Pablo y Adela [EN EDICIÓN]

By elvientoadentro

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La primera vez que la vi, pensé que el diablo me perseguía para llevarme al infierno. Literalmente. Adela es... More

Sinopsis
Prólogo
1. De cuando el diablo y yo nos volvimos a encontrar
2. Las rubias siempre vienen bien
3. El diablo no deja de perseguirme
4. De indecisiones y advertencias
5. Definitivamente Adela está loca
7. Prometo que le ayudaré
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Entrevista a Adela por @UnDemonioRadioactivo
Capítulo 18
Entrevista a Pablo por @Andsig4
Capítulo 19
Entrevista a Lucía por @Romi_Arias
Entrevista a Adela por @Andsig4
Capítulo 20
Entrevista a Pablo por @Undemonioradioactivo
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
ESTO NO ES UNA ACTUALIZACIÓN
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
IMPORTANTE
Capítulo 46 (penúltimo)
Capítulo 47 (y final)
AVISOS IMPORTANTES

Capítulo 35

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By elvientoadentro

35

Cojo la bicicleta que está en el estacionamiento de mi edificio para ir a la dirección que me ha dado el desconocido. No obstante, antes de ello me calzo la chaqueta que he traído; porque, a pesar de ser un día soleado, corre un viento frío. El otoño se acerca raudo, de modo que también me calzo la capucha de la sudadera en la cabeza.

¿Tic-tac?

Pienso en todas las posibles situaciones con las que pueda encontrarme en esa dirección. ¿Por qué me he lanzado a hacer esto?: El desconocido sabe mi nombre. ¿Cuántos Pablos habrá en esta pequeña ciudad? De pronto, freno la bicicleta. ¿Qué tan peligroso puede ser todo esto?

El corazón me empieza a latir con rapidez. Estoy asustado. ¿Debo ir o debo devolverme con mi integridad física intacta a mi departamento?  ¿Tendré que decirle a alguien dónde estoy?

¿De qué diablos va todo?

Me pongo a pedalear otra vez, cuando pienso en un par de posibilidades que debería considerar:

1) Si son ladrones informados, lo cual es posible, no podrán robarme nada más que el móvil y, en el peor de los casos, la chaqueta.

2) Si quieren matarme, estoy lo suficientemente deprimido para permitir que lo hagan. O bueno, no. Pero no hay mucha diferencia si estoy en este mundo o si no lo estoy.

3) Podría encontrarme con alguien/algo realmente interesante.

A pesar del inminente peligro, la tercera alternativa me parece más atractiva que las demás, de modo que me lanzo por las calles. Llegar a San Diego, me toma alrededor de treinta minutos en bicicleta. Estoy hecho bolsa cuando logro llegar; pero, en una especie de lucidez milagrosa,  me detengo antes llegar a la dirección exacta y amarro la bicicleta en un lugar medianamente seguro.

Luego de sentir que mi bicicleta no corre peligro (¿cómo asegurarme de que yo no lo corra?),  reviso mi móvil: marca las tres cuarenta de la tarde.

Aún me quedan veinte minutos en los que puedo arrepentirme. Sin embargo, aquello no me apetece. En cambio, me encamino lentamente hasta la dirección, me arreglo la capucha y me mantengo a una distancia prudente, esperando como si fuera un felino.

La dirección se trata de una especie de galpón. La entrada es de metal pintado de negro y no deja ver nada hacia el interior. Afortunadamente, de todas formas, tiene una puerta pequeña en la entrada, con una pequeña rendija, la cual, al parecer, es móvil.

Durante diez minutos, mantengo las manos en los bolsillos de la chaqueta, a la distancia, con el corazón saltando cada vez que alguien se me acerca. Sin embargo, no sucede nada en ese tiempo, así que ya estoy por irme cuando la rendija se abre. Alguien mira por la calle hacia ambos lados, así que me giro en la dirección opuesta y camino, como quién no quiere la cosa. Como si nunca hubiese estado observando el galpón tras una esquina. El corazón me late a mil por hora, y siento ganas de salir arrancando, pero una especie de corazonada me impele a quedarme. Me doy la vuelta, lo más alejado posible y miro como un hombre se acerca a la puerta negra. Golpea rítmicamente en una especie de código y la rendija se abre, descubriendo un par de ojos castaños aparecen y miran al sujeto. De improviso, cierra la rendija y dos segundos después, la puerta se abre. Lentamente, el sujeto, un hombre grandote vestido en casi su totalidad de negro, entra al galpón.

¿Es... Es Samuel?

No alcanzo a procesarlo bien, porque dos figuras más aparecen en la escena y el proceso se repite de la misma forma. A estos dos sujetos no puedo reconocerlos; sin embargo, si es Samuel quien ha entrado antes, cabe pensar que quienes han entrado ahora son Inter y Perro.

Los niveles de interés me suben al máximo, cuando una cabeza rubia y un cabello que brilla al sol, camina, vestida muy casual hasta  galpón.

Lucía.

En ese momento la decisión queda irrevocablemente tomada:

Voy a entrar.

***

Espero alrededor de diez minutos después de que ella entra para acercarme a la puerta. De hecho, tampoco es como que me acerque, puesto que me mantengo lo más lejano que pueda, rodeando más tarde la calle para ver si puedo entrar al galpón desde el otro lado.

Mi lado Adela empieza a bullir con fluidez y excitación: necesito saber qué rayos está pasando.

El perímetro está compuesto por un montón de casas en colores horrendos y desgreñados. La pintura en ellas está raída y a medio caer, por lo cual supongo que no vive demasiada mucha gente buena. Así que me voy con cuidado, rodeando la calle, hasta la parte trasera del galpón. Me encuentro con que tiene dos puertas de lata, y un poco más arriba, hay un espacio vacío, desde donde supongo entra la luz y el aire. Mide por lo menos un metro de alto, por dos de ancho. Sin embargo, está demasiado alto como para alcanzarlo.

Con todo el tema de las cámaras ocultas, me siento infinitamente paranoico; de modo que, al revisar las puertas traseras, ruego a todos los dioses habidos y por conocer, que no salga alguien a asesinarme.

La primera puerta, la cual está a la derecha, está perfectamente cerrada con llave.

—Mierda—susurro, y miro hacia todas partes como una zarigüeya en peligro.

De hecho, me siento totalmente como una.

Camino hasta la siguiente puerta, casi pegándome a la pared de lata. Si Adela me viera en este momento, seguro estaría burlándose de mí. Bueno, no. Ella no sería capaz de burlarse, pero seguro se reiría.

Adela...

Johnny, cómo te sigo odiando.

Trato esta vez, con el cerrojo de la segunda puerta, pero también está cerrado. Sin embargo, me doy cuenta de que si salto con el impulso suficiente, podría llegar afirmarme de la abertura sobre las puertas y pasar de todos modos. Lo sopeso un momento, pero sé que es una pésima idea. ¿Solo me lanzaría hacia el otro lado? ¿Cuántas probabilidades de fallo existen? O lo que más me preocupa, ¿cuántas posibilidades hay de que me quiebre una pierna?

Entre la puerta y su marco, hay una distancia de apenas unos milímetros, pero me parece lo suficiente como para observar hacia el interior del galpón. Sitúo el ojo ahí entre medio y lo que veo me baja un poco las expectativas. Al interior del inmenso galpón, hay una especie de patio cementado. Por un lado, hay unas cajas selladas y por el otro, un montón de fierros oxidados como si en algún momento de la vida, ese lugar hubiera sido una fábrica o algo por el estilo. La distancia que recorre el galpón de lado a lado debe ser de unos ochocientos metros. De modo que el área debe ser de unos ochocientos metros cuadrados, también. En el centro, más o menos, hay una especie de casucha lo suficientemente grande como para que una persona viva en apenas una habitación.

Después de un par de minutos de observar, me alejo, pestañeando por el esfuerzo de visión que ha debido realizar mi ojo. Me marea un poco, pero mientras observo detrás de mí para ver si alguien me mira, me recompongo. Solo un perro me observa, sospechosamente diría yo, y con curiosidad.

—No vayas a ladrar—le digo.

Pero el perro, al otro lado de la calle, o no me escucha o le da igual, puesto que se acuesta en el suelo y cierra los ojillos.

—Buen chico—murmuro.

Patéticamente, me demoro casi un minuto por completo en poder colocar mi pierna sobre el cerrojo de la puerta izquierda. Es terrible. Parezco un orangután flojo (Nota mental: hacer más ejercicio).

Sin embargo, una especie de milagro divino, logra que, con un fuerte impulso de mi cuerpo, mi mano alcance la abertura. Es magnífico y horrible a la vez, porque tengo que hacer uso de toda mi fuerza bruta y de voluntad para pasar hasta el otro lado. Estoy seguro de que si alguien me viera, pensaría que la imagen es humillante. Pero ya qué, tengo que vivir conmigo mismo.

Del otro lado, soltarme me toma unos buenos segundos de angustia. No le temo a las alturas, exactamente; pero es bastante diferente no temerles al mirar hacia abajo, a no temerles y tener que saltar. No obstante, salto y eso me hace sentir orgulloso de que, en contra de todo pronóstico, no tengo demasiado miedo en cometer estupideces como lanzarme al vacío para ir a espiar a mi casi novia.

Cuando llego al otro lado, a sabiendas de que probablemente no pueda escapar de ese lugar (porque soy lo suficientemente estúpido como para no pensar en un modo de hacerlo), me siento como león enjaulado. El corazón vuelve a dispararse y no entiendo qué rayos estoy haciendo aquí. Yo no soy Adela, yo no sé jugar al detective. Como no tengo más remedio, me escondo un par de minutos detrás de las cajas; pero no pasa absolutamente nada ni siquiera vuela una mosca. Así que salgo de mi precario escondite y me encamino hasta la casucha enana que está en el centro del galpón. Es de madera y parece tener una única habitación. Toco la madera con una mano e, inesperadamente para míí, ahogo un grito cuando me doy cuenta de que tiene ventanas. ¿Alguien me habrá visto?

De haberlo hecho, estoy casi seguro de que alguien habría salido. Pero nadie lo ha hecho. Me encamino raudamente hasta esconderme en la parte trasera de la casucha, la que no tiene ventanas. Pego la oreja a la madera, pero solo alcanzo a percibir murmullos, de modo que me aventuro y me acerco hasta una de las ventanas de esa especie de cuchitril. Las voces comienzan a hacerse más audibles y los murmullos comienzan a tomar voces más distintivas. Sin embargo, la única que realmente distingo es la de Lucía.

—¡Mañana!—exclama ella.

—Lu, no quiero sonar agresivo, pero toda tu cabeza rubia está hablando por ti ahora—dice alguien.

—¿A qué te refieres?—pregunta ella, sin comprender.

—¡A que es una idea estúpida!—reclama otro.

—Jota—responde Lucía, en una voz dulce y amenazadora, al mismo tiempo—, sigue hablando así y te corto la lengua. Recuérdale a tu pequeña cabecita que si estamos aquí es por mí.

—Lo sé, lo sé—replica el que,  supuestamente, se llama Jota—. A veces se me olvida que también puedes ser inteligente, a pesar de ese cabello amarillo.

—¡Jota! ¿Qué te pasa, eh? ¿Que te pasa con Lucía?

—Perro, ¿puedes dejar de hacer eso, la puta madre? ¡Es desagradable!—grita Jota.

—Está bien—acepta Perro, con una voz ronca y gutural. Como si realmente se tratara de un can de pelea o algo así.

Me tapo la boca con la mano, para no proferir maldiciones. ¿Jota? ¿Perro?

—¿Podemos continuar? Estoy harto de escucharlos. Tenemos un plan que armar y eso no pasará hasta que ustedes, trío de adolescentes, no dejen de pelear—pregunta una voz que parece hastiada, la cual no reconozco.

—No soy adolescente—se queja Lucía, obstinadamente.

—Ni yo—responde Jota.

—Yo tampoco—gruñe Perro.

—Bien. Entonces, la pregunta otra vez es: ¿Cuándo? Ya sabemos todo el plan. Perro nos cubre afuera, Lucía entra deslumbrando a todos como siempre, Jota nos cubre adentro con el arma y yo tomo el botín.

—¿Por qué no puedo tomarlo yo?—se queja Jota, con voz infantil.

—¿Y por qué no puedo hacerlo yo?—se queja Lucía.

Escucho un golpe sordo y el grito adolorido de Jota.

—¿Por qué hiciste eso? ¡Loca!

La risa vengativa de Lucía no me da buena espina.

—¿Ya tienes tu respuesta, Jota?—pregunta el que supongo que es el líder.

—Sí, Mauricio...

—Gracias. ¿Entonces, cuándo?

—Mañana, no.

—Basta, Jota—amenaza Perro.

—¿Pero por qué? Todos sabemos que es mala idea.

—Lo lamento, Lucía, pero lo es—murmura el líder, Mauricio—. Yo pienso que debería ser el miércoles de la próxima semana. Debemos afinar los últimos detalles y descansar.

Se oye un ruido, como de ajetreo, pero nadie dice nada. En ese momento, el corazón se me dispara. ¿Me habrán descubierto? Pero cuando Mauricio vuelve a hablar como si nada hubiera pasado, me relajo dentro de lo posible.

—Bien. El próximo miércoles obtendremos al fin nuestro pago. ¡Yo pongo la carne!

Lucía suelta su típica risa sensual, y murmura:

—¿Y la tienda, cuándo? Te juro, no puedo trabajar más en ese lugar. ¡Ya he espiado lo suficiente, Mauri!—reclama—. Si tuvieras que trabajar todo el día con ese horror de ser humano, querrías terminar ya.

¿Ah? ¿Habla de ?

—Es como ver una película de terror todos los días, ¿sabes? Esa Adela es un dolor de cabeza.

Siento que la rabia se extiende a cada una de mis extremidades y sé que ya he escuchado lo suficiente.

Gateo en el suelo, alejándome en ese lugar para lograr salir.

—Danos un tiempo, Lucía. Todos hacemos nuestros esfuerzos—dice Mauricio—. Sigue ahí un par de semanas más. Debemos ser perfectos en nuestros ataques.

—Lo sabemos, Mauricio—dice Jota y casi parece que rueda los ojos por su tono de voz, como si siempre dijera exactamente lo mismo.

Escucho un pequeño movimiento y luego silencio otra vez.

Alerta, Pablo.

—Y otra vez: bienvenido al equipo, Perro—escucho que dice el líder.

En ese momento, con el giro de la conversación, sé que definitivamente tengo que salir del galpón. No estoy preparado para morir tan joven, después de todo; gateo por el suelo, para que nadie sea capaz de observarme. Me meto entre las pilas de cajas de cartón,  sintiendo una palpitación a cada movimiento. ¿Estarán ya por salir?

Siento las pulsaciones en los oídos y una especie de hormigueo tenso en todas mis extremidades. Nunca en la vida había sentido la adrenalina tan fuerte.

Sin embargo, como soy yo quien intenta escapar, mi pie se engancha en una de las pilas y esta cae como una avalancha hacia el suelo. Cierro los ojos por apenas un milisegundo, lamentándome por mi mala suerte.

El ruido que han hecho las cajas es demasiado como para que nadie lo note.

Mierda.

Voy a morir, pienso. Voy a morir.

Trato de ponerme de pie con velocidad, pero antes de que logre hacerlo, uno de los hombres que ha estado en la casucha (el cual no conozco), abre la puerta y al salir, me mira directo a los ojos. Su rostro pasa de la confusión a la sorpresa y de la sorpresa a la rabia. Trae puesta ropa negra, pero sé que son los mismos ojos castaños que se aparecieron por la rendija.

—Hey, tú. ¡¿Qué mierda haces aquí?!—vocifera en una voz que no augura nada bueno.

La putísima madre. No es como que tenga tiempo para que nos pongamos a hablar sobre mi insensatez, de modo que pongo de pie y salgo corriendo.

En un santiamén, todos salen tras de mí.

____

¡Hola, gente preciosa hermosa más que mil soles y que no se enoja porque jamás pongo un día específico para subir!

Traigo capítulo nuevo, recién salidito del horno.

Preguntas:

1) ¿Pablo sobrevivirá?
2) ¿Quiénes son Jota y Mauricio?
3) ¿Qué piensan de Lucía? ¿Y de Perro?

Gracias por leer. En serio. ¡Son lo máximo! Gracias a ustedes las ganas de escribir aumentan y, además, esta historia se ha convertido en algo muchísimo mayor.

Con amor,
-Youngbird93

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