con su brazo izquierdo y sujetándola por la nuca con su mano derecha, profundizando el beso que ella no tardó en cortar, mordisqueándole los labios, para luego volver a su cuello, al cual dio suaves succiones, buscando marcarlo.

No podía sacarse de la cabeza la brevísima conversación que había tenido esa misma tarde, con ese par de desconocidas —ni siquiera sabía a qué licenciatura pertenecían y, sin pretenderlo, ya les había contado un montón de su vida—.

—¿Dónde está mi anillo? —se escuchó preguntarle, incorporándose sobre su mano izquierda, mirándolo a los ojos.

Casi cuatro años atrás —cuatro años que parecían tan lejanos, tan distantes... cuando ella era otra persona—, Annie se lo había regresado y él lo había estado llevando colgado junto a esa crucecita de oro blanco, que jamás se quitaba..., pero que ella ya no le había visto más desde... desde Abraham. Tenía la duda de su paradero, pero nunca se lo había preguntado porque realmente no quería saberlo. ¿Acaso él la había botado cuando, el Dios que se suponía debía cuidar de su mujer e hijo, no lo hizo? La de ella, la crucecita de oro dorado, que le había puesto Raffaele tanto tiempo atrás —tanto que ni siquiera recordaba el momento— estaba junto a Abraham.

Angelo le acarició una mejilla, pero no respondió.

—El de zafiro y diamantes —insistió ella, en caso de que él no supiese a cuál se refería; Angelo continuó en silencio—. ¿Lo perdiste? —supuso.

—¿Por qué quieres eso? —preguntó el muchacho, finalmente, relamiéndose los labios que ya estaban húmedos.

—Porque es mío —respondió, pero realmente no sabía por qué lo quería. ¿Acaso quería hacerlo pasar por anillo de compromiso? No... no del todo (podría ponerse cualquier anillo de diamantes en el anular y fingir): tal vez lo quería precisamente ése anillo porque realmente tenía un significado...

Angelo la acercó a su pecho y giró, intercambiando lugares en la cama, poniéndose sobre ella y desuniendo sus cuerpos, en el acto.

—¿Todo está bien? —le preguntó, mirándola a los ojos.

—Sí. ¿Aún tienes mi anillo?

Él no pareció creerlo.

—Está en el primer cajón de mi buró —aseguró.

Annie volteó hacia la mesilla, tal vez huyendo de su mirada, y se escuchó preguntar:

—¿Y tu cruz?

Una vez más, Angelo tardó un momento en responder.

—Con Abraham.

Annie frunció el ceño y lo obligó a alejarse un poco de ella para poder mirarlo de frente.

—La tuya está junto a tu anillo —explicó él.

—¿Por qué le quitaste la mía?

—No se la quité —suspiró él, levantándose; tomó asiento, bajando los pies de la cama, y abrió el pequeño cajón del buró—... Quería dejarle algo —murmuró, bajito.

Annie reconoció el esfuerzo que hizo él al decir algo como eso; a él siempre le había costado trabajo expresar con palabras lo que sentía —incluso sus ratos más íntimos—. La muchacha se sentó, se acercó a él por la espalda y le besó un hombro redondeado por los músculos, asiéndolo por un brazo.

Tras mover algunos libros y bolígrafos —Annie notó que no había un solo frasco de píldoras para dormir—, Angelo encontró el anillo y, al verlo entre sus dedos bonitos, Annie pensó en que era más hermoso de lo que recordaba: blanco, de diamantes preciosos, sumamente brillantes, rodeando un enorme zafiro en forma de corazón. Sonrió, le acercó la mano izquierda y, mientras él se lo ponía, ella notó que el muchacho había tensado la mandíbula. ¿Qué era lo que lo había puesto tan mal? ¿Acaso el recuerdo de esos problemas propios de adolescentes, metidos en una relación tan seria?

Si se lo hubiese preguntado, probablemente no habría obtenido respuesta, peor aún: a Anneliese le tomaría años entender lo que Angelo sentía, lo que había sentido cuando vio a su hijo muerto..., que tuvo la necesidad de regalarle esa crucecita que siempre lo había acompañado a él, que le habían puesto a él, en el cuello, para que lo cuidara... De lo humillado e impotente que se había sentido, al no haber sido capaz de hacer nada por su hijo —un hijo que había nacido y muerto sin que él tuviese conciencia de que existía... porque él había dejado a Annie... porque había sentido miedo de su padre—. Un miserable trozo de metal era todo lo que había podido darle a su hijo...

Anneliese no tenía idea, y le costaría años entender la desolación, tristeza, coraje... y cuánta vergüenza sentía Angelo.

** ** **

Anneliese Petrelli asistió a la inauguración de su fundación el primer viernes de junio, justo en su cumpleaños número veinte; Nicolas y Lorenzo habían elegido aquel día porque todo era obra de ella —ellos habían sido unos participantes sumamente activos, pero el origen, la concepción, todo lo que en ese momento era posible, había nacido en la mente de Annie..., en su pecho—. Se quedó en la parte trasera del salón, junto a Angelo, mirando a Nicolas y a Lorena hablar con la prensa invitada, y a Jessica filmándose en cada rincón como agradecimiento a sus seguidores por el apoyo brindado a la causa.

Anneliese figuraba dentro de los miembros de la organización, pero de una manera tan indirecta, como una simple simpatizante..., de manera que no llamara la atención de nada —Nicolas y Lorenzo no habían aceptado que su nombre no apareciera por ningún sitio—. No quería fisgones en su vida, en su relación con Angelo, incomodando a su familia. Además, no creía haber hecho lo suficiente para merecer tal atención —sí, ella había tenido la idea, pero su familia la había dado un apoyo enorme; Nicolas y Lorenzo habían trabajado días enteros, lo mismo que Jessica y Gianluca, Raimondo había logrado que su abuelo accediera a apoyar, en sus hospitales, ciertos padecimientos; incluso Uriele, quien nunca se había interesado por la filantropía, estaba ayudando—; Annie había comentado eso, en alguna ocasión, a lo que Lorena le había dicho: "Lo que más me desespera es que lo tuyo no es falsa modestia, sino inseguridad... o baja autoestima, o qué sé yo: hiciste algo impresionante —muy impresionante—, acéptalo o cállate, pero no digas que no es nada porque voy a golpearte" y todo eso sin voltear a verla, mientras elegían los vestidos que usarían esa noche, en una tienda de Roma.

Y el vestido, a Anneliese, le quedaba demasiado justo..., y también tenía un gran escote en la espalda. Le recordaba un poco a ese vestido que se había puesto Hanna para la cena de ése cumpleaños de su tía Gabriela, cuando ella tenía sólo doce años; incluso el maquillaje era parecido. Lo más curioso, era que ella no había elegido nada, sino Lorena —pero Lorena siempre emulaba a Hanna Weiβ—.

.

Angelo y Anneliese se quedaron solos, finalmente, luego de las 2:30 a. m., cuando terminó la celebración privada que siguió a la inauguración. Y apenas cerrar la puerta de su recámara, él la abrazó suavemente por la espalda, acercándola a su cuerpo tanto como era capaz, introduciendo la nariz entre sus cabellos rubios, buscando su olor a manzanas verdes, acariciando suave e intensamente a la muchacha por los costados, tocando apenas la parte lateral de los senos con sus dedos, bajando por la cintura estrecha, por el vientre plano..., y más abajo, hasta llegar a los muslos torneados.

Hey —lo llamó ella, al sentir que él la hacía volverse de frente, buscándole los labios; hasta entonces, ella había estado contemplándolo a través de los espejos de cuerpo entero incrustados en las puertas del ropero —amaba verlo usar esmoquin—, pero no fue eso lo que la obligó a detenerlo.

Había algo más en su interior... o, tal vez, era lo contrario. La ausencia de algo. Estaba sintiéndose incompleta hacía un tiempo; había estado intentado distraerse con actividades, pero no lo lograba y la inauguración de su fundación sólo había acrecentado esa sensación de vacío.

—Voy al baño —susurró, dándole un besito en los labios.

Angelo pareció no escucharla y le mordió el labio inferior, atrapándola.

—Oye —ella echó la cabeza hacia atrás, haciéndole saber que hablaba en serio.

Él suspiró y la dejó despacio. Annie se alejó de él, pero sin dejar de contemplarlo a través espejo; él ya se quitaba la chaqueta y luego la corbata de moño; Annie caminó más lento para poder mirarlo un poco más. No se cansaba de hacerlo. Él era tan bello...

Y al pensar en su apostura, como muchas veces ya había ocurrido, sus ojos azules fueron hasta el retrato de Abraham, sobre el mueble junto a la ventana. No dejaba de preguntarse qué tan bonito habría sido su niño, al crecer —porque estaba completamente segura de que lo sería, siendo hijo de Angelo Petrelli—.

Se dio prisa y entró a su cuarto de baño, donde se quitó de un par de tirones los tacones, que ya comenzaban a molestarla, y disminuyó en estatura más de quince centímetros. Fue hasta el lavamanos y, del pequeño contenedor, detrás del espejo, sacó su paquete de píldoras anticonceptivas; tomó una del plástico y la contempló: rosada y tan pequeña, que podía tragarla junto a la saliva. Estaba por llevársela a la boca cuando ésta se le resbaló de entre los dedos y, hasta ese momento, se dio cuenta de que tenía los dedos entumecidos. Se preguntó si era a causa del champagne que había bebido..., mientras tanto, veía la píldora perderse por el drenaje.

No se sintió preocupada por haberla tirado, pues tenía otras tres cajas de repuesto detrás del espejo, sin embargo, cuando Angelo le preguntó:

—¿Ya vienes?

Ella miró con sorpresa hacia la puerta, como si la hubiese despertado de un feo y penetrante pensamiento ajeno y... empuñó sus manos, y las relajó un par de veces, desentumiéndolas, relajándose.

—Sí —respondió, saliendo de su cuarto de baño.

** ** **

El libro de Giovanni, ese libro antiquísimo, empastado de cuero, que Rebecca encargó a Anneliese le entregase a Angelo, ella no pudo —no quiso— hacerlo, hasta llegarse octubre. Lo hizo únicamente porque se sintió negligente, pues se había llegado el mes del primer aniversario de su muerte, y ella no había cumplido con algunas de sus comisiones —no había visitado a Marco, en el acilo, ni una sola vez, excusándose con que él estaría inestable y podría agredirla nuevamente, o recordándose que Uriele, Gabriela, y los gemelos, estaban al pendiente de él—... lo que no esperaba Annie, era que, tras entregarle el libro, finalmente, Angelo pasaría de la apatía y desinterés por éste, a una especie de obsesión.

De manera frecuente lo veía leyéndolo; al principio, página por página, las veces que le siguieron a la primera lectura, él llegaba a algún punto de lo que fuera que dijese ese libro y volvía a, lo que parecía, el lugar que el libro le indicaba, o adelantaba páginas... A veces, también hacía anotaciones en hojas que luego rompía en trozos minúsculos..., y luego quemaba esos trozos de hojas. Días luego, compartió con Lorenzo la lectura —quien realizó escrituras parecidas y luego también quemó los trozos de papel hasta convertirlos en cenizas—, y más tarde con Raimondo, quien, al parecer, les aconsejó ocultar el libro...

—¿Qué dice el libro? —preguntó Anneliese una noche, cuando ya se metían a la cama, y Angelo guardaba el libro en su buró.

El muchacho, alargando un brazo para que ella pudiera recostarse sobre éste, y frunciendo el ceño, sacudió ligeramente la cabeza, antes de decir:

—No lo sé —y... no parecía no saberlo—. Locuras —decidió.

Annie hizo un sonidito con su nariz, indicando que aceptaba sus palabras... porque en realidad no le interesaba demasiado; ella tenía cosas más importantes en mente. Como la menstruación que había tenido, por ejemplo, días atrás, mucho más abundante que las anteriores... Sospechaba que se debía, en gran medida, a la inconstancia con que se bebía las píldoras anticonceptivas, pero no estaba segura. Aun así, no le dijo nada a Angelo.

Tampoco él hizo ningún comentario al notar que ella no se bebía las píldoras —y lo notó desde los primeros días—; pensó en preguntarle si la hacían tener algún malestar, pero se dio cuenta de que, justo las noches en que ella no las bebía, no tenían intimidad, lo que le hizo creer que ella las evitaba de manera intencional.

... Estaba claro que ella quería, y a la vez no, embarazarse.

Y Angelo creía que no era el momento de buscar un nuevo embarazo..., pero luego miró a Anneliese, una tarde, admirando el retrato de Abraham por largo rato, y supo que era algo que ella necesitaba. Sabía que no ella no estaba intentado suplir a un hijo con otro —ella jamás intentaría sustituir a Abraham con nada, ni con nadie: él había sido su primer bebé, a quien había amado con toda su alma, y siempre lo sería—, ella, tan sólo...

Angelo había leído algo sobre eso, sólo un poco —evitaba con regularidad esas lecturas porque le tocaban membranas personales..., dolorosas—, pero había sido lo suficiente: algunas mujeres, tras una pérdida como ésa, sufrían de algo que algunos especialistas llamaban El Proyecto no Concluido, lo que les generaba angustia e impotencia no identificada, que degeneraba en depresión e ira; algunos médicos opinaban que el trastorno se limitaba exclusivamente a situaciones de abortos, pero algunos otros —y Angelo— no lo creían así... y la realidad era que Annie apenas había podido tener a su bebé en brazos. No había podido criarlo y la leche se le había quedado en los senos, estancada, junto a todo ese dolor y furia.

Y ella necesitaba convertir todo ese odio en amor.

... Y también él.

El dolor de Angelo estaba con Anneliese, con toda la pena por la que había pasado ella, sin embargo... cuando veía a un niño de tres o cuatro años, no podía dejar de pensar en que, de haber vivido, su niño ya estaría yendo a la escuela, y conversando con él, y... Ahí surgían las dudas, porque ni su voz, su llanto, había podido conocer.

No le dijo absolutamente nada, a su hermana, al notar que ella no se bebía las píldoras, porque la idea de ver la sonrisa, de uno de sus hijos, con Annie, lo llenó de una extraña emoción.

.

Los primeros días de noviembre notó algo distinto en su cuerpo. Simple humedad. Lo atribuyó completamente a las hormonas —no quería llamarlo ovulación— sin embargo, esa misma noche, durante la cena, se bebió cuatro copas de vino, como si estuviese despidiéndose de él y, cuando se metió a la cama, con su hermano... pese a los intensos deseos que tenía de unirse con él, fue lento.

Se quitaron la ropa despacio y, aunque tenía clases al día siguiente, recorrió al muchacho a besos, acariciando cada parte de su cuerpo, hasta llegar a su intimidad, donde pasó largo rato, disfrutando como nunca de la sensación. Estaba arrodillada cómodamente entre sus piernas, con los cabellos rubios echados sobre el hombro izquierdo, con los ojos cerrados.

Cuando todo acabó, cuando finalmente se recostaron sobre las almohadas, con la espalda femenina contra el torso del muchacho, el último pensamiento que Annie tuvo, mientras sus ojos se cerraban, fue «Está hecho».

** ** **

Lorenzo Petrelli, con ayuda de algunos sirvientes, comenzó a guardar las pertenencias de sus abuelos en el ático; había sido el último domingo de noviembre.

Raimondo y Angelo lo ayudaron cuando se llegó la hora de mover los muebles pesados. Al anochecer, el último estaba cansado y se metió directo a la ducha. Annie lo siguió hasta el cuarto de baño, pero se quedó parada, recargada con un brazo contra el marco de la puerta... admirándolo. Comenzó por su cara tan bonita, en cada curvatura, en la línea de su mandíbula varonil, afilada; notó lo besable que lucía su piel tan blanca en contraste con sus cabellos negros... Acarició con la mirada los hombros anchos, los pectorales, los músculos abdominales, la cintura estrecha, las piernas atléticas... La imagen de sus colmillos blancos vino a su mente y sonrió, pensando en que, si existieran los dioses griegos que a ella tanto le gustaban, debían lucir exactamente como él.

... O tal vez los ángeles. Eso debía ser: el nombre lo tenía y la apariencia también.

—¿Vienes? —la despertó él, reparando en la presencia de su hermana.

Annie arqueó ligeramente las cejas, sorprendida, y sacudió la cabeza.

—No entiendo para qué quitar incluso los muebles —comentó él, cogiendo su champú de entre todos los de Annie.

—Yo se lo pedí —le explicó ella, con voz baja, tranquila—. No puedo dejar de sentir la habitación como la de los abuelos, aún.

—¿Vas a mudarte ahí? —Angelo frunció el ceño y la miró con desconfianza.

—Vamos —lo corrigió Annie.

Él no hizo ningún comentario al respecto y vació un poco del champú sobre su palma izquierda —Annie entendía qué pasaba: a él no le gustaba ésa casa, no le gustaba que ella se hubiese empañado en vivir ahí..., y ahora menos le gustaba la idea de que lo hiciese dormir en la habitación de sus abuelos; sin embargo, en ése momento, no le importa—; entonces Annie, con el mismo tono que había estado manteniendo, suave, relajado, le confesó:

—Estoy embarazada.

Angelo se quedó quieto y la miró, tranquilo; no era una sorpresa, en absoluto: había estado esperando el momento en que ella le diera la noticia.

—¿Ya lo confirmaste?

—No.

Él asintió.

—Mañana hago cita con el médico.

—Ya la hice —se adelantó ella.

El muchacho asintió una vez más, lento, en silencio; Annie sintió que no había más qué decir y se retiró sin despedirse.

** ** **

Raffaele Petrelli y Hanna Weiβ regresaron a Italia el primer viernes de Marzo; él no había regresado a su país luego de que llevara a su única hija al convento...

No había tenido las fuerzas —no creía haber sido merecedor— de asistir al velorio de su padre —él había muestro despreciándolo... merecidamente—, ni tampoco había asistido al de su madre; la vergüenza que sentía, con sus hijos —¡con toda su familia!— se lo había impedido. Eso y también Hanna: ella decía que lo mejor era dejarlos. Dejarlos solos, tranquilos...

El taxi que los llevaba, del aeropuerto al hotel —no a su casa; no quería regresar al que había sido su hogar y encontrarlo vacío— pasó fuera de unos de los restaurantes de su padre, y Raffaele le pidió que esperara. A su lado, Hanna le acarició una mano.

—Vamos a bajar aquí —anunció el hombre, antes de terminar de formular el pensamiento, siquiera.

Hanna no encontró ningún problema; supuso que él quería, al menos por un momento, sentirse cerca de su padre, por lo que dijo:

—Yo sí iré al hotel.

Entonces Raffaele la miró, frunciendo el ceño; a pesar de que sólo tenía cuarenta y ocho años, a él le habían salido algunas canas y se le marcaban un poco las arrugas en el área de los ojos.

—Por favor —suplicó él—. Sólo es una cena.

Hanna se relamió los labios y asintió, dubitativa.

—De acuerdo —aceptó, pensando en que era una suerte que cada uno llevara una maleta pequeña.

Los hombres que servían como valet parking, elegantemente uniformados, no pudieron evitar mirar a la atractiva señora —de apenas cuarenta y dos años— que pasó frente a ellos, pero ni siquiera los saludaron. Raffaele y Hanna no se sintieron ofendidos, pues ambos sabían que no vestían las ropas adecuadas para cenar en un sitio como ése —ni siquiera auto llevaban—; él vestía un simple pantalón sastre y una camisa de botones, mientras que ella vestía unos vaqueros, ballerinas, y una blusa discreta.

—Buenas noches —saludó Raffaele a la joven hostess, al llegar a la entrada.

La muchacha sonrió, confusa. Era obvio que notaba en él cierto parecido —tal vez con Uriele—, pero...

—Buenas noches —respondió finalmente—. No tenemos lugar.

—No te preocupes. Cenaremos en la cocina —aseguró él, buscándose en el bolsillo trasero su billetera.

La muchacha torció un gesto y, cuando estaba por salir algo más de su boca, el jefe de meseros salió rápidamente y le tendió la mano.

—¿Raffaele? —le dijo, y en su boca, aquel nombre se escuchó como una bendición y, para él, Raffaele Petrelli lo era: años atrás, él se había hecho cargo de los gastos médicos de la apoplejía que había sufrido el mayor de sus hijos. Apretó con algo de fuerza su mano e hizo una sutil reverencia al tendérsela a Hanna—. ¿Cómo está, señora?

—¿Estás trabajando aquí? —se sorprendió Raffaele.

Aquel hombre era un empleado suyo, no de su padre.

El jefe de meseros pareció darse cuenta de su confusión —sabía que su jefe había pasado por malos momentos personales— y ladeó la cabeza ligeramente.

—Su hermano pudo encontrarnos lugar a algunos empleados, en los restaurantes de su padre —le explicó, preguntándose si acaso él no sabía que la mayoría de sus bares habían cerrado.

La hostess hizo un sonidito con los labios, intentado llamar la atención del jefe de meseros; cuando lo logró, ella preguntó, con la mirada, qué debía hacer.

—Buscarles una mesa —le explicó él, casi molesto—. Él es tu jefe.

—Perdone —se disculpó ella.

—No lo soy —se adelantó Raffaele—. Y la cocina está bien —siempre había cenado en la cocina de los restaurantes, cuando era un muchacho.

La muchacha tomó un par de cartas y les pidió que la siguieran, mientras otra tomaba su lugar.

—Qué gusto volver a verlo, señor —siguió el jefe de meseros, haciendo un movimiento con su cabeza para hacer énfasis en sus palabras, pues realmente lo sentía—. También a usted, señora.

Hanna le regaló una sonrisa y entró, recorriendo con la mirada el lugar... pensando en Annie. Matteo le había dicho que era ella la heredera de Giovanni. Lo que no esperaba nunca —ni ella, ni tampoco Raffaele—, era que ahí, justo esa noche, justo en ese momento, la verían:

La rubia bajita llevaba un vestido de encajes color rosa pálido, de mangas cortas, largo hasta las rodillas, y un listón negro, bajo los senos, convertía aquel inocente vestido en una prenda adecuada para lucir de noche... O tal vez sólo le resaltaba la pancita abultada, que sugería al menos cuatro o cinco meses de embarazo. También, notaron que, al igual que ella siempre había hecho —cuando era una bebé, una niña pequeña, una adolescente... y ya en ese momento, siendo una mujer—, Annie iba sujeta por la mano a su hermano, siguiéndolo.

Raffaele se quedó quieto, mirando a Angelo —ya hecho un hombre, uno aún muy joven, pero tan alto como él, visiblemente más fuerte— abrir la silla para su hermana —ignorando los intentos del mesero por asistir a la muchacha—, y luego ajustarla a su medida, para después sujetarse la corbata gris, antes de tomar asiento, a su lado, y darle un beso en una mejilla.

** ** ** ** ** **

Muchas gracias por la lectura.
Pueden buscarme en TikTok e Instagram. 💜💜💜


Continue Reading

You'll Also Like

81.3K 10.2K 65
Han pasado nueve años desde la última vez que Axel vio a Jane, y a partir de ahí su vida cambió por completo. La ha buscado por todas partes, en tou...
14.4K 704 14
Una chica se muda aun nuevo lugar. No sabe lo que le espera, lo único que sabe es que estara en lugares magicos en los que la magia se vive día a día...
5.5M 686K 79
Ella una dulce barista, él un amargo cliente. Ambos se odian. Ambos tienen pasados oscuros. Una apuesta y un beso de por medio. ¿Quién ganará? * Prim...
493K 45.5K 40
Elena es una chica común y corriente pero la muerte misteriosa de su madre junto con su esposo harán que su vida de un vuelco ya que al verse sin fa...