Ambrosía ©

Par ValeriaDuval

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En el libro de Anneliese, decía que la palabra «Ambrosía» podía referirse a tres cosas: 1... Plus

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
VETE A LA CAMA CON...
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68
Capítulo 69
Capítulo 70
Capítulo 71
Capítulo 72
Capítulo 73
Capítulo 74
Capítulo 75
[2] Capítulo 01
[2] Capítulo 02
[2] Capítulo 03
[2] Capítulo 04
[2] Capítulo 05
[2] Capítulo 06
[2] Capítulo 07
[2] Capítulo 08
[2] Capítulo 09
[2] Capítulo 10
[2] Capítulo 11
[2] Capítulo 12
[2] Capítulo 13
[2] Capítulo 14
[2] Capítulo 15
[2] Capítulo 16
[2.2] Capítulo 17
[2.2] Capítulo 18
[2.2] Capítulo 19
[2.2] Capítulo 20
[2.2] Capítulo 21
[2.2] Capítulo 22
[2.2] Capítulo 23
[2.2] Capítulo 24
[2.2] Capítulo 25
[2.2] Capítulo 26
[2.2] Capítulo 27
[2.3] Capítulo 28
[2.3] Capítulo 29
[2.3] Capítulo 31
[2.3] Capítulo 32
[2.3] Capítulo 33
[2.3] Capítulo 34
[2.3] Capítulo 35
[2.3] Capítulo 36
[2.3] Capítulo 37
[2.3] Capítulo 38
[3] Capítulo 1
[3] Capítulo 2
[3] Capítulo 3
[3] Capítulo 4
[3] Capítulo 5
[3] Capítulo 6
[3] Capítulo 7
[3] Capítulo 8
[3] Capítulo 9
[3] Capítulo 10
[3] Capítulo 11
[3] Capítulo 12
[3] Capítulo 13
[3] Capítulo 14
[3] Capítulo 15
[3] Capítulo 16
[3] Capítulo 17
[3] Capítulo 18
[3] Capítulo 19
[3] Capítulo 20
[3] Capítulo 21
[3] Capítulo 22
[3] Capítulo 23
[3.2] Capítulo 1
[3.2] Capítulo 2
[3.2] Capítulo 3
[3.2] Capítulo 4
[3.2] Capítulo 5
[3.2] Capítulo 6
[3.2] Capítulo 7
[3.2] Capítulo 8
[3.2] Capítulo 9
[3.2] Capítulo 10
[3.2] Capítulo 11
[3.2] Capítulo 12
AMBROSÍA EN FÍSICO
LOS CUENTOS DE ANNIE
EPÍLOGO I
EPÍLOGO II
EPÍLOGO III
📌 AMAZON
📌 BRUHA • store

[2.3] Capítulo 30

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Par ValeriaDuval

BECKY I
(Becky I)

.

La charla entre Anneliese y Uriele la interrumpió un par de golpecitos dados al marco de madera, de la puerta.

Se trataba de Jessica abrazada al muro, mirando a su padre a la expectativa.

Uriele apretó los dientes y suspiró, mirando a otro lado.

—¿Ya no vas a hablarme nunca más? —gimió Jess, con voz tierna, torciendo un gestito.

Annie dio un paso atrás, buscando escabullirse.

—Ven acá, insensata —dijo el hombre al final, tendiéndole un brazo.

Jess corrió de puntillas y lo abrazó.

—¿Por qué no viniste a mi boda? —le reprochó ella, con la cabeza apoyada sobre el pecho de su padre.

—Te dije que no te casaras —le riñó él—. Recién cumples dieciocho años, Jessie, vas a arrepentirte —le buscó la cara y la acarició—. Y es un drogadicto sin trabajo y--

—Ya no se droga —defendió ella a su marido—. Y sí tiene empleo: se dedica al modelaje de manera profesional.

Uriele torció un gesto que, por sí solo, decía «¿Estás bromeando?».

Al verlos, Annie sonrió al tiempo que arrojaba algo de aire por su nariz... y entonces se dio cuenta de que no era una sonrisa lo que había esbozado, sino un gesto de dolor...: ella se había sentido de aquel mismo modo entre los brazos de su padre...

Mirando los bucles color chocolate, de su prima..., los fingió dorados y, siendo Uriele tan parecido a su gemelo... los vio en ellos. A sí misma y a Raffaele, abrazándola de aquel mismo modo y ella ocultando su rostro en el torso musculoso... La única diferencia era que Uriele jamás lastimaría a su hija, ni expondría a los hijos de ésta.

Miró hacia la puerta, sintiendo un ligero ardor en los ojos... y se encontró con su hermano aproximándose lentamente, se encontró con la única persona que siempre había estado ahí, cerca de ella, tendiéndole sus brazos cálidos y protectores, cuando el mundo entero se volvía un infierno.

Sonrió una vez más, pero ahora de manera auténtica —si lo tenía a él, no necesitaba nada más, ¡absolutamente nada más!—, mientras iba a su encuentro; lo abrazó con fuerza, por la cintura, y aunque él la envolvió con delicadeza, pudo sentirlo tenso.

—¿Qué quería? —le preguntó él, en un susurro.

Ella sacudió la cabeza, sintiendo la textura suavísima del suéter color gris oscuro, de tela ligera, que él vestía aquel día.

—La abuela nos llama para almorzar —los interrumpió Lorenzo—. Ah, yo tenía razón —suspiró—, nos preparaba para la noticia de que mi abuelo nos dejó en la calle —Annie lo miró y él frunció el ceño—. Menos a ti —le dijo—; tú no comes —decidió, fingiendo desprecio.

.

Uriele les hizo compañía para el almuerzo —ocupando el lugar de Gabriela, quien no mostró su rostro luego de la lectura— y también él notó la abundancia de comida.

—¿Estás intentado engordar a alguno para comértelo? —bromeó con su madre, sonriendo... hasta que Nicolas y Jessica cruzaron las puertas de la cocina. Perdió la sonrisa entonces, pero sus labios quedaron entreabiertos, por lo que el brillo de sus colmillos blancos era visible.

El francés abrió sus ojos verdes, jugando con Annie, como si le dijera «Allá voy», sin embargo, él no hizo ninguna clase de esfuerzo por hablar con su suegro.

—Mañana te vas a tu luna de miel —comentó Lorena a Jessica, acariciándole el dorso de una mano con la yema de su índice derecho.

Jessica asintió, sonriendo.

—Vamos a Isla Bali —aseguró, echándose los bucles hacia un lado; luego miró a Annie—. ¿Quieren venir con nosotros? —la invitó, deseando no dejarla nunca más, deseando que ella no volviese a recluirse en su cueva, en Francia.

La rubia miró a su hermano, pero no buscando una respuesta, sino la manera de rechazarla.

Nicolas se rió.

—Es una isla —obvió él—: está rodeada de agua.

—Ah —la muchacha ladeó la cabeza, sintiéndose culpable de haber olvidado la fobia de su prima.

Jessica no tenía idea de que Annie ya no sentía pavor de ella; al menos no como antes.

** ** **

Anneliese se tiró sobre una tumbona, cerca de la cancha de tenis techada, para poder ver a su hermano —él y Raimondo hacían equipo contra los gemelos—.

—¿Quieres jugar? —la invitó Nicolas, ocupando la tumbona de al lado.

—No sé hacerlo —confesó Annie; Angelo había intentado enseñarla cientos de veces, pero ella no terminaba de comprender siquiera cómo se contabilizaban los puntos.

—¿Quieres emborracharte? —insistió, recostándose de lado para poder mirarla.

Annie, mirando el interior de la enorme sombrilla que les hacía sombra, sonrió sin poder evitarlo; por primera vez en mucho tiempo, al sonreír, sus dientes blancos asomaron.

—¿Vas a comenzar tu luna de miel con resaca? —le preguntó ella, girando el rostro hacia él.

—¡Sí, por favor! Me estoy volviendo loco en esta casa —confesó.

—¿Tan malos somos?

—No todos... Tu abuela me agrada —jugó.

Annie volvió a sonreír y aguardaron un momento en silencio.

—Oye —él le alcanzó una mano y la cogió por los dedos, agitándola con suavidad—. Y, ¿qué querías decirme? Antes de la boda dijiste que querías hablar conmigo.

—Ah —sin soltar su agarre, la muchacha se relamió los labios, cohibida; de repente, al tener que exteriorizar sus pensamientos, se sintió insegura.

—¿Qué es? —se interesó más él.

—Es... sólo una idea que tengo.

—Ajá...

Ella se volvió hacia él, quedando de costado, uno frente al otro, separados por una mesilla diminuta entre las tumbonas.

—Ahm... en Francia conocía a una chica —comenzó, pero no dijo más.

Él asintió, animándola a continuar.

—¿Y qué pasó con eso?

—Nada. Ella vivía en un parque con su hijo y... una mujer dijo que ella pasó todo su embarazo igual, en la calle —Nicolas no dijo nada, tampoco volvió a asentir, sólo frunció el ceño y Annie se vio obligada a continuar sola—. Y tan sólo pensé en que hay tantas mujeres, tantas chicas, en la misma situación... sin un céntimo, sin un hogar, sin atención médica para sus hijos... —empuñó su mano, sin darse cuenta, y la colocó contra su boca—. ¿Crees que haya alguna manera en que podríamos ayudar?

Nicolas sonrió.

—¡Muchas! —aseguró—. Según me enteré, ahora eres muy rica.

Ella bajó la mirada hasta el césped, pensando en que tal vez ése dinero no era una opción porque... quizá no era suyo, sino de la familia.

—¿Qué otra manera? —le preguntó.

—Hnm —él pareció pensarlo—. Hay algunas fundaciones que se encargan de esas cosas, pero... no sé hasta qué punto sean una opción (hacer como... donaciones, me refiero) porque, algunas de ellas realmente no ayudan en nada; a veces las personas crean esas cosas para conseguir dinero.

—¿Qué? —Annie frunció el ceño, sin entender.

—Fundaciones —repitió él—. Son como... organismos que tienen por objetivo apoyar a ciertas causas; como el cáncer, por ejemplo. Y existen algunas que ayudan y otras que no.

—Y, ¿cómo sabes cuáles sí apoyan?

—Ni idea —se rió él—. Ah, statistiques? —tanteó él, en francés, sin recordar cómo decir «estadísticas» en italiano—. No lo sé. Tal vez tu hermano sepa de eso...

Annie arrugó la nariz, en un gesto de negación.

—No creo que le interesen esas cosas —confesó.

—Ni yo lo creo —se rió él.

Y ambos dieron el tema por concluido. Esa noche, durante la cena, Rebecca les dio un nuevo banquete y, para entonces, todos estaban convencidos de que algo extraño sucedía con ella. ¿Acaso era que estaba feliz por tener nuevamente a la mayor parte de su familia reunida?

... No.

.

Luego de hacer el amor, Angelo y Annie caían completamente dormidos; especialmente Angelo, quien parecía estar recuperándose de todas esas noches en vela... Fue así como Rebecca Petrelli logró entrar a la habitación de los muchachos, sin despertarlo con el sonido suave de la puerta abriéndose, y sus consecuentes pasos, hasta la cama donde descansaban ambos.

Anneliese comenzó a despertar al sentir que le halaban con suavidad el edredón, hacia arriba..., como si le cubrieran los senos desnudos; arrugó los párpados y... sintió que algo le tapaba la boca entera. Abrió sus ojos, alarmada, tan sólo para encontrarse con su abuela, parada junto a ella, vistiendo ropas de cama, llevando sueltos sus bucles color chocolate y plata...

La muchacha estuvo a punto de gritar, aterrada, y de despertar a su hermano —la imagen que regalaba su abuela, mirándola desde abajo, era tétrica—, pero su abuela le suplicó silencio, llevándose el índice derecho a los labios. Le quitó la mano de la boca y, con un gesto, le pidió que la siguiera.

Annie se incorporó cuidadosamente, sintiendo que el corazón saldría de su pecho y... se subió más el edredón, cubriéndose más los senos con el edredón blanco, comenzando a sentir vergüenza de que su abuela los encontrara a sus dos nietos, desnudos, en la cama. Rebecca le tendió una bata de seda y la apuró. La muchacha la cogió y miró a su hermano, durmiendo ajeno a lo ocurría, y bajó el primer pie de la cama, insegura... ¿qué cosa quería decirle su abuela a las tres con treinta, de la mañana?

—¿De qué me quieres hablar? —preguntó Anneliese en un susurro, a su abuela, sintiéndose renuente a dejar la habitación, pero saliendo ya. Tenía un mal presentimiento.

Rebecca Petrelli se llevó una vez más el índice a la boca, pidiéndole que guardara silencio.

—Si Angelo tiene el sueño tan ligero como tu abuelo —murmuró ella, emparejando la puerta sin llegar a cerrarla—, vas a despertarlo.

»Perdóname por levantarte a esta hora —arrugó la frente en una mueca lastimosa—, pero no encontraba otro momento para hablar a solas contigo; mi casa vuelve a estar llena y, aunque eso me gusta, resulta inconveniente.

Annie sacudió la cabeza, pidiéndole que no se preocupara... aunque ella comenzaba a hacerlo.

—¿Qué pasa? —insistió, impaciente.

—Vamos a mi recámara —le suplicó, cogiéndola por una muñeca para poder guiarla.

Anneliese la siguió, sintiendo bajo sus pies desnudos la madera pulida; por un momento se distrajo preguntándose cuán antigua era ésa casa. Su casa. No más la casa del abuelo, no más de Giovanni Petrelli... Era suya y de Angelo.

Se obligó a recordar que eso no era así: era la casa familiar, la casa de su abuela.

El camino hasta el dormitorio principal fue corto, pues Angelo y Annie dormían justo al lado de ésta. Rebecca mantenía las luces encendidas y cerró la puerta tras ellas, cuando entraron.

—¿Qué pasa? —preguntó Anneliese nuevamente, mirando a su alrededor.

Llevaba años sin entrar a la recámara de sus abuelos, pero era idéntica a la última vez que había estado ahí: muebles clásicos, modestos, pero de madera fina, una cama enorme... donde descansaba un marco de plata que contenía una fotografía de Giovanni, pero no del hombre de setenta años que había muerto, sino del apuesto muchacho que había sido alguna vez.

—Siempre me olvido de acomodarlas luego —comentó Rebecca, recogiendo la fotografía al notar que Annie la miraba.

La muchacha no se dio cuenta de que su abuela habló en plural, no se dio cuenta de lo que implicaba aquello: Rebecca pasaba largo rato, cada día, admirando viejas fotografías.

—¿Cómo te sientes, mi amor? —le preguntó Rebecca, tomando asiento sobre la cama, al tiempo que guardaba la fotografía dentro del primer cajón del buró.

Anneliese se limitó a asentir, comenzando a deprimirse.

—Estoy bien —mintió. Decirle el cómo se sentía no iba a ayudar a su abuela, quien, en ese momento, sin maquillaje, sin ropas costosos, sin joyas adornando su cuerpo, le pareció sumamente triste—. ¿Y tú?

—Apenada contigo cada día —confesó ella.

—No —le suplicó Annie, no quería volver a...

—Déjame pedirte una disculpa —suplicó ella—. Necesito hacerlo —le explicó—: tu abuelo entró en coma poco luego de que... —Rebecca hizo una pausa y asintió, como si no encontrara palabras para decirlo—... publicaran ese video —pareció avergonzarse.

Annie también se sintió avergonzada.

—Para entonces, tu padre ya había tomado cartas en el asunto y, aunque nos pareció extremo que enviara a Angelo a esa horrible escuela, tu abuelo terminó creyendo que la distancia le ayudaría a aclarar su mente, a pensar en lo que hacían... En si realmente es lo que querían o había sido cuestión de un momento.

—No lo es —la interrumpió Annie; había estado mordisqueándose un labio, nerviosa, mientras su abuela hablaba de... eso que siempre consideró tan privado, tan secreto, hasta que ella planteó la idea de que Angelo y ella no estuvieran juntos más.

—No, claro que no —Rebecca le dio la razón—, pero eso lo sabemos ahora.

—... ¿Lo encuentras mal? —se escuchó preguntar.

Rebecca frunció el ceño.

—Creo que —comenzó a decir, sacudiendo ligeramente la cabeza—, guiar tu vida, o tomar tus decisiones, basado en lo que la gente opinará al respecto, no es algo muy inteligente, Annie.

—No lo hago —aseguró ella.

—Entonces ¿por qué te interesa si encuentro inadecuada tu felicidad? —su voz era suave—. Encontraría mal tu satisfacción, tu dicha, si dependiera de lastimar a otros. ¿Lastimas a otros, Annie?

—No.

—No —secundó Rebecca—. Ven, siéntate conmigo —le tendió una mano y esperó hasta que Annie la cogiera, para obligarla a tomar asiento junto a ella y poder abrazarla; Annie se sintió pequeña—. Has sido tú quien ha resultado perjudicada de manera terrible, mi niña, y en gran medida ha sido por mi culpa: tu abuelo me dijo que estaba bien que Angelo pasara un tiempo lejos..., pero no nos aseguramos de que tú estuvieras bien. La verdad es que jamás creímos que Raffaele pudiera a llegar a torcerte un pelo y —se separó de ella y le buscó la cara—, ¡por Dios, ¿cómo íbamos a saber que estabas embarazada?!

Anneliese se sintió entumecida por dentro; sintió con total claridad cómo una parte de ella se encogió, protegiéndose del exterior..., de esa conversación.

—Luego —continuó la mujer—, cuando tu abuelo entró en coma... Ay, Annie, yo me sentí perdida, ¡muerta en vida! La verdad es que no tuve cabeza para nada que no fuera él.

»Me enteré de que estabas en el convento tiempo luego de que tu padre te metió en él, ¡y me llevó aún más enterarme de que esperabas un bebé! —ella hablaba arrugando el entrecejo, torciendo un gesto suavísimo con los labios, llena de dolor, producto en parte del remordimiento—. Debí sacarte de ahí, debí estar más atenta, pero te juro que creí que estabas segura en ese lugar —concluyó... y no. Era como si quisiera decir algo más..., una cosa más..., un por qué, una explicación.

No lo hizo y Annie no tuvo las fuerzas para hacer preguntas, y aunque las hubiese tenido, ni siquiera había notado el artículo que utilizó su abuela al hablar del convento. Ella había dicho el convento, no un convento... cualquier convento, no: el convento.

—Si tu abuelo y yo hubiésemos tenido conocimiento antes, si hubiésemos sabido que ibas a tener un hijo —a Rebecca se le llenaron los ojos de lágrimas—, los habríamos traído aquí, mi amor, a los tres, y cuidado de ustedes como era debido, pero tu abuelo ya no estaba y mi mente entera estaba con él.

»¡Perdóname, Annie!

La muchacha empezó a rascarse el cuello de manera ansiosa, sin darse cuenta, comenzando a sentir deseos de llorar.

—Ya déjalo —le imploró.

—Necesito decírtelo.

—Está bien —aceptó. «Ya lo hiciste. Basta» era lo que quería decir—. Entiendo que no es fácil para algunas personas... asimilar lo que ocurre entre Angelo y yo.

—Bueno, pues esas personas deben buscarse sus propias vidas o comenzar por evaluarse a sí mismos. A veces nos encanta señalar con el dedo, sin tener en cuenta que, mientras lo hacemos, otros tantos dedos nos señalan a nosotros mismos —hizo la prueba, apuntando con su índice derecho al frente, a ningún lugar en específico, para demostrarle que, mientras señalaba, tres de sus propios dedos la apuntaban a ella misma—. ¿Hum? —arqueó las cejas, preguntándole si entendía.

»¿Quieres que te cuente algo? Hace un tiempo tu abuelo y yo comenzamos a sospechar que, tal vez, a Lorenzo no le atraen demasiado las mujeres y, ¿sabes? Eso nos dejó mucho más pensativos que lo tuyo con Angelo; tu abuelo lo meditó por horas luego de que lo habláramos por primera vez, mientras que yo decidí que casi me agradaba porque, de ese modo, jamás tendría que compartir a mi pequeño con ninguna otra mujer. Lorenzo es todo mío —Rebecca se rió se manera suave, como si hubiese confesado una travesura—. Es difícil que tu abuelo y yo nos asustemos —continuó... hablando en presente—. Nunca creímos que tu relación con Angelo estuviera mal, en absoluto —frunció el ceño—. ¿Sabes cuál era mi apellido de soltera? —preguntó, de repente.

Anneliese se limitó a sacudir la cabeza, pero no precisamente respondiendo, sino que... era tanto.

—Petrelli —soltó, sin más—. Primos hermanos, hijos de hermanas..., y algo más —añadió, torciendo un gesto suave, como si no quisiera meterse en ese tema—. Los dos nacimos en esta casa, en este piso, justo en la habitación donde Angelo y tú duermen ahora.

—No tenía idea —confesó Annie, impresionada, pero su mente hizo una conexión rápida: por eso es que Adah, esa prima en Canadá que tenía Rebecca, tenía un nieto con colmillos (Dios, ¿cómo no lo vio antes?)... Por eso es que Giovanni y Rebecca tenían exactamente el mismo color de ojos.

—Crecimos juntos —siguió la mujer— y... ni siquiera sé cuándo surgió. Tan sólo... éramos. Él cuidaba de mí y yo lo acompañaba a él —le cogió una mano y la agitó con suavidad—. ¿Ves por qué es importante que hablemos? Porque sé que eres la única que me entiende. Los demás no pueden (no podrían comprender esta clase de amores, de relaciones donde no son dos personas, sino una, viviendo en dos cuerpos), ¡pero tú sí! —Rebecca pareció ponerse débil, de repente—. ¿Puedes imaginar quedarte sin Angelo?

—¡No! —se horrorizó ella, soltándose de su agarre—. No lo digas.

—No —aceptó ella—. Yo tampoco imaginé jamás que Giovanni... —se interrumpió, sacudiendo ligeramente la cabeza—. Sin él no tengo a nadie —murmuró—. Estoy aquí, sola. ¿Puedes imaginar lo angustiado que está, preguntándose cómo me encuentro? Y yo vivo cada día pensando en que él está solo...

Annie deseó desesperadamente ponerle fin a esa espantosa charla y huir a los brazos de su hermano, pero ¿cómo podía dejar a su abuela en ese momento?

—Nos tienes a... —intentó decir, pero ni ella mismo lo creyó. No terminó su frase porque le pareció ofensivo sugerir que alguien, que una persona, o muchas personas más, podrían eclipsar a la persona, al ser más importante...

¿Acaso alguien podría eclipsar jamás a Angelo?

La respuesta era simple. No.

—Lo sé —aceptó Rebecca el gesto—. Y es por eso que soportado por tanto tiempo: ustedes. He esperado a que la familia esté bien de nuevo, pero... parece que nunca lo estará. Por cada problema resuelto, surge otro, y yo ya no puedo esperar más —gimió, sacudiendo la cabeza.

... y justo en ese momento, al sentir su desesperación, Anneliese lo entendió:

—¿Esperar para qué? —se escuchó preguntar la muchacha, esperando estar equivocada.

Rebecca la contempló por un momento y, cuando volvió a hablar, en su voz sólo encontró la súplica de comprensión:

—No tengo ningún motivo para quedarme: mis hijos han crecido y tienen a sus propias familias (las han tirado como han querido, sí, pero eso no lo puedo controlar yo); y mis nietos... vuelven a estar medianamente bien. ¿Qué más podría hacer yo?... Giovanni debe estar muy angustiado por mí, preguntándose quién me cuida, quién me abraza, quién me cubre los pies por las noches... ¡y yo estoy tan afligida por él: está solo en un lugar que no conoce!

»Por eso debo ir a buscarlo, Annie: para que él pueda seguir cuidando de mí, y yo acompañándolo a él.

Anneliese se quedó congelada por un momento, confusa; se debatía entre la incredulidad y el horror. ¿Estaba escuchando bien? ¿Ella estaba hablando de...

—No —fue todo lo que dijo—. Te encuentras ma--

—¿Mal? —la interrumpió Rebecca, lucía tranquila—. ¿Te parezco mal, Annie? ¿Tal vez un poco enloquecida? Quizás estés pensando en que estoy alterada por la muerte de tu abuelo, pero la realidad es que no es así. Esto es algo que él y yo pasamos años contemplando. Es una decisión bien pensada y reflexionada por largo tiempo.

»Si viniera un especialista y me realizara todas las pruebas que existiesen, comprobaría que los químicos en mi cerebro son estables y que mi decisión no es un arrebato que superaré con antidepresivos, algo de terapia, y el apoyo de mi familia. No lo superaré porque no hay nada qué superar: no es una ocurrencia repentina, originada por el dolor.

Annie sentía que eso no era real, que no estaban teniendo esa plática.

—... No está bien —logró decir.

—¿Por qué no? —le preguntó ella.

Anneliese no pudo responder a eso; tuvo tantas respuestas como cuando se preguntaba... ¿por qué Angelo y ella no? ¿Por qué los demás se sentían con el derecho de decirle a un tercero con quién podía o no vivir..., o amar?

—Vivir es un derecho —siguió Rebecca— y la manera de hacerlo, también. ¿Por qué el morir no?

¡Porque la muerte era horrible!, deseó gritarle, porque era definitiva y no se podía volver de ella y porque... Habiendo pasado por tantas penas, obtenidas como consecuencias de las opiniones que tenían otras personas acerca del cómo debía vivir su vida, ¿cómo podía ella decirle a su abuela que no decidiera sobre su propia vida... o muerte?

—Pero no quiero —sollozó finalmente, derrotada—. No quiero —le suplicó... debatiéndose entre el dolor y la culpa, ¿cómo se sentiría ella si alguien le dijese «Por favor, no quiero que vivas con tu hermano. No lo hagas, por favor»?

Rebecca sonrió con ternura.

—¿Recuerdas que te dije hace un momento que no debemos vivir guiados por las opiniones de otros?

—Sí... —se obligó a responder ella, comenzando a llorar, débil.

La mujer le pasó nuevamente un brazo sobre los hombros, acercándola a su cuerpo.

—Cuando eras niña, tuve un problema en un seno —pareció cambiar de tema, pero no fue así—; los médicos creían que era alguna forma de cáncer, pero se equivocaron y... tu abuelo y yo lo hablamos entonces: habíamos salido de una grande, pero sólo de una. Podrían venir otras enfermedades, o accidentes, o cualquier otro tipo de circunstancias que nos obligarían a separarnos y... nosotros no podemos estar separados.

»Tan sólo hablamos en voz alta de ese acuerdo tácito que ya teníamos, desde niños: a donde fuese uno tenía que seguirlo el otro. Él es mío y yo soy suya. Él es mi amado, mi guardián, y yo soy su compañera. No hay nada más.

»Es mi derecho decidir y decido que quiero ir a buscar a tu abuelo —Rebecca la meció ligeramente, como si estuviese consolándola—. Yo sé que entiendes todo lo que te he dicho —suspiró.

... y era cierto, Anneliese había comprendido cada palabra. ¿Qué haría ella si Angelo muriera? Había soportado la muerte del hijo de ambos únicamente porque lo tenía a él... Sin él, no tenía a nadie.

—¿Por qué me lo cuentas? —le reprochó, comenzando a sentirse molesta—. ¡¿Por qué me dices todo esto?!

—Porque, cuando suceda, no quiero que pienses que viví durante todo este tiempo en tristeza, como has estado tú; no quiero que sientas culpas, ¡ya has tenido suficiente! Yo estoy bien, estoy muy bien, no sufro (por el contrario: ansío cada momento volver a estar junto a él). Y también porque necesito que hagas algo por mí.

Anneliese sacudió la cabeza, negándose a apoyar su muerte de ninguna manera.

—¿Aún te gusta escribir? —pareció cambiar nuevamente de tema... o tal vez sólo ignoró la opinión sobre su decisión—. Esos estantes están llenos de cuentos que jamás he compartido con nadie —señaló un librero repleto de libros encuadernados de piel—; tal vez encuentres algo que te sirva de inspiración.

—No —insistió la muchacha.

—Y ese libro marrón —continuó Rebecca—. El más grande, el del tercer estante, quiero que se lo des a tu hermano (pero hasta que no esté yo). Era de tu abuelo y Angelo debe tenerlo... o eso creo, luego de todo, ¿no le dejó todas sus responsabilidades? —se rió con suavidad, pero luego, con voz suave, añadió—. Tu abuelo estaba muy orgulloso de Angelo (lástima que fuera tan él y jamás se lo dijera). ¿Sabes? Hacía que tu tía Gabriela lo grabara siempre durante sus premiaciones o torneos, y luego veía los videos en su estudio, donde nadie pudiera verlo —se rió de nuevo—. Aunque una vez sí fue a... una de sus competencias. Creo que era de natación.

Annie —la voz de Angelo, en el corredor, interrumpió a la mujer.

—Ahí está —suspiró Rebecca—. Saltando de la cama cuando no te siente a su lado. Ve con él.

La muchacha miró a su abuela, llorosa. No quería hacerlo, no quería dejarla.

—Ve con él —la apremió.

La muchacha se puso de pie.

—Sabes que voy a contárselo, ¿verdad? —intentó limpiarse las lágrimas.

—No lo harás —aseguró Rebecca—. Sé que no lo harás porque a ti no te gustaría que nadie te alejara de él.

»Ve y búscalo y quiérelo mucho —le recomendó—. Disfruta de cada momento que tengas con él.

* * ** ** ** ** * *

Rebecca. :'c
¿Ustedes están con ella o en contra de su pensamiento?
Quisiera saberlo.

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