Ambrosía ©

By ValeriaDuval

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En el libro de Anneliese, decía que la palabra «Ambrosía» podía referirse a tres cosas: 1... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
VETE A LA CAMA CON...
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68
Capítulo 69
Capítulo 70
Capítulo 71
Capítulo 72
Capítulo 73
Capítulo 74
Capítulo 75
[2] Capítulo 01
[2] Capítulo 02
[2] Capítulo 03
[2] Capítulo 04
[2] Capítulo 05
[2] Capítulo 06
[2] Capítulo 07
[2] Capítulo 08
[2] Capítulo 09
[2] Capítulo 10
[2] Capítulo 11
[2] Capítulo 12
[2] Capítulo 13
[2] Capítulo 14
[2] Capítulo 15
[2] Capítulo 16
[2.2] Capítulo 17
[2.2] Capítulo 18
[2.2] Capítulo 19
[2.2] Capítulo 20
[2.2] Capítulo 21
[2.2] Capítulo 22
[2.2] Capítulo 23
[2.2] Capítulo 24
[2.2] Capítulo 25
[2.2] Capítulo 26
[2.2] Capítulo 27
[2.3] Capítulo 28
[2.3] Capítulo 29
[2.3] Capítulo 30
[2.3] Capítulo 31
[2.3] Capítulo 33
[2.3] Capítulo 34
[2.3] Capítulo 35
[2.3] Capítulo 36
[2.3] Capítulo 37
[2.3] Capítulo 38
[3] Capítulo 1
[3] Capítulo 2
[3] Capítulo 3
[3] Capítulo 4
[3] Capítulo 5
[3] Capítulo 6
[3] Capítulo 7
[3] Capítulo 8
[3] Capítulo 9
[3] Capítulo 10
[3] Capítulo 11
[3] Capítulo 12
[3] Capítulo 13
[3] Capítulo 14
[3] Capítulo 15
[3] Capítulo 16
[3] Capítulo 17
[3] Capítulo 18
[3] Capítulo 19
[3] Capítulo 20
[3] Capítulo 21
[3] Capítulo 22
[3] Capítulo 23
[3.2] Capítulo 1
[3.2] Capítulo 2
[3.2] Capítulo 3
[3.2] Capítulo 4
[3.2] Capítulo 5
[3.2] Capítulo 6
[3.2] Capítulo 7
[3.2] Capítulo 8
[3.2] Capítulo 9
[3.2] Capítulo 10
[3.2] Capítulo 11
[3.2] Capítulo 12
AMBROSÍA EN FÍSICO
LOS CUENTOS DE ANNIE
EPÍLOGO I
EPÍLOGO II
EPÍLOGO III
📌 AMAZON
📌 BRUHA • store

[2.3] Capítulo 32

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By ValeriaDuval

LA VITA IN UNA PICCOLA CAGNA
(La vida en una perrita)

.

El segundo lunes de septiembre, Angelo y Lorenzo Petrelli, sentados frente a la mesa en la cafetería del campus, esperaban a que Raimondo Fiori y Gianluca Kimura volviesen con sus cafés. O al menos el primero esperaba... el otro miraba distraídamente por la ventana, mientras que prendía y apagaba una flama en su encendedor.

Algo desesperado, Angelo le quitó el encendedor a su primo, frunciendo el ceño.

El pelirrojo no tuvo tiempo de replicar nada, pues se unieron a ellos los otros dos; Raimondo bostezaba: faltaban quince minutos a las siete de la mañana.

La universidad que habían elegido, todos ellos, ofrecía las distantes carreras que cada uno había elegido -Medicina, Derecho, Ingeniería tecnológica y Contaduría-, y aunque naturalmente éstas se dividían en distintos edificios, los muchachos pudieron reunirse aquel primer día de clases en la cafetería céntrica.

-Bueno, me voy -se despidió Gianluca-. No sé cuál es mi aula y casi son las siete.

-También me voy -Lorenzo cogió su café y la libreta que le había quitado aquella misma mañana a Raimondo, pues había olvidado llevar las suyas... el primer día de universidad.

-Nos vemos aquí a la una -les recordó Raimondo; habían acordado que, luego de clases, harían lo que siempre habían hecho, desde que habían entrado a la adolescencia: se reunirían para comer.

-Ajá -dijo Lorenzo, comenzando a andar.

Y ambos muchachos pudieron oírlo perfectamente bien: él había aceptado reunirse ahí nuevamente, al terminar las clases -aquel primer semestre, todos ellos tenían el mismo horario-... por eso fue estresante para ambos que, haciéndose la 1:37 p.m., el pelirrojo aún no llegara.

-¿Crees que siga en clases? -preguntó Raimondo, mirando su reloj por tercera vez.

-No -decidió Angelo, poniéndose de pie-. Tampoco llega Gianluca.

-¿Se habrán ido juntos? -frunció el ceño el otro.

-Supongo -Angelo se echó su livianísima mochila negra, al hombro, y comenzó a andar hacia la salida, ansioso por volver junto a su hermana.

Raimondo lo siguió hasta el estacionamiento, pensando en que quería un cigarrillo, pero no estaba Lorenzo -quien siempre llevaba encima algunos-..., ni tampoco estaba el auto de Angelo.

-Cabrón -susurró el Petrelli.

Aquella mañana, Lorenzo había conducido de camino a la universidad y, al parecer, también de regreso, pero se había olvidado de su primo.

Raimondo se rió por la expresión de su amigo, sin encontrar un verdadero problema -pues ambos iban al mismo lugar-; el problema lo descubrió Angelo al llegar a su casa, cuando encontró a esos dos que lo habían dejado plantado, y también a Nicolas, en la terraza junto a su mujer...

-¿Hace mucho que ellos llegaron? -preguntó a su abuela, mirando desde la ventana de la cocina.

-Hace como -Rebecca torció un gesto, sin dejar de enrollar las orillas de las empanadas que, Lorena y Jessica, ya esperaban ansiosamente-... dos horas -decidió-. Primer día de universidad y la dejan -suspiró-. Por cierto, ¿cómo te fue? -la mujer sonrió con emoción y se limpió las manos para servirle jugo de tomate a su nieto.

-Normal -dijo él, dando apenas un pequeño sorbo al jugo, para luego dejarlo sobre la encimera y, sin poder esperar un segundo más, salió al jardín trasero.

Raimondo Fiori, luego de besar a su novia de manera casta, lo siguió:

-Nos quedamos esperándote como media hora, en la cafetería -reprochó él, mirando al pelirrojo.

Lorenzo lo miró, frunciendo el ceño.

-¿Para qué? -preguntó. Realmente no parecía saberlo.

Raimondo entendió que él no había puesto atención mientras se despedían y acordaban reunirse luego.

-Baboso -le dijo, bajito-. ¿Qué hacen? -se interesó luego, al ver algunos papeles regados por la mesilla y dos laptops encendidas.

Angelo se acercó a su hermana por detrás y, sujetándola por los hombros, le besó una mejilla; mientras tanto, miró el contenido de los papeles, pudiendo darse cuenta de que eran unos formularios para... ¿qué cosa estaban haciendo ellos? Se sintió confundido, pero Gianluca le aclaró rápidamente las dudas:

-Decidimos el objeto social de la fundación y... en el nombre; aún no lo tenemos.

Sí, pensó Angelo: pudo ver claramente que era el formulario de registro para una asociación civil y... ¿qué clase de asociación planeaban ellos y por qué él no sabía nada de ella?

-¿Qué fundación? -siguió Raimondo, frunciendo el ceño.

-Fue idea de Annie -siguió el pelirrojo, sonriendo-. Comenzó como un proyecto para ayudar a las madres jóvenes, pero cada vez que lo hablamos, abarcamos mucho más: ella quiere servicios médicos para los niños, Nicolas está enfocado en generar conciencia y enseñarlas (a las mujeres en general, sin un marco de edades o perfiles) a detectar el abuso y las maneras de combatirlo; y yo realmente creo que, atacando la raíz, educando de manera efectiva, reduces todo lo anterior.

-Y yo creo que es un gasto enorme todo eso -lo interrumpió Gianluca, y luego se aclaró la garganta-. Ella no tiene idea de los costos que genera un bebé prematuro (con todos los cuidados que madre e hijo requieren), lo cual es muy común si la mujer, durante su gestación, estuvo expuesta a factores como... -buscó una extremadamente común- la desnutrición, por ejemplo.

La rubia hizo un puchero suavísimo.

-Es el objetivo de la fundación -le recordó-: que no pasen hambre.

-Sí -suspiró Lorenzo-, entre otros (muchos otros) objetivos -se quejó y miró a Raimondo-: ahora mismo hablábamos sobre adopciones: Gianluca cree que una opción es conseguir hogar a los bebés y hacer que los futuros padres paguen los costes... y Annie cree que las madres, que den en adopción a sus hijos por motivos económicos, deberían poder recuperarlos -asintió, mientras Anneliese ponía los ojos en blanco y se recargaba contra Nicolas, como si buscara apoyo moral-. Es difícil centrarnos en una sola cosa.

Raimondo arqueó las cejas y, buscando respuestas, miró lentamente a Angelo, quien, a su vez, miró a otro lado: él no tenía ni idea de que Anneliese había estado trabajando en eso.

-¿Me das jugo, de ahí? -preguntó la rubia a su hermano, presionándole cariñosamente los dedos de su mano izquierda, mientras señalaba un contenedor a unos pocos metros, sobre el suelo de madera.

En silencio, Angelo fue allá y, entre el hielo y las cervezas, buscó jugo de fresas o arándano, pero no encontró nada; sintió que alguien se acercaba a él, pero se quedaba a una distancia prudente, como si estuviese esperando a que él se alejara del contenedor.

-¿Me traes una cerveza, por favor? -le preguntó Lorenzo.

-A mí otra -pidió Raimondo, sentándose junto a Annie (pero no para ver ningún papel ni ayudar con nada, tan sólo se sentó a beber cerveza).

Angelo cogió tres cervezas y una botella de jugo de litchi y, al levantarse, finalmente pudo ver a la persona que estaba cerca de él: Nicolas.

Los ojos grises se detuvieron un segundo en los verdes y Annie se puso alerta... hasta ver que Angelo le tendía una botella y, tras un par de segundos, Nicolas la cogía; con un sutil movimiento de cabeza, el francés lo agradeció, se dio media vuelta y regresó a su lugar.

Sin saber exactamente por qué, Annie sonrió; sabía que Nicolas nunca llegaría a charlar con Angelo como hacía con Lorenzo -ni siquiera a medias, como con Raimondo-, pero... en el momento en que ellos sujetaron la misma botella, supo que, las cosas entre ellos, ya no estaban tan mal.

.

-¿Exposición de qué? -preguntó Rebecca, mientras comían.

Jessica levantó el índice derecho, pidiéndole un segundo para terminar de tragarse el bocado.

-Es una presentación -la corrigió-. Es una historia corta, ilustrada, que saldrá a la venta en dos semanas.

-Oh -Rebecca frunció el ceño-. ¿Es... como un libro? ¡¿Publicaste un libro?! -se emocionó la mujer.

-Sí -asintió Jess-, pero no es escrito: son una recopilación de ilustraciones (en parte acuarelas, en parte digitales), aunque sí relatan una historia -recorrió a cada uno con la mirada-. Espero que todos estén presentes -confesó.

-Obviamente -soltó Lorena.

Raimondo, en cambio, sacudió la cabeza.

-Tengo cosas qué hacer ése día -bromeó él.

Jessica torció un gesto.

-Ni siquiera he dicho cuándo es -le hizo notar.

-¿Cuándo es? -tanteó.

-Viernes veinticuatro. Exactamente en once días.

Él sacudió la cabeza una vez más.

-Lo sabía: estaré ocupado; me cortaré las uñas de los pies -le explicó, con seriedad.

Ella sonrió.

-Mejor -le dijo-; te invitaba por cortesía, pero me daría vergüenza que estés ahí, pedazo de mandril.

Rebecca sonrió a Nicolas.

-Ellos siempre han sido muy tiernos, el uno con el otro -le explicó.

-Lo sé -siguió el francés-. Hay ocasiones que incluso me pongo celoso.

.

-Y... ¿me vas a contar cómo fue tu primer día, universitario? -preguntó Anneliese a su hermano, ya por la noche, en su habitación, cuando finalmente pudieron quedarse a solas.

Quitándose la ropa cerca del cuarto de baño, preparándose para meterse a la ducha, Angelo sacudió la cabeza ligeramente.

-¿Por qué no sabía nada de tu fundación? -preguntó a cambio él-. Le pediste ayuda hasta Gianluca -notó, frunciendo el ceño.

Anneliese, quien se cepillaba los cabellos, sentada sobre su cama, detuvo por un momento sus movimientos.

-Pues -comenzó a hablar bajito.

Angelo se acercó a ella y se sentó a su lado; él estaba descalzo y desnudo de la cintura hacia arriba; Anneliese notó que su hermano estaba recuperando la musculatura perdida, durante su estancia en Francia. Él nunca había dejado de lucir fuerza en los brazos, de verse vigoroso..., pero la musculatura marcada estaba regresando.

-¿Pues? -la apremió él.

Ella le acarició una mejilla antes de darle un besito.

-Bueno, a Gianluca yo no lo invité, lo hizo Lorenzo cuando comenzamos a hablar de números.

-Ok, ¿y por qué hablaste de eso con Lorenzo y Meñique, antes que conmigo?

-Porque a Lorenzo y a Nicolas les interesa el tema. A ti, no, y no--

-¿Cómo lo sabes? -la interrumpió él.

Anneliese, torciendo ese pucherito que asemejaba a un beso, lo retó con la mirada: ¿le interesaba?

-No -confesó finalmente él-. Pero si te interesa a ti, si estás involucrada en algún proyecto, es obvio que te voy a ayudar.

-Lo sé -aceptó ella, dándole un nuevo beso-. Pero, como te decía: no quiero que hagas por mí cosas que no deseas.

-Me gusta hacerlas.

-A mí, no: el tiempo juntos quiero que lo disfrutemos ambos, y no sólo yo. Además -se mordió el labio inferior y sonrió, uniendo sus manos como si estuviese orando, pero dio un par de suaves aplausos sólo con sus dedos, emocionada-. Quiero que me ayudes con algo más.

-¿Con qué? -preguntó él; se sentía ligeramente confundido.

Ella abrió el cajón de su buró y sacó un par de hojas impresas.

-Mira -se las entregó y, apenas él las tomó, ella comenzó a explicarle-: ya tenía algunos días pensándolo, pero no me había dado el tiempo de investigarlo y, esta mañana, cuando te marchaste a la universidad, junto a Lorenzo, pensaba en que... mi esposo será doctor y yo no terminé el liceo -se rió-, entonces busqué y, sí: puedo obtener el título con sólo un examen.

Angelo cambió de hoja y continuó leyendo.

-¿Qué... opinas? -se interesó ella-. Es en exactamente un mes. ¿Crees que puedo hacerlo?

Él asintió, leyendo aún.

-¿Por qué no podrías? -preguntó, dejando las hojas a un lado, sobre el colchón-. Sólo necesitas estudiar y... -la miró- siendo así -sonrió, mostrando sus colmillos-... ¿por qué me pides a mí que te ayude en esto?

Ella frunció el ceño.

-¿Por qué no?

Angelo le pasó una mano por la cintura y la hizo montarse sobre él, apoyada con ambas rodillas sobre el colchón.

-¿Te recuerdo qué terminábamos haciendo siempre que me pedías ayuda con tus tareas?

Anneliese intentó ocultar la sonrisa pícara, que recordaba y a la vez deseaba, y se centró en sus tentadores labios rosas.

-Esto es diferente -asintió, volviendo a sus bonitos ojos grises-. Esto es importante y... ahora somos mayores.

-Ok -siguió él, sonriendo, mirándole los labios.

La muchacha no resistió más y finalmente lo besó, y al succionarle el labio inferior, debió adivinar que él tenía razón..., pero aun cuando él la recostó sobre la cama y se tiró sobre ella, ni siquiera lo pensó.

** ** **

Anneliese Petrelli presentó su examen la segunda semana de octubre, un lunes.

Había pensado en pedirle a Lorena que realizara el examen por ella..., pero, para ingresar, pedían una identificación con fotografía como parte de los requisitos.

Y la parte buena, es que había sido de opciones múltiples.

La parte mala, había sido que, por cada respuesta errónea, le quitarían medio punto de una respuesta correcta.

Así que Annie dejó casi la mitad de su examen en blanco, recordando lo que había hecho mientras estudiaba algunos temas. Como álgebra, por ejemplo: al intentar estudiar el temario de la materia, sentía que tenía un profundo sueño y que sus ojos literalmente se cerraban, por lo que se había metido a la cama con Angelo y dormido el día entero y, al despertar, sintió hambre y bajó a cenar, encontrándose con que los demás habían pedido pizza, y tenían cervezas y una película...

-¿Cómo estuvo tu examen? -preguntó Lorenzo, cuando Angelo y ella regresaron a su casa.

La rubia hizo un puchero suavísimo mientras abría el refrigerador y metía a la cabeza buscando comida, sin contestar.

-¿Tan mal? -supuso él.

Fue por eso que, una semana más tarde, cuando llegó el sobre que contenía sus resultados -aprobado o no-, ni siquiera hizo el intento de abrirlo; torció un nuevo puchero y siguió desayunando cereal instantáneo, con miel.

-¿No vas a abrirlo? -la animó Lorena; estaban únicamente ellas en su casa.

-No -atajó la rubia, pensando en que el cereal le había dejado un delicioso sabor dulce a la leche, y en que quería más, aunque ya había comido tres cuencos repletos.

La pelirroja le insistió una vez más, pero la dejó al verla devorarse casi la caja entera, del cereal, en silencio, mirando fijamente a su plato.

Anneliese subió luego a su recámara y se tiró sobre la cama, bocabajo, hasta que su hermano regresó de la universidad, pasada la una de la tarde.

-¿Qué ocurre? -le preguntó, acariciándole la espalda; ella aún llevaba el salto de cama con el que la había dejado esa misma mañana.

-Llegaron los resultados de mi examen -habló ella contra la almohada, por lo que su voz era amortiguada.

-¿Y ya los viste? -le preguntó.

-... No -rezongó ella-. Pero no necesito hacerlo: sé que reprobé.

Él le dio una nalgada suavísima y luego le presionó el glúteo, acariciándolo.

-No seas pesimista. Y dame algo de comer, ¿sí? -pareció cambiar de tema-. Tengo hambre -le apartó los cabellos rubios, buscándole una mejilla para luego besarla.

-Abre una lata de atún -ella giró el rostro a otro lado.

-Oye -él la obligó a volverse bocarriba y acercó su rostro al de ella, dándose cuenta de que su hermana quería llorar.

-Soy una tonta -susurró ella.

-Sabes que no lo eres -él la besó en la frente; seguía sentado-. La próxima vez tienes que estudiar más.

Ella torció un puchero y asintió, como si aquello fuese algo que ya estuviese determinada a hacer.

-Vamos a comer algo, ¿sí? Realmente tengo hambre.

Annie soltó un quejidito.

-Tenemos dos sirvientas y una cocinera -le recordó.

Él dejó escapar un sonidito por la nariz.

-... Pero me gusta que me cocines tú -le confesó.

Durante algunos días, ella había estado recibiéndolo con platillos simples a pesar de que, la cocinera, siempre tenía la comida lista a las cuatro de la tarde. Ni siquiera ella misma sabía por qué lo hacía..., pero le gustaba ocupar cuarenta o cincuenta minutos de su tiempo, antes de que llegase él, en prepararle algo que pudiera comer inmediatamente, si tenía hambre.

Annie gimió, desganada, pero aceptando hacerlo; Angelo le dio un nuevo besito en los labios que ella se lo regresó de inmediato, reteniéndolo por la nuca, convirtiendo aquello en un beso que, cuando se volvió apasionado, él cortó despacio.

-Vamos -le suplicó, sonriendo.

Annie se incorporó, sintiendo frío, y él buscó un vestido para ella en su armario; cuando finalmente bajaron, yendo ella descalza y llevando sus cabellos rubísimos sumamente esponjados, se encontró con Jessica colgando en la sala de estar un brillante letrero que rezaba «Felicidades» y, cuando todos comenzaron a volverse hacia ella, la muchacha se sintió profundamente avergonzada -era una decepción andante y ellos estaban esperando algo bueno-.

-¿Por qué estás vestida así? -le preguntó Raimondo, directo: era muy notorio que ella acababa de salir de la cama y se había puesto lo primero que había encontrado.

-Reprobé -dijo ella, mirando a Jessica-. Mejor quita eso.

Lorenzo, quien mascaba algo, se sacó el sobre con los resultados del bolsillo trasero del pantalón.

-¿Qué reprobaste? -preguntó él, mascando aún-. Aquí dice seis -le mostró una hoja, con algo escrito, doblada en tres.

Annie arqueó una ceja, preguntándose si él realmente había abierto sus resultados.

-¿Creías que habías reprobado? -tanteó Rebecca.

-Te dije que no quiso ni abrir el sobre -le recordó Lorena.

-Ay -se quejó Jessica-. Ya nos arruinaste el festejo, ¡era un seis muy bonito, hasta que lo despreciaste!

-¿Obtuve seis? -comenzó a creerlo ella, abriendo sus ojos azules; alargó la mano y tomó la hoja que le ofrecía Lorenzo.

-¡Sí! -sonrió Nicolas, acercándose a ella para abrazarla.

Annie siguió mirando la hoja cuando el francés la levantó.

-Eso quiere decir que aprobé, ¿no? -aún no lo creía.

El pelirrojo se rió. Annie hizo que Nicolas la dejara y dio un par de pasos, buscando atentamente algún número en la hoja... y se encontró, efectivamente, un seis.

-Dios mío -miró a su hermano-. ¡Sí aprobé! -casi grita.

** ** **

-Volví -canturreó Rebecca Petrelli, entrando a ese departamento, en un quinto piso, donde vivía con Gabriela.

-Hola -dijo una voz que ella no esperaba, pero que conocía bien, desde la cocina.

Rebecca dejó su bolso sobre un mueble y miró con atención, encontrándose con la exesposa de Uriele.

-¡Irene! -sonrió, abriendo los brazos.

-¿Cómo estás? -le preguntó ella.

-Escoges visitarnos el día en que salgo -se quejó Rebecca.

-No sabía que no ibas a estar -se excusó ella; tenía un par de meses sin hablar con la madre de su ex marido-. Me cuenta Gaby que se graduó Anneliese.

-Algo así -sonrió la mujer, quitándose el abrigo-. Uriele nos llevó a un restaurante hermoso, del cual quiere robarse a un chef.

»Creemos que ya lo tiene -le informó.

Irene perdió la sonrisa y, aunque intentó disimularlo, Rebecca lo notó claramente; le acarició un hombro a su nuera y lo presionó ligeramente.

-¿Por qué no lo buscas? -le preguntó, bajito, con la mejor intención-. Ya pasaron dos años. Ya tuvieron tiempo para pensarlo, los dos...

-Mamá -la regañó Gabriela, saliendo de la cocina; vestía una falta recta, por debajo de la rodilla, y aunque estaba descalza, aún llevaba la blusa de encajes de seda y las joyas que había usado durante el día.

-No -Irene sacudió la cabeza, pidiéndole que no se preocupara-; es el deber de una madre -la disculpó, sonriendo, luego abrió sus ojos color miel, como si acabara de recordar algo-. La salsa tahina, ¡se me quema! -se rió, regresando a la cocina.

Gabriela miró por un momento a su madre, sacudiendo la cabeza con desaprobación. Rebecca se encogió de hombros, sin entender qué había hecho mal.

-Mi mamá en todo anda -se disculpó Gabriela con su cuñada, reuniéndose con ella.

Irene, quien estaba frente a la estufa, sacudió de nuevo la cabeza.

-No es su culpa -aseguró-. Ella no entiende.

Gabriela recorrió a la otra con la mirada; Irene sólo les había contado a Ettore y a ella el motivo por el cual se había separado de su marido y, posteriormente, divorció.

-Tampoco creo que sea culpa de Uriele -comentó Gabriela, sirviéndose una nueva copa de vino blanco-. Ella es... -no encontró una palabra adecuada para describir a una persona como Hanna Weiβ. Ella...

-Cáncer -decidió Irene-. Es como el cáncer -se relamió los labios y se volvió frente a Gabriela.

La Petrelli se sintió sorprendida. Había muchas palabras que rondaban su cabeza, para describir a Hanna, pero cáncer, no era una de ellas. El cáncer no hechiza, no encanta..., no te hace morir de risa con sus bromas negras ni su risa cantarina.

-Ella pudre todo lo que toca -continuó Irene, cruzándose de brazos y arqueando las cejas-. Pienso en... todo lo que ha hecho... y luego en mi matrimonio. En todos esos años de... risas, abrazos, de viajes -a Irene se le llenaron los ojos de lágrimas-, de todo eso que fue tan hermoso para mí, ¡pero que es una completa mentira! Todos los recuerdos de mi matrimonio, todo, una mentira.

-Claro que no fueron mentira -Gabriela sacudió la cabeza.

-¡Lo fueron! ¿Te cuento algo? Antes de casarme con él, sabía que algo andaba mal: de repente, luego de volver de Alemania, hablaba menos, me sonreía menos, ¡pero igual me casé con él porque lo adoraba! Me dije que quizás eran dudas que iban a disiparse con el tiempo, al darse cuenta de que todo estaba bien conmigo, pero no sucedió nunca... y entonces ocurrió lo de Annie: ella casi se ahoga y Uriele se enteró de que ella había vuelto a Alemania. Ese mismo mes, le salieron tres viajes a Berlín, pero yo no lo vi raro porque volvía al día siguiente.

»Ahora sé que volvía tan rápido para cuidar de los hijos de ella... ¿Te he dicho cuánto rato pasaba con Angelo? ¡Horas enteras! Maravillado con él, y yo creía que se debía a lo listo que era, ¿recuerdas que listo era ya de niño?

»Comencé a darme cuenta de lo que ocurría luego de que esa desgraciada volvió a Italia y se llevó a los niños. Fue durante una Navidad: Jessie quería ver a Annie y la llevamos a casa de Raffaele y... Dios mío, ¡tú no sabes cómo se le iluminó el rostro a Uriele, al verla! Había tenido cara de póker la noche entera, riéndoles los chistes apenas a los niños, pero llegó junto a ella y... pude ver nuevamente esa sonrisa que tenía, ésa que no le veía desde antes de casarnos. Mostraba los colmillos, movía las manos, ¡la miraba como un idiota! Y, ¿sabes qué es lo peor? Que no quise creerlo. Me dije que tal vez él estaba feliz porque tenía de regreso a su hermano gemelo -se rió de sí misma, limpiándose una pequeña lágrima que se le había escapado del ojo izquierdo.

Gabriela guardó silencio por un momento, sin saber qué decirle. ¿Qué se decía en esos momentos?

-Vuelve a casarte -exteriorizó sus pensamientos, sin darse cuenta: Irene era una buena persona, una esposa entregada y una madre excelente: ella se merecía que alguien la valorara y amara.

-No, gracias -se rió-. ¡Me quedé traumatizada de por vida! -su risa se desvaneció poco a poco-. ¿Por qué tú no buscaste a nadie, luego de Brendan? -el exnovio de Gabriela, el padre de los gemelos, era un tema que no tocaban con frecuencia.

Ella arqueó las cejas, buscando, pero no una respuesta, sino el cómo exteriorizar algo que ella había meditado por casi dos décadas; finalmente, soltó, simple:

-Porque me quiso demasiado; sentía que jamás encontraría a nadie que me quisiera tanto como él, o fuera tan bueno, o entregado.

-Y siempre estás trabajando -añadió Irene.

Gabriela se rió.

-¡Sí! -aceptó-. Trabajando siempre... ¡Y aun así me dejaron en la calle!

Irene sonrió con suavidad.

-¿Qué te parece si dejamos esto aquí y nos vamos a un bar? -le propuso-. Tal vez encontremos algo medianamente atractivo y que no esté casado.

Gabriela se rió.

-¡Buena suerte! -ella sacudió la cabeza, negando que eso fuera posible, teniendo casi cincuenta años-. Pero igual vamos: merezco emborracharme -aseguró, sin compartir sus pensamientos: en ese momento, extrañaba a Raffaele y Hanna; con el humor negro que ellos tenían, ellos siempre la hacían sentir mejor en sus momentos de depresión.

** ** **

Cuando Anneliese encendió las luces de su recámara, se encontró, junto a un ramo de tulipanes rosas, a un conejo de felpa, blanco, sentado sobre su cama; lucía visiblemente suave, tenía orejas caídas, medía aproximadamente cuarenta centímetros y vestía toga y birrete.

Sonrió y miró a su hermano, preguntándose cuándo él había dejado ese juguete ahí.

-Dios mío -se rió, yendo a buscar su conejo-. ¡Sólo hice un examen y obtuve seis! -le recordó.

-Un seis precioso -añadió él.

Anneliese abrazó su conejo y, cuando alargó la mano para tomar sus flores -las cuales hacían un contraste precioso, con el edredón blanco-, un recuerdo fugaz llegó a su mente: la primera vez que él le había regalado un conejo.

Ella tenía seis años, y un fuerte resfriado, cuando él le regaló a Violetta.

Tomó asiento en la cama y, sujetando sus tulipanes con una mano, miró la adorable cara del conejo, preguntándose si su coneja seguía en su... en ésa recámara, en casa de Raffaele.

-¿Qué pasa? -preguntó Angelo, acuclillándose frente a ella.

Annie sacudió la cabeza, negando que existiese algún problema, sin embargo, se escuchó decir:

-¿Crees que puedas recuperar algunas de mis cosas? Quiero a Violetta.

Y él pareció pensarlo por un momento, finalmente, asintió y, cuando lo hizo, Annie se sintió arrepentida. Tuvo un mal presentimiento.

** ** **

A mitad de la noche, después de pedirle a Angelo que buscara a Violetta, para ella, Annie despertó y pasó largo rato mirándolo dormir; las luces estaban apagadas, pero entraba la suficiente iluminación, del jardín trasero, para que pudiera distinguir cada línea de lo que era él. Su nariz bonita, sus pómulos perfectos, la línea de la mandíbula...; en su cuello podía notar su pulso y, en su torso desnudo, de marcados pectorales, su respiración suave. Bajó la mirada, pasando por sus brazos fuertes, y llegó hasta una de sus manos de piel blanca; contempló por un rato el huesito en su muñeca, los nudillos, sus dedos largos, elegantes y masculinos... Y pensó en que siempre había creído que Angelo era una mezcla indiscutible de sus padres: tenía la elegancia de Hanna, la masculinidad de Raffaele, y todo el atractivo de ambos.

Sintió escalofríos en diferentes ocasiones, repitiéndose que le había pedido algo innecesario y problemático. Pensaba en la manera en que él intentaría hacerse con su conejo de peluche, pero no se le ocurría nada sin que tuviese que ver a alguno de sus padres.

Pensó en decirle, al día siguiente, que se olvidara de Violetta, pero no lo hizo... Tal vez porque en realidad quería o tal vez porque se recordó que los malos presentimientos no existen, que no existía ningún sentido sobrehumano, ni capacidades de revelación..., ni karma, dharma o..., un Dios que protegiera o advirtiera nada.

No le pidió que no buscara nada..., porque recordó que no eran ellos, su hermano y ella, quienes debían esconderse.

Porque se dijo que lo suyo era temor, ansiedad, y se recordó que ella no había hecho ningún mal para temerle a nada: había sido ella la atormentada, la herida, ¡y ellos no iban a quitarle nada más!

Se negó a volver a pensar en ello.

Y casi realmente lo logra hasta que, casi una semana más tarde, el cuarto domingo de octubre, escuchó que Angelo hablaba con alguien en el recibidor de su casa; al principio creyó que los mellizos habían vuelto de visitar a su madre, o Raimondo estaba de visita -aunque Annie no estaba segura de llamarlo precisamente «visita», cuando todo el tiempo, cada día, él estaba ahí, y dormía también ahí la mayor parte de la semana-, pero al asomar por la puerta se encontró con un montón de cajas de mudanza, apiladas unas sobre otras..., y a Matteo.

Al verlo, Anneliese estuvo a punto de darse media vuelta y subir a su recámara..., pero entonces notó que Violetta estaba sentada sobre una caja, recargada sobre otra, mostrando sus patas alargadas, sus orejas caídas, tentándola con su adorable cara y su suavidad. Sin poder evitarlo, irrumpió lentamente en la sala, provocando que sus hermanos guardaran silencio.

Ambos la miraban.

-Mi coneja -se escuchó decir ella, a nadie en particular, mientras iba al encuentro de su animalillo de felpa.

Escuchó entonces un familiar chillido cerca de ella. Por un momento Anneliese se quedó quieta, paralizada, luego el corazón le latió fuerte, en el pecho, cual golpe en el interior, obligándola a reaccionar, y miró sobre su hombro, buscando el origen. Y la encontró: pequeña, esponjosa, y muy blanca..., corriendo hacia ella.

-¡Kyra! -susurró Annie, inclinándose para poder cogerla.

La perrita chilló mientras subía, de un salto, a los brazos de su primera compañera humana, con la que tantas horas había pasado cada día.

-Kyra -repitió ella, con la voz temblorosa.

La perrita comenzó a lamer el rostro de la muchacha de manera desesperada, buscándole una oreja para poder mordisquearla, justo como hacía antes de que se separaran; Annie podía sentirla agitarse llena de emoción, moviendo la cola y enterrándole las uñas, como si no quisiera que jamás la soltara.

-Bueno -suspiró Matt-. Eran todas -comentó, refiriéndose a las cajas-. Si necesitas algo más... -dejó inconclusa la oferta.

Angelo, quien era como doce centímetros más alto que su hermano mayor, se limitó a asentir.

-Gracias -le dijo.

Matt también asintió y miró a Annie -quien seguía en su mundo, con su pequeña perrita- como si quisiera decirle algo, o al menos despedirse de ella, pero no le dijo nada. Suspiró y los dejó.

Nuevamente, Angelo deseó preguntarle a su hermana qué había pasado entre Matt y ella, pero no lo hizo. Decidió dejarla, emocionada, feliz, ¡y Anneliese realmente se sentía contenta! Y más que eso: cuando abrazó a Violetta, cuando tuvo su pequeño cuerpo afelpado entre sus brazos, y ahora con Kyra, sentía que había recuperado un poco de su vida, de quien ella fue cuando... estaba completa.

... Una parte de ella había muerto con Abraham y jamás volvería.

** ** **

-¿No piensas soltar jamás a ese perro? -preguntó Lorena, a Anneliese.

Ella no había dejado a su perrita desde el día anterior, cuando la recuperó, y aquel último viernes de octubre, sentados a la mesa, cenando, la pelirroja comenzaba a incomodarse de tener a un perro a su lado, saboreándose la carne que había en su plato.

-No -dijo ella-. Temo a que entre en cualquier momento Gala -la perrita que seguía a Rebecca, el día entero, no había dejado de recorrer la residencia buscando a su humana- y se la coma.

-No va a comérsela -aseguró Lorenzo, frunciendo suavemente el ceño-. Tal vez le dé una mordida o dos, pero te aseguro que no se la comerá.

Annie arqueó las cejas.

-Deja de asustarla -lo reprendió Rebecca, quien había vuelto a su hogar unos pocos días atrás-. Nuestros perros no son caníbales -le dijo a Annie- y Gala es una dulzura -añadió, llevándose una mano al pecho, en un ademán que hablaba de cuán adorable podía ser ella; luego miró a Angelo-. De cualquier manera, preséntala con ellos para que sepan que de tu propiedad y no intenten cazarla.

-«Cazarla» -repitió Annie, bajito.

** ** **

Nicolas Mazet ofreció una fiesta de Halloween con la intención de reunir fondos para la fundación que estaba comenzando junto a Anneliese y Lorenzo; la celebró el último sábado de Octubre, justo un día antes del 31...

De los Petrelli, los únicos en asistir, habían sido Raimondo, Lorena, Jessica y Ettore; Angelo, Annie y Lorenzo, al ser conscientes de que asistirían sólo modelos y otros tantos personajes relacionados con ese mundo, habían decidido salir al cine y luego a cenar, entreteniéndose así hasta luego de la media noche, cuando finalmente regresaban a su casa.

Lorenzo conducía y se detuvo justo a la mitad de los dos kilómetros de bosque que rodeaba la residencia, apagando por completo el auto.

La noche estaba especialmente oscura, a pesar de que el cielo estaba despejado y la luna menguante brillaba.

-¿Qué pasa? -preguntó Annie.

-¿Oyen eso? -tanteó a cambio el pelirrojo, bajito.

-¿Qué? -siguió ella, comenzando a imaginar que él intentaría asustarla, pero...

-Los perros están aullando -notó Angelo-. Todos lo están haciendo.

Anneliese frunció el ceño, intentando aguzar el oído, pero ella no logró oír nada a pesar de que sabía lo fuerte que podían aullar: los había oído la noche en que Giovanni...

-Vamos a la casa -urgió a Lorenzo.

** ** ** ** ** **

¿Qué estará pasando? 😭
Por favor, NO spoilers.

Por cierto, estoy en TikTok (@ValeriaDuval), ¿ustedes usan la app? Yo estoy comenzando a utilizarla de nuevo? 😍


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